El mundo de Flannery O’Connor

Un mundo poblado de sujetos en el borde de lo socialmente aceptado, un mundo freak en el sur de Estados Unidos, ese es el mundo de Flannery O’Connor. La ficción, para la escritora estadounidense, es una expresión misteriosa del siempre inasequible sentido de la creación. En su natalicio, Libro de arena publica una mini biografía escrita por Alvar Torales.


Por Alvar Torales


Del personaje que ella misma constituía hay que decir que no se empareja con la imagen que podemos tener hoy de una escritora. De hecho, es descripta como una dulce y sencilla mujer que bien podría haber sido una simple bibliotecaria, habitante de pago chico, que adoraba la naturaleza y criar aves siguiendo una vida apegada a la formación católica que le dieron sus padres. Tampoco se parece a los personajes sórdidos y desamparados que creó con su prosa.  Los críticos coinciden en señalar que su estilo se parece, sin imitar, por supuesto, al de Faulkner, aunque ella admite haber accedido a su lectura recién en sus estudios de posgrado. No deja de ser estudiada como representante del gótico sureño.  Graduada en letras, se dedicó al principio a la enseñanza, hasta que entró por una beca a trabajar en la facultad de escritura creativa de la universidad de Lowa. En su literatura aparecen los temas religiosos que eran su verdadera preocupación, como la salvación y la redención. Su devoción religiosa gobierna todo el sentido de su obra, según ella misma admitió públicamente. En su colección de prosa Mistery and Manners, cuenta “…porque yo no descreo de la cuestión espiritual ni soy ambigua en mis creencias. Miro desde la perspectiva de la ortodoxia cristiana. Esto significa que el sentido de la vida está centrado en nuestra redención por parte de Cristo. Y lo que veo en el mundo lo veo en relación con esto. No creo que sea una posición que se pueda tomar a medias o que sea, en estos tiempos, particularmente fácil hacerlo de manera transparente en la ficción.” Su primera novela, Sangre Sabia, (1952), en la que trabajó seis años fue seguida de Los violentos lo arrebatan (1960), y de 31 relatos breves, recogidos en dos libros: Un hombre bueno no es fácil de encontrar (1955) y Todo lo que asciende tiene que converger. Sus últimos días los pasó enferma de lupus, en una granja de Georgia, al cuidado de su madre.

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