La pasión que me atraviesa
Un sueño convertido en realidad puede ser una pesadilla, y lo más preciado, abominable. Los
buenos relatos son los que logran hacernos sentir junto con sus personajes las
pasiones que los atraviesan. Libro de arena comparte esas historias de lectores
con la reseña de un cuento de Horacio Quiroga.
Por Inés Ávila
Es curioso
releer un cuento que se ha leído en otra oportunidad, sin embargo decidí
hacerlo y a pesar del tiempo transcurrido, vovlí a experimentar las mismas
sensaciones de aquel momento. Con esta lectura uno siete una pasión que lo atraviesa como lector. “El
solitario”, de Horacio Quiroga, es el cuento al cual me refiero. En él, narra
la historia, drámatica por cierto, de un joyero por cuyas hábiles manos pasan
valiosas piedras preciosas que debe engarzar para grandes casas. Según la
descripción del autor, Kassim, nombre del protagonista, es un hombrecillo
insignificante, sin carácter, cuyo único objetivo en la vida es trabajar y
satisfacer los reclamos de su mujer y que a pesar de sus dotes no ha sabido
hacerse una fortuna. Casado con una mujer joven, bella y de origen callejero
que no lo ama, se desvive trabajando sin cesar para complacerla. Las joyas que
crea para otros van produciendo en María el deseo y la ambición de poseerlas. Se
las prueba y luego las deja para irse a su cuarto a acostarse y llorar.
A medida
que pasa el tiempo, el malestar va en aumento al igual que sus exigencias; la
pasión por los brillantes de las joyas que crea su marido parece no tener
límites tanto como su desprecio por él. Sus gritos y reproches son cada vez más
intensos y crean una atmósfera densa y sofocante que envuelve al lector hasta
el punto de hacernos sentir el mismo sopor ene que se encuentran los
personajes. Llega entonces el día en que Kassim tiene que engarzar el mayor
brillante que pasara por sus manos, en un alfiler de corbata. La codicia y la
locura de su mujer por poseerlo, provocan en ella una crisis nerviosa de tal
magnitud, que descontrolada exige a su marido que le entregue su brillante. Al verla
en ese estado de conmoción le asegura que una vez finalizada su tarea sería de
ella. Con su espalda doblada, sus anos firmes en su trabajo, termina lo que
para él representa su obra de arte y con el alfiler que sostiene la preciosa
piedra se dirige al dormitorio donde duerme María y el rostro de este hombre,
inexpresivo y sometido, débil y desprovisto de carácter se transforma en otro
de dureza y determinación. Ese pasaje, esa transformación no dejaron de
asombrarme en esta nueva lectura. La menera que el narrador tiene de
presentarnos la situación, de hacer pender de un hilo un desnlace adivinable,
es la maestría del autor. El final, como cabe esperar en un cuento de Quiroga,
es tan dramático como la propia vida del personaje. La joya, tan deseada por
María, termina perteneciéndole de la peor maner, clavada en su pecho.
Sin lugar
a dudas este relato sacude la razón a la vez que maravilla por la manera con
que la narración consigue trasmitir las vivencias de sus personajes, reflejo de
los oscuros abismos del ser humano.Inés Ávila: es profesora de inglés y la literatura una de las pasiones de la infancia que no ha abandonado.
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