Elegía para el primer amigo perdido. Dan a conocer un poema inédito de Miguel Hernández, a 75 años de su muerte
Los
descendientes de Elvira, la hermana del poeta, publicaron “A mi amigo
Manolo, aguador ahogado” en el suplemento de Cultura del diario La
Vanguardia de España, junto a una nota firmada por Mar Campelo Moreno,
sobrina nieta de Hernández.
La
muerte de un amigo duele en el corazón y en la lengua madre. A 75 años
del fallecimiento del poeta Miguel Hernández (1910-1942), descendientes
de su hermana Elvira han decidido que llegó la hora de sacar a la luz
“un tesoro celosamente guardado a lo largo de tres generaciones”: un
poema inédito de Hernández. Se trata de una elegía que escribió por la
muerte de su amigo Manolo, un aguador de Orihuela, su ciudad natal. “A
punto de casarte te has ahogado./ Y una mujer tortura sus cabellos,/
echa de menos un timón de olmo,/ llora un novio de yunques resistentes,/
un corazón de campanario en fiesta,/ derramando jornales por el suelo,
que unisteis/ para pagar el azahar y el hijo./ Y otra mujer, tu madre,
tan mezquina/ que te crió con hierbas y mendrugos,/ gime y te insulta
porque ha de pagar tu entierro”. Así comienza la elegía, titulada “A mi
amigo Manolo, aguador ahogado”, que publicó el suplemento de Cultura del
diario La Vanguardia de España, acompañada por una nota firmada por Mar
Campelo Moreno, sobrina nieta del poeta y profesora de español en la
Boston University en Madrid.
Campelo Moreno cuenta en el texto que, como en muchas otras ocasiones, la primera lectora de esa elegía hasta ahora inédita fue Elvira, cuya opinión el poeta tenía en cuenta. La hermana de Hernández le recomendó que no publicara el poema, “ya que al atribuir la responsabilidad de la muerte a la ‘mezquindad’ de su madre, acrecentaría el ya insoportable dolor causado por la muerte de un hijo”. Los hermanos discutieron y llegaron a un acuerdo: Miguel le regaló el poema a Elvira para que lo guardara o lo destruyera. La hermana lo conservó inédito –al igual que las cartas y documentos del poeta– hasta su muerte, en 1996. Entonces ese tesoro “celosamente guardado” pasó a manos de su hija mayor, Elvira Moreno Hernández. En 2016, el archivo quedó a cargo de la hija de la segunda Elvira, Mar Campelo Moreno, con la responsabilidad de hacer público ese legado en el momento oportuno.
El manuscrito de Hernández no está fechado pero, a través de
los datos obtenidos en la hemeroteca, Campelo Moreno afirma que podría
situarlo en las primeras semanas de agosto de 1935. “Los diarios La
Verdad (7 de agosto de 1935), El Día (7 de agosto), La Libertad (6 de
agosto) y El Luchador (5 de agosto) hacen referencia a la muerte de un
aguador de nombre Manuel García Ortuño, alias Solajes, y natural de
Orihuela, donde ejercía su oficio. No puedo asegurar que se trate de la
misma persona, pero las coincidencias, tanto en el nombre como en el
oficio o en la causa de la muerte, pueden hacer pensar con cierta
seguridad que este Manuel García Ortuño, que murió ahogado el 4 de
agosto de 1935, es el destinatario de la elegía”, plantea la sobrina
nieta del autor de El rayo que no cesa, Viento de pueblo y Cancionero y
romancero de ausencias, entre otros poemarios.
“Hoy tendrán sed tinajas y gargantas,/ hoy huelgan por ti fuentes y aguadores,/ carros y surtidores, con los brazos caídos./ Tu cuerpo estaba hecho de herramientas sonoras:/ parecías compuesto de disparos,/ tu voz llevaba un trueno de las riendas/ y dos trillos tus pasos, tan potentes/ que quedaban las huellas de tus pies/ grabadas en las losas”, continúa la elegía de Hernández al amigo que murió ahogado. Su sobrina nieta explica que hay similitudes con otra elegía posterior que le dedicó a Ramón Sijé, en enero de 1936, publicada en El rayo que no cesa: “Yo quiero ser llorando el hortelano/ de la tierra que ocupas y estercolas,/ compañero del alma, tan temprano./ Alimentando lluvias, caracoles/ Y órganos mi dolor sin instrumento,/ a las desalentadas amapolas/ daré tu corazón por alimento./ Tanto dolor se agrupa en mi costado,/ que por doler me duele hasta el aliento”. Campelo Moreno advierte que “ambas elegías lloran la muerte de un amigo joven, inevitable en el caso de Sijé e innecesaria en el de Manolo” y recuerda que Hernández dedicó elegías a personajes públicos, personas de su entorno inmediato y anónimo e incluso a algunos animales. “La elegía a ‘Manolo, aguador ahogado’ es la primera en la que la muerte le afecta personalmente –aclara la sobrina nieta– y, en consecuencia, la primera con un tono íntimo, que muestra el dolor sincero y que camina hacia la culminación del género elegíaco en la dedicada a su ‘compañero del alma’”.
Campelo Moreno cuenta en el texto que, como en muchas otras ocasiones, la primera lectora de esa elegía hasta ahora inédita fue Elvira, cuya opinión el poeta tenía en cuenta. La hermana de Hernández le recomendó que no publicara el poema, “ya que al atribuir la responsabilidad de la muerte a la ‘mezquindad’ de su madre, acrecentaría el ya insoportable dolor causado por la muerte de un hijo”. Los hermanos discutieron y llegaron a un acuerdo: Miguel le regaló el poema a Elvira para que lo guardara o lo destruyera. La hermana lo conservó inédito –al igual que las cartas y documentos del poeta– hasta su muerte, en 1996. Entonces ese tesoro “celosamente guardado” pasó a manos de su hija mayor, Elvira Moreno Hernández. En 2016, el archivo quedó a cargo de la hija de la segunda Elvira, Mar Campelo Moreno, con la responsabilidad de hacer público ese legado en el momento oportuno.
“Hoy tendrán sed tinajas y gargantas,/ hoy huelgan por ti fuentes y aguadores,/ carros y surtidores, con los brazos caídos./ Tu cuerpo estaba hecho de herramientas sonoras:/ parecías compuesto de disparos,/ tu voz llevaba un trueno de las riendas/ y dos trillos tus pasos, tan potentes/ que quedaban las huellas de tus pies/ grabadas en las losas”, continúa la elegía de Hernández al amigo que murió ahogado. Su sobrina nieta explica que hay similitudes con otra elegía posterior que le dedicó a Ramón Sijé, en enero de 1936, publicada en El rayo que no cesa: “Yo quiero ser llorando el hortelano/ de la tierra que ocupas y estercolas,/ compañero del alma, tan temprano./ Alimentando lluvias, caracoles/ Y órganos mi dolor sin instrumento,/ a las desalentadas amapolas/ daré tu corazón por alimento./ Tanto dolor se agrupa en mi costado,/ que por doler me duele hasta el aliento”. Campelo Moreno advierte que “ambas elegías lloran la muerte de un amigo joven, inevitable en el caso de Sijé e innecesaria en el de Manolo” y recuerda que Hernández dedicó elegías a personajes públicos, personas de su entorno inmediato y anónimo e incluso a algunos animales. “La elegía a ‘Manolo, aguador ahogado’ es la primera en la que la muerte le afecta personalmente –aclara la sobrina nieta– y, en consecuencia, la primera con un tono íntimo, que muestra el dolor sincero y que camina hacia la culminación del género elegíaco en la dedicada a su ‘compañero del alma’”.
A mi amigo Manolo, aguador ahogado
A punto de casarte te has ahogado.
Y una mujer tortura sus cabellos,
echa de menos un timón de olmo,
llora un novio de yunques resistentes,
un corazón de campanario en fiesta,
derramando jornales por el suelo, que unisteis
para pagar el azahar y el hijo.
Y otra mujer, tu madre, tan mezquina
que te crió con hierbas y mendrugos,
gime y te insulta porque ha de pagar tu entierro.
Hoy tendrán sed tinajas y gargantas,
hoy huelgan por ti fuentes y aguadores,
carros y surtidores, con los brazos caídos.
Tu cuerpo estaba hecho de herramientas sonoras:
parecías compuesto de disparos,
tu voz llevaba un trueno de las riendas
y dos trillos tus pasos, tan potentes
que quedaban las huellas de tus pies
grabadas en las losas.
Tú y la chicharra, de la misma especie.
Cuando hacías equilibrios sobre un cuchillo en pie,
cuando sobre tu carro
de cántaros templando sus guitarrones de agua,
relampagueando el látigo mordías al borrico,
cuando te desplegabas sobre tu acordeón,
caía seducida una hortelana.
Tú y Rosendo, los mozos más fornidos, Manolo.
Tu dilatado tórax ocupaba la calle,
a tu sien hondamente negra de juventud
acudían las venas y el amor a manojos,
parecía que nunca te habías de morir,
parecías verdad, y eras mentira.
Viniste al mundo derribando sillas
y levantando arados con los dientes,
tu mano mejoró la del león
y resistió tu espalda la caída de un pino.
Gremio de relucientes puñaladas,
suavemente las aguas te han matado.
Cuatro aguadores de anudados brazos
te llevan con los pies para delante.
Cuenta con mi dolor, cuenta conmigo,
y con mi corazón, y con mi lengua,
cuenta con un puñado de lágrimas y tierra,
cosechero que fuiste del estrépito,
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