Laura Devetach: " Siempre traté de ser lo más transparente posible en la comunicación"

El día de la memoria, el 24 de marzo, es un día para el recuerdo, la reflexión, el mantenimiento de una conciencia social activa para el nunca más. Como un día no alcanza, La semana de la Memoria, con que el programa Bibliotecas para armar rindió tributo a esta memoria histórica comenzó con el Encuentro con Laura DevetachLa actividad dio inicio con un reparto de poemas entre los asistentes, a cargo de Diana Tarnovsky,  narradora y docente de Narración Oral, mientras comentaba “Llueve poesía de Laura Devetach”. La charla, que giró alrededor de los temas de la censura, de la violencia de estado del último régimen militar, de los libros prohibidos entre los cuales figuran los de la autora, tuvo lugar el lunes 21 de marzo de 2016, en la Biblioteca Güiraldes. Libro de arena publicará la segunda parte de la conversación el viernes próximo.

Diana Tarnovsky: Está lloviendo un poema que comienza con un chistido:

Chist, chist.
¿Es que no vas a escucharme?
El chistido me florece
de las ganas de alcanzarte

Chist, chist.
¿Es que no vas a esperarme?
Estoy tan sola y te veo
en la punta de la calle.

Chist, chist,
grito tu nombre y no sale.
Hoy se me rompe el otoño
y casi nadie lo sabe.


¡Llovió este poema! “¡De esquina a esquina”! ¡Llueve poesía en nuestra ciudad! Un poema caramelo. Un poema bombón. Está lloviendo un poema que necesita que me ponga los lentes para poder leerlo. Un poema que encontré en un libro de Laura Devetach que se llama Bordado.

……………………….
Yo te acompaño
que bordar solas en estos tiempos
produce daños.
Punto adelante
punto con vuelo
punto y coma
el que se esconde se embroma
y quizás también el que se asoma.
Pero punto al fin
punto persona de cuerpo entero.
Hermana
yo sólo puedo
y sólo quiero
bordar el punto
que sirva un poco
para este suelo



Convido poesía y mientras convido y convido se viene otro poema. Así todos tienen sabor a poesía en la boca para escucharla ahora, en un ratito a Laura Devetach. ¿A ver qué hay por acá? Otro poema de este libro, Para que sepan de mí.


¿Cómo vamos a vencer el dolor
si no es con la alegría?
Qué alegría
dirás.
Y yo
pondré esa cara que envidio a tanta gente
y me diré
y te diré
empecinada
y a la vez perpleja ante mí misma
pero vamos
no me vas a decir
que no existe la alegría.


¡Llueve poesía de Laura Devetach sobre la ciudad! Otra poesía más así Mario empieza a preguntar y Laura empieza a contar. Nos llueve un poema de Laura que es hermoso:

Pretensión

Quisiera entrar
por el ojo de una aguja
al reino de la gente
donde ninguna edad fuera pecado
ningún sexo demasiado pequeño
ningún ser
un poco menos.


¡Llueve poesía de Laura Devetach!

"Dicen que el mundo es redondo
porque lo van dibujando
los que un día se enamoran 
y de a dos siguen andando"

¡Llueve poesía de Laura Devetach! Y para que la palabra circule de boca a oreja y de oreja a boca, queda acá el paraguas sobre Mario y sobre Laura para que nos llueva poesía en esta tarde en la que vamos a compartir, ahorita, ya. Gracias, Laura por tu poesía. (Aplausos).

Laura Devetach: No, por favor. (Aplausos).

Mario Méndez: Nos ha llovido poesía. Llovida, recitada, leída, narrada por nuestra compañera Diana Tarnovsky, a quien le vamos a dar otro aplauso. (Aplausos). Y vamos a presentarles a ya saben quién. La queridísima Laura Devetach. (Aplausos). En un par de días se cumplen cuarenta años del golpe militar de 1976, y desde Bibliotecas para Armar (ustedes saben que hace años que estamos trabajando en promoción de la lectura) queremos homenajear esta semana a los libros que fueron prohibidos en los años de la dictadura, entre los que estaban los de Laura. Antes de empezar con las preguntas queremos agradecer a la Biblioteca Güiraldes, esta hermosa biblioteca de la Dirección General del Libro que nos ha brindado la casa. Hecha esta presentación y con el ánimo todavía lleno de poesía, quería comenzar con esto que Laura dijo cuando le dieron el doctorado en la Universidad de Córdoba. Entre muchas cosas muy importantes y hermosas dijo: “Vengo de resistir a través de la palabra. De los desconciertos religiosos, políticos y sociales. De la diáspora. De la dictadura militar que cerró vidas e instituciones. Que prohibió libros, entre ellos, La torre de cubos, mi primer libro para niños, por “exceso de imaginación”, entre otros argumentos utilizados. Vengo en la compañía de colegas y profesionales de todas las artes. De colegas y alumnos. Y de la presencia fuerte y creativa de Gustavo Roldán, compañero de vida y profesión. Y también de nuestros hijos que andan por esas rutas. Y en los momentos aciagos fui defendida por mosqueteros: poetas, canciones de cuna, Ítalo Calvino, Ray Bradbury, Katherine Mansfield, Walt Whitman, Juanele Ortiz, Antonio Machado y tantos otros que me susurraron sus palabras. Y el Cantar de los Cantares me hizo saber del amor a través de Fray Luis de León”. Venís de tantos lugares y acá estás viniendo, Laura. Bienvenida.

LD: Hace unos días que vengo diciendo que estoy como en una nube. Será por el aniversario… será porque tengo la gran alegría de tener aquí a mi hijo que vive en España, y está acá, junto con mi hija y mi nuera, y me hacen entrar en una nube. Podemos hablar de cosas que no con mucha gente puedo hablar. También agradezco muchísimo estos espacios, donde me siento cómoda, absolutamente confiada, donde hay muchísimos amigos. A muchos de ellos les conozco los nombres. Hemos tenido intercambio, me han defendido, me han retado, me han acompañado. Otros, sé que son mis amigos porque los veo por ahí… En la Feria, en la escuela, en fin… aquí estamos. Me resultó muy extraño, me colocó más en la nube todavía, el principio con las poesías que Diana hizo llover. Porque no estoy acostumbrada a escuchar las poesías, que además tienen tantos años. En este momento estamos haciendo una reedición de Para que sepan de mí de mi autoría y de la Balada del aullador, de Gustavo Roldán, mi esposo que falleció hace tres años, con un editor  al que un día vamos a tener que hacerle un monumento, Walter Binder, que decidió, dentro de su editorial (que hace libros álbum y otros bellísimos), incorporar la poesía y empezó con nosotros. Y bueno, aquí estoy.


MM: Acá estamos y seguimos andando. La editorial de Walter y de Judith es Calibroscopio, casi seguro que todos la conocen, porque los que se acercan a estos encuentros son lectores, pero no está de más repetirlo. Hacen unos trabajos maravillosos con la literatura.
Hace poco menos de cuarenta años, un par de años después del golpe te prohibían La torre de cubos. ¿Cómo fue eso? ¿Cómo fue la sensación? ¿Cómo te enteraste? Hay muchos que lo han leído porque te siguen, pero no está para nada de más recordar eso en estas fechas.

LD: En realidad lo de las fechas se dio más o menos así... La torre de cubos salió en el ‘64 y cumpliría cincuenta y dos años este año. Y ahí anda. Sigue andando. Sucedió antes de que viniera el decreto militar. Porque ya había un clima de contienda que se vivía en la cultura. Sabemos que en el tema del golpe hubo muchísima influencia de los civiles que fueron a golpear las puertas de los cuarteles. Y dentro de la porcioncita de la cultura que a mí me tocaba, podríamos decir que mis libros eran novedosos, si fuéramos ingenuos. Pero las personas que no entendían muy bien por qué La torre de cubos está escrita como está escrita, la consideraban rupturista. Después eso fue llamado subversivo, y así, despacito. Quizá ustedes hoy la leen y no le encuentran nada de ese tipo. Pero hace cincuenta años, sí era todo un problema. Por ejemplo, el uso del “tú”;  no lo usaba, usaba el “vos”. Hablaba la lengua que había estado siempre conmigo, en cada momento. Siempre traté de ser lo más transparente posible en la comunicación. ¿Qué lengua tenía? Nací en el Litoral, y a los dieciocho años me fui a Córdoba. Ahí recogí lo mejor que tiene: su canto y su humor. Ahí estaba la usina de palabras, entre lo cordobés y lo litoraleño. Un personaje dice “te voy a hacer curuvica”. Eso es muy del Litoral, la curuvica es el carbón picado con alquitrán que se utiliza para hacer  las rutas. Y eso la gente lo toma como si fuera “te voy a hacer puré”. Y muchas otras cosas. La torre de cubos no es solamente “La planta de Bartolo”, como todo el mundo cree, que habla mal de los empresarios. (Risas). Como me dijeron los mismos empresarios muy enojados.
Una cosa que me remarcó mi padre, cuando leyó el libro, es que iba a tener problemas. Hay un monigote que está en la pared, y mira pasar a la gente todos los días, y a una señorita que pasa todas las mañanas “lagañosamente” para la iglesia. Yo eso lo puse, lo pongo y lo pondré. Y mi papá, que estaba muy asombrado conmigo por todas las cosas que estaba haciendo, me dijo que el libro era precioso pero que me iba a traer problemas. Y cuando le pregunté por qué me dijo: “¿Vos te creés que yo no sé quién es esa señorita?”. Y claro, yo era muy irrespetuosa. Pensemos que fue hace muchos años.
Lo que me gustaría decir además, es que para mí la poesía es como un encuentro, es la posibilidad de que podamos dialogar. En este momento me ofrezco como material didáctico si quieren, para tomar el eje de los libros prohibidos, pero me gustaría más que ustedes manifiesten que sentían frente a las prohibiciones. No solamente de libros o películas, sino también de personas.


MM: Antes de hacer otra pregunta, como este es un tributo a la poesía y los cuentos de Laura, tenemos otra intervención de Diana.


Diana: La pregunta de Laura queda picando… Tenía ganas de compartir un fragmento de La torre de cubos, no todo el cuento sino una pincelada. La otra parte van a tener que ir a buscarla, yo voy a empezar en el momento en el que Irene se asomó por la ventana de la torre de cubos y vio las colinas. Esa torre de cubos que ella construyó cuando su mamá se había ido a la verdulería. Ella construyó esa torre con cubos amarillos y rojos, se asomó por la ventana y allí apareció un mundo del que no les leo mucho, así tienen la posibilidad de ir al libro y leerlo. Pero sí les voy a contar qué pasó allí, en el pueblo Caperuzo:

            En Pueblo Caperuzo todos tomaban el té con miel a las cinco de la tarde. Aquella miel era como una buena palabra. Irene la extendió suavemente sobre el pan blanco y la comió mientras oía cosas maravillosas.
Los caperuzos eran duendes cubiertos con enormes capuchas de colores. Festejaron con pan y con miel la llegada de Irene.
—Nosotros defendemos —explicaron—, defendemos al que lo necesita.
—¿A mí, cuando los chicos quieren pegarme?
—No, porque eso no es importante. Vos tenés fuerza para defenderte sola e inteligencia para resolver tus problemas. Nosotros defendemos otras cosas.
 —¿Qué?—preguntó Irene, no muy conforme con los caperuzos.
 —Defendemos a los negros, cuando los blancos los desprecian. Les susurramos al oído: “Negro, negro, tu cuerpo es brillante como la piel de la manzana, tu cuerpo es bueno y buena, tu cabeza.  Tus manos son raíces que fuera de la tierra morirán. Hay que enterrarlas, aquí, y crecer y transformar los jugos del mundo para dar frutos. Negro, negro -así les decimos-, hay que trabajar y aprender y enseñar hasta que cada brizna del campo reconozca tu buen cuerpo brillante como una manzana”. Así les decimos. También el blanco nos oye. Sentados en su hombro tintineamos sin cesar. El laberinto de su oreja es tobogán para nosotros, para que podamos caer dentro de su cabeza clara. “Blanco, blanco -le decimos-, que el fino papel que te envuelve no te diferencie de otro hombre. El pan en que hincas el diente es igual al del otro”.
Irene recordó a sus compañeros oscuros. Pedro, por ejemplo, el hijo de la lavandera. Nunca le había contado que los caperuzos le hablaban al oído. ¿Y ella? ¿Los había escuchado alguna vez? Sí, claro. Ahora recordaba.
Los duendes de colores la llevaron a las colinas azules. Colgaban de los durazneros ligeros columpios, en los que Irene se hamacó riendo. La boca se le llenaba de viento con sabor a té.
Subieron después a delicados botecitos pardos, hechos con cáscaras de nueces y castañas. Meciéndose en el agua color membrillo, Irene aprendió nuevas canciones de cuna.
El sol era un jugo lento sobre las colinas azules; Irene pasó toda la tarde conociendo maravillas. Aprendió a hacer delicadas torres de arena, a llamar a los peces rojos, a remontar barriletes desde los botecitos pardos.
Cuando cayó la noche, las aguas color membrillo se pusieron más intensas y un incendio de estrellas se volcó en la superficie de las colinas.
Las casitas seguían enroscando humaredas con sus chimeneas. Al acercarse al pueblo dejaron atrás el claro garabato de los durazneros.
En una de las casitas, Irene tomó chocolate y después ayudó a sacar las tazas a papá caperuzo. Este era tan alegre que la niña temía que rompiese las hermosas tacitas y los platitos delicados.
—Siem-pre-la-vo-los-pla-tos-pa-ra-a-yu-dar-a-ma-má —cantó el papá caperuzo bailoteando con el repasador blanco colgado del brazo. Mamá caperuza sonreía mientras adornaba con azúcar unas hermosas tortas calientes.
Irene se sentía feliz allí. El olor a pan y a durazneros le llenaba el cuerpo. Las casitas caperuzas eran pepitas de luz suspendidas entre las colinas. Cuando regresara a casa le diría a mamá que tratasen de vivir como los caperuzos; así de contentos, por lo menos. Le diría a papá que de vez en cuando sacasen entre los dos los platos, hiciesen tortas morenas cubiertas de azúcar y echasen a mamá de la cocina, para luego darle una sorpresa. ¡Tenía tantos papeles en su portafolios, papá! ¡Y hablaba siempre de cosas tan serias! Así no podían estar contentos. Papá estaba muy poco en casa.
Irene cantó una alegre canción con los caperuzos y luego pensó que debía regresar.
Un caperuzo pequeñito apilaba cubos dorados. Al mirar por la ventana de la torre, Irene vio a mamá que la buscaba por la casa. Sus aromáticas bolsas de frutas y verduras estaban en el piso, junto a los cubitos amarillos y rojos.
Se levantó la pollera y el vértice de sus piernas rozó apenas la torre dorada. Con los dedos en manojo arrojó un beso para los caperuzos y corrió a morder el jugo de las abultadas uvas de mamá. Estaba segura de que, si se lo proponía, su casa sería muy pronto una casa de caperuzos”.
 (Aplausos).



Me costó encontrar el susurro de los caperuzos en este cuento. Con el tiempo, la querida Mirta Colángelo no enseñó a todas y a todos a susurrar por el planeta, y cuando volví a releerlo para hoy, pensaba en el susurro de los caperuzos, en esas palabras que tienen música y que son intensas, en ese papá que lavaba los platos… Pensar que Laura contaba este cuento cincuenta años atrás… Qué potente esta torre de cubos con sus caperuzos. 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia

"El libro", un cuento breve de Sylvia Iparraguirre