Martín Blasco: "El cine, la música y la literatura son las tres cosas en las que vivo sumergido a diario."
La segunda parte de la entrevista
a Martín Blasco continúa la conversación acerca de la inmigración como tema y problemática en relación con la obra del autor. El escritor se refirió a las técnicas que emplea para trabajar, a las estrategias de escritura y el planeamiento de la producción paso a paso, así como también al trabajo en colaboración. Antes de despedirse leyó un fragmento de una novela inédita, Todas las tardes de sol. La charla tuvo lugar en el Café
Vichenzo de Chacarita, el lunes 6 de junio y formó parte de los "Encuentros con autores de literatura infantil y juvenil" que coordina Mario Méndez.
MB: Una cosa antes de empezar con
lo de la novela. Yo sé que cuando me invitás a charlas lo hacés más por cariño,
porque los libros de Andrea y de Sebas son bien sobre el tema de la
inmigración, pero el mío hasta ahí. Pero
lo que me gustó, lo que es genial cuando pasan estas charlas, fue que vos me
dijiste y empecé a encontrar inmigración en mis libros por todos lados. En El misterio de la fuente el protagonista
es un turco inmigrante, en Maxi Marote hay un chico de Laos y otro de Uruguay, y en la novela en la que
estamos trabajando con Andrea, es una chica de la colectividad china, que un
día sube al subte y le roban el celular. Y a partir de ahí son dos historias en
paralelo. La que carga con la inmigración en este caso es Andrea, porque ella
escribe la parte de la china y yo escribo la del ladrón. Pero la verdad es que
yo estoy muy contento con el resultado. No sé qué habrá dicho ella, calculo que
algo parecido. Salió muy fluido. Ella es diez millones de veces más rápida y
más responsable que yo.
MM: Lo dejó entrever…
MB: Qué raro… (Risas). Si fuera un
juego de ping pong… ella mandaba su parte y yo estaba tres o cuatro días.
Asistente: Dijo que empezó otro libro…
MB: Se aburría. (Risas). Lo que a
ella le lleva una semana, a mí me lleva un mes. Pero aun así, me tiene
paciencia, y a mí me gusta mucho cómo está quedando el libro.
MM: ¿Está bastante avanzado?
MB: Ya estamos en los últimos dos
capítulos. En mi parte, lo más lindo fue eso de escribir un ladrón evitando
todas las posibles metidas de pata con lo políticamente correcto, y creo que el
ladroncito es un personaje más que interesante. Más allá de que es un personaje
adulto…
MM: Ah, yo pensé enseguida en un
pibe.
MB: No. Es adulto y es un tipo de
clase media.
MM: Ahí ya saliste del cliché.
MB: Sí, sale todo el tiempo del
cliché. Tampoco es que se lo reivindica. Disfruté mucho construyendo ese
personaje. El trabajo con Andrea es muy lindo, ella es muy profesional.
MM: ¿Esto de escribir con otro es
un lugar de aprendizaje?
MB: También. Es algo totalmente
distinto. Primero, porque Andrea es muy diferente a mí escribiendo, y de una
forma que uno no creería. Ella es muy organizada pero puede ir avanzando sobre
la marcha. Yo necesito una escaleta. Ella avanza capítulo a capítulo.
MM: ¿Armás escaletas?
MB: Sí, las armo y las destruyo.
MM: Claro, son herramientas.
MB: Sí. Antes de escribir nada,
pienso adónde voy. Después de que escribo el primer capítulo veo adónde va y
esa escaleta va modificándose. Pero muchas veces suelo hacer primero cada
capítulo resumido en una oración (bien de cine).
Asistente: Andrea comentaba el placer que
le provocaba encontrarse con algo inesperado. Dijo que ella esperaba con cierto
grado de inquietud y que eso la conmovía.
MM: Sí, incluso hablaba de la
lógica del cadáver exquisito.
MB: Pasa mucho eso, no tenemos
idea de lo que el otro va a hacer, de para dónde va a empujar la historia, y
los personajes van creciendo en su día a día (el mío, robando), los capítulos
terminan siendo uno espejo del otro. Si ella pone un capitulo en el que la
chica china está con su madre, lo que a mí se me viene a la cabeza es que él
este con su madre. Y entonces da la sensación de ser una novela muy planeada,
de dos historias que van avanzando en espejo, y en realidad fue naturalmente acción/
reacción. Uno manda algo que despierta algo en el otro.
MM: ¿Y en este caso cómo fue la
escaleta que te armaste?
MB: No, en este caso no me armé
escaleta. Con Andrea fue todo muy rápido. Nos juntamos una vez y ya sabíamos de
qué íbamos a escribir. Y empezamos directamente. No con una escaleta, sino con
una sinopsis. Sabiendo muy pocas cosas, y muy por arriba. Y la escritura fue un
capitulo, y otro. Cada uno.
MM: ¿Y cómo hacen con las
correcciones? ¿Se corrigen mutuamente o van a esperar el final?
MB: Vamos a esperar el final, pero
creo que está muy parejo, porque optamos por escribir en presente y en tercera
persona. Esa fue una decisión inteligente para emparejar el texto, porque no
tenés muchas opciones. Por supuesto que hay estilos distintos y creo que te vas
a dar cuenta. Andrea escribe de una forma y yo de otra… Pero al usar el
Presente y la tercera persona… estás muy ahí.
MM: Pero es un esfuerzo… por
ejemplo, la elección de los adjetivos. ¿Te dan ganas de “tocarlos”? ¿De decirle
que te parece que hay alguno que no funciona o que vos cambiarías?
MB: ¿Sabés que no? Cuando le mando
algo ella me dice: “Buenísimo”. Y a mí me pasa igual. Hay que ver cuando la
terminemos. Pero en ese caso, me parece que lo mejor va a ser dársela a un
editor. En ese sentido, no me jode para nada que me corrijan. No tengo ningún
problema. No me molesta, no me ofende, está todo bien.
MM: En todos los ciclos hablamos
de esto, pero en el caso de este, el más cercano, cuando hablábamos con Sandra
Siemens, por ejemplo, decía que ella trabaja muy en conjunto con los editores.
Que espera ese ida y vuelta. No te digo que manda borradores, pero sí primeras
versiones para después trabajar. Andrea, todo lo contrario. Manda la novela
prácticamente cerrada. ¿Vos?
MB: En general la mando
terminada, porque si no, no me la
leen. Alguna vez puedo haber mandado un
fragmento, pero en general mando la novela terminada. Lo que sí puede pasar,
por ejemplo con la que va a salir el año que viene, es que la primera versión
era mucho más floja que la que va al final. María Fernanda Maquieira y Lucia
Aguirre la leyeron, me dijeron que le gustaba, me hicieron una buena devolución
y yo trabajé con eso. Me parece que el libro crece siempre con la edición.
Asistente: Con La oscuridad… decías que lo mandaste tres veces.
MB: Hubo muchos lectores. Laura
Leibiker tuvo mucho que ver porque lo leyó cuando estaba en SM, y la rechazó,
pero me dio muy buenos argumentos y me hizo una lista de lo que no le gustaba.
Con esa lista yo empecé a cortar. Y después la leyó Sergio Aguirre, que es muy
bueno para decirte: “¿Y esto? ¿Y esto
otro? ¿Y este personaje que hace?”. Y le hice caso. Me di cuenta por ejemplo de
que la historia se sostenía sin un personaje. Y saqué todo lo que había sobre
ese personaje. Toda mención. Era el personaje de una chica. En el sentido
romántico del término, además. Apenas empezaba la investigación, Alejandro, el
protagonista, se enganchaba con la hermana de uno de los chicos, la hermana de
Verde, que lo ayudaba a investigar. Entonces, todo lo que pasaba no le pasaba a
él solo. Les pasaba a los dos juntos. Era algo demasiado tradicional, muy la
cosa de buscarle romance…
Asistente: ¿Muy Sherlock?
MB: Más que Sherlock, era esa cosa
de no ser tan duros con el protagonista. Y no. Mejor ser durísimos. Porque en
todo el palazo del final, la chica quedaba descolgada. Es un palazo que va para él solo. Era mejor, mucho
más crudo y mucho más duro no darle ni una alegría al pobrecito. Y además
permitía mucho más esta cosa de enamoramiento que tiene con Amira, así que
funcionó mucho mejor después de sacar ese personaje.
MM: ¿Ese fue Sergio?
MB: Sí, y tuvo razón. También,
como leí mucho de 1910, hubo cosas de la época que había puesto al principio,
por el gusto de la investigación y hacían la novela aburridísima. Saqué muchas
descripciones. Dejé el Zoológico, dejé el Parque Lezama… Pero había un montón
de lugares más, parecían una guía turística de 1910 y los saqué.
MM: ¿Uno de ustedes dos, Sebastián
o Martín, estaba con un proyecto sobre el Jardín Botánico Thays?
MB: No, yo metí una escena cuando
Alejandro y Amira van al Botánico y el Zoológico. Pero hasta ahí llega.
MM: Entonces alguien me contó algo
y estoy spoileando. Belén, queremos
escucharte. Después hacemos las preguntas finales.
Narración de
Belén Torras: Para
contar esta historia creo que es necesario recurrir a una imagen. Una mujer de
una edad avanzada para la profesión que realiza, sonríe sensualmente desde su
corset blanco. El corset blanco dibuja el cuerpo. Es su disfraz. Le queda
chico. Pero dibuja una cintura fina, un busto exuberante, una cadera
proporcionada. Pero ni el busto ni la cintura ni las caderas, son reales. ¿Cómo
explicar que lo real es aquello que excede el corset, esos rollos que salen por
encima del busto y por debajo del corset? La ficción, la imaginación, intentan
asir, encorsetar la realidad. En este caso el corset es la ficción, y el cuerpo
es la realidad que es más grande, que se niega a ser encorsetada. Dicho esto,
de esta historia solo puedo dar cuenta de ciertos hechos. En 1885, un escueto
informe policial da cuenta de un robo… cinco robos, en realidad. El informe se
cierra por falta de pruebas. Lo cierto es que en un radio de pocos kilómetros,
se suceden cinco raptos, cinco robos. Las personas denunciantes pertenecen a
cinco familias distintas que no se conocen entre sí pero comparten las mismas
características: inmigrantes, de una clase social baja. Que viven en casas
chorizo o casas de alquiler. Una de españoles, una de italianos, una de
franceses, una de rusos y una de árabes. Todas denuncian lo mismo: han sido
robados sus hijos. Niños de apenas un año. Se sospecha: robo de niños. También
en 1885 comienza en Buenos Aires a escribirse un diario. Voy a reservar el
nombre, el autor, y sí leer algunos someros pasajes. “Febrero de 1885. La casa no está mal. Algo lejos del centro, una zona
poco habitada. No me atrevo a decir que es ideal, pero casi. Debo dar el
ejemplo y trabajo a la par de mi personal. Son pocos para una tarea tan enorme.
Dejan bastante que desear. Son cuatro, pero todos fieles a mí. Entre ellos se
encuentra Marie, que posee conocimientos de medicina, lo cual será muy útil a
mi experimento”. “Abril de 1855. Ha sido un éxito mi plan. Mientras escribo
esto cinco bebés gatean en la alfombra. Mientras los miro pienso: estos chicos
ya están muertos. No es que lo desee. Será mi material de trabajo pero debo
pensar en ellos de esa forma para no pensarlos como personas. Serán fruto de la
pasión del conocimiento. ¿Qué es lo que pretendo con esto? Lo único sensato que
puede pretender alguien: cambiar el mundo. Julio de 1885. Cada niño está
instalado donde corresponde. Vivirán en absoluto aislamiento. Llamaré a cada
uno por un color. Azul, Verde, Blanco, Negro, Marrón… La niña árabe será azul.
Le enseñaré a leer y escribir pero no conocerá el mundo como lo conocemos
nosotros. Estará metida en un viaje espiritual, hacia el desarrollo de sus
capacidades psíquicas. Por ello le suministraremos diariamente variadas drogas.
Espero que su cuerpo lo resista. El italiano, Verde, en cambio, recibirá la
educación más brillante que nadie jamás haya pensado. Será una mente
prodigiosa. El francés, Negro, será la violencia. Conocerá la violencia en cada
segundo de su vida. Nunca le enseñaré a leer ni a escribir. Será criado a
golpes. El ruso, Marrón. Él ya está instalado en la gran perrera que mandé a
construir en el fondo. Cinco perros adiestrados, incapaces de producirle algún
daño se ocuparán de su crianza. No le será provisto un espejo, ropa… Nunca
nadie le hablará. Dejaré su crianza enteramente a la voluntad de los perros.
Será tratado como uno más de la jauría. El español, el Blanco, quizás
afortunado, será educado en la educación convencional. Criado fuera de la casa.
En un departamento con una nodriza, hasta que tenga la edad suficiente para ir
al colegio. Hecho.”. Buenos Aires, 1910.
La efervescente Buenos Aires de festejo del primer Centenario. Un hombre
intenta abrirse paso en las concurridas veredas del Buenos Aires. Cuando su
figura desgarbada no puede pasar entre la gente, con un método, a codazo
limpio, método estético, con un codazo apenas tomado se abre paso entre la
gente, murmurando a su paso un Perdónpermisoporfavorgracias.
Intenta no llegar tarde, otra vez, a su destino. Mientras camina, observa que
la geografía de la ciudad cambia constantemente. Un monumento, una fuente, una
plaza… Llegando a la Avenida de Mayo se detiene. Respira. Allí el gentío se
disipa. Frente a él, la imponente imagen
de Palas Atenea que corona el edificio del diario La Prensa, donde él es
corresponsal efectivo desde hace un tiempo. Lo ha logrado a costa de ser
corresponsal durante un tiempo. Sube al primer piso, al Departamento Redacción.
Ve a su jefe cruzado de brazos, e intenta una excusa: “Me quedé dormido, siento
que estoy llegando, tarde pero durante el recorrido encontré la posibilidad de
hacer una nota muy interesante: ¿Por qué todos los gobiernos extranjeros se
ocupan de enviarnos, torres, fuentes? Creo que podría ser una excelente nota”.
El jefe lo mira y le dice: “No digas idioteces. Hoy tengo algo distinto para
vos. Hay un hombre que te espera hace
una hora. No sé qué busca, pero pidió específicamente hablar con vos. Está
allá”. Efectivamente, a pocos metros una imagen de un hombre petiso, rechoncho,
con un bigote finito. Intenta no ajar del todo el ala de su sombrero. Se ve
visiblemente nervioso. El hombre se acerca y me dice: “Alejandro, un gusto”,
mientras me extiende la mano. El hombre: “Quisiera hablar con usted si es
posible en privado”. Él intenta explicarle que ahí no hay problema. “Es un tema
muy importante. ¿Podríamos hablar en privado?” Lo conduce hasta un lugar y allí
se sientan. El hombre no deja de ajar el ala del sombrero y le dice: “El tema
que me ocupa es mi hija. Voy a pagarle muy bien. Mi hija. Mi hija desapareció.
“Con sobrada indiferencia le dice: “Ah, eso no es raro.” “Pero mi hija luego
apareció”. “Ah, eso es muy bueno”. “Mi hija, en 1885, un cinco de abril, fue
raptada de mi casa, y apenas tenía un año. Hace unos días, mi hija volvió.
Veinticinco años después”. El gesto de la cara de Alejandro cambia. Mira al
hombre y le pregunta: “¿Pero dónde ha estado todo ese tiempo?”. El hombre
estira el ala del sombrero y le dice: “Eso, estimado señor, es el negocio que
le vengo a proponer”. (Aplausos).
MM: Muy bueno, muchas gracias,
Belén.
Sebastián
Vargas: Es
sobrecogedor el planteo. Científico y a la vez totalmente demente.
Asistente: La novela me sorprendió, pero no terminaba de entender cuál era el plan de este hombre. No lo entendía. No quiero arruinarles nada a los que no leyeron la novela… Si vos a un nene lo tenés dos años ladrado como un perro y gateando. Cinco años, igual. Diez años, igual. ¿Cómo querías llevar el experimento a un final?
MB: Yo no creo que la idea es que
ese chico en el futuro va a ser tal cosa. No le importa si se muere, incluso.
Lo que importa es el resultado que él va a tener sobre cómo es la conciencia
humana. Ahora sabemos más cosas que en esa época, pero incluso cada uno de
nosotros, no sabemos hasta qué punto somos como somos como producto de la
genética, o de los padres, o del ambiente…
Asistente: Eso lo entiendo pero me
planteo qué más estaba buscando, si ya a cierta edad estaba esperando que se
volvieran adultos…
SV: Supongo que los extremos a los
que podía llegar cada uno. Como las posibilidades de lo humano. Durante toda
esa primera mitad del siglo XX eso estaba muy presente en el ambiente
científico. Lo humano, el superhombre…
MB: Los casos de Azul y de Verde,
son los que más aspiran a lo del superhombre. A Verde se cansa de enseñarle cosas, pero a la vez, no conoce
la realidad. Sabe lo que es un árbol en teoría, pero no lo vio. En el caso de
Marrón, es forzar el límite para ver si en algún momento le dice: “No che, yo
no soy un perro”. O si el tipo va a pasar toda su vida, hasta el último minuto
convencido de que es un perro. Porque eso demostraría, o no, hasta qué punto
somos diferentes de un perro. Nos estamos poniendo en la cabeza de él. A ver…
yo no secuestro niños… (Risas). Yo no escribo sabiendo lo que desea cada personaje.
A mí me parece que un experimento científico siempre quiere probar una
hipótesis. Acá son cinco hipótesis distintas. Y me parece que en el caso del
perro la hipótesis es ver si en algún momento va a dejar de ser perro. Si fuera
por él, era capaz de tenerlo encerrado hasta el fin de sus días para ver si
alguna vez Marrón se daba cuenta de su humanidad o no. Pero una cosa de las que
vos me decís, me viene bien. No sé si se notó del todo o no, pero la idea es
que el mismo Andrew, a medida que va avanzando el Diario, empieza a perder
interés en el proyecto, empieza a sentirse relacionado y tiene una especie de
amor con Verde y con Amira. De hecho una cosa que hablamos y que me di cuenta
de que no iba, fue que él tenía relaciones con Azul. Y eso no solo era
demasiado para Juvenil, sino que era demasiado para todo. En la primera
versión, ella quedaba embarazada del científico, el chico moría, y el
científico estaba tan mal que organizaba un entierro y los dejaba salir a todos
por primera vez. Y en ese entierro, Verde entendía todo lo que estaba pasando y
empezaba el plan de escape. Así era la primera versión. Laura me marcó que era
demasiado fuerte, no solo para juvenil, sino dentro de la historia. Lo ponía a
Andrew en un lugar del que ya no había retorno. Lo hacía un personaje más
horrible de lo que ya es. Nadie se identifica con Andrew, nadie lo quiere, pero
el personaje tiene cierta inocencia.
MM: Pierde el ascetismo científico de la otra
manera.
MB: Exacto. Por eso lo saqué. Y
esa fue otra de las grandes complicaciones, porque yo había estructurado toda
la novela alrededor de ese momento. Yo quería que él se fuera enamorando de
Amira, y al final eso lo dejé en un plano más intelectual. Él empieza
poniéndoles colores, trata de tenerlos como si fueran cosas, pero a medida que
avanza se desilusiona de él mismo y de todo. Y creo que empieza a comprender un
poquitito que está loco. Creo que hacia el final va entendiendo que lo que hizo
es un desastre, que los de su equipo son una manga de psicópatas peligrosos,
que él solo les arruinó la vida a esos chicos, y que el único que vale la pena
es Verde, que es justamente el que lo va a superar. Ahí, lo terrible de la
idea, y por eso quería que fuera lo más ambigua posible, y es que Verde en
cierta manera considera que el experimento funcionó. Y se lo da a entender a
Blanco. Verde cree que son los hijos de Andrew. Que Andrew hizo un experimento
con ellos y que en cierta manera, son especiales. No son gente común. Es un
poco lo que pasa en el final.
MM: Se me ocurre ahora… ¿Andrew
busca una especie de entidad superadora del ser humano?
MB: Creo que sí. Creo que no tenía
mucha idea de qué iba a pasar cuando llegara a los veinte o los treinta. Que
esperaba que antes ocurriera una especie de milagro. Para mí, Andrew es más un
místico que un científico. Tiene más que ver con Niestzche y con la cosa del
Superhombre. Él está esperando que uno de estos chicos, Amira quizás, aparezca
un día levitando. Creo que él esperaba algo trascendente.
MM: Como en Sturgeon…
MB: Como en Más que humano. Creo que él esperaba algo así. Si vos leés El
Superhombre, de Nietzsche, hay una idea, que creo que es una de las cosas que
no pasó, y que está muy presente en la ciencia ficción. Durante la primera
mitad del siglo XX está esta idea de que algo cambió, de que no somos igual que
antes. Volamos. Vamos al espacio. El Hombre en cualquier momento pega un salto.
Hay como una necesidad de que de pronto alcancemos una nueva conciencia. El fin
de la infancia… Creo que Andrew buscaba una cosa así.
BT: Incluso, del que más se
desilusiona es de Blanco, porque es el más normal. Lo desprecia absolutamente.
La primera vez que pone el conejo en la celda de Negro y ve lo que Negro hace
con eso, se admira.
Asistente: ¿Por qué tardaron diez años en juntarse otra vez?
MB: Creo que en esos diez años
Verde armó todo el plan. No sabemos qué pasó. Pero me parece que fue el tiempo
que le llevó ubicar a los padres de cada chico. Pensemos que no sabía nada.
Pensemos que salió, que tuvo que averiguar de quién era hijo cada uno, cómo
podía conectarse con esa familia, qué tipo de
profesión podía tener él en el mundo. Descubrió lo de la hipnosis,
descubrió lo de hacerse pasar por español, para no tener que identificarse. Por
eso puse diez años en el medio, que es un bache grande entre que termina el
Diario en el momento en el que te das cuenta de que se escaparon, y la edad que
tienen cuando aparecieron. Se van a los quince y vuelven a los veinticinco.
Verde estuvo diez años planeando en detalle lo que va a ser la novela.
MM: Bueno, nos gustaría que nos
despidiéramos con una lectura.
MB: Vos me habías pedido que
trajera algo para leer y pensé en algo inédito. Lo inédito que tengo son, o
fracasos, que no voy a leer, o esto, que es un pedacito de una novela que va a
salir el año que viene que se llama Todas
las tardes de sol, que es una especie de continuación de En la línea recta, y no.
MM: ¿Va a salir en otra editorial?
MB: Sí, no quiero que se lea como
una continuación. Es el mismo protagonista, pero es como otra historia.
Volviendo al cine, no sé si alguien vio la serie de Antoine Doinel, de
Truffaut, que a mí me gusta mucho. La primera película que protagonizó este
personaje se llamaba Los cuatrocientos
golpes. Y después, a lo largo de su vida, Truffaut filmaba otra película de
Antoine Doinel. Pero no tenían nada que ver una con otra. Una es un tipo
divorciándose, en la primera tiene diez años, en la segunda dieciocho, en la
tercera veinticinco, en la otra, treinta. Son distintos momentos en la vida de
ese personaje. Se pueden ver como películas completamente separadas una de
otra. La idea de esta novela es un poco esa. No es una novela que es
continuación de otra. Pero el protagonista es Damián, el mismo de En la línea recta. Y sus gustos y sus
maneras de pensar, son los mismos. La otra vez, cuando me invitaste, leí una
parte que es el final de esta novela. Y esto que voy a leer está en el medio.
Ahí voy:
Nadie recuerda
la primera vez que escuchó música. Es un misterio. Está ahí desde antes que
nosotros. Simplemente, un día nos enteramos de que eso que suena se llama
música. Pertenece a ese grupo selecto de cosas y de emociones de las que no
podemos establecer un comienzo, una primera vez, porque ya estaban en este
mundo esperándonos o porque forman parte de lo más íntimo de nosotros mismos.
Un grupo que podría incluir el dolor, la risa, dormir, comer, el amor, el odio
y tantas otras cosas. ¿Alguien recuerda la primera vez que comió? ¿La primera
vez que algo le causó gracia? ¿La primera vez que se sintió triste? Luego, nos
vamos apropiando de la música. Hay cosas que nos gustan y otras que no. O que
nos resultan indiferentes. Algunas canciones nos ponen tristes, otras nos hacen
dar ganas de salir a conquistar el mundo o nos hacen pensar en la casa de
nuestros abuelos. Cosas así. Y cuando finalmente podemos
elegir, aún muy pequeños, cuando pedimos una canción infantil gritando: “¡Poné
esta!”, me refiero a la primera elección musical consciente que hacemos, en
realidad ya es tarde. La música ya lleva mucho tiempo dentro nuestro. Ya la
escuchábamos desde la panza materna. En la radio del hospital donde nacimos, en
la televisión de fondo. En la casa de la tía, de la abuela, en el jardín, en
las canciones de cuna para dormir. Ella nos transformó. De alguna manera eligió
por nosotros. En mi casa se escuchaba bastante música. Mi mamá ponía ópera,
tangos y boleros. Mi papá, en cambio, era más rockero. Recuerdo que cuando yo
tenía cuatro o cinco años me dijo: “Traje un disco especial para vos. Vas a ver
que te va a gustar”. Y puso un disco, un disco especial, un disco que él había
comprado para mí. Un disco que me iba a gustar. No sé si fue eso exactamente lo
que dijo. Quizás dijo otra cosa. Quizás no dijo nada y solo puso el disco.
Quizás me inventé todo el recuerdo yo. La memoria siempre trabaja en equipo con
la imaginación. Pero el disco que puso ese día, era Submarino Amarillo, de Los
Beatles. Tenía razón, me fascinó. Y en esto no me engaña la memoria. Lo seguí
escuchando muchos años después, junto con todos los demás de Los Beatles. Pero
si vuelvo ahora a mis cinco años, a mi padre diciendo “esto te va a gustar”, y
a Los Beatles sonando, el recuerdo se completa con una alfombra, la del comedor
de mi casa, mis juguetes tirados encima, y yo jugando con las canciones de
fondo. Esa escena debe haber ocurrido miles de veces. Mi papá ponía el disco,
yo me tiraba a inventar historias con mis juguetes. Creo que en ese momento se
produjo en mi cabeza una asociación que aún permanece. Escuchar música,
inventar historias. Mientras escribo estas líneas sobre Julia y Ana, suena
música. No importa cuál. Lo que importa es que hay una relación entre lo que
escucho y lo que escribo. Música compuesta por otros, va despertando en mí
diferentes sensaciones, ideas, caminos posibles. Y ahora se convierten en estas
palabras, pero ahí, cuando estaba en la alfombra y escuchaba a Los Beatles, y
la sombra de mi padre se extendía protectora, mis juguetes brillaban con la luz
que venía del patio. Y yo vivía aventuras mágicas, peleaba con monstruos, hacía
amigos, reía, lo hacía siguiendo una fuerza que no me pertenecía. Como si las
historias me llegaran de otra parte. Como si las historias las inventara la
música”.
(Aplausos).
MB: Esta novela es sobre un chico
que quiere ser músico.
MM: Muchas gracias, Martín.
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