Pablo Ramos: “La literatura está más allá de las palabras. Por fuera de las palabras. Absolutamente por fuera”
En la segunda parte de la entrevista realizada en La Nube, Pablo
Ramos contó de sus proyectos inmediatos, de Hasta que puedas quererte solo, de
sus maestros Abelardo Castillo y Liliana Heker, de su propia experiencia como
docente en talleres literarios y, una vez más, de sus orígenes y fuentes: el
barrio, el abuelo, el padre, la madre, el juego, la calle… Habló, con
extraordinaria lucidez y sinceridad, del sentido de su literatura. De la
vida misma.
Mario Méndez: En pocos días emprendés un viaje importante, ¿no?
Pablo Ramos: Sí, me voy un mes. A presentar un libro.
Asistente: ¿Qué vas a presentar?
PR: Éste, Hasta que puedas quererte solo... Lo voy a presentar
en Barcelona, Madrid, Málaga, Roma, Turín, Berlín, Colonia.
MM: Qué bueno…
PR: Sí, es bueno. Me llevan para todos lados gratis, vengo zarpado de
pulpo, me como todo. (Risas). Desayuno pulpo. Aunque en España hay churros. Los
vas a comer a la tarde, que ya están “viejos”, y están ricos. No estoy con
mucho ánimo, por esto de la separación. Me pegó bastante mal esta vez. Pero
bueno, tengo que irme. Está bueno despejarme un poco.
MM: ¿Cuánto tiempo viajás?
PR: Un mes.
MM: ¿Y seguís dando taller, Pablo?
PR: Claro. Ahí tengo a dos. Irene, que ya ganó un premio. Gran
escritora. Tenés que traerla acá cuando presente el libro. Porque yo no voy a
estar cuando se presente en noviembre. Se puede hacer una presentación acá.
¿No, Irene?
MM: ¿Irene cuánto?
PR: Kleiner. La más pequeña, además. Y el libro es extraordinario.
MM: ¿Cuentos? ¿Novela?
PR: Cuentos. Es el Premio Bioy Casares, de la Municipalidad.
MM: Acá estuvo Horacio Convertini, que te tiene en lo más alto…
PR: Ah, sí. Un divino. Él empezó conmigo e hizo una transformación
muy grande en el taller. Particular. Venía temprano… hinchapelotas. Venía a la
mañana. Me tenía que tirar la puerta abajo, yo me acuesto a las seis, siete con
suerte. (Risas). Un gran talento. El libro de cuentos es lo mejor que tiene.
Realmente, Los que están afuera es extraordinario. Aparte, un laburante.
Yo le decía para dónde, y él iba. Esa confianza ciega ayuda.
MM: ¿Eso te pasó a vos con Castillo?
PR: Con Heker sobre todo. Yo fui casi cuatro años a lo de Liliana
Heker. Yo creo en el maestro como en una cosa que está allá arriba. Y tuve dos
maestros increíbles. Lo que te deja un maestro es literario, pero es sobre todo
extraliterario. Por ejemplo, Abelardo me enseñó que corregir un texto es un
trabajo espiritual, no técnico. Que implica corregirte como persona. Y Liliana
Heker me enseñó que no puedo no escribir lo que tengo que escribir. Dos
enseñanzas morales. Una vez, yo estaba por dejar el taller, estaba muy mal, me
interné otra vez para dejar la droga. Me fui desde Márquez y Panamericana con
el libro y lo perdí. Eran noventa páginas. No había hecho fotocopias ni nada,
me deprimí mucho. Me bajo del 24 y me doy cuenta de que se me va. Me meto en la
terminal, ahí nomás, y ya no estaba. ¿Qué carajo hicieron con las hojas de la
máquina de escribir? Y ahí me cuenta Liliana que cuando Tolstoi termina Guerra
y Paz, una pila así de hojas, a mano, va a buscarse un coñac. Y la empleada
prende el hogar con Guerra y Paz. Era analfabeta. Prende el hogar a leña
con la novela.
MM: No…
PR: Y dice que el chabón dijo que, o la mataba, o arrancaba a
escribirla otra vez. Y arrancó de nuevo. Quizás le debemos Guerra y Paz a
la empleada. Y yo le debo esa novela al colectivero. Yo me acordaba de lo que
había escrito, pero estaba corregida.
MM: ¿Era El origen de la tristeza?
PR: Sí, sí. Sigo con esa manera de escribir bastante, pero le saco
fotos.
PR: Muy poco. Un cuento puede ser que lo escriba en la compu. Una
novela, no. La página escrita siempre es una hoja activa. Es muy lindo. De
hecho, tengo un proyecto para cuando venga de afuera, que ya tengo apalabrado a
un monasterio de Victoria. Este año quiero escribir una novela que es el
Evangelio según el otro. El Otro es un personaje. Se me ocurrió una historia
del apóstol trece. Es un tipo que no entró en los doce, pero que igual siguió.
Y cuenta cosas distintas. Es como mi visión del cristianismo, hecha una novela.
Es El Evangelio según San Mateo, reescrito desde el apóstol
trece. Como en este momento no la estoy pasando bien, más allá de la
separación, mi hermano tuvo una recaída, yo tuve una recaída, estuve casi dos
meses que casi no di taller, la estuve pasando mal. Y todavía no estoy nada
bien. Entonces voy a hacer algo, y es esto: el jueves termino mi jornada, y el
viernes a la mañana me voy a un convento de Victoria, y ahí me quedo hasta el
lunes. Todo el año. Ya hablé con la madre de mi hija, con mi hija. Tranqui. Voy
a estar ahí con una máquina de escribir, sin celular, en la Edad Media, que es
el momento en el que yo debería haber nacido. Me encanta. Espero encontrar una
respuesta a este mal que les pasa a estos dos chicos. En la foto, este
soy yo, y este es mi hermano. Esta foto ayer se la regalé a mi hija. Y está tal
cual. Esas piernas se rompieron. Las pegaron. Y como que mi mamá la llenó con
pinturitas. Y es como la foto del síntoma, ¿no? De mi mamá y nuestro.
Llenar con pinturitas de colores lo que está roto. Pobre mi mamá.
MM: Todos estos personajes, que no son personajes de Hasta que
puedas quererte solo…
PR: Son personajes en el relato. Leyeron y aprobaron esto. Por eso el
nombre Pablo. Porque si el presidente de NNAA era el presidente de los
faloperos, es el presidente de NNAA.
MM: El hincha de Arsenal…
PR: Claro. Es re loco eso. Hay algo en el sur. Yo soy el único
ciudadano ilustre que nombró Ferraresi en Avellaneda. De Falopero Ilustre, a
Ciudadano Ilustre. A mí me gusta, eh…
MM: Che, ¿Y Rolando? ¿Ese personaje?
PR: Ah, bueno… ¿leyeron “El sonido de la cortesía”, que
publiqué hace poco en Página 12? Búsquenlo. Rolando es inagotable.
“Rolando, no entiendo…” “Y…si no entendés, no entendés”. “Pero explícame”. “No,
no te puedo explicar”. Me volvía loco. Yo le decía que quería que me explicara,
porque me volvía loco. Y me decía que no me explicaba porque yo no entendía.
Hoy lo entiendo. Yo no puedo enseñarle nada a alguien que no sabe. Irene,
Pancho… vienen escribiendo. Vienen con toda la escritura. Puedo ayudarlos a
ordenar una energía. Compartir determinada cosa, colaborar con mi punto de
vista en algo que ya saben… Que no saben que saben. Pero que está ahí. Porque
lo que yo leo, es lo que ellos escriben. No lo que yo escribo. De lo que
ellos escriben ordeno, cambio. El orden de los factores altera el producto en
literatura. Yo siempre digo lo mismo, es muy sencillo. ¿Querés aprender a
redactar? Cualquiera redacta bien. ¿Querés aprender a escribir? Motivación,
contexto y estructura. Es lo único que se necesita para trabajar en literatura.
Trabajar la motivación en un diario, elegir el contexto adecuado para una
historia, y saber qué estructura no está de más ahí. ¿Quién escribe acá? El
primer sábado de noviembre doy una clase abierta en mi casa. Otra vez, cuando
vuelva puedo dar una clase acá.
MM: Creo que es el sábado 4…
PR: Eso. El sábado 4 a las seis de la tarde. (Da la dirección) Pero
anoten mi teléfono y whatsapeen por si pasa algo, porque conmigo siempre
pasa algo. (Da el teléfono). Doy una clase para los alumnos nuevos. Da lo mismo
que sean cinco, diez o veinte, porque total yo estoy hablando, pueden
venir sin que les cobre la clase. ¡Ah! Faltó la anécdota de mi abuelo y ya me
voy. Ahí está el sentido de cómo encaro yo la literatura…
MM: Además estaba por estrenarse una película. ¿Quién la hizo?
PR: Oscar Frenkel. Es ópera prima.
MM: ¿Te mostró algo?
PR: Sí, somos amigos.
MM: ¿Y qué te pareció?
PR: Está buena. Es difícil hacer una película con chicos. Pero va a
estar buena. El martes que viene, no sé si pueden venir… en la librería del FCE,
vamos a presentarla para los que quieran ir. Bueno… en mi familia, en los
Ramos, hay dos circos. Somos Ramos, Spinellia y Triana. Por el lado de mi mamá,
hay gitanos. Supongo que de ahí me viene el amor por las cosas. Es raro. Me
falta un anillo que no encontré y me siento desnudo. Con mi primo el Beto
Triana, que es un genio que me enseñó lo que es la mezquindad de la gente,
vendíamos oro… falso. (Risas). Pero entre el oro falso, teníamos oro bueno.
Teníamos cadenitas mezcladas. Y teníamos un medallón trucho, medio antiguo,
pesado. Buena joya trucha. Bañada en oro bien. Pesada. Entonces íbamos y
decíamos: “Señora, acá estamos con el Circo del Papelito. Venga, traiga la
silla”. Mi primo les prometió al Chavo del Ocho. Llenamos una Sociedad de
Fomento, acá en Avellaneda, y cuando la gente empezó a pedir al Chavo, les
largó un borracho… (Risas). Casi le prenden fuego el circo. Y salió enojado.
“¿Qué quieren por esta plata? ¿Al Chavo de verdad? Ustedes son los
delincuentes.” (Risas). Un genio, te daba vuelta todo. Salíamos a vender oro
por Sarandí. “Cómpreme esto, señora, que mi madre está mal. Le dejo esto, que
no me lo puedo sacar”. Sacabas oro de verdad, y si te lo quería comprar, había
que pedirle `plata de verdad, y lo vendías de verdad. No pasaba nada. Yo vendo
todo… pero esto no. (Y ahí sacabas el medallón). Esto me lo dejó la madre de mi
madre. “Ay, pero a mí me gusta eso”… (Risas). No puedo, señora. Con todo gusto
pero me está arrancando el alma. “Lo que yo quiero es esto”. ¿No ves que son
unos hijos de puta? (Risas.) Son unos hijos de puta, son unos caranchos.
Entonces terminábamos contentos. (Risas). Había hecho unos relojes Seikom,
los había conseguido no sé de dónde y los vendíamos por Seiko. Poníamos
la hora y diez para taparle la “m”. (Risas). Pará… (Se ríe)… Cuando leían
Seikom… la gente no lee. No lee. No andaban ni para atrás los relojes. (Risas).
Y cuando a mi abuelo le agarra cáncer de garganta, pobre Pocho, y no puede
cantar, mi primo Beto le regala (mi abuelo era de Racing, tenía el colectivo de
Racing, no lo podía manejar), el carrito de los pochoclos, y lo decora todo con
Racing, igual que el colectivo. Todas las cosas de los colectiveros, las
boleteras, los dados… Siempre se manejaba como si fuera el dueño del colectivo,
y no. Era un empleado, pero el dueño se lo dejaba, porque dejárselo a mi abuelo
era una tranquilidad. Se pasaba los fines de semana arriba del colectivo,
cromando no sé qué, puliendo no sé qué… Qué lindo que era todo antes, ¿no? Ese
colectivo era un lujo. El dueño era un gallego que tenía dos colectivos.
Entonces yo le conseguí por el cura la plaza de Supisiche y Belgrano, ahí en
Sarandí. Vengo en el 24, de dos días de gira, completamente en pedo. Estaba
nublado, muchos truenos… y en la penumbra de las nueve de la mañana, de una
mañana nublada, veo el carrito de Pocho. Me bajo una parada antes, y le digo:
“¿Qué hacés?” “¿Cómo qué hago? Pochoclo”, me dice. “¿Pochoclo? Pero se está por
caer el cielo. ¿Qué hacés?” “No. Vos qué hacés. El hombre del pochoclo, hace
pochoclo”. Él lo hacía delante de los chicos, nunca lo tenía hecho. Estaba
bueno eso. La verdad es que mi abuelo era un ser maravilloso de verdad. Un
anarquista que fundó una biblioteca ahí en Avellaneda, Veladas de estudio
después del trabajo. Y él era analfabeto. Tenía las Obras Completas de Rafael
Barret, que son la única herencia de él y las regalé. Tenía arrancada la
palabra “sirviente” del María Moliner. Y no sabía leer. Una vez llegó una chica
para limpiar a casa y le dijo que la palabra sirviente no estaba en su
diccionario. “Me muero con la pieza sucia pero con la conciencia limpia, no
como vos.” Viste como son los anarquistas… Yo los admiro. Yo soy peronista,
pero los anarquistas son lo que todo debería ser, porque son inquebrantables.
En esa biblioteca lo aguantaron a Atahualpa, en esa biblioteca lo
aguantaron a Castagnino, y sigue estando un Castagnino… “Veladas de estudio
después del trabajo”. Los títulos anarquistas son maravillosos. Él sabía un
montón de literatura, porque no leía, pero le leían. Se juntaba mucha gente, y
alguno que sabía leer, leía para los que no sabían. Después aprendió y escribió
unos poemas eróticos. Era muy gracioso. Bueno… al año y medio se muere mi
abuelo. En el hospital Eva Perón. Lamentablemente… Mi abuelo hacía cada
negocio… Alquilaba una pensión en Dock Sud que tenía tres camas. Y sub
alquilaba una cama. Un tipo que te sub alquila una cama, no te paga nunca.
Teníamos un borracho ahí, que nos daba lástima echarlo. Y yo le decía: “Pocho,
no hagamos más negocios”. Una vez en San Lorenzo y Paseo Colón, teníamos dos
camas, y en una yo tenía que dormir con él. ¡Insoportable! “Otra vez, otro
borracho, no te va a pagar”. (Risas). “¡Yo lo voy a sacar a patadas!” “Y
bueno…” “¿Por qué te agarra el ataque de sub alquilar camas? Si vos sos anarquista,
no sos empresario…” (Risas). Qué personaje… me hace reír todavía, aunque hace
treinta y tres años que murió. Entonces, cuando se estaba muriendo se
despide de todos, se da cuenta de que se muere… Yo me quedé con él hasta que
murió. Y me dice: “¿Te acordás de lo que te dije un día que viniste?” “Sí, me
acuerdo, un día nublado que nos comimos los pochoclos nosotros.” “¿Qué te
dije?” “Me dijiste: el hombre del pochoclo, hace pochoclo.” “¿Y qué te quise
decir?” “No sé.” “Los días de sol, pochoclo hace cualquiera.” No lo puedo ni
nombrar… estoy muy sensible, perdón. Lo que me quiso decir, es que me iba a
tocar un tiempo difícil para escribir. Ahora es fácil para mí. Cada vez lo
entiendo más. Hubo un tiempo en el que escribía estos libros en una pensión.
Escribía sin tener ningún futuro. Ahora, no.
Asistente: Aparte los abuelos son seres especiales.
PR: La verdad que sí. El único consejo sexual que recibí en mi vida
me lo dijo él que era anarquista. Me dijo: “Se entra en una mujer como en una
iglesia.” (Risas). Ya tengo tres hijos… (Risas) Sobreentiende mucho esa
religión… (Risas).
Asistente: Con los años va aflojando…
PR: Sí, gracias a Dios.
MM: Bueno, Pablo, seguramente va a haber varios que quieran que les
firmes los libros. Queríamos darte un gran aplauso. (Aplausos).
MM: Mirá…acá te quieren hacer una pregunta.
Asistente: Mi hijo está en Ecuador, viene mañana y tuvo un infarto.
Por suerte está bien. Por eso no vine a las otras cosas. Hoy no tenía ganas de
venir… ya vuelve y está bien. Pero yo quise venir. Acá quiero venir. Beso a
Antonia.
PR: Muchas gracias.
MM: Gaby…
Gaby: Yo quería saber… ¿Cómo fue la primera vez que empezaste a escribir?
PR: De chico yo escribía… letras de canciones sobre todo. Y después,
de grande, quería contar algunas cosas que me pasaron. Hay un cuento, en el
primer libro, que es lo primero que escribí en serio. Donde nació Pablo Ramos.
Yo fui a lo de Abelardo y escribí un cuento como a la medida de él, una
porquería. Me dijo de todo, y me fui re mal ahí, a la casa de Ernesto donde
vivía. Me fui tan mal, que estaba leyendo un reportaje a Sartre que se llama
“Autorretrato a los setenta años”, que publicó Sudamericana. Y ahí Sartre
explicaba por qué no podía seguir escribiendo, porque estaba ciego. El
periodista le preguntaba cómo empezaría su novela, si pudiera seguir
escribiendo. Y él dijo: “Me llamo Jean Paul Sartre y pienso esto”. Entonces yo
ese día, tan deprimido, escribí: “Me llamo Pablo Ramos”. Salió así natural, por
mi abuelo. Mi abuelo materno. Y me salió un cuento que se llama “Luces de
colores” que está en el primer libro. No es un gran cuento, pero
formalmente está bien. Y yo quería que estuviera. Porque es un cuento de un
tipo que ve cómo a un nene lo meten en cana… un cuento bastante romanticón,
pero que abrió el paso hacia otro rumbo. Hacia escribir buscando superar mis
expectativas. No las de los demás. Había escrito ese cuento sobre una rodada de
caballos, para que Abelardo se sintiera orgulloso, porque había leído un cuento
de Bernardo Jobson, un amigo de él, “Los caballos no saben que es
domingo”. Entonces, cuando termino el cuento, me da con un caño y me dice:
Si hubiera sido un piloto de Fórmula 1… Él sabe que a mí me gusta el
automovilismo. Lloré cuando murieron mi abuelo, mi tío Juan, y Ayrton Senna.
Cuando ahora lo recuerdo a Senna, me pongo a llorar también. Me vuelve loco.
Hay una frase que dice que si te sobra pista quiere decir que venir despacio. Y
yo tengo un par de choques, pero pista no me sobró nunca. A mi hermano tampoco.
Ahí Abelardo me dice: “Bueno, tengo setenta y dos años, no estoy para escuchar
semejante pelotudez”. Eso me dijo. A las cuatro de la mañana. Lo cagué a
timbrazos. Pero la pasé mal. Y casi no vuelvo. Y cuando le llevé el otro
cuento, Abelardo me dijo: “Hay muchos problemas, pero ahí hay un escritor”. Que
Sylvia Iparraguirre diga que yo soy el escritor que más autorizado está a
hablar de Abelardo, por la trayectoria… El otro día, en el MALBA, yo pensé que
había que leer un cuento de Castillo. Y al final era hablar sobre él, así que
lo improvisé, pero salió re bien. ¿Qué más tienen que hacer ahora? (Risas).
MM: No sé si alguien tiene alguna pregunta más…
PR: Que se vaya el 2017… Siempre decimos lo mismo. Treinta mil votos
más sacó Carrió después de que dijo lo de Walt Disney. Hermoso, ¿no?
Asistente: La suerte y el azar parecen ser cosas que están muy
pegadas en tu vida. Y que jugás con eso.
PR: Sí, la ruleta es una religión para el ludópata, ¿no?
Asistente: El peronismo también… en una parte.
PR: Sí. Para la derecha sos de izquierda y para la izquierda sos de
derecha. “Los peronistas no son ni malos ni buenos. Son incorregibles…”, dijo
Borges. Es la mejor definición, ¿no? Ahora yo hablo con Paco… o cuando me junto
con Ferraresi… ahora que estoy yendo a la Isla Maciel, se me ocurrió una
historia. Hubo un verdugo en Buenos Aires. Y era un negro de la Isla Maciel. Y
era medio chicato, pero no dijo nada para conseguir laburo. Tenía que matar a
la gente de un hachazo, pero me parece que les pegaba en cualquier lado, y
quedaban todos retorciéndose. Era tan tremendo el espectáculo que hubo tres
ejecuciones y suspendieron todo. Era más fácil matar a los tipos con una mini
Pymer. (Risas). Era tremendo. Y se me ocurrió que inventemos… como está el
candombe… Ahora viene todo de Uruguay… Mujica me rompe las pelotas. (Risas).
Acá hay un candombe argentino que es el de Alberto Castillo. El de allá es así
(hace el ritmo sobre la mesa), y el de acá es así (hace el ritmo sobre la
mesa). Entonces estoy rescatando una gente que hace candombe argentino, y vamos
a ir frente a Caminito y desde ahí a la Isla haciendo candombe. Y vamos a
conseguir una casa, para decir que ahí vivía el negro. Vamos a poner un puesto
en La Boca. Caminito le deja cien millones de pesos por año a La Boca.
Imaginate si me deja el diez por ciento para la gente de la Isla Maciel… Vive
toda la Isla. Ahora que está el transbordador de Larreta que llegó hasta la
mitad y volvió. El transbordador que no transborda… Del lado de la Isla había
alambre de púa. ¡Y es sobre todo para la gente de la Isla, porque los chicos
van a los colegios de enfrente! Hay alambre de púa. Qué payasos estos tipos.
Transbordador que hizo Cristina. Dijeron que estaba sobre facturado… Todo
mentira. Del otro lado, policía y Larreta. Y de este lado, folklore, choripán,
¿Cómo no vas a ser peronista? ¿Qué hacés si sos peronista? Ponés chorizos
a la parrilla. No ponés milicos. No había milicos. Cinco mil personas.
¿Me entendés? Emocionados porque los nenes bailan folklore. Así es. Llorando y
mordiendo el choripán al mismo tiempo. No sé qué tiene en la sangre una
persona. No digo que tiene que ser peronista, pero… Mi viejo decía: “Al que no
es peronista, hay que hacerle una autopsia en vida”. (Risas). “Para ver qué
tiene adentro”· ¡En vida!
MM: Un poco fuerte. (Risas).
PR: Un poco fuerte. No era un tipo muy sutil. Pero menos sutil es la
borracha esta, con perdón de los borrachos, que son unos fenómenos. (Risas). El
que se enorgullece de meter un pibe preso por día… Lo lindo es que haya un pibe
más por día en la escuela. ¿Cómo los vas a meter presos? Qué cosa… ¿Pero vamos
a seguir hablando entre los convencidos?
Asistente: Pablo…te cambio… La parte técnica de tu escritura… ¿Cómo
empezaste a trabajar la escritura técnicamente?
PR: En el taller. Hay algo que me sale, también. Y trato de
explicarlo. Me resulta relativamente fácil escribir. Corrijo. Sé lo que busco, pero
fui entendiendo. Tengo muchos ensayos escritos. El taller que hice y el taller
que doy, me obligan permanentemente a… ¿les puedo mostrar algo con la guitarra?
Y con esto termino. Acá está lo que es la literatura para mí.
Era una cinta de fuego,
galopando, galopando,
crin envuelta en llamaradas,
mi alazán, te estoy nombrando.
¿Qué oscuro lazo de niebla
te pialó junto al barranco?
¿Cómo fue que no lo viste?
¿Qué estrella andabas buscando?
En el fondo del abismo, (escuchá)
ni una voz para nombrarlo.
Solito se fue muriendo, (y acá viene)
mi caballo, mi caballo.
¿Por
qué repite? ¿Qué es la literatura? ¿Por qué lo dice dos veces?
Solito se fue muriendo (y te lo digo a vos)
mi caballo (al decírtelo a vos me doy cuenta), mi caballo.
Premio
Nobel hay que darle por eso al tipo. Mirá cómo me pone. La literatura está más
allá de las palabras. Por fuera de las palabras. Absolutamente por fuera. Hay
una sinceridad espiritual, y el secreto, o el milagro del hecho estético,
literario… Y no me digan dónde lo aprendí… lo analicé. También será que
tengo algo. No me hagas un quilombo. Dejame algo. (Risas). Está en ese develar,
en ese desnudar (aunque la palabra no me gusta), en el momento exacto. En el
tiempo exacto, con las menores palabras posibles, quitar un velo de pudor,
frente al otro. Es la confesión, es lo confesional. “Contame una historia,
vos que sos mi hermano./ Mentime al oído”, dice el tango. Es lo
confesional lo que nos convoca. Más que nunca. Desde Sartre…Ya con Poe,
nadie se emociona, ni se asusta. Tiene un valor estético en la historia
de la literatura, es una literatura que es alucinante, por lo que es, por lo
que Poe pasó. Pero sin embargo, leés un cuento de Carver, con nada. Un cuento
de Cheever, “El nadador”, con nada… y te emociona eso. Ese momento en el que la
persona muestra un poquito de su alma. Repitiendo una frase te das cuenta
conscientemente… esa energía que te transmite. El error es pensar que la
literatura (ahí tenés los escritores como Alan Pauls que para mí no sirven para
nada) es la comunicación de un intelecto con en otro. Y es mucho más complejo
que eso, es mucho más profundo que eso. Unamuno decía: “Dios existe. Nosotros
somos los que no existimos.” Con esa consciencia escribo yo, con la consciencia
de que el afuera es la consecuencia de mi interior. Al revés de lo que es el
discurso hegemónico. De alguna manera, un psicoanalista te diría lo mismo, no
estoy muy lejos de creer que es verdad que el afuera es una consecuencia de mi
interior. En este momento yo voy a ser un reflejo de cada uno de ustedes, y
cada uno de ustedes va a ser el reflejo de un aspecto mío. Con esa consciencia,
no me pierdo nunca en un auditorio. Me gustan así. Chicos. Porque los miro a
cada uno. No sé si alguno me salteé. Pero quiero ver. ¿No? Quiero ver quién es.
Por eso a veces pregunto nombres. Porque me saca de acá. Me mezcla, y ahí me
siento cómodo. Mezclado. “Yo soy de los del montón/ no soy flor de
invernadero,/ soy como el trébol campero,/ crezco sin hacer barullo, / me
apreto contra los yuyos/ y así lo aguanto al pampero”. Atahualpa. ¡Es
brillante! En el arte de vivir,/que mire el hombre hacia adentro,/donde se
hacen los encuentros,/ de pensares y sentires./ Después que tire ande tire,/
con la conciencia por centro. Es el tiro al arco zen. Ese tipo era un
genio, un genio, un genio. Una persona de genio. Mi abuelo me hacía recitar “El
alazán”. Nos tenemos que ir… me quedaría toda la noche… Me subía arriba de
la mesa, y me decía: “solito se fue muriendo”, y cuando yo decía “mi
caballo, mi caballo”, me ponía a llorar y se cagaban todos de la
risa. (Se ríe) ¡Eran más malos que la mierda! (Risas). Los amigos estaban
todos re duros…
MM: Qué grande. Te queremos regalar el libro de las primeras veinte
entrevistas. Ya vendrá el otro.
(Aplauso).
PR: ¡Qué lindo! Bueno… Muchas gracias. Y cuando quieran, me
llaman.
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