Relatos salvajes y el Oscar que no fue
Un recorrido y una mirada sobre los gustos y expectativas, sobre los deseos frustrados y las inconsistencias de guión, un punto de vista acerca de Relatos salvajes. Libro de arena presenta una nota que no es un relato referido a un sitio efectivo de la ciudad o el país, pero que transita por ese espacio imaginario en donde se habla de lo que somos o creemos que somos.
Por Mario Méndez
Este domingo pasado, como muchos, me quedé
viendo la entrega de los Oscar. Cierto que con zapping mediante, porque por un
lado el show fue bastante aburrido, por otro es medio plomo oír la traducción
simultánea montada sobre los dichos de los presentadores y, fundamentalmente,
porque no todo es cine: en TyC Sport estaba Paso a Paso, en la TV Pública
Fútbol permitido, y pasaban goles, jugadas, declaraciones de técnicos y
jugadores…
¿Por qué me quedé? Porque, como muchos, el
costado medio deportivo de si la representante argentina recibía la estatuilla
era atractivo. Y ya que estaba, fui viendo lo que ya se ha comentado en los
medios. Que fue un show deslucido, que se destacó el homenaje a La novicia rebelde
y a Julie Andrews a cargo de la talentosa Lady Gaga, y que hubo algunas
declaraciones, como la de Patricia Arquette o la del guionista de El código
enigma, Graham Moore, con un tono políticamente correcto, hasta jugado (en el
caso de Moore especialmente, porque declaró que por sentirse “diferente” –tan
diferente como el protagonista de la película- estuvo a punto de suicidarse a
los dieciséis años, e hizo un llamamiento a que los que se creen diferentes, y
relegados por ello, sientan orgullo de su condición, y den pelea).
Cierto es que casi nadie esperaba que ganase
Relatos salvajes. Está claro que hubiera tenido más posibilidades de no
competir con una película “artística”: sabido es que los votantes de Hollywood
pagan su mala conciencia por haber premiado tanto bodrio a lo largo de los
años, con el rubro “película en lengua extranjera”. Ahí se ponen exquisitos, y
un filme en blanco y negro, polaco, profundo, como Ida, se convierte
automáticamente en favorito. Y con todos los boletos, ganó Ida, claro está.
Pero hagamos una reflexión final acerca de
Relatos salvajes. Se ha hablado mucho de esta película, bien, mal y más o
menos. Ha tenido premios y ha sido, quizás lo más importante, un fenómeno de
público, cosa que en la Argentina, con las películas nuestras, es una absoluta
rareza. Bien, mal, más o menos… hay quienes la consideran una gran película,
quienes cuestionan su ideología, quienes salieron del cine pensando que algo
faltaba, que estaba bien, pero… Yo me quedo con esto último. La película tiene
algunos relatos muy buenos (el del avión, para mi gusto, y un poco detrás el
del pibe que atropelló a la embarazada), otros intensos, como el de la pelea en
la ruta y el de la novia engañada, y alguno meramente efectista, como el del
ingeniero Bombita (¿alguien recuerda al ingeniero Santos?), o cercanos a lo
inverosímil, como el de la moza y la cocinera. Pero el tema es la suma de las
partes, y ahí es donde a mí no me termina de cerrar. Salí del cine, cuando la
vi, con la sensación de que sí, algunas cosas estaban muy bien y otras más o
menos. Y ahora, a la distancia, creo que no me terminó de parecer una gran
película por el producto final, desbalanceado. Pero claro, es mi gusto, nada
más. Y nada menos. Una película con algunas escenas para recordar, por cierto,
y un regusto final a mitad de camino…
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