Martín Blasco: "Ojalá que desaparezcan todas las razas y nos mezclemos todos con todos."
La escritura, sus detalles, las colecciones y los pedidos de las editoriales y todo lo que hace a la producción de literatura, pero también las desviaciones de los encargos, el incumplimiento de las consignas y la construcción del mundo propio hablan de la identidad de un autor. La charla con el escritor Martín Blasco se centró en la novela La oscuridad de los colores, a propósito del tema de la inmigración que abordan los encuentros con autores de literatura infantil y juvenil. La entrevista se llevó a cabo en el Café Vichenzo de Chacarita, el lunes 6 de junio pasado. Libro de arena publicará la segunda parte el viernes de la semana próxima.
MM: Buenas tardes. Acá estamos, en Vichenzo, en Maure y Córdoba, el mejor café de la zona de Chacarita, porque se cortó la luz (en un esfuerzo de producción para presentar La oscuridad de los colores), de Martín “Piedra” Blasco.
Martín Blasco: Te juro que no lo hago a
propósito.
MM: Vamos a “enseriarnos”. Martín
Blasco nació en Buenos Aires. Cursó el secundario en el Normal nº 1, y en
Instituto Vocacional de Arte Labardén. ¿EL de Constitución?
MB: Hice dos años en Parque
Chacabuco y dos en Constitución.
MM: Luego estudió dirección y
guión de cine. ¿Dónde?
MB: En la escuela de cine Cievyc, San Telmo.
MM: Trabajó como guionista y
productor en varios programas de televisión en Telefé, Canal 9, Canal 7 y en la
señal educativa Encuentro, que es lo que lo salva.
MB: No vas a hablar de los más
vergonzoso, que es de donde, naturalmente, te conozco.
MM: Su primer libro fue Maxi Marote, que acá lo tengo. Una
pequeña y muy linda colección de cuentos que abreva en Goscinny, El pequeño Nicolás…
MB: Directamente, es de esa
escuela, sin querer ser una copia.
MM: Para nada. Incluso leí en una
serie de 15 de preguntas que te hizo Natalia Méndez en la web, que una de las
cosas que te hace feliz es Goscinny…
MB: Me encanta Goscinny, me
encantan Asterix, Lucky Lucke, me
encanta El pequeño Nicolás, y sí, me
pone de buen humor agarrar un cómic de él, me levanta el ánimo. La pregunta era
esa, ¿qué cosas te levantan el ánimo? Y yo dije que los Pixies y Goscinny.
MM: Después de Maxi Marote vinieron Cinco problemas para Don Caracol, El misterio de la fuente, Vidas piratas, Las monedas mágicas, XVZ: archivos ultrasecretos, XVZ: plan de conquista mundial y las novelas juveniles El bastón de plata y En la línea recta. Esta última fue seleccionada para el White Ravens, y ha sido traducida, ¿no?
MB: Al alemán.
MM: Y que es una bellísima novela.
El que no la leyó debe leerla porque es excelente. Y hace poco, La oscuridad de los colores. ¿Qué libro
me estoy olvidando?
Asistente: Los
extrañamientos
y Los desafíos de Don Caracol.
MM: Los
extrañamientos
es otra muy buena novela, pero hoy nos reunimos para hablar de La oscuridad de los colores, porque la
excusa del encuentro es la inmigración. Y esta novela en el límite, que podría
ser tranquilamente una novela policial para adultos, y no de LIJ, se sitúa en
dos momentos históricos: 1885 y centralmente en 1910. Es el Centenario, ese
momento tan particular de la historia argentina, en el que nos visitó
encumbrada gente de todo el mundo (reyes, príncipes herederos y demás) y de
donde sale (me enteré la otra vez en un cuento de Agustina Caride), la frase de
“alquilar balcones”. En la Avenida de Mayo se alquilaban los balcones para ver
los desfiles del Centenario, que fue algo muy fastuoso, pero que a la vez tenía
un paralelo de pobreza y de marginalidad, que era sobre todo la gran
inmigración. En este ámbito, La oscuridad
de los colores desarrolla una historia policial. Y la relaciono fuertemente
con los inmigrantes por esto. El científico que es uno de los protagonistas,
para hacer su experimento rapta a cinco hijos de inmigrantes que son, como lo
decís, “presas fáciles”. Nadie de la Policía se preocupa demasiado por un árabe,
un ruso, un francés, un español o un italiano, que son las cinco parejas de
padres, que vienen a denunciar que sus hijos de meses han sido raptados. Son
bebés. ¿Cómo surge la idea de ambientar tu novela en 1910, y cómo surge la idea
tan extraña de esta novela?
MB: Sinceramente, en el 2009 nacen
muchas colecciones para festejar el Bicentenario. Y Antonio Santa Ana me pidió
que escribiera una novela para ese festejo. La
oscuridad de los colores no es muy festiva. La verdad es que cuando él me
dijo eso, yo no tenía ni idea, y con los encargos me pasa un poco eso. No soy
bueno para escribir “un libro sobre la inmigración”. Lo más probable es que lo
intente y que después haga cualquier otra cosa. No soy bueno para las
consignas. No es que me parezca mal escribir agarrando un tema, me parece que
está buenísimo si te sale. A mí no me sale. No me funciona así la cabeza. En
este caso, la idea era Bicentenario. Pensé en qué podía escribir sobre eso y
empecé a leer libros de 1810 y 1910. Sabía que no quería hacer algo con un
personaje histórico, porque me imaginé que muchos libros iban a ir para ahí, y
empecé a entusiasmarme con 1910, que es una época alucinante en Argentina y en
el mundo. Creo que debe ser uno de esos años claves. Tenés el nacimiento del
psicoanálisis, el nacimiento de todas las vanguardias políticas (comunismo,
nazismo, socialismo), tenés el cambio fuerte en todas las artes. Tenés a
Kandinsky, a Picasso, a Stravinsky… es como que todas las áreas del pensamiento
humano se permitieron decir: “Vale todo. A la mierda la tradición. Todo va ser
desde cero. En el arte se va a dibujar desde cero, en la música se puede hacer
música sin respetar las escalas, en política pueden pensarse nuevas formas”. Y
Argentina en 1910 es parte de eso también. Porque es un nuevo país. Es un nuevo
proyecto de Nación medio inventado. Por esto de traer a los inmigrantes a un
lugar en el que no había nada. Entonces empecé a jugar con esta idea del
experimento. Por un lado esta expectativa por la nueva humanidad, el nuevo
mundo y lo genial que va a ser todo (que creo que es el espíritu general de
1910), y por otro lado lo que iba a venir que es el siglo XX. Diez años después
empieza la oscuridad de todo eso. En 1910 es la efervescencia. Todo va a ser
genial. Y después el siglo XX termina siendo quizá el más violento de toda la
historia. Uno de los momentos en el que pasan las cosas más terribles de la
humanidad. Para festejar el Bicentenario de la Patria no era. Y además cuando
empezó 2010 yo estaba por la mitad de la novela. A la editorial entonces, no le
servía… Yo trato de cumplir. Como hoy. Yo vengo. (Risas). Se complican las
cosas y terminamos en un bar. No es porque yo lo quiera. Y con la novela pasó
eso. Pero fue interesante también ver cómo cuando fracasás en algo, más te
encaprichas. Y los cinco años siguientes ya no me importó lo del Bicentenario.
Sólo quería terminar la novela, que fue creciendo y creciendo.
MM: ¿La idea del científico y la
búsqueda fue la original?
MB: La idea del científico la
tenía desde hace mucho. Y empezó a crecer alrededor del Centenario. Por un
lado, Argentina está festejando el Centenario. Por el otro, pasa eso. Nunca hay
una compulsión simbólica de “cómo se relaciona esto con esto”. Para mí se
relaciona de la forma que dije recién. Me parece que en esa cosa del crisol de
razas había una cosa experimental, y
obviamente, lo que hace este tipo es otra cosa, algo terrible. Empecé a
escuchar música de 1910, a meterme mucho con ese año. Me gustan mucho las
novelas como Frankenstein, o las de
Stevenson. Y se me empezó a meter en la cabeza hacer una novela que tuviera ese
aire y aprovechara el 1910 estilísticamente. Y un científico loco va perfecto
con esa época.
MM: Hay una cosa interesante entre las muchas que decís. Y es que en medio de este “crisol de razas”… (Y esto está en Andrea Ferrari con el libro sobre la inmigración de los africanos o Seba Vargas con sus tumikes…). En 1910 es la llegada de la “Gran Inmigración”. Ahí es cuando el país se transforma en el crisol de razas. Y empieza a circular el mito de que somos súper abiertos, y recibimos con los brazos abiertos, valga la repetición, a los inmigrantes de todo el mundo. En tu novela está claro que no es así. Y me gustaría saber dónde encontraste la certeza de que no es así. Porque no es fácil. Si vos le preguntás a cualquier hijo de vecino te va a decir que acá se recibió a los italianos, a los españoles y a los demás…
MB: No es que eso sea mentira. Y
si me preguntás te diría que la idea del crisol de razas es hermosa y que es el
futuro. Ojalá que desaparezcan todas las razas y nos mezclemos todos con todos.
Pero cuando escribo, siempre está esa cuestión de lo políticamente correcto,
como algo que puede ser un peligro. Y para evitarlo, la mejor manera es
cuestionarse. Y eso también implica esas cosas. Yo soy hijo de españoles e
italianos. Típico argentino promedio. Y está bueno ver esto del crisol de razas
de una forma completa. Ni como algo positivo ni como algo negativo. Salir de
esa visión. Tampoco es que pensé en decir: “Acá los inmigrantes la pasaban
súper mal o súper bien”. Yo estoy tratando de hacer una novela sobre una
especie de monstruo. Y nosotros somos ese monstruo. Yo también soy hijo de ese
experimento. Siempre busco al monstruo adentro, en uno mismo. Buscarlo afuera
es fácil.
MM: Es una lectura posible la del
paralelo de los cinco monstruos que crea… En realidad cuatro. El otro es el
monstruo promedio.
MB: Que a su vez son “los buenos”.
MM: Sí, son los buenos pero con un
matiz oscurísimo.
MB: No hay buenos ni hay malos en
la novela, como me parece que siempre es mejor que suceda. No son buenos ni son
malos, la novela no los castiga, ni tampoco los enaltece, solo que todo es muy
terrible. Me parece que siempre es bueno no caer en blanco o negro.
MM: Si hay algo que la novela no
es, justamente, es blanco y negro. Está llena de matices y se agradece.
Belén Torras: Pensaba que en la época
también circulaba la idea del fin del mundo. En 1900, a llegada del cometa
Halley se había asociado con ese fin de
todo, y estaba la idea de que el mundo se había salvado por un pelito.
Sebastián
Vargas: Ese
año la clase política quería tirar la casa por la ventana y mostrarle al mundo
que éramos una nación pujante. En ese sentido, todo lo que quedaba feo se metía
debajo de la alfombra. No se veían los pobres, los reclamos de derechos
laborales de los anarquistas…
MB: A mí me gustaba mucho la idea
de “lo experimental”, que ese año fue algo muy fuerte en música, en pintura, en
teatro, en danza… 1910 es el año de todas las vanguardias. Me gustó llevar eso
al extremo, en un experimento con gente.
MM: Una cosa que hoy es impensable
pero que en esa época (pocos años antes del nazismo) no era tan inverosímil,
era esta mirada científica terrible que es la que tiene el científico de la
novela. Hay una cosa que hoy no nos suena posible, pero que podía ser pensable
en 1910.
MB: Si la novela estuviera
ambientada en la actualidad, sería un experimento en Genética, sería otra cosa.
Yo no encontré en 1910 un caso que fuera específicamente como este, pero sí
muchos libros que andaban por ahí. Si leés los comienzos de la psicología,
están llenos de ideas así de directas: hay que criar a la gente de tal manera.
Ese tipo de cosas que quizás ahora están más resueltas. Pero en ese momento, un
experimento como el que plantea la novela era muy probable.
MM: Es incluso la mirada de la
antropología de la época. Este hombre se permite trabajar con “el otro
cultural”, como si fuera inferior. Toma cinco pibes de los inmigrantes como
Levi Strauss estudiaba a los indios… Y hablando de lo políticamente correcto,
¿qué respuestas has tenido con esto de estar tan en el límite, casi cayéndote?
MB: Creo que como pasa siempre,
menos problemas de los que uno creía que iba a tener. Creí que no iba a ser una
novela que pudiera leerse en los colegios. Por mucho tiempo pensé que era para
adultos. Después me di cuenta de que había nacido como juvenil y que era
juvenil en espíritu, que en algún lugar tiene una cosa como de X-Men. Me di cuenta de que a un chico
podía gustarle. Entonces por un lado me parecía juvenil porque un chico se
engancharía, y por otro me parecía que no lo era porque no iba a entrar en los
colegios. Que es parte de nuestro tema hoy. Cuando hablamos de literatura
infantil y juvenil, no hablamos solo de literatura para determinada edad. Por
lo menos en Argentina hablamos de determinada edad y de determinada
instrucción. Si no fuera por los colegios nuestros libros tendrían una
circulación mínima. Es la verdad. Llegó un punto en el que para mí era una
obsesión de muchos años esta novela. Me parecía que no terminaba de ser para
adultos, y que había que sacarla en juvenil y ahí Laura fue la que asumió el
riesgo. Sacarla en Juvenil y si no entra en los colegio, que no entre. Y en
todo caso en unos años desaparecerá y yo la pasaré a adultos… Y no… Los
colegios reaccionaron muy bien. Obviamente lo leen los grados más avanzados.
Pero no hubo problemas.
MM: Incluso por impacto, de
entrada apareció en los listados de las más vendidas.
MB: Sí, es una novela a la que le
va muy bien por suerte.
SV: ¿No tuviste cartas?
MB: No tuve cartas de lectores
enojados ni nada. Acá entre nosotros, creo que la novela tiene una cosa con lo
de 1910, que hace que la violencia que tiene y lo ambiguo, (porque los
protagonistas son tan crueles como los otros), vaya todo en el mismo paquete.
Si no fuera así, quizá en las escuelas habrían dicho: “Epa, esto es muy violento”.
La novela es violenta. Pero creo que hay cierta cosa de novela neoclásica, muy
trabajada desde lo estilístico y con elementos cinematográficos. A mí no me
interesa regodearme en la oscuridad. De hecho, creo que todas mis novelas son
más bien luminosas. Parte de la cuestión es que la novela está escrita y
tratada como si fuera fantástica. Todo el tiempo hay un tratamiento que hace
que sea una novela fantástica. Es todo muy irreal, entre la hipnosis y el
hombre perro, hay una cosa que creo que la hace juvenil, y que también
amortigua la violencia.
MM: Es cierto. El clima fantástico
diluye. Además de la pátina de los cien años atrás.
MB: Exacto. Por un lado está lo de
la época, y por otro el tratamiento de novela fantástica.
MM: Dijiste un par de cosas que me dan pie. “Tratamiento” es una palabra muy asociada al cine. Vos decís que hay una influencia que yo como lector descubro en el ritmo y en lo visual de tu prosa. ¿Vos ves esa influencia?
MB: Yo estudié cine y me encanta.
El cine, la música y la literatura son las tres cosas en las que vivo sumergido
a diario. Y el cine sigue ocupando un lugar muy importante en mis gustos y en
mi formación. Me parece que la literatura es capaz de ser más cinematográfica
que el cine. Eso es lo que me gustaría o lo que intento. No en el sentido de
que podría hacerse una película, (ponele que también) sino en que la literatura
vampiriza los otros medios, agarra las herramientas del cine y las use con más
cinematografía todavía. La literatura hace eso todo el tiempo. Agarra el teatro
y es más teatro que el teatro. Agarra la poesía y lo mismo (en el caso de la
novela, un género que está creado para agarrar todo).
MM: La materia de la literatura es
más maleable.
MB: Y no tenemos problemas de
presupuesto.
MM: Tal cual. Mirá si no. Se corta
la luz y acá estamos. Lo otro que dijiste es que aunque el tratamiento sea
fantástico tiene una cosa muy clásica. Y en la entrevista que te hice para Uno y tres hablabas de tus influencias.
Una de ellas, Stevenson.
MB: Sí. A mí me pasó algo raro con
esta novela, que por eso me costó mucho. Cuando me pongo a escribir una novela
nueva me gusta mucho el desafío. Si me decís que haga otro Maxi Marote, no me pasa nada, porque ya hice uno. Me dan ganas de
hacer otras cosas. Principalmente porque tengo la suerte de estar aprendiendo a
escribir y publicar. Y cada novela, para mí es como agarrar una herramienta
narrativa que antes no tenía. Aprender a hacer algo nuevo. A mí como lector me
encantan las novelas clásicas, pero como escritor miro para otro lado. En mis
libros no hay un estilo clásico. Tampoco había hecho nunca un thriller. O algo de suspenso. Y por eso
me costó. No era natural para mí.
MM: ¿Cuánto tiempo estuviste?
MB: Empecé en el 2009. Con todo,
la terminé y se publicó en 2015. Pero debo tener tres veces más páginas
escritas. No sabés la cantidad de cosas que tiré. Porque no me salía. Venía de
escribir en primera persona, con mucho humor y sobre personajes más cercanos a
mí, no te digo que fuera algo autobiográfico, que nunca hice, pero siempre
jugando con esos límites. Nunca una cosa
como esta que en muchos aspectos es todo lo contrario de En la línea recta o de Los extrañamientos. Es muy probable que
en el futuro yo escriba más para el lado de estas dos últimas novelas. No sé si
ahora tengo ganas de escribir otra novela clásica o un thriller. O no sé, continué las dos líneas. Pero quería hacerlo al
menos una vez.
MM: Pero eso es bueno y es
arriesgado como propuesta de artista. La búsqueda, la experimentación. Porque
pasaste de un lugar en el que te sentías cómodo y seguro, Si bien sos muy
jugado, porque en En la línea recta
sos muy jugado cuando tratás lo biográfico, salirte del lugar de comodidad en
una búsqueda así, es un riesgo. Aún más, cuando contás que ahora estás
emprendiendo una búsqueda completamente diferente.
MB: Sí. Ahora estoy con una
especie de trilogía de ciencia ficción. Vamos a ver en qué termina. Todavía no
pienso mucho en términos de “hacer una obra” o en “buscar un estilo”. Trato
hasta de escribir distinto en el largo de las oraciones, manejo de la puntuación,
los adjetivos, todo. Trato de probar algo diferente a lo que hice antes. Para aprender. Algún día, cuando esté
viejito, voy a poder hacer un libro que tenga el humor de Maxi Marote, el suspenso de La oscuridad de los colores… voy a poner todo en uno solo. De momento, me divierto más
pensando en si soy capaz de hacer algo, si me saldrá. Probar y probar, y que no
me salga y no me salga, hasta que me salió.
MM: Hay una actitud muy sana en
eso, porque no sos un adolescente que está empezando a escribir.
MB: Me estás diciendo viejo…
(Risas).
MM: Tenés tus añitos, no te hagas
el pendejo. (Risas). Tenés diez o doce libros publicados, tenés libros
premiados y decís (y creo que lo decís
con honestidad), que buscás seguir aprendiendo…
MB: Es que no tenía ni idea.
Cuando escribí el primero, Maxi Marote, tuve la suerte de que saliera y de que
funcionara… Yo no sabía nada de literatura. Toda la vida fui muy lector, pero
no es que estudié y luego escribí.
Escribí, empezó a funcionar y tuve que aprender. Podría sentarme, podría
ir a talleres (lo probé). Pero para mí, la única manera de aprender es
escribir, y probar y probar. No sé qué puedo hacer o qué no, hasta que me
siento y lo pruebo. Y también hay algo bueno que tiene la LIJ, y es que no hay tanta presión con que construyas
una obra. Yo ya tengo mis años y tengo un par de libros y todo eso. Si La oscuridad… sale y funciona, no me van
a putear porque sea diferente a En la
línea recta. Si estuviéramos en adultos, quizá sí. En LIJ se permiten más
esos pasajes.
MM: ¿Escribiste guiones de
largometraje para cine?
MB: Se estrenó uno este año, Caída del cielo. En la línea recta nació también como guión.
MM: ¿Lo vas a presentar?
MB: No. Ese es uno que me gustaría
dirigir a mí.
MM: ¿Vos hiciste la carrera
integral de cine?
MB: Yo estudié Dirección. Tenían clases de Guión también. Pero yo
estudié la carrera de Dirección.
MM: ¿Qué pasó con el guión de En la línea recta?
MB: Primero fue un corto,
malísimo, cuando yo tenía dieciocho o diecinueve años. Después agarré el guión
y lo cambié todo. Y sería bueno que en un futuro pudiera ser película. Pero es
un quilombo hacer una película.
MM: Sí. Ese es un buen título
posible para esta entrevista. “Hacer una película es un quilombo. Por eso escribo.”
(Risas).
MB: Es un montón de plata. Además
la naturaleza odia al cine. Prendés un farol y empiezan a estallar las
cosas… Siempre hay cosas por las que el
cine es más difícil que lo que tendría que ser. Así que no. El cine es muy
complicado.
MM: Así y todo, alguna vez te
gustaría llegar a dirigir En la línea
recta…
MB: Me gustaría hacer tantas
cosas…sí, me gustaría. Me gusta la idea de pensar una historia desde las
imágenes. Pensar plano, contra plano… ese tipo de cosas que son las que estudié,
me gusta. Y me encantaría dirigir una película. Lo que pasa es que me gusta más
esa parte, que en pensar en tratar con veinte o treinta personas.
MM: Hace falta una cierta apertura
social, ¿no?
MB: Sí, una habilidad, mucha
perseverancia. Los escritores somos más bravos por lo general.
MM: Sí, más metidos para adentro…
MB: Más metidos para adentro y más
bravos. (Risas).
Asistente: Ese podría ser otro título…
MM: “Los escritores somos más
bravos”, sí… Algunos más que otros.
MB: No me mires… (Risas).
MM: No, no. Está bien. ¿Y la
música? Porque la mencionaste de entrada y sé que anduviste por ahí…
MB: Es que uno con los años te da
cuenta de que tenés más habilidad para una cosa que para otra. Yo creo que para
inventar historias me las rebusco bastante bien. Tengo más facilidad que para
otras cosas de la vida. Hay otras cosas en las que soy un desastre.
Belén Torras: Vos escribiste una novela, que es La leyenda del calamar gigante, y te ocupaste de hacerle toda la música al libro. Está hecha con un karaoke para que los chicos puedan cantar sobre eso, y hay otra versión que es una especie de Drácula cantado, así que no mientas, Blasco.
MB: No lo escuchó nadie… (Risas)
MM: ¿De dónde lo sacaste? ¿Están
en You Tube?
BT: La
leyenda del calamar gigante,
es el libro que él escribió y que está en Norma. Si no me equivoco en la
Colección Azul…
MB: Es como un musical sin pasar
por el escenario. Tenés el libro y si querés tenés las canciones (gracias por
mandarme al frente), en la página de Internet de la editorial.
BT: Está bárbaro porque en las
escuelas las maestras toman el libro y ya tienen hecho todo el laburo del año.
MB: Es sobre un chico que está en
coma. Pero es de humor. Al final se despierta.
BT: El chico piensa que es un calamar
en el fondo del mar, y hace todo un juego de imaginación en su cabeza, es muy
divertido.
MB: Sí, bueno… con la música me di
el gusto de hacer eso, tuve una banda también. Cada tanto toco con amigos, pero
me cuesta más. A la guitarra le puse mucho más empeño que a la escritura y toco
mucho peor la guitarra de lo que escribo. (Risas).
MM: ¿Y cantás también?
MB: Ahí, en la del calamar, sí,
porque no había otra forma de hacerlo. Cuando teníamos banda no. Cantaba una
amiga y yo le hacía coros y esas cosas.
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