Mempo Giardinelli: “No creo que a los chicos haya que edulcorarles la vida”
En un día muy
especial, minutos después de compartir con Raúl Zaffaroni, Estela de Carlotto y
Horacio González una
presentación en Defensa de la democracia realizada en el Congreso de la Nación,
Mempo Giardinelli se subió a un taxi y llegó corriendo a La Nube, donde lo
estábamos esperando ansiosamente. La espera valió la pena: Mempo habló de
política en general, y de la política con respecto a la lectura (uno de sus
grandes temas), en particular. En la charla desfilaron las colecciones Leer
la Argentina y Leer por leer; la inolvidable revista Puro cuento (y su hijita Puro chico); el Premio Rómulo Gallegos y el consiguiente
inicio de la Fundación que Mempo preside, así como los imperdibles Foros de
Fomento del Libro y la Lectura que se realizan en Chaco. Y todo el tiempo, por
supuesto, nos habló de literatura.
Mario Méndez: Bueno,
la biografía ya la leímos el otro día, así que no hace falta. Nos gustaría que
nos contaras un poco cómo fue la presentación de hoy, y por qué… Contanos un
poquito, porque una de las cosas que se dijeron, es que representás muy bien el
paradigma del escritor o del intelectual integral, comprometido con la
sociedad…
Mempo Giardinelli: ¡Madre mía! (Risas). Bueno, lo de
ahora fue una idea de Raúl Zaffaroni, que nos propuso a cinco personas… a mí me
sorprendió que me convocara porque yo lo respeto pero no somos amigos… Estaba
Horacio González, estaba Estela de Carlotto, Susana Rinaldi, Cristina Banegas,
y yo. La idea de él era la de tener algún apoyo extra jurídico. Hizo un
discurso muy interesante, marcando el desquicio, la locura jurídica en la que
estamos en estos momentos. El atropello constitucional y el hecho de que no hay
garantías. Es la primera vez en la Argentina en la que no hay garantías
constitucionales, y puede pasar cualquier cosa. Zaffaroni hizo un discurso muy
interesante, muy jurídico y muy bueno. Y los demás, llevamos cada uno una visión
del país. Yo traté de decir que eso no era fundante, que éramos gente de buena
voluntad, que estamos acompañando al pueblo argentino en la circunstancia
actual, tan desdichada. Marqué mucho lo que creo que está pasando que es un
triunfo de la antipolítica, que por un momento pareció que era cosa de algún
sector, que se hablaba de la antipolítica como de un episodio menor. Ahora es
macizo. Creo que han logrado imponerla, y que la conciencia crítica de la
sociedad argentina está completamente desprevenida frente a esto. Yo planteé un
poco esa hipótesis y expuse un poco acerca de cómo están las cosas en el
interior del país. Hice una mención final al Manifiesto Argentino, que es un
colectivo que yo integro. Había mucha gente, fue muy lucido, había muchos legisladores.
Había algunos del FPV, como Héctor Recalde, pero también Alberto Fernández,
estaba Gioja por ahí. Yo nunca había estado ahí… Pero vamos a hablar de
literatura.
MM: Sí, sí. La primera propuesta que se me ocurrió es hablar de
lectura. Porque les estuve leyendo el miércoles pasado y hoy comentando algo de
Volver a leer, y después ya volvemos
solo con la literatura, o nada menos que con la literatura. En su momento
decías que el país estaba en camino hacia una conciencia lectora, ¿cómo lo ves?
¿Hay un retroceso?
MG: Yo creo que ahí no se puede medir. No tenemos cómo medir. El
retroceso que hay en términos educativos, la disolución del Plan Nacional de
Lectura, la conversión de la educación empresaria, el desfinanciamiento de
todas las escuelas que están empobrecidas de una manera brutal, porque se están
poniendo los subsidios del Estado en las instituciones privadas, confesionales
o no. Esto marcha hacia un modelo que es muy difícil medir. Creo que la
Argentina había tenido un avance desde el ’84, con el Plan Leer es Crecer, que
fue el primer plan de lectura que tuvo la Argentina, y que se lo debemos a Hebe
Clementi que era amiga de Raúl Alfonsín y lo convenció, y hubo dinero para un
plan. Desde ahí, con altibajos, todo lo que quieras, pero en la Argentina
tuvimos una recuperación lectora. No quiero aburrirlos, pero en Argentina
tuvimos un paradigma lector durante más de un siglo. Por lo menos, desde
Sarmiento hasta la dictadura. Leer era el camino para el ascenso social. El
padre, el abuelo, pensaban que los chicos tenían que leer lo que ellos habían
leído, y que ese era el camino hacia el ascenso social. El imaginario del
ascenso social era la lectura, por eso la importancia de la biblioteca, y el
rol de la CONABIP, que fue una invención extraordinaria de Sarmiento. Mas allá
de las barbaridades que dijo Sarmiento, hay que recordarlo siempre. Había ese
acuerdo general, que permitió un país que tenía una gran industria editorial,
que tenía una gran creación literaria… Todo el pensamiento universal que se
traducía al castellano, se traducía en esta ciudad. La filosofía, la
literatura, la ciencia, la tecnología, todo entraba a la lengua castellana en
Buenos Aires. Con grandes traductores, con una gran industria que después
enviaba al resto del continente. Eso fortaleció ese imaginario. Los economistas
son unos pillos que nunca te van a decir eso, pero en la Argentina de 1952, el
segundo producto de exportación que tenía la Argentina, eran libros y revistas.
Una fuente de divisas extraordinaria. No hay latinoamericano de más de
cincuenta años que no haya leído o se haya instruido con las revistas
argentinas o con los libros argentinos. Puedo contar miles de anécdotas como
estas. Y ese paradigma se quebró con la dictadura. De repente el libro es
peligroso, es subversivo, te matan por tener libros, queman bibliotecas, queman
editoriales… Yo me fui después de la quema de las bodegas de Losada. Y mi caso
fue uno en miles. Eso generó mucho miedo. Acá hay gente más o menos de mi edad.
Más de uno debe haber tirado libros por el inodoro. O haberlos roto o pedazos,
o haberlos quemado. Yo, lo que hacía cuando era pibe, tenía tanto miedo con los
libros que tenía en casa que a la mañana me iba al laburo y “me los olvidaba”
en el colectivo. Los llevaba para olvidármelos. Era una manera de no tener que
romperlos. Cuando el paradigma pasa a ser el miedo y la subversión se deja de
leer. Obviamente. Entonces a partir del ’84 viene la recuperación, que es
extraordinaria, con los altibajos que quieran. Pero empezó un proceso en el que
el Estado, aún en el gobierno de Menem (no sé si porque no se dieron cuenta,
porque eran muy brutos), pero la CONABIP no fue tocada ni por los militares, ni
por Menem. Por los militares, porque no lo necesitaban, porque habían instalado
el terror. A partir del ’84, los planes de lectura van generando una política
de lectura, que con fallas y altibajos y con todo lo que quieran, dio
resultados extraordinarios. Estos siete libritos de Leer x leer, y los otros, Leer
la Argentina, de los que se repartieron cinco millones por todos lados,
fueron extraordinarios. Aún hoy, no hay escuela, no hay biblioteca de grado que
no tenga esto. Y son buenos, laburamos bien con estos libros, para mí fue un
equipo inolvidable. Fue un momento glorioso de mi vida, en el año 2004. Yo
venía de Resistencia, y nos juntábamos cada diez días en mi departamentito y
venían las chicas a tomar el té: Angélica Gorodischer, Graciela Cabal, Graciela
Bialet que venía de Córdoba, y Graciela Falbo que venía de La Plata. Y los
cinco la pasábamos bomba. Organizábamos todas estas colecciones charlando,
tomando el té, era un chismerío divino. Pasábamos cuatro, cinco, seis horas e
iban saliendo las cosas. Eso ayudó mucho, evidentemente. Y hace dos años
vinieron y liquidaron el plan de lectura. Qué le vamos a hacer… Ahora no sé…
Dicen que tienen ahí uno medio clandestino, pero además estos no tienen idea, o
tienen una concepción de la lectura… me río porque me causa gracia decirlo,
pero hasta tienen idea de organizar concursos de lectura en la cancha de River.
No es metáfora, no es broma, lo leí. Esa es la concepción… Qué se yo. Eso es lo
que puedo decirte del tema. Para que haya una buena política de lectura, tiene
que haber buena literatura, tiene que haber un buen canon, y tiene que haber gente
que lo conozca, y que pueda trabajar ese canon desde una perspectiva de
conciencia democrática, de conciencia pedagógica, y de conciencia de la
importancia de la lectura por sí misma. Por eso el título de esta colección es Leer x leer. Nos costó mucho llegar a
ese título. Fue un hallazgo. No me acuerdo a quién se le ocurrió. Acabar con el
hábito, el placer… no. Leer por leer. Leés porque carajo leés. Eso es lo que
hay que inculcarles a los chicos. Y funcionó. Nosotros ahora estamos en la
Fundación, en la que tenemos un Instituto de Estudios Superiores, y tenemos un
postítulo en Pedagogía de la Lectura Literaria. No en Literatura. Y cuando
empezás a trabajar, son notables los cambios que pueden darse. Nosotros
trabajamos con maestras, con profesores jóvenes, y en trece meses se ven
resultados. Bibliotecarios que se recibieron y
que no leyeron nada en su vida, porque además está destruida la
concepción de la Bibliotecología en la Argentina. Hay como veinte facultades y
escuelas. Ninguna, ¡ninguna! enseña literatura. En algunas, hay en tercero o
cuarto año alguna materia de literatura. Cuando tendrías que tener literatura
argentinas, latinoamericana y universal obligatoria en todos los años. No.
Entonces son clasificadores, son archivistas, catalogadores, o aprenden las
Tics… que está muy bien… pero no leen, loco.
Asistente: En la Biblioteca Nacional…
MG: En la Biblioteca Nacional también pasa. Por eso nosotros
insistimos en que la lectura es la
lectura literaria. No hay ninguna política de la lectura que pueda modificar la
literacía de una Nación, si no está acompañada de buena literatura. Y vaya que
en la Argentina tenemos una literatura flor.
MM: Recién nos contaba una compañera que es profesora en un
secundario cuanto usó estas dos colecciones que mencionaste y los Cuentos para seguir creciendo…
MG: Y lo del Bicentenario… es un tesoro, claro.
MM: Bien. Vamos a hablar entonces de literatura. Viste que este es
el ámbito de la literatura infantil y juvenil, y nosotros empezamos haciendo
encuentros identificados con lo infantil y lo juvenil. No con los que lo han
recorrido menos. Vos entrás al club, sí. Entre otras cosas, traje para mostrar
una “Puro cuento”, en la que la
entrevistás a María Elena Walsh. Y yo les recordaba a los concurrentes que en
casi todas las “Puro cuento” había
cuentos para chicos. Había una sección de cuentos para chicos, y autores de
literatura infantil y juvenil…
MG: Y vos no tenés acá, y te la voy a mandar si no la tenés… Porque
les voy a confesar uno de mis orgullos más íntimos y uno de mis dolores…
Nosotros creamos en “Puro cuento”, la
primera revista infantil, la primera revista de lectura para niños. Que fue
“Puro chico”. Hija de esta. Llegamos a sacar siete números. Era una revista de
textos para leer. No había teoría, eran pequeñas antologías con muy buenas
ilustraciones, de los mejores autores y autoras, muchos de ellos incipientes. Y
a veces me duele, porque se han vivido haciendo reconocimientos a revistas…
nosotros sacamos treinta y seis números de la revista para grandes y sacamos
siete números de la infantil, ¿y quién corno se acuerda? Tirábamos ocho mil
ejemplares, que no los tiraba nadie. Era una revista de una popularidad… Pero
bueno… qué sé yo…
MM: Algunos nos acordamos.
MG: Sí… Ahora me duele menos, pero durante un tiempo tuve un dolor…
Sí, “Puro chico” fue una revista muy
interesante, porque incluso hicimos réplicas de cosas que teníamos en la “Puro cuento”.
Teníamos “El tallercito”, y teníamos
también el concurso de cuentos. Uno de los concursos los ganó una escritora que
ustedes conocen: Paulita Bombara. Ganó el concurso más importante que hicimos.
Habrá tenido doce o trece años. No veníamos mal del ojo, porque acá, en la
revista “Puro cuento” debutaron un
motón. Y será el provincianismo, no lo sé, pero en la UBA jamás se ha
considerado a “Puro cuento”. Es como
que no existió, es un hiato en la historia de la literatura argentina. Para
grandes y para chicos. Más allá de que a mí me duela, por lo menos es injusto,
mínimamente. Pero bueno, la vida no se hace de justicias.
MM: Sigamos. Yo la esperaba todos los meses en esa época. Y no
tengo las “Puro chico”. ¿Sabés por
qué? Porque era tan pibe, que todavía no era maestro.
MG: Vení con la bici a buscarlas que te las doy, te prometo.
MM: Voy a ir. Les decía hace un rato que están digitalizadas las
“Puro cuento”, ¿no?
MG: Las tenemos digitalizadas, por suerte. Fue algo que hicimos
hace muchos años. Por un lado, porque mucha gente nos pedía, cuando la
Fundación empezó a conocerse. No la tenemos completa. De la colección completa
faltan algunos. Sí tenemos tres colecciones completas encuadernadas. No hay
sueltos. De un número tengo doscientos ejemplares y de otros me faltan. La
digitalización la tenemos en DVD, porque es más fácil de vender.
MM: O sea que si se comunican con la Fundación, se pueden comprar…
MG: Absolutamente. Está completa, creo que en uno o en dos DVD. La
de grandes y la de chicos. La verdad es que estuvo bueno hacerlo.
MM: Bien. Decías que tu relación con la literatura infantil es de
larga data. Y recién leíamos por ejemplo este cuento, “Un oso marrón”. O el que está premiado por ALIJA, “La endiablada”. Elegís temas fuertes
para escribir para chicos, ¿no? ¿Qué respuesta tuviste en Comunicarte con “La endiablada”?
MG: ¿En qué sentido?
MM: Y, la muerte, la violencia…
MG: Si los chicos viven en ese mundo…
MM: Sí, pero muchos editores no lo saben…
MG: Ni para grandes ni para chicos pensé nunca en que iba a
escribir sobre un tema. Sale lo que sale. Yo soy un tipo que nunca planeo eso.
Un día aparece, porque soñé, porque me pasó algo, porque tenía que esperar una
hora en el dentista y me puse a escribir… sale lo que sale. Soy consciente de
que me salen para chicos, los temas que yo hablo con los chicos. Que he hablado
con mis hijas o que he hablado con mi nieto. La vida como es, diría yo. Además
yo no creo que a los chicos haya que edulcorarles la vida. Aprendí también con
las abuelas cuenta cuentos, que cuando al principio empezamos allá teníamos
algunas que eran medio mañeras. Y te hacían contrabando. Y luchar contra el
contrabando ideológico, editorial… es difícil. Que no metieran religión, que no
metieran historias personales propias, que no metieran comentarios, que no eran
abuelas que venían a contarles su historia a los chicos, sino que venían a
leer. De pie, y en voz alta, que es como se debe leer. Y una de las cosas más
difíciles fue que no cambiaran el texto, que no cambiaran las palabras. Que si
el autor o la autora pusieron una palabra, tiene que leer lo que pusieron. Y
que si no les gusta el cuento, que no lo lean. Pero no leerlo “con lavandina”.
Y es muy difícil, toda una tarea. En algunos casos, es una batalla que no se
termina nunca. Tenemos muchas abuelas en todo el país, y no sabemos si con
alguna no nos está pasando. Pero hacemos sugerencias constantes para que eso no
pase. Que cuando el adulto le lee al chico, lea respetando el texto. No hay
nada más sencillo, libre y verdadero que abandonar un texto que no te gusta. Si
algo no te gusta, chau. No hay ninguna obligación de terminar una novela. Si no
te enganchaste a las veinte páginas, dejala. No pasa nada. Vos vas al cine y si
la película es un plomazo, te levantás y te vas. Estás viendo una película en
la televisión, no te gusta y hacés zapping. Con el libro pasa lo mismo. Yo creo
que hay que desacralizar eso, pero cuando te metiste adentro, mínimamente tenés
que respetar la completitud del texto. Porque finalmente, la literatura es
lenguaje. Esto es una discusión, si es más lenguaje o es más tema, o técnica.
Hay un debate inacabable. Yo creo que, finalmente, lo que sostiene la literatura
es fundamentalmente el lenguaje. Vos podés tener la mejor historia del mundo
para grandes o para chicos, pero si vos no tenés una competencia fuerte con vos
mismo para que el lenguaje sea bueno… Una vez a mí me enseñó… yo tuve muy
buenos maestros, y soy agradecido, y uno de ellos me dijo una vez, que hay una
sola manera de encontrar un buen cuento. Porque un buen cuento tiene una única
forma perfecta. Y esa forma perfecta es lo que tiene que encontrar el escritor.
Puede hacer cuatrocientas pruebas, pero hay una sola que es la que realmente
va. Y eso requiere mucho trabajo. Y requiere, sobre todo, trabajo lingüístico,
porque es la lengua la que te va a dar el momento, la temperatura. Cualquiera
puede describir cualquier situación. Todo el que sabe leer y escribir, puede
contar y describir lo que vio en el colectivo. Está bien. Puede haber una
capacidad narrativa de personas que no son escritoras. Y algunos que tenían
ciertos vuelos literarios, exquisitos. Acabo de terminar un libro maravilloso
de Norberto Galasso, Dos Argentinas,
que no sé si lo conocen. Son las cartas de Arturo Jauretche con Victoria
Ocampo. ¡Es divino! Porque los dos eran sabios, mordaces, irónicos. Eran
profundamente argentinos de dos maneras diferentes. Se respetaban. Un libro
delicioso, que me encantó. Aún esa gente, que no eran escritores
“profesionales”, el giro textual que tienen esas cartas, que me imagino que
deben haber sido manuscritas, algunas tipeadas y me imagino a Silvina Ocampo
dictándole a alguien, pero el lenguaje es lo que constituye el texto. Eso es lo
que creo yo. Hay otra gente que no lo cree. Yo vengo escuchando a amigos muy
queridos, colegas (pienso en Osvaldo Soriano), a los que lo que les importaba
era la historia. Yo tengo una historia y
yo la cuento. Lo que pasa es que tenía un talento… escribía magníficamente.
Osvaldo era más un trabajador de la historia que iba a contar. En una novela,
en un cuento, en lo que fuera. No era el trabajo el publicado. A mí me encanta
el publicado. Este es un secreto que no debería decir, pero voy a decirlo: yo
tengo libros que tienen muchísimas ediciones. Casi ninguna edición es igual a
la anterior. De la primera edición de Santo
Oficio de la Memoria, de 1991, a la de Edhasa que está por salir de nuevo
en estos días… esta edición es mucho mejor. Tiene ochenta y cinco páginas
menos. Son veinte años y muchas reediciones. Y está mucho más amalgamada, es
mucho mejor novela. Algunos me han dicho, que con qué novela van a trabajar en
la universidad… ¡Problema de ellos, yo qué sé! Pero sé que la última versión es
la mejor y la más representativa, no renuncio a las demás. Pero fui forjándola.
Y esto me lo enseñó otro de mis maestros, Juan Filloy. Tenía una obsesión,
decía que uno no podía ser escritor si no sabía encontrar el adjetivo gravitacional.
Y la idea, era que había un adjetivo que corresponde a cada circunstancia. Hay
uno y tenés que encontrarlo, no es el primero que te viene. Y encontrarlo no
solo por la oración, no solo por el párrafo, sino por el contexto general. Y
hay uno que es el que va a gravitar. Y vos lo buscás, y te va a llevar tiempo,
y vos lo encontrás. O creés que lo encontrás.
A mí, ese tipo de trabajo, me fascina. Porque una historia, más o menos,
cualquiera tiene. Y bien contada puede ser interesante, está bien… Pero yo,
como lector, no leo tanto por la historia, como por ver qué voy aprendiendo.
Hay autores y autoras que me fascinan por eso. Esa es una de las grandes cosas
que ha tenido García Márquez, que nos marcó por lo menos a dos generaciones. La
verdad es que la escritura de García Márquez es excepcional. Uno lee El otoño del patriarca, y es una novela
para leerla de pie y en voz alta. Es una construcción lingüística. La novela,
sí, el tirano, todo lo que quieran, pero es el del Tirano Banderas, el de El
recurso del método… Está muy bien, es un género. Pero lo que hace ahí
García Márquez es un trabajo lingüístico excepcional. Es lenguaje puro. A mí me
gustaría hacer algo así.
MM: Hay una voluntad, además del gusto, bastante extraordinaria. Santo Oficio de la memoria, premiada, publicada hace veinte años o más… ¿No había como una necesidad de revisarlo y burilarlo?
MG: En realidad, yo lo hago por maniático. Porque además. Me
divierte, es como un juego secreto. En El
cielo con las manos… Luna caliente,
desde la primera edición mexicana del ochenta y pico hasta ahora, no le he
cambiado estructuralmente, pero debo haber cambiado siete u ocho adjetivos,
metáforas, símiles… Queda mejor, el texto queda mejor. Yo me pruebo mis textos.
En mi escritorio, cuando estoy muy aislado, yo leo en voz alta, a veces me
pongo de pie, y leo en voz alta, para la pared. Pero lo leo y voy sintiendo la
respiración, el ritmo, me permite encontrar lo que no va a fallar. Una vez, el
turco Asís, que es un tipo muy mordaz, en una época éramos amigotes, y una vez,
no me acuerdo qué novela mía había leído y me dijo: “Linda tu novelita che.
¡Qué bien suena!” Típico del turco. Y me quedé pensando en qué me habría
querido decir con eso, y me quedé con el “qué bien suena”. Porque tiene que ver
con una cosa que también es un clásico en los talleres de escritura, y que es
una frase hecha: escribir fácil, es muy difícil. Que el lector se deslice en tu
texto, tiene que ser como salir a patinar en hielo. La lectura tiene que
deslizarse. Ahora, lograr eso, esa facilidad, es muy difícil, es un laburo
bárbaro.
MM: Hay que enamorarse de la corrección, entonces. ¿Vos creés que
menos es más, cuando se corrige un cuento? ¿Qué la corrección es una operación
de resta?
MG: No es que sea más. Creo en la vieja recomendación de Ernest
Hemingway, que todo texto de cien palabras, si se lo escribe en cincuenta
palabras va a quedar mejor. Es un apotegma periodístico, sobre todo de las
viejas redacciones, donde vos llegabas y rápidamente aprendías que todo lo que
vos escribías el jefe de redacción iba a pedir que lo redujeras al cuarenta por
ciento. Si lo vas apretando y dice lo mismo, quiere decir que lo que le
quitaste, sobraba. Y si no podés decir lo mismo es porque le falta caudal. Otra
vez, el lenguaje. Otra vez tiene que ver con el viejo manejo del sujeto y el
predicado, con las subordinadas, con la valoración del punto y la coma, del
punto aparte… la pausa que, incluso simbólicamente, va a hacer el lector.
¿Dónde le vas a dar una tregua? Yo creo que no es casualidad, yo por lo menos
pienso todo esto.
MM: ¿Vos ejerciste el periodismo cuando estuviste en México?
MG: Yo a mi edad, he sido más periodista que otra cosa en mi vida.
Porque me ganaba la vida. Hasta hoy. Yo soy jubilado básico. Cobro seis mil y
pico de mangos de jubilación, y ahora me van a cortar novecientos pesos más. Yo
sigo laburando, he trabajado toda mi vida, hace cincuenta años que trabajé en
diarios, revistas, fui corresponsal, he dirigido, he montado periódicos. Ese ha
sido mi ganapán en la vida. Es muy difícil vivir de la literatura. La
literatura ayuda, te da empujones. Hay momentos en los que puede darte momentos
de alegría. Yo, por ejemplo, la Fundación la hice con el Premio Rómulo
Gallegos. Lo decidí en ese momento que era muy especial en mi vida. Cuando me
anunciaron el premio estuve una semana borracho con dos amigos…era el
desenfreno. La alegría era tan grande que daba para chupar, fue fantástico.
(Risas). Y después me fui dando cuenta de qué hacía con eso. El Premio no te
hace ni escribir mejor ni escribir peor. ¿Y con el dinero que hacés? Y como yo
tenía todo el problema de mi biblioteca, venía llevándola, la había traído en
un container de México, y estaba repartida en un despiole de cajas, decidí hacer
una institución. Primero había pensado en hacer una biblioteca, y terminé
haciendo una fundación, cuyo primer patrimonio era mi apellido. Ahora, para
armar una fundación en esa época, que era la del gobierno de Menem era difícil.
Las fundaciones tenían un gran desprestigio.
Y puse ahí la plata. El fondo inicial, el que ha venido siendo el fondo
de supervivencia de la Fundación, ha sido el Premio Rómulo Gallegos.
MM: Bienvenido sea. Y ya que hablás de la Fundación… ¿Cómo surge la
idea de hacer el Foro? ¿A quién se le ocurrió ese primer foro?
MG: Y, se me ocurrió a mí. En el año ’95, el Congreso Nacional de
Literatura que se celebra cada dos años en distintas universidades (este año
fue en Formosa), se hizo en Resistencia. Y los organizadores me pidieron que
fuera yo el que diera el discurso de apertura. Se supone, un discurso
importante. Yo me sentí muy honrado. Era mi tierra, era mi universidad. Y en el
discurso, entre otras cosas yo hablé del problema de la lectura. Estaba
cambiando el mundo, estaba empezando la digitalización que ya había arrancado
en el ochenta y pico… No me acuerdo bien, pero trabajé alrededor del tema de la
lectura, y de cómo había una interacción y un conflicto a futuro entre el
papel, la máquina Olivetti, la computadora, el mundo editorial… Todavía no
había e-books, pero uno podía sospechar que algo iba a venir. Y en un momento
de la conferencia dije que ese era el Congreso Nacional de Literatura, en el
que había profesores y demás, y que ese era un tema que creía que había que
empezar a debatir. Lo único que había para entonces era el Plan Nacional de
Lectura que se llamaba Leer es Crecer, que había fundado Alfonsín en el ’84 y
que estaba ahí, más o menos. Y el que recogió el guante fue el rector de la
Universidad, que era farmacéutico, el doctor Adolfo Torres. Y el tipo había
estado ahí, escuchó lo que dije, y después se me acercó y me dijo que lo que
había dicho le parecía muy interesante, y que lo fuera a ver al rectorado. Fui
a tomar un café y el tipo estaba
entusiasmado. Me dijo que quería saber qué se podía hacer. Le dije que empezáramos por hacer un
congreso para discutir el tema, me
preguntó si me animaba a organizarlo, que la universidad lo financiaba y le
dije que sí. Y así organizamos los primeros foros, desde la Fundación, con el
apoyo de la Universidad Nacional del Noreste. Primero teníamos miedo, porque
los congresos universitarios… en el interior son siempre más numerosos, acá
gastás una millonada de pesos y van sesenta personas, y todos chochos. En el
interior, por la carencia que hay, en líneas generales son más numerosos. Nos
preguntábamos cuánta gente iría a venir. Y el primer congreso tenía casi
ochocientas personas. ¿Qué hacíamos con eso? Tuvimos que hacerlo en el Aula
Magna de la Universidad, vino el rector, dio un discurso… Y a partir de ahí,
incluso el primer libro que hicimos de fomento de la lectura, en una colección
que se llama así y que son tres tomos, los primeros dos los publicó la
Universidad Nacional del Noreste. Los editamos nosotros, publicados por ellos.
Ese fue el origen. Después cambió el rectorado, las nuevas autoridades no
vieron esto, nosotros ya habíamos crecido y ahí empezamos a hacer el Foro con
autonomía.
MM: Yo les contaba que estuve este año. ¿Cuánta gente suelen meter?
Esta edición fue una cosa tremenda.
MG: Este año fue el más numeroso. A lo mejor tiene que ver con los
tiempos. El año pasado habíamos tenido dos mil y pico de personas y este año
tuvimos más de tres mil. Casi tres mil quinientos. Este salto tan grande yo no
sé explicarlo. La verdad es que es difícil saberlo. Cierto desaliento, quizá,
cierta ausencia de las políticas de Estado… No sé. Habría que pensar hipótesis,
pero no tengo una respuesta.
MM: Es una maravilla. No se lo pierdan si pueden ir algún día al
Foro. Una duda, que charlaba el otro día con los compañeros. Hoy me dijiste,
casi como una primicia, que este es tu primer libro de poesía… Tanta noche… Yo les compartí un soneto.
MG: En realidad no es el primero, pero el primero no existe. Fueron
los primeros míos, pero yo era chiquito. (Risas).
MM: ¡Ahora sí! Yo había leído que los amigos de la Wikipedia decían
que habías publicado uno que se llama Invasión.
En el ’73…
MG: Exactamente. Alguna vez, con Ricardo Piglia lo hablábamos casi
celebratoriamente: el primer libro de Ricardo, que también era de poemas, se
llamaba La Invasión.
MM: Ah, mirá…
MG: Obviamente no lo conocía, eran universos diferentes. Pero no
vale nada…
MM: Como inicio debe haber valido…
MG: Y esto fue una invitación. Yo estaba muy tranquilo con morirme
inédito como poeta. Yo sé que no soy un gran poeta, y siempre he pensado que la
poesía es lo que más me ha gustado como construcción literaria. Leo mucha
poesía, siempre fui muy lector de poesía. Pero siempre pensé que para ser poeta
hay que ser un gran poeta. Si no… podés despuntar el vicio, podés compartir con
los amigos, o con alguna chica. Yo tengo una producción relativamente modesta,
no soy un poeta permanente, siempre estoy ocupado con la prosa, con lo que
quiero escribir, y van quedando algunos textos, algunos poemas ahí, y tenía una
carpeta. Y un amigo, que es un poeta español, Fernando Pelequén, un buen amigo
que me quiere mucho evidentemente, había leído algunas cosas. Y él me tiene a mí,
desde hace algunos años como su “atendedor”. Yo soy el primer lector de sus
libros de poesía. Sabe que soy un buen lector. Soy mejor lector que poeta. Y el
año pasado me dijo que había una posibilidad de publicar en Calambur, que junto
con Visor son las dos editoriales de poesía de España. Entonces quebré una
tradición interna, digamos, y ahí salió este, que es como una especie de
antología personal.
MM: ¿Hay cosas muy antiguas de tu obra allí?
MG: Hay de todo, sí. Decidí no poner techo, sino simplemente
trabajé todo. Ahí tengo poemas que no dan más. Porque yo no doy más. Y si no
son buenos es porque yo no sé hacerlos. Pero tienen mucho trabajo, y es un
trabajo que a mí me gusta mucho. El trabajo de una novela me resulta más
fatigoso. Porque en la novela tenés que tener todo presente cuando vas
trabajando como trabajo yo, párrafo a párrafo. Y sobre todo las novelas que yo
escribí primero, en las que no tenías el buscador que hoy tenés. Hoy ponés una
palabra y te ubicás más o menos. En aquel entonces no se podía. Y ahora, aun
así, es muy arduo. El cuento es más abarcable, es un universo, un Aleph. Y el
poema es tan compacto que te obliga a trabajar muy duro. Después, lo que no hay
de arte poética es porque no lo tenés, nada más. Qué va a hacer…
MM: Además recurriste a la forma clásica. Hay un montón de sonetos…
MG: Sí. A mí me gusta mucho el soneto. Tengo mucho más, pero ahí
hice una selección de ocho o diez; me encanta el soneto. Y eso lo heredé
también de mi maestro Juan Filloy, que era un gran sonetista. Y estas cosas que
estoy diciendo, me doy cuenta ahora (normalmente no hablo de esto), me doy
cuenta ahora, al decirlas, que estoy evocando a don Juan. Posiblemente muchas
de estas cosas me las enseñó él. Él era un enorme sonetista, que tiene cuatro
libros inéditos todavía. Es un Góngora eh… es un monstruo. Tiene un libro que
es gongoriano, o de un clasicismo extraordinario. Y muy profundo, como era don
Juan, que tenía una formación filosófica monumental. Un tipo que hablaba siete
lenguas y que leía a los griegos en griego, a los alemanes en alemán… Para mí
fue un tesoro la cercanía que pude tener con él. Y que él me haya mostrado sus
sonetos, a mí me marcó mucho. Trabajaba sobre todo el soneto alejandrino, que
era el más difícil de todos. Muy complejo. Yo tengo uno o dos, me atreví a eso,
pero es muy difícil. Pero como trabajo del lenguaje, ahí donde te encontrás con
que lo que estás trabajando es formal, pero es una forma que está conteniendo
una profundidad que es extraordinaria. Por lo menos, es a lo que uno aspira.
Creo que lo tomé de ahí. Mirá de lo que me hacés hablar… nunca en mi vida, en
mi vida he confesado eso. ¡En mi vida!
MM: Me voy henchido. Yo lo conocí a Filloy, y vale la pena
repetirlo porque lamentablemente no es tan conocido, gracias a la “Puro
cuento”, y a la entrevista que le hiciste.
MG: En el número 6 de “Puro cuento”, le hicimos una larga
entrevista, que fue la primera entrevista que yo tuve con él. Y habló el viejo…
estaba espléndido. Estaba en un momento de un brillo y de una generosidad
además, porque el arte de la entrevista depende mucho (yo he entrevistado
muchísimo, de hecho, mi libro Así se
escribe un cuento se monta sobre entrevistas a veintidós escritores, sé lo
que es la entrevista) de la generosidad del entrevistado. Y don Juan era un
maestro, era caudaloso, era una cascada de ideas, la forma, el manejo del
lenguaje, la obsesión por el lenguaje la heredé de él. O me la enseñó o la
heredé. Yo trabajo con el María Moliner al lado, y ahora con el de la Academia,
que lo tengo como favorito número uno. Y permanentemente consulto, veinte veces
por días, para el periodismo, para poesía lo que sea, y trato de tener una
concepción textual completa de nuestro idioma. Además, es un idioma que se ha
complejizado muchísimo. En la época de don Juan, el Diccionario de la Real
Academia tenía setenta y tres mil vocablos (esto me lo enseñó él). Hoy ya
pasamos los cien mil.
MM: Vocablos de los cuales, Filloy decía que se usan muy pocos,
¿no?
MG: Filloy decía que había que conocerlos todos. ¡Y él los conocía
a todos! ¡Me cachendié! Era una cosa impresionante. Y por eso es tan ardua su
lectura. Vos agarrás Op Oloop, y es
una novela compleja. Caterva, que es
el gran antecedente de Rayuela, son
los clochard que están en Río Cuarto
abajo del puente, es una gran novela que recomiendo y de la que hay ediciones
recientes, y es una novela compleja, que además tiene una música, tiene una
poética, una filosofía… Son siete tipos, siete crotos como se decía antes, que
están hablando de la literatura, la filosofía y la vida con una competencia… Y
eso era el viejo eh… Es difícil Filloy eh…
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