La Guerra Civil Española en la literatura

En recuerdo del ochenta aniversario del inicio de la Guerra Civil Española, Libro de arena publica un comentario acerca de este acontecimiento que involucró no solo la destrucción, las pérdidas humanas y el exilio en masa de un pueblo, sino también un legado cultural y artístico que lo ha sellado a fuego en la memoria.


Esta semana se conmemora el aniversario por los ochenta años del estallido de la Guerra Civil Española. El conflicto llevó al poder a Francisco Franco, que encabezó una dictadura hasta su muerte, ocurrida cuando faltaban meses para que se cumplieran los cuarenta años de esa llegada, a hombros del millón de muertos que dejó la Guerra.
La Guerra Civil produjo además un enorme exilio cultural. Poetas, novelistas, filósofos, editores, huyeron de España para establecerse en diferentes ciudades de Europa y América Latina (sobre todo México y Buenos Aires).
Otros no tuvieron la suerte de poder escapar, y murieron en la Guerra o en las cárceles de Franco. Uno de los más representativos de este último grupo es, sin dudas, Miguel Hernández, quien murió de tuberculosis en el penal de Alicante el 28 de marzo de 1942. Mientras estaba preso, Hernández recibía las cartas desoladoras de su mujer, Josefina Manresa, que le contaba que lo único que tenía para comer, antes de amamantar, era pan y cebolla. A ese hijo, que tampoco sobrevivió a la Guerra, le dedicó el poeta las bellísimas “Nanas de la Cebolla”, con las que Libro de Arena abre esta semana dedicada a la conmemoración y el recuerdo de las víctimas de la Guerra.


NANAS DE LA CEBOLLA
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan lato,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.


Comentarios

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia

"El libro", un cuento breve de Sylvia Iparraguirre