La luna con gatillo

En el ochenta aniversario de la Guerra Civil Española Libro de arena publica un poema del escritor argentino Raúl González Tuñón


La literatura argentina también registró la tragedia de la Guerra Civil Española. Raúl González Tuñón había vivido en Madrid, y había compartido con otros poetas latinoamericanos y españoles, la experiencia de la revista Caballo Verde, que dirigía Neruda.
Cuando estalló la Guerra, Tuñon estaba nuevamente en Buenos Aires, pero se mantenía en contacto con sus colegas de España y regresó a  Madrid a comienzos de 1937, como corresponsal del diario Crítica.
Se estaba formando por esos años, con el apoyo del Partido Comunista, la figura del intelectual “comprometido”. En su referencia a la actitud militante del intelectual, Tuñón cita textualmente a Jacques Roumain, y sostiene que: “Hay momentos en la historia del mundo en que la poesía deviene en un arma, puede y debe convertirse en un arma.”.
En ese viaje, González Tuñón visitó distintos frentes, estuvo en contacto con combatientes españoles y de las Brigadas Internacionales. Incluso tuvo trato con Hemingway a quien define como “un notabilísimo escritor pero un hombre muy frívolo”, en el libro en el que se publican como si fueran una larga charla, las entrevistas con Horacio Salas que tuvieron lugar entre los meses de enero y junio de 1973.
El resultado de ese contacto con la Guerra Civil Española, en el caso de Tuñón, fue la publicación del libro La rosa blindada. Acaso el poema que condensa mejor su postura estética frente a la realidad bélica que empezó en España y continuó por el resto de Europa sea su famoso poema, “La luna con gatillo”, publicado en 1939, entre fines de una guerra y comienzos de otra.


La luna con gatillo
Es preciso que nos entendamos.
Yo hablo de algo seguro y de algo posible.
Seguro es que todos coman
y vivan dignamente
y es posible saber algún día
muchas cosas que hoy ignoramos.
Entonces, es necesario que esto cambie.

El carpintero ha hecho esta mesa
verdaderamente perfecta
donde se inclina la niña dorada
y el celeste padre rezonga.
Un ebanista, un albañil,
un herrero, un zapatero,
también saben lo suyo.

El minero baja a la mina,
al fondo de la estrella muerta.
El campesino siembra y siega
la estrella ya resucitada.
Todo sería maravilloso
si cada cual viviera dignamente.

Un poema no es una mesa,
ni un pan,
ni un muro,
ni una silla,
ni una bota.

Con una mesa,
con un pan,
con un muro,
con una silla,
con una bota,
no se puede cambiar el mundo.

Con una carabina,
con un libro,
eso es posible.

¿Comprendéis por qué
el poeta y el soldado
pueden ser una misma cosa?

He marchado detrás de los obreros lúcidos
y no me arrepiento.
Ellos saben lo que quieren
y yo quiero lo que ellos quieren:
la libertad, bien entendida.

El poeta es siempre poeta
pero es bueno que al fin comprenda
de una manera alegre y terrible
cuánto mejor sería para todos
que esto cambiara.

Yo los seguí
y ellos me siguieron.
¡Ahí está la cosa!

Cuando haya que lanzar la pólvora
el hombre lanzará la pólvora.
Cuando haya que lanzar el libro
el hombre lanzará el libro.
De la unión de la pólvora y el libro
puede brotar la rosa más pura.

Digo al pequeño cura
y al ateo de rebotica
y al ensayista,
al neutral,
al solemne
y al frívolo,
al notario y a la corista,
al buen enterrador,
al silencioso vecino del tercero,
a mi amiga que toca el acordeón:
-Mirad la mosca aplastada
bajo la campana de vidrio.

No quiero ser la mosca aplastada.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
No quiero ser abeja.
No quiero ser únicamente cigarra.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre
y no quiero ser, jamás,
una mosca aplastada bajo la campana de vidrio.

Ni colmena, ni hormiguero,
no comparéis a los hombres
nada más que con los hombres.

Dadle al hombre todo lo que necesite.
Las pesas para pesar,
las medidas para medir,
el pan ganado altivamente,
la flor del aire,
el dolor auténtico,
la alegría sin una mancha.

Tengo derecho al vino,
al aceite, al Museo,
a la Enciclopedia Británica,
a un lugar en el ómnibus,
a un parque abandonado,
a un muelle,
a una azucena,
a salir,
a quedarme,
a bailar sobre la piel
del Último Hombre Antiguo,
con mi esqueleto nuevo,
cubierto con piel nueva
de hombre flamante.

No puedo cruzarme de brazos
e interrogar ahora al vacío.
Me rodean la indignidad
y el desprecio;
me amenazan la cárcel y el hambre.
¡No me dejaré sobornar!

No. No se puede ser libre enteramente
ni estrictamente digno ahora
cuando el chacal está a la puerta
esperando
que nuestra carne caiga, podrida.

Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para que esto cambie de una vez.



Comentarios

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia

"El libro", un cuento breve de Sylvia Iparraguirre