Abracadabra

Sin límites. Desbordante. Única y mágica. Así es la imaginación en la infancia, así es su lenguaje, ese es su poder. Todo puede pasar, todo puede aparecer en la fiesta del juego que un niño se inventa. Libro de arena publica el cuento “Abracadabra”. 


Por Paula Lertora*


Pero además del mono había un conejo, y no cualquier conejo. Este llevaba un reloj de bolsillo y además hablaba con el mono. O por lo menos fue lo que le pareció a Merlina cuando espió desde el umbral. Y ahí se quedó.
El mono se colgaba de la lámpara que estaba sobre la mesa, se hamacaba, daba dos vueltas en el aire y caía parado sobre la silla. Para Merlina esa prueba era la mejor.
Mientras tanto, el conejo hablaba y hablaba, pero el mono ni bolilla. Merlina se tapó la boca con las manos para callar la risa, no fuera cosa que la descubrieran y ¡zas! se acabara la fiesta.

Tenía que esperar. ¿Cuánto? No sabía.
¿A quiénes? Tampoco. Y eso era lo mejor.
Se arrodilló, se sentó como indio, se acostó boca arriba, abajo.
De pronto el conejo se calló y el mono se quedó quieto.
Merlina no entendía, desde ahí no alcanzaba a ver. Se asomó un poco más y entonces lo vio: cuello largo, finito, verdeazul tornasolado y una cola de arco iris. Un vestido así quiero para mi cumpleaños, pensó Merlina.
El pavo real se paseaba por la cocina: revisaba los rincones, espiaba por encima de la mesada hasta donde le daba el cogote y mientras tanto los otros dos, ni pío. Miraban al pavo con respeto, inmóviles.
¿Y si entro?…No, mejor no. Contuvo la respiración.
Sí, entro.
Se puso de pie, pero ni se movió del lugar.
Se asomó. ¡Uf! el mono casi la ve. Merlina se pegó a la pared. El corazón le latía PUM, PUM, PUM, pero juntó coraje y se volvió a asomar.
¡No!, una masa gris y arrugada cubría toda la cocina. No veía nada más, sólo podía escuchar el tic-tac del reloj del conejo.
Se acercó en puntitas de pie y cuando estuvo bien cerca, estiró una mano hasta tocar esa masa gris. Era áspera, seca.
Un olor a selva se le pegó a la nariz.
El mono, el conejo y  el pavo real se asomaron por detrás del elefante gris que se había agachado un poco.
¿Venís?, le dijeron.
Merlina dio un salto, se agarró de la cola del elefante y trepó y trepó y trepó hasta llegar al lomo. Ahí nomás empezó la fiesta.
El mono infló un montón de globos, repartió pelucas, narices y puso la radio a todo volumen.
Al compás de la murga armaron un trencito alrededor de la mesa: pitos y trompetas y panderetas y matracas.
Merlina trataba de seguir el ritmo con los pies enredados en un montón de serpentinas.
De pronto, el golpe de la puerta mosquitero que da al patio.
-¡Merlina!
La madre que avanza por el pasillo.

-¿Y ese ruido?
Cuando llega a la cocina, la madre ve a la nena parada en la mesada. Sola.
El papel picado todavía flota en el aire.


Este cuento obtuvo Mención de Honor en el 50 Concurso Internacional de poesía y narrativa “Palabras al mundo” 2016


*Paula Lertora: nació en Lomas de Zamora, Bs. As., en 1970. Es diseñadora gráfica, narradora oral y desde hace muchos años concurre al taller de la escritora Iris Rivera.
Coordina junto a unos amigos un “Jam de escritura” en zona sur donde brindan estímulos sensoriales para “despuntar el vicio” de la palabra. Como narrador oral actuó en el CCC, la Feria del Libro, el Museo de Arte Latinoamericano, escuelas y espacios artísticos. 

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