María Teresa Andruetto: "Cada escritor sostiene un modo de estar en el mundo para negociar entre el mundo, su escritura y su preservación."
¿Cómo sostenerse en la
tarea de escritor? ¿Cuántas cosas entran en el juego de ese mundo? La segunda
parte de
la charla con María Teresa
Andruetto pone en foco la cuestión de la literatura infantil y
juvenil. La autora reveló su relación con el público de distintas edades,
niños, jóvenes, adultos, adultos mayores; la conexión particular que el texto
entabla con cada uno de ellos. Se refirió a su particular interés en la
escritura y el libro, en todos sus aspectos, como producto literario, como
objeto estético, como mercancía; a la vinculación con el resto de los
productores del libro, editores, ilustradores. Habló de su obsesión por su
trabajo hasta el último detalle pero a la vez de su despojo a la hora de
entregarlo. En el final leyó las poesías "Instantánea
con caballo" y "Visita".
MTA:
Sí,
cuando era joven di muchos talleres de creatividad con niños. Me gustaba más el
trabajo con jóvenes. Después fui tomando talleres con jóvenes y fui dejando los
grupos de niños. Como a mis cuarenta años dejé de trabajar con niños, y pasé a
trabajar con adultos y con jóvenes de muy distinto tipo, jóvenes privados de su
libertad, jóvenes en villas de emergencia… también con personas muy ancianas,
talleres de reconstrucción oral, en geriátricos. Tenía siete grupos de taller
semanales. He pasado de un público niño, a personas que ya grandes y con un
cierto tránsito de escritura, hacían un taller para mejorar su escritura,
también talleres de expresión con personas escasamente alfabetizadas…
MM:
Y
ese relato oral de la gente de los geriátricos, ¿está un poco en Los Manchados?
MTA:
Quién
sabe… podría ser. Yo pensaba en otras mujeres, pero el trabajo con la oralidad
que es algo que siempre me interesó mucho, no lo había pensado en este caso,
pero puede ser. He escuchado historias increíbles en ese geriátrico. Era un
geriátrico privado, que tenía veinticinco o treinta ancianos por aquella época,
yo llevaba un estímulo, que podía ser por ejemplo un lápiz de labios y se los
hacía oler, o un zapato o…. y a partir de ahí podíamos hablar toda la mañana.
Una de las mujeres había llegado desde Odessa, la otra de un pueblo de Italia,
otra era una gallega, otra venía del norte de la Argentina… digo mujeres porque
eran la mayoría, a pesar de que participaban un par de varones. He tenido mucho
contacto con mujeres, en lo familiar, en el trabajo, en la vida…, tengo mucha
escucha de mujeres.
MM:
Me
hiciste acordar del cuento de la profesora de música que está en Cacería.
MTA:
Ese
cuento sí está muy alimentado por mi vida en ese geriátrico, porque lo escribí
más o menos en esa época. El personaje es inventado, pero el ambiente, lo que
dicen los personajes…. El cuento se llama “La
vibración del universo”. Ahora me lo pidieron para una antología que se
llama Gente mayor, que va a sacar la
editorial Cien Volando (N de la R: esta antología también ha sido ya
publicada), son cuentos sobre personajes “viejos”. Yo vivía por ese tiempo a
veinticinco kilómetros de Córdoba y en el ómnibus, a veces subía una mujer que
se llamaba Victoria y que era profesora de piano, ella me dijo que la música
era la vibración del universo. Alguien me contó después que esa frase era del
filósofo cristiano Teilhard de
Chardin, y entonces de ahí sale el título. Lo que está en mi oído es el tipo de
conversaciones que tienen los viejos. El viejo hijo de ingleses, se parece
bastante a un señor que vivía ahí, que siempre hablaba como despreciando un
poquito a los otros que eran “nacionales”. Decía que era una casualidad que él
hubiera nacido en Argentina, que los padres “justo” estaba acá, porque si no,
hubiera nacido en London. (Risas). Es muy interesante lo que pasa en los
geriátricos, sucede lo mismo que se produce afuera por otras razones. ¿Quién
tiene el secreto por el cual llegó hasta más viejo o mejor? Ahí ya no interesa
quién tiene más plata, sino quién está mejor, el inglés había leído no sé qué
cosa de los mayas o los aztecas, y decía que hacía treinta años que cenaba un
plato de harina de maíz, de polenta digamos, (risas) y una manzana verde y
adjudicaba a eso su longevidad. Había otra mujer que comía salames y
consideraba que lo de ella era porque no se había privado de nada.
MM: El secreto de la longevidad es para varios cuentos. Vamos a la poesía. En uno de los textos críticos decís que la poesía va más allá de la literatura, si te cito bien.
MTA:
No
sé qué palabras pude haber usado. Lo que si siento, es que la poesía está
todavía más allá de mi voluntad que la narrativa, si en la narrativa siento que
la escritura que quiero hacer tiene que estar llevada por el deseo, en la poesía
eso pasa todavía más, está más sujeta a algo que sucede sin mi decisión.
Montale tiene una frase hermosa: “Escribo sólo cuando la poesía me visita”. Yo
también podría decir eso, y también decir que me visita poco.
MM:
Leo:
“En cambio, otros poetas, aunque no todos poetas de la palabra, porque como
sabemos, la poesía es algo que excede a la escritura”.
MTA:
Y
dije eso en una charla sobre “Poesía e infancia” que se hizo en la Universidad
de San Martín. En la mesa estaba Laura Devetach, que considero una persona que
está muchas veces en un estado poético. Por supuesto que hay poetas
maravillosos que no transmiten esa condición, pero algunos poetas que he
conocido, son gente que transmite una vinculación con lo poético que a lo mejor
no tiene que ver específicamente con su escritura, sino con la generación de un
cierto estado de receptividad. A eso me refería cuando digo que yo tengo un
modo de ser más rústico, me parece que hay algunas personas que más allá de lo
que escriben, (son artistas y poetas en muchos casos) envuelven su vida en una
condición propicia para lo poético. Yo, en muy pocos momentos me siento con esa
vulnerabilidad tan extrema que me hace ir hacia la zona de la poesía. Es algo
personal, que tiene que ver con la relación de una persona con el mundo.
MM:
Lo
menos que nos parece es rústico, igual.
MTA:
La
otra vez, un muy querido amigo se enojó mucho conmigo, porque dije en una nota
que me hizo un diario de Córdoba, que es un estado a veces tan expuesto, que
implica estar en carne viva y de una manera tan vulnerable, que no sé si es
aconsejable estar así todo el tiempo. Y él me saltó a la yugular. Claro que hay
personas que pueden vivir así, pero no siempre esa vida da una obra en
consecuencia. A veces esa vida es la condición para la obra. Cada quien, cada
escritor, se inventa o sostiene un modo de estar en el mundo que le permita
negociar entre el mundo, la propia escritura y cierta cosa de la propia
preservación.
MM: Otro título nos diste. En este libro que me prestaron el lunes pasado, Mujeres, artes y oficios, trabajás con Silvia Barei que es la rectora…
MTA:
La
vicerrectora de la Universidad de Córdoba. No lo era en ese momento de
realización del libro.
MM:
Es
muy bello este libro.
MTA:
Estoy
un poco peleada…
MM:
La
parte tuya por lo menos es muy bella. Esta manera de llegar a lo femenino (que
después quiero retomarlo con Lengua madre)
y a los ritos cotidianos es muy bella.
MTA:
Los
textos que están en este libro (los míos y los de esta poeta cordobesa, Silvia
Barei), son tomados de un libro que salió en el ’93, que se llama Palabras al rescoldo, que eran poemas
que son como recetas de cocina. Y es un libro que lo tengo como un poco
separado (al libro original y a éste también), de los que considero mis libros
de poesía más queridos que serían Pavese,
Kodak, Beatriz y Sueño Americano. Es como otra zona,
tiene otros lectores, y un poco mi pelea con ese libro es que con Silvia
habíamos aceptado esa edición en la medida en que fuera un libro objeto, que
iba a tener unas fotografías, unas pinturas… Un libro de tapa dura, pequeño,
que iba a salir un 8 de Marzo, en celebración del día de la mujer. La idea era
que fuera un libro de esos que están al lado de la caja de la librería;
después, la editorial hizo otro tipo de edición, así que para mí ya no tuvo
tanto sentido. Estoy contando las intimidades, pero bueno…
MM:
La
cocina…
MTA:
Sí,
porque hay otra cosa. Yo me he dado cuenta con los años, (no es algo que a lo
mejor les pase a todos los escritores), de que a mí me interesa la escritura y
todo lo que tiene que ver con el libro. Me interesa cómo se pone el libro a
disposición de los otros, el objeto. No tiene que ser un objeto necesariamente
lujoso, puede ser una edición popular, económica, o un libro muy sofisticado,
pero nada de lo que constituye el libro me es ajeno. Incluso me interesa el
funcionamiento del libro como mercancía. Cuánto cuesta un libro, cómo se vende,
dónde se va a colocar, me gusta conocer todo eso, el mundo editorial, dirijo
una colección de narradoras argentinas olvidadas con otras dos mujeres, he
hecho correcciones de estilo mucho antes de ser autora, soy autora de textos,
trabajé en una librería en algún momento…
MTA:
Ahí
tengo experiencias distintas. En algunos casos, experiencias conjuntas previas
a la edición. El caso más concreto es el de Istvan, con quien hemos hecho
proyectos antes de presentarlos al editor. La
Durmiente, Trenes, y las Fefas,
que fue un proyecto que salió, tuvo su historia y no se ha reeditado, era para
primerísimos lectores, ahí nos conocimos. Ese es un caso y ahí el acuerdo con
el ilustrador viene de suyo, porque se supone que es un amigo o alguien a quien
uno conoce, con quien arma el proyecto. Para las Fefas, yo tenía unos argumentos, era como un guión, ahí el trabajo
conjunto fue mucho mayor. En el caso de Trenes,
y en el caso de La Durmiente, el
cuento estaba ya escrito, completo, esos dos cuentos y un tercero que no está
editado, que se llama La hora y el
general del que tenemos un prototipo pero no hemos encontrado un editor que
lo quiera tal como está, estamos repensando el diseño, las ilustraciones.
MM:
¿Es
un general determinado?
MTA:
Es
un general hipotético. Es de la misma serie de Trenes y de La durmiente.
Son cuentos que escribí a partir de un epígrafe. Y en el caso de La hora y el general, el general le
preguntó al ayudante qué hora era, y el ayudante le dijo, “La que usted
quiera”. (Risas). Es eso, un tirano y lo que pasa con la cadena de sirvientes
frente a ese tirano, pero tuvimos un delirio con Istvan, (esto también es una
intimidad), porque él quiso hacer una versión erótica del libro, y resulta que
ahora al libro no lo quiere nadie. (Risas). Él tendría que hacer otras
ilustraciones, en otra línea, pero lo haríamos si alguien se entusiasma. En
otros casos he mandado el cuento solo a la editorial y la editorial ha
propuesto un ilustrador y generalmente ha habido muy buenos resultados. Yo en ese sentido, creo que soy bastante piola
(Risas), por supuesto que hay cosas que me gustan más y otras que me gustan
menos. ¿Qué me gusta de un ilustrador?, a mí me gusta que el ilustrador se
delire, que haga lo que quiera, mientras más él es, mejor para mí. Nunca le he
dicho a un ilustrador: “No, mirá, la nariz así no”. Conozco un montón de
escritores que dan muchas indicaciones. Yo no, no, nada de eso. Me parece que
los que alcanzan mejores logros son los que trabajan así, con libertad…, lo que
hizo Gabi Burin en El incendio, lo que
José Sanabria en Huellas en la arena, lo que hizo Cynthia Orensztajn en Solgo…, es espectacular, esa es una
edición muy bonita. Yo a Cynthia la he visto una sola vez en mi vida, cuando el
libro estaba publicado. Yo mandé el cuento a Edelvives, me preguntaron qué
ilustrador quería y les dije que no me importaba si era más o menos conocido.
¿Qué es lo que pongo como condición? Lo que le pedí a Judith, la editora de
Calibroscopio, cuando me dijo que le iba a ofrecer a Claudia Legnazzi, que es
una ilustradora suprema, le pedí que se asegurara de que a ella le gustara de
verdad, caso contrario, no, porque puede pasar (y pasa, de hecho), que el
ilustrador lo haga como un trabajo, que lo haga porque no quiere perderse un
trabajo y lo que yo quiero es que el ilustrador se caliente con el libro.
Quiero eso. Como a mí me pasa con una historia, esa es la única condición,
después no me importa si ya tiene un nombre o si todavía no lo tiene. En el
caso de Edelvives, me mandaron cuatro enlaces de ilustradores nuevos que les
habían acercado sus carpetas. Cuando abrí el de Cynthia que tenía unas imágenes
como orientales, dije que me gustaba ese, pero no la conocía a ella ni tampoco
ella me preguntó nada por el camino, hizo lo suyo, ni siquiera le pregunté cómo
iba. Nada. Y al final ella mandó un avance y eran dos ilustraciones
espectaculares, la de los monjes, y la otra, con la mano y el vestido del
emperador, espectacular. La obediencia no es buena para la creación. Es eso. Y
tengo mucha experiencia en ese asunto, porque no he trabajado solamente con ilustradores, porque hay cosas
mías que han ido al teatro… hay muchas cosas que se han hecho a partir de mis
textos, y yo siempre considero que el trabajo es del otro. Yo no me hago cargo,
por ejemplo, de una puesta teatral, es el trabajo del otro. He tenido suerte
también, generalmente me ha tocado gente que se ha entusiasmado mucho y no
porque alguien los haya contratado. Ahora hay un grupo de teatro en Córdoba que
trabaja en animación de objetos, con puestas que son más chicas que esta mesa,
puestas para diez espectadores. Diez o
doce, los que puedan colocarse alrededor de una mesa. Hay uno o dos actores que
iluminan con una linterna, mueven los objetos, y hacen las voces. Logran
resultados extraordinarios, están armando un “proyecto Andruetto”, varias obras
a partir de textos míos para poner en diversas habitaciones de una casa. Yo he
visto algunas de esas obras en la casa de ellos o en algunas muestras
experimentales. Por ejemplo, una de esas obras está hecha sobre un poema de Sueño americano, otra sobre un cuento
inédito que les pasé, alguna sobre un cuento de Huellas… Cosas muy diversas. Y son varias puestas en una casa en
donde los espectadores entran y ven una muestra en los diez minutos que dura
cada obra, y después ven otra y otra y así.
MM:
Muy
de vanguardia. Te gustó.
MTA:
A
mí esas cosas me encantan. Hay artistas de todo tipo. Está el artista que con
lo que hace controla mucho y cuida hasta el último detalle, y está el otro que
“larga”, que suelta lo que ha hecho para que otros hagan algo con eso. Yo cuido
hasta lo último lo que yo hago, con mis textos soy muy hinchapelotas, pero
después, cuando el texto ya está terminado, ya no controlo. He hecho con otras
dos personas la adaptación para teatro de La
mujer en cuestión, una obra que se llama Diría a nadie le última palabra, que se representó en Córdoba,
trabajamos a lo largo de un año. Nos juntábamos una vez por semana y ellas eran
las sorprendidas de que yo fuera la que promovía más transformaciones o que
aceptara más fácilmente los cambios. Es muy distinta una obra de teatro que una
novela, la creación tiene que ver con cuestiones formales. Por ejemplo, en la
novela hay treinta testigos hablando de la mujer, pero el grupo de teatro tenía
dos actrices. Ahí ya tenés que hacer un cambio muy importante. Eso es, para mí,
crear.
MM: Algo anticipaste con los de la hinchapelotez. Sigo con los actores. ¿Con los editores cómo te llevás?
MTA:
Con
los editores, lo mismo que cuando doy a leer a una o dos de mis amigas,
lectoras de todo lo mío y yo de todo lo de ellas, y lo mismo que he dicho
siempre que abría un grupo de corrección, de revisión de escritura: Ni tan
cerrado como para no aceptar nada sin rumiarlo, ni tan abierto como para tomar
lo que el otro dice sin pensar. Yo trabajo mucho, corrijo y reviso mucho, igual
tengo el oído atento si un editor me dice algo con respecto a la forma. No del
asunto. Si me dice algo que a lo mejor yo no vi… no me ha pasado pero… Tuve un
caso que voy a contar porque puede ser útil: siempre que he presentado un texto
me lo han aprobado, y cuando me han dicho que no, el libro ha hecho otro
recorrido. Como en el caso de El árbol de
lilas, que demoró en encontrar editor porque se trataba de un libro
ilustrado y en ese momento era costoso editar un libro así. Si el editor me
dijera, como en algún caso a veces me ha dicho para una edición de fuera de la
Argentina, si le poníamos “carro” en lugar de auto… en casos así busco yo una
variante, o puedo saltarle a la yugular a un editor español porque quiere poner
“melocotones” en lugar de “duraznos”, me puse como loca. (Risas). Yo reviso al
extremo pero tampoco soy sorda, no es por soberbia, pero tengo una conciencia
muy alta del oficio y también he ayudado a muchos a construir un oficio. Si un
editor me dice que en un momento se perdió con la lectura por alguna
característica del narrador, como me lo puede decir algunas de mis amigas, yo
lo escucho, lo escucho atentamente. Ahora, si no le gusta el cuento porque el
final es infeliz o por el tema, eso ya no, a eso oídos sordos. Las cuestiones
formales las atiendo, con mucha atención. Una sola vez me pasó, que un editor
me rechazó un texto (estoy agradecida a eso), me dijo que le gustaría editarme,
incluso me había pedido material, pero que lo que le ofrecía no le parecía logrado.
Y yo abandoné el texto, porque volví a él, era una nouvelle, y me pareció que el editor tenía razón. Hay que poner
mucha atención a las observaciones de los otros, pero nunca cambiaría algo para
que funcionara aquí o allá, algo relacionado con el “deber ser”, eso no, porque
lo que me interesa es la cuestión de las formas. Y la palabra.
MM:
Valiente
el editor…
MTA:
Antonio.
Antonio Santa Ana. Aparte, con amor me lo decía. Es que uno percibe si el otro quiere editarte
pero el texto no le gusta y si es alguien que tiene una experiencia muy fuerte
y es muy buen lector, bueno… creo que hay que escuchar, hay que considerarlo,
ver qué pasa. Eso fue antes de Veladuras.
Yo ya tenía muchos años de escritura, pero él tenía razón. Tal vez si yo
hubiera insistido…, el libro salía, pero no hubiera sido bueno que saliera.
MM:
Más
allá de que haya tenido razón, habla muy bien esta tentación de que sabés que
lo que presentás se publica. Si Antonio no hubiera tenido nada para decir, lo
publica.
MTA:
Por
supuesto que sí. Y eso habla muy bien de él. Frente a eso, yo podría haber
tomado otra postura y pensar que aunque él me decía que no, yo ya tenía una
nouvelle. Conozco gente que razona de esta manera, ofrezco a B, ofrezco a C,
ofrezco a D hasta que alguien lo saca. El lugar del editor es muy importante,
siempre que sea capaz de sostener un criterio más allá de cualquier otra cosa,
más que un criterio estético, una convicción acerca de la calidad de un libro. Eso es lo mismo para quien
escribe o para quien edita. O para quien elige un libro para llevarlo a su
grupo, sus alumnos, su taller, lo que fuere. Ser capaz de asumir las propias
elecciones y de llevarle al otro lo que uno realmente quiere, un libro en el
que cree. Edito lo que creo que vale la pena ser editado y no equis cantidad de libros por mes. Eso es
difícil. Es más fácil para un autor abstenerse que para el editor.
MM:
Sí.
Y además, defendiendo de alguna manera al que lo lleva a otro lado, también
tiene que ver la confianza que tenés en ese editor.
MTA:
Por
supuesto.
MM:
El
lunes pasado teníamos algunas simpáticas dudas con Lengua madre, y Los Manchados,
sobre todo con ese juego que hiciste con lo de la foto. Para los que no estaban
el lunes y no lo leyeron, en Lengua Madre se cuenta la búsqueda que hace una chica de
sus raíces y de su madre a través de las cartas que recibía. Eso es lo curioso
y es muy interesante. No lo que escribía la madre, sino lo que recibía. Muy
documentado. Y hay una foto muy simpática donde está Julia con el loco este,
Guerrero, y una mujer desconocida. Que es Tere. Eso es lo curioso. ¿Cómo sale
esta historia de la foto en Lengua Madre?
MTA:
La
novela, para mí, nace siempre tras una escena detrás de la que empiezo a ir.
Una escena que me interpela. Entonces empieza todo un camino. Por ejemplo, en
el caso de Lengua Madre, yo me mudé…
después de haber vivido años en una casa en Villa Allende, me mudé adonde vivo
ahora. En esa casa de Villa Allende creció la biblioteca, crecieron mis hijas,
muchas otras cosas. Cuando me mudo, y mudo los libros (lo más complicado de
mudar es la biblioteca), yo estaba en el que hoy es mi escritorio, en el suelo
con cajas de libros, y en un libro encuentro dos hojas de dos cartas distintas
que mi mamá me había escrito a mí en el año y medio que viví en Trelew, en los
años ’76 y ’77. Estaba por ese tiempo en una suerte de exilio interno. Yo no
estuve en ningún sótano, ni me pasó lo que a Julia, ni tuve una hija ahí ni
nada de eso, pero viví ese tiempo en Trelew. Encuentro esas dos cartas, me
acuerdo de la epifanía del momento, en el suelo con los libros… y me digo… una
novela de una mujer que hurga en las cosas de su madre y encuentra cartas.
Encuentra las cartas de su madre, me digo,
y enseguida viene una evidencia (yo digo “enseguida” pero pueden pasar
meses) si mira castas en la casa de su madre, no van a estar las cartas de la
madre, sino las que habrá recibido esa madre. ¿Y por qué miraría cajas en lo de
su madre?, me pregunto. Porque la madre murió. Revisa todo porque no conoce
mucho a la madre. ¿Y por qué no la conoce? Porque vive en otro lado, porque se
crió con la abuela… etc., así empieza a crecer ese mundo hasta que en algún
momento aparece la primera frase. El arranque. Tal vez una frase que después
uno elimina. Va naciendo una escritura. Yo escribo muy lento. A Lengua madre la fui escribiendo a lo
largo de cuatro años. Escribo, dejo,
vuelvo… no fuerzo la situación, y pocas veces me agarra una cosa que me toma
por completo, como en La mujer en
cuestión, el libro que escribí más rápido, me preguntan cómo hice para
investigar la vida de la mujer en cuestión, pero no investigué nada, todos son
recuerdos, una mezcla de registros de época en mi cabeza. En el caso de Lengua Madre, cuando ya estaba en el
proceso de escritura, empiezo a pensar que en esas cajas que las madres tienen
, siempre hay una cintita, un chupete viejo, gomoso…, fotos. No es que yo haya
fragmentado Lengua madre después, yo
la escribí así, la escribí en fragmentos, iba escribiendo y cada tanto ponía,
“aquí va foto”. Así fui imaginando escenas de fotos. Yo tengo una hija que hace
fotos. Desde que terminé Lengua madre
hasta que se publicó, pasaron otros cuatro años, yo sabía que si la novela se
editaba habría fotos, yo pensaba que mi hija Juana podía armar esas escenas.
Ella me decía que se podía hacer eso, o comprar en archivos de Internet fotos
de época. Fueron pasando los años, Mondadori aceptó la novela y dos años
después, cuando empezó el proceso de producción, y ahí tuve mi primer encuentro
con la editora. Le explicaba esto, de que podíamos comprar las imágenes a un
banco de fotos, o que mi hija armara escenas, tenía la idea de fotos medio
borradas, en blanco y negro. También hay una influencia de Sebald, un autor que
me gusta mucho, que toma fotos propias y las pone en situaciones no
autobiográficas, su novela, Austerlitz,
tiene en la tapa una foto del personaje, y si uno lee la biografía de Sebald
aparece una foto de él, de chiquito, que es la misma foto. Esas cosas. Le
explicaba a la editora las fotos que me imaginaba, y le estaba contando
imágenes que yo tenía, de mi archivo de memoria y entonces ella me pidió que le
mandara esas fotos. Yo tenía mis dudas, pero cuando volví a mi casa puse en un
sobre algunas fotos y se las mande, porque en medio de todo, sucedió algo más.
Cuando yo estaba casi terminando la novela, una vez fui a la casa de mis hijas
que en esa época vivían juntas, y vi la foto de una de ellas en la misma vereda
donde yo me había sacado cierta vez fotos con mi madre. Ella la había puesto en
un portarretrato y entonces pude ver esa circularidad de la vida. Algo que uno
ha vivido, se repite. Una foto en una de esas veredas de pueblo con los
mosaicos acanalados. Le mando a la editora las fotos, arman la maqueta, y
cuando viene el archivo para que lo revise, me asusta la exposición.
Finalmente, me entregué a eso, y creo que estuvo bien, porque las fotos
producen como una perturbación. Por
supuesto que hay una serie de transformaciones, mi marido me dice que lo puse
en el peor lugar. (Risas).
MM:
¿Guerrero
es tu marido?
MTA:
No.
Guerrero no sabe que está acá. A
Guerrero tenemos que ir a visitarlo. Es un amigo de mi marido que vive en
Chiloé. Pero él no sabe que está en Lengua
Madre. Tampoco lee mis libros (Risas). No, de mi marido tomé una foto de
infancia, es el chico del caballito, pero me dice que lo hago aparecer como el
que se fue y abandonó a la niña. No todas son fotos familiares, sólo algunas
pero están puestas al servicio de “la
ficción”, no son fieles a mi propia historia, a mi propia vida. Es ese juego que
tiene Lengua madre todo el tiempo,
entre la simulación de lo biográfico y la ficción.
MM:
Bueno,
nos quedan pocos minutos. Te hago una pregunta más porque se impone. ¿Está el
proyecto de que Julieta vaya a conocer a su padre a Suecia y de que se encuentren
en una tercera novela?
MTA:
No
sé. El deseo no me ha aparecido. A lo mejor aparece, pero no estoy tan segura.
Estoy con unos cuentos. Tiene que haber algo que me despierte. Nunca va a
ser mi cabeza sola la que diga que sí.
MM:
El
deseo de los lectores que queremos saber qué pasa… (Risas).
MTA:
No
sé…
MTA:
A
ver… ¿qué les leo? ¿Quieren que les lea un poema? Pensaba en “Visita” que es
uno que recuerdo siempre. Voy a decirles dos. Uno, con un motivo que se repite.
Ese muchachito que está acá en las fotos, mi marido… está en una foto que a los
efectos de la novela recorté. Se ven el cuello y la cabeza del caballo. Pero la
foto verdadera (él se crió en el campo), es una foto de un caballo, él está
tirando de las riendas, y arriba están su hermano, su sobrino, y detrás (y eso
fue lo que me interesó de la foto), escondida está la mamá. Esto de las madres
sosteniendo a los niños. La mamá no se ve arriba. Pero se ven sus piernas
debajo del caballo. De esa foto salió “Instantánea
con caballo”, que es el único poema
de Kodak que no es un recuerdo mío
sino que parte de una foto de él cuando era chico, una foto que hay en casa.
Instantánea con caballo
Tu cuerpo de muchacho
tira las riendas: la pierna
avanza y es bonito el caballo,
te diría, con su pelaje oscuro.
Tal vez sea una yegua mansa
porque hay niños sobre el lomo,
sin cabalgadura. Tu hermano
se ha vuelto hacia el fotógrafo
y están los otros en el cogote
y en la grupa.
Es una foto de blanco
y negro, con los bordes ajados,
te diría (causa gracia esa remera
de banlon, sobre los pantalones
nuevos). Tu madre, escondida
tras los niños, sostiene todo.
Veo las piernas y la pollera;
es su fuerza lo que miro,
te diría.
Tu cuerpo de muchacho
tira las riendas: la pierna
avanza y es bonito el caballo,
te diría, con su pelaje oscuro.
Tal vez sea una yegua mansa
porque hay niños sobre el lomo,
sin cabalgadura. Tu hermano
se ha vuelto hacia el fotógrafo
y están los otros en el cogote
y en la grupa.
Es una foto de blanco
y negro, con los bordes ajados,
te diría (causa gracia esa remera
de banlon, sobre los pantalones
nuevos). Tu madre, escondida
tras los niños, sostiene todo.
Veo las piernas y la pollera;
es su fuerza lo que miro,
te diría.
También tiene que ver
con esa cosa de las mujeres sosteniendo la vida de los otros. (Aplausos). Y en
estos días también diría el poema “Visita”, que es un poema a mi madre que está
muy viejita ahora. Es un poema que escribí en los años ’90. Yo estaba muy
enojada con el gobierno en esa época. Hago esta aclaración, en estos días. Muy
enojada. Y ahí en ese poema siento que hay varias cosas: está la falta de mi
hermana, está la vida familiar, el encuentro con mi madre, mi enojo con la
situación política y el neoliberalismo de los ’90, y está la inmigración. Mi
papá era un inmigrante y mi mamá era hija de inmigrantes. Ella sí se sentía
libre de criticar el país o lo que fuere, pero mi papá, siempre sintió que
vivía aquí “de prestado”. Yo siempre me sentí con derecho a criticar. Y siento
que un inmigrante es eso, alguien que no tiene derecho todavía a decir lo que
piensa:
Visita
Hoy vino mi madre a visitarme
y caminamos las dos por estas calles.
Hablamos de mi hermano,
de los hijos, de las chicas del Sur,
de mi cuñado. Otra vez yo critiqué
al gobierno y ella dijo otra vez
"¡Es un país tan grande!". No quiere
que me queje: "¡Este país generoso
recibió a tu padre!" y rodamos las dos
hacia una zona de tristeza, en silencio,
hasta que se detiene y dice: "Ayer
hice dulce de duraznos" y yo digo
que hablaron de mi libro
en el diario.
Hoy vino mi madre a visitarme
y caminamos las dos por estas calles.
Hablamos de mi hermano,
de los hijos, de las chicas del Sur,
de mi cuñado. Otra vez yo critiqué
al gobierno y ella dijo otra vez
"¡Es un país tan grande!". No quiere
que me queje: "¡Este país generoso
recibió a tu padre!" y rodamos las dos
hacia una zona de tristeza, en silencio,
hasta que se detiene y dice: "Ayer
hice dulce de duraznos" y yo digo
que hablaron de mi libro
en el diario.
Gracias.
(Aplausos).
Gracias a Mario. Gracias
a todos ustedes.
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