“Uno escribe para sí mismo, sin olvidar que hay otro, al que uno respeta en abstracto, con toda la generosidad y todo el respeto por ese otro”
En esta segunda parte de la entrevista, Guillermo Saavedra comienza hablando de la poesía, de la vanguardia y su
supuesta complejidad, nos cuenta de la gozosa experimentación que fue escribir poesía
a cuatro manos con Liliana Heer (de rimar con ella, como diría Arturo Carrera),
vuelve a la política, por supuesto, y pasa una vez más por la literatura
infantil, la edición, el periodismo… Una charla para atesorar.
Mario Méndez: Acá tuvimos varios invitados poetas, no tantos porque
son menos…
Guillermo
Saavedra: Somos como los trotskistas de la literatura, que siempre somos
pocos, y siempre hay dos o tres tendencias.
MM: Cierto. Estuvo Vicente Muleiro. Y hablábamos, entre otras
cosas, de los circuitos difíciles de la poesía. Y en tu caso, me parece
interesante de hablar. Esos circuitos tan pequeños para la poesía de adultos:
tus libros están en editoriales muy pequeñas, muy artesanales, y en oposición,
tus poesías para chicos están en la editorial más exitosa, la que tiene la
torta más grande del mundo de la literatura infantil. Y la poesía para chicos,
vende. ¿Cómo lo ves eso?
GS: Voy a decir una frase que parece una salida fácil que teníamos
en los ’70 para explicar las cosas que no podíamos explicar: es parte de las
contradicciones del sistema. Uno zafaba, quedaba muy bien, parecía que había
leído a Marta Harnecker y a otros divulgadores…
MM: Tu abuela diría que era Jesusito…
GS: Exactamente. Creo que es bastante lógico, el libro para chicos
tiene un mercado, para decirlo crudamente, y con todo respeto porque uno forma
parte de él. El libro para niños circula, y es propuesto y a veces impuesto a
través de todo el sistema de circulación de las instituciones educativas. De
las instituciones que, por supuesto, tienen dinero para solventar esto. El
gobierno anterior hizo mucho por equilibrar un poco eso. De hecho, yo tengo el
honor de que mi primer libro fuera elegido e incluido en el plan de
publicaciones que se hizo durante el kirchnerismo. De Pancitas… se hizo una edición de diez mil ejemplares para los
chicos, pasaban esas cosas. La infancia todavía es un territorio fértil. La
infancia es hospitalaria por naturaleza, creo que los años nos van volviendo
cada vez más ariscos, y cada vez cerramos más la puerta. Ahora hay una
propaganda de puertas blindadas, que dice: “Cuando usted se prepara para salir,
alguien se prepara para entrar en su casa”. Mucha gente además está convencida
de que el gran problema que tenemos los argentinos es la inseguridad, como si
esta no fuera un resultado de la desigualdad, de la pobreza y de la exclusión.
Yo creo que la poesía es una sola, pero según los formatos o las vestimentas
que acepte y pueda darles, llega más o menos. En el mundo de los adultos uno
compite con muchas otras ofertas que tiene la vida, en este momento y desde
hace mucho tiempo. Propuestas que vienen de ámbitos que no son librescos. Con
lo bueno que han tenido las nuevas tecnologías, pero con lo peligroso también.
En un momento, un grupo de ácratas bien intencionados se ilusionaron con que
Internet iba a ser finalmente la posibilidad de la democratización de la cultura.
Nadie pensó que de cualquier cosa buena que aparezca en el mundo se van a
apropiar los dueños del capital. Ahora va a ser el agua y dentro de poco va a
ser el aire. Hace poco me llegó un whatsapp, con una parodia de lo que está
haciendo el gobierno ahora, y era un anuncio a la población en el que decían
que se había descubierto que los argentinos consumimos más aire que el que
producimos, así que a partir de ahora se va a empezar a racionalizar. Respire
solo cuando haga falta y despacio, y vamos a poner un medidor en su casa. Y
terminaba diciendo “Prescindencia de la Nación”. Creo que es un mundo complejo,
en el que uno tiene distintas posibilidades de acercarse, no diría a la verdad,
porque me parece muy presuntuoso, pero sí a formas que nos alejen del engaño.
Que nos acerquen además a la idea de lo bello, de lo justo, que quiero creer
que deberían ir de la mano, que no puede haber belleza sin justicia, y que lo
justo en su forma más acabada es bello. Cuando me refiero a la justicia lo hago
en el sentido más profundo, que todos tengamos, desde el vamos, los mismos
derechos en el momento de nacer. Todos y todas. Y que nadie, por ser pobre,
homosexual, gordo, comunista o macrista sea condenado a morir. No le deseo
ningún daño a la gente que nos gobierna. Simplemente, que dejen de gobernar.
Creo que hay formas que adquiere esa preocupación, que a veces adquieren un
grado de sofisticación… no elitista… simplemente, que hay objetos que son más
complejos y requieren más tiempo. La complejidad intuitiva que implica el hecho
de tener que sobrevivir cada día, para quien nació con un hándicap terrible,
sin nada a favor, con todo en contra, tiene una creatividad frente a la que el
artista más consumado es irrisorio. Porque la inteligencia que tiene que tener
el pobre para sobrevivir, es de una enorme complejidad. Lo que pasa es que la
lógica en la que se manifiesta y transcurre esa complejidad, pasa por otros
lenguajes, no por el de la mal llamada alta cultura. Una de mis modestas
obsesiones sería la de tratar de unir esas dos esferas, imaginar un mundo en el
que la más alta complejidad, vinculada a la más alta preocupación estética, se
encuentre con la más alta complejidad vinculada a la supervivencia. Que todos
tengamos las mismas posibilidades, yo no me canso de pensarlo. Más allá de que
yo tuve un origen relativamente humilde, nunca faltó comida en mi mesa, ni
mucho menos. No me fui de vacaciones hasta los catorce años, pero al lado de
gente que realmente vive excluida de todo, me parece que no es nada. Yo tuve un
padre que me leía a Vallejo de chico… Vamos… Y a veces a la noche comíamos café
con leche con pan y manteca, y contentísimos, porque después venía la lectura
de las Cien joyas de la poesía castellana.
Mi padre me leía “Un soneto me manda hacer Violante/ que en mi vida me he visto
en tal aprieto. / Catorce versos dicen que es soneto, / burla burlando van los
tres delante”. Todo ese soneto autorreferencial de Lope. Mi padre se
maravillaba conmigo del poema, y de los ritmos, y de las rimas y de cómo las
palabras se daban la mano al final del verso de una manera muy hermosa. Creo
que uno tiene que hacerse responsable de lo que ha recibido, tratar de
repartirlo lo mejor que pueda y ser muy respetuoso y muy solidario con los que
recibieron mucho menos.
MM: Una pregunta que me va a resultar difícil de expresar, pero
tengo que hacerla… Eso que se preguntaba Charly García en una canción… “¿Para
quién canto yo entonces?”… ¿Qué pasa con lo “difícil” de la poesía de
vanguardia? ¿Qué pasa con la extrañeza que les resulta a esos “menos formados”,
que vos decís? ¿Cómo lo pensás?
GS: Es que yo pienso que en el fondo la profecía que dijo en algún
momento el Conde de Lautreamont, en sus Cantos
de Maldoror, de que alguna vez la poesía será hecha por todos, eso ya
ocurre. Creo que hay mucho prejuicio al pensar en la complejidad de la
vanguardia. Yo estuve a punto de hacer algo que se interrumpió con una gran
artista, compañera y amiga que se llama Carmen Baliero, una gran compositora
que trabaja hace mucho tiempo haciendo talleres en Jujuy con copleras del
Noroeste. Como en mi último libro yo hice una especie de coplas absurdas que se
llaman “coplitas chuecas”, habíamos ideado el proyecto de trabajar con esas
copleras, que son todas mujeres. Ella me decía de dar un taller, y yo le
preguntaba qué podía enseñarles a esas mujeres acerca de la copla. Es como
exportar naranjas al Paraguay. No tiene sentido, yo querría ir a aprender con
ellas. Y ella me puso en contacto. Finalmente, con todos los sucesos que vienen
ocurriendo en Jujuy desde hace un tiempo, y que tienen como tremendo corolario
el encarcelamiento de Milagro Sala, y de muchos otros integrantes del
Movimiento Tupac Amaru, por prudencia tuvimos que suspenderlo. Porque no era
seguro ni para nosotros, ni sobre todo para las mujeres. Pero me puse en
contacto con coplas absurdas, la idea era trabajar sobre lo absurdo en la
copla. Y utilizar el absurdo como una herramienta más para desarticular el
discurso oficial actual. Y las coplas absurdas del acervo popular, muchas de
las cuales son anónimas, son de una complejidad lógica, y de una imaginación y
de una audacia que no tienen nada que envidiarle a Breton, ni a Maldoror, ni a
Lautreamont, ni a Edgar Bayley, ni a Olga Orozco. Por citar algunos de los
nombres más altos de la poesía más experimental, en español o en otras lenguas.
Lo que pasa es que, insisto, creo que una de nuestras responsabilidades es
escribir diccionarios, establecer los puentes que hay entre realidades que
tienen la misma complejidad, la misma belleza, el mismo riesgo, la misma
porción de dolor, como dice ese maravilloso poema de Vallejo, “Los nueve monstruos”: “La lagartija
tiene, incluso en su cajón, dolor”. Un poema que, leído hoy, parece dedicado a
la Argentina. Que termina diciendo: “Ay, Ministro de Salud…” … es un “ay” sin
h, pero que él usa también como el verbo haber: “Ay, Ministro de Salud, por
desgracia, mucho por hacer”. Yo creo que ese mucho por hacer tiene que ver con
restañar un dolor, son reparar una injusticia, y una de las posibilidades es la
educación, el lenguaje. Yo creo que allí donde una palabra oscurece, y puede
ser rechazada por elitista, esa palabra también encierra un desafío. Lo que hay
que despertar, lo que hay que recuperar en aquel que está por debajo de la
línea de lo humano, de lo humanamente justo, es la posibilidad de su sorpresa y
de su curiosidad. Si yo estoy por debajo de los estándares de vida vivible,
lógicamente no puedo perder el sueño en tratar de entender qué quiso decir
Lautreamont cuando dijo: “Hay que poner el paraguas en la mesa de disección”.
Pero el paraguas en la mesa de disección es el “Cambalache” de Discépolo. Es La Biblia junto al calefón, es juntar
dos cosas que estaban separadas. Y eso seguramente se le ocurrió además de a
Lautreamont, a un poeta tremendamente popular como Discépolo, que reflejaba el
sufrimiento existencial de la gente más humilde entre fines de la década del
’20 y del ’30, la llamada Década Infame. Seguramente porque no se imaginaba las
que iban a venir después.
MM: Década Infame Parte 1.
GS: Tal cual. Y ahora es El Regreso. Es una película de terror. Lo
que quiero decir es que detrás de una palabra difícil está el misterio. Yo me
acuerdo de cuando me decían que a los chicos había que escribirles con palabras
que entendieran… Sí y no. Si yo al chico le propongo un universo, que él ya
contiene en su saber y en su experiencia de vida, se aburre. Yo tengo que
proponerle algo que sea, a partir de lo que conoce, un poco más. Como dice la
canción popular: tengo que abrirle la puerta para ir a jugar. No tengo que
dejarlo encerrado en el mundito de certezas que ya tiene, muchas de las cuales
seguramente son discutibles, son certezas provisorias, que tienen que dar paso
a maravillosas incertidumbres. Porque lo que nos hace ir adelante es justamente
el no saber. El tipo que lo sabe todo, la mina que lo tiene claro… se pega un
tiro. Cuando el deseo deja de funcionar la máquina ya no tiene sentido. Con
todo respeto digo… en un poema de Manuel Castilla, muchas veces
maravillosamente convertido en canción por el Cuchi Leguizamón, hay tanta
complejidad y tanta sabiduría como en un poema de Olga Orozco. Cuando el Cuchi
dice: “Pobrecita la Inesita/tiende ancho y duerme solita”, en la “Zamba Soltera”… Una mujer que tiende
ancho porque tiene una cama doble, pero duerme sola. O dónde hay más síntesis
que en “Las penas y las vaquitas se van por la misma senda, / las penas son de
nosotros / las vaquitas son ajenas”. Ahí está toda la plusvalía, todo el
marxismo está concentrado ahí, y toda le necesidad de una reforma agraria y de
una redistribución de la tierra, que tanto les preocupa a los terratenientes, a
los de la 125. Me parece que hay que abrirse. Yo estuve tres años dando clases
en la cárcel de Devoto, a una población que, como te imaginarás, no estaba
preocupada fundamentalmente por Deleuze, sino que quería salir de ahí. Y yo,
presuntuosamente, llevé un curso sobre no sé qué cosa de la narrativa, y al
entrar a la cárcel por primera vez (era un programa que llevaba adelante la
Universidad de Buenos Aires), descubrí que yo no tenía nada para enseñarles a
ellos sobre lo que era narrar. Estar preso es, justamente, padecer en el propio
cuerpo, como diría Foucault, el peso de un montón de relatos que la sociedad
imprime sobre el preso. Sea culpable o no. En general, los presos de Devoto son
presos que no están condenados. Son presos que están con largos procesos que
duran años. A raíz de eso se inventa la ley del 2x1, no para que salgan
represores, sino para que el preso que estuvo cinco años sin proceso por
robarse una gallina, pueda salir, y que cada año de los que pasó sin condena
efectiva valga por dos como un acto de reparación. A toda esa gente que estaba
sometida al discurso de la policía, del Poder Judicial, de los medios, sobre su
propia vida, lo que me parecía más pertinente era ayudarlos a darse cuenta de
que ellos eran máquinas de relato. Se la pasaban contándome historias, es lo
que más quieren los presos, se están contando películas todo el tiempo.
Metafóricamente digo películas… películas para sobrevivir ahí adentro,
películas para salir… La película de cómo fue que llegaron ahí… algunos
disociados de la realidad, porque seguramente algunos fueron culpables. A mí me
parece que, como dice un verso maravilloso de Caetano Veloso, “de cerca,
ninguno es normal”. Así como ninguno es normal, tampoco es simple. Todos somos
complejos. Si hay literatura compleja, si hay artes visuales complejas, si hay
realidades complejas, la física cuántica, por ejemplo, es compleja, ahí estará
la tarea de los divulgadores, y la tarea de los facilitadores de crecimiento,
no para que todos entendamos la Teoría de la Relatividad de Einstein, pero sí
para que tengamos de ella una idea somera. Un libro como La Física, aventura del pensamiento, es un esfuerzo del propio
Einstein por poner al alcance de muchos más lectores un sistema tan complejo
como el de la relatividad. Yo lo entendí gracias a eso, no porque haya
estudiado Física de alto vuelo en la facultad. De lo que se trata es de pensar
en el interlocutor y de no simplificar. Si yo simplifico una realidad compleja,
estoy cometiendo un acto de falsa generosidad con el otro. Estoy partiendo de
la base de que el otro (o la otra) es menos inteligente que yo, y se lo estoy
simplificando. Dejemos de lado el manierismo del que se hace el difícil para
esconder la falta de talento real… Pero ciertos hechos son complejos. Esta
realidad que vivimos ahora es de una enorme complejidad. ¿Cómo puede ser que un
porcentaje tan alto de la población siga dándole crédito, después de veinte
meses de inaceptable desgobierno en relación a una mayoría? Bueno,
evidentemente eso da cuenta de que no es tan fácil como sumar uno más uno, y
que los discursos, las realidades construidas por los medios, el sentido común,
el fascismo que anida en sectores de la sociedad argentina, y que nunca dejó de
estar, son parte de una realidad compleja. Yo no me olvido de que cuando
lloraba a compañeros desaparecidos tenía que soportar las calcomanías en los
autos que decían que los argentinos éramos derechos y humanos. ¿Cómo se convive
con eso? La realidad es compleja, entonces no la simplifiquemos. Hagamos todo
lo posible para que todos tengamos acceso a la comprensión de esa complejidad.
Entre todos tratemos de alumbrarla, porque no creo que nadie esté en
condiciones de describir todo lo compleja que es. El crecimiento de un níspero
es un hecho de una complejidad inusitada. Yo le he dedicado todo un libro de
poemas al tomate, por ejemplo. Perdón que hable de mí. Me parece que no hay
nada más complejo que la fruta, es un hecho de optimismo de la naturaleza el
pasar de semilla a planta, de planta a flor, de flor a fruto y además, siempre.
Esa redondez, esa tibieza, esa generosidad, esa sensualidad que tiene una fruta
y que me parece que está en todas las cosas. Uno puede tratar de acercar lo que
es complejo a aquellos que no tienen acceso, pero sobre todo, acerquemos a los
que no tienen acceso a la complejidad. Perdón por la lata.
MM: No, está muy bien. Hablando de complejidades y de poesía, esto
nos preguntábamos el día que hablábamos de tu obra, antes de la entrevista…
Pocas cosas más complejas que escribir un libro de poesía a cuatro manos. ¿No?
GS: Sin duda. Ese es otro acto de amor.
MM: Diario de viaje de Pretty
Jane, del que hablábamos la otra vez, de Liliana Heer y Guillermo. Contános
un poco.
GS: Yo la admiro mucho a Liliana. Es una gran escritora, una
psicoanalista argentina muy reconocida, una tipa de una enorme honestidad
intelectual, y es una persona de setenta y cuatro años, con una juventud
esencial en su manera de ver el mundo y unas ganas de vivir y de hacer cosas…
Liliana ha vivido experiencias terribles en su vida, cosas durísimas que no
vienen al caso porque pertenecen a su intimidad. Y se ha levantado. Un día nos
encontramos (ya éramos amigos y habíamos compartido proyectos y de ciclos de
lectura), y le dije que teníamos que hacer algo juntos. Ella me preguntó qué. Yo sabía que ella había
escrito un libro de ensayo y de traducción sobre James Joyce con otro escritor,
ya fallecido, Juan Carlos Martini Real.
Le dije que podía ir por el lado del ensayo y de la traducción, como
había hecho con Jotacé (a Juan Carlos lo llamábamos así). Y ella me dijo que
pensáramos, porque justamente ella querría hacer otra cosa. Y un día me
despierto, abro mi computadora, y me encuentro con unos versos que me envía
Liliana por mail. Sentí que era una invitación a empezar, que yo tenía que
tirar de ese ovillo, y le contesté con otros versos, y se fue dando como una
payada poética por e mail. Durante los meses que duró ese proceso no nos
hablamos más, nunca nos escribimos ni explicamos nada de qué estábamos
haciendo, Y entramos en una especie de idilio literario, yo me enamoré de esa
femineidad deliciosa, misteriosa y muy diferente. Liliana tiene una escritura
mucho más vinculada a la vanguardia, a lo inesperado, a la ilogicidad, a la
ruptura de la frase, y yo, siempre formado en la literatura clásica, he hecho
experimentos de literatura de vanguardia, pero no tan radicales, y creo que a
ella le seducía un poco mi relativa voluntad de ordenar un poco. En el tira y
afloje, es esa especie de Coppa y Chego, (era una vieja propaganda de una
empresa que vendía ropa de trabajo y el logo eran un hombre y un perro tirando
de cada pierna de un pantalón sin que se rompiera) salió esto. En un momento
dijimos: “Es hasta acá. Encontrémonos”. Nos encontramos y después vino un
proceso de edición. Y editando juntos, descubrimos que habíamos inventado una
tercera persona que era la que había escrito eso. Y era una combinación
curiosa, feliz por momentos, que no era simplemente la suma de nosotros dos,
era una especie de combinación química en la que aparecía algo que no era ni
Liliana ni yo, y que habló a través de nosotros, que se impuso, hasta cobrar la
forma de un personaje. Es un largo poema dividido en poemas fragmentarios, pero
todos tienen un aire de familia, un tono común que tiene que ver con la
disrupción lógica, con imágenes potentes, con mucho erotismo. Pretty Jane es
una especie de mujer fatal que además se arroga todos los derechos a desear
todo, y a transitar por todas partes. Usa ametralladoras y nunca fue virgen… Se
desató una especie de sensualidad lógica y de celebración de la escritura, de
la felicidad de escribir, de la posibilidad… Arturo Carrera usa una frase muy
linda para hablar de cuando hace algo con otra persona, (él escribió a medias
con Alejandra Pizarnik, por ejemplo): “Yo pude rimar con ella”. La poesía de
Alejandra y la de Arturo jamás usó verso medido ni rima, pero “rimar”
significaba encontrar consonancia en el otro. Y yo creo que con Liliana logramos
rimar juntos. Al punto que ahora estamos haciendo un segundo libro.
MM: ¿Sí?
GS: Sí. Se va a llamar Varieté.
MM: Muy bueno. Lo leeremos. ¿Y qué llegada ha tenido a los lectores
este Diario de viaje…?
GS: Y… de eso no puedo hablar yo. Los amigos nos dicen todos que es
maravilloso, a mí y a Liliana. Pero ¿qué van a decir? Creo que sí, bien, dentro de la discreta
circulación que tienen los libros de poesía, funciona. Hubo buena repercusión
en los medios, a pesar de que cada vez hay menos espacio para comentar libros.
El suplemento cultural de La Nación, que se llama pomposamente “Ideas”, a pesar
de que no todos los domingos se le caen muchas, tiene solamente una página para
comentar libros. Hay cuatro comentarios de libros por mes. Supongamos además
algún libro del que se hable en forma de entrevista o de nota en otro espacio
del suplemento, son cinco… por semana, digo. Entonces son veinte libros por
mes. Veinticinco si nos toca un mes feliz que trae un domingo más. Y ese es el
número de novedades que sacan el Grupo Planeta o Random House, en un solo mes.
Veintidós de las cuales son tan efímeras como el propio diario. Entonces, ¿cómo
se hace para que eso circule? No obstante, nuestro libro fue comentado allí,
gracias a los buenos oficios del mejor editor de periodismo cultural que es,
para mí, Pedro Rey. Bueno, hoy están las redes, están espacios como este,
librerías que se hacen solidarias de sus lectores, los informan, los vuelven
cómplices en el buen sentido… Circula por ahí, pero creo que uno no escribe
para un lector predeterminado. Uno escribe para sí mismo, sin olvidar que hay
otro, al que uno respeta en abstracto, con toda la generosidad y todo el respeto por ese otro. Tampoco
escribe porque espera una repercusión. Que uno está pendiente de eso, que hay
una parte de uno, cuando habla con el editor que te pide que les hables del
último libro, existe, sin duda. Pero me parece que no deberíamos poner el
acento ahí.
MM: ¿Seguís haciendo pequeños recitales de poesía, lecturas?
GS: Hace un tiempo retomé ese vicio. Eso lo hacíamos en los años
’80, ’81, ’82, ’83. Años todavía bastante duros. Con Daniel Drago veníamos los
dos de una militancia bastante brava, que después del ’76 fue clandestina, y
sentíamos que teníamos que hacer algo. Yo ya escribía poemas, y él improvisaba
y tocaba muy bien la guitarra. Entonces armamos un espectáculo de poemas míos
con musicalizaciones de él. Yo ya tenía una cierta formación de actor, así que
memorizaba los poemas y hacía una especie de performance con la música de él,
que estaba predeterminada pero que, si yo estiraba la recitación de un poema,
él agregaba elementos musicales a la composición. Se llamaba “La realidad y sus
yeites”, estaba claramente anclado. Y a partir de cierto momento nos asociamos
a cierto circuito silencioso, que no debía hacerse notar mucho, que apoyaba con
actividades culturales a las Madres de Plaza de Mayo. Y entonces, nosotros, con
el espectáculo que hacíamos, y otra gente de la cultura que era más conocida,
como Enrique Symms… Bueno, uno de los que organizaba todo eso después fue
vocero presidencial de Néstor Kirchner, Miguel Núñez, y juntábamos fondos para
apoyar a las Madres. En esa época todavía no existía Abuelas. Hacíamos una
revista alternativa… todo formaba parte de lo mismo. Muchos años después, en el
2013, estaba necesitando volver a algo más físico que la escritura, porque
acababa de fallecer mi padre, después de haber muerto mi madre. La muerte de
los dos padres, cuando muere el segundo, la orfandad es completa y te agarre a la
edad que te agarre te deja desamparado. Eso, sumado a otra serie de penurias
que tuve en ese momento. Entonces convoqué a dos músicos y les propuse hacer un
espectáculo en el que ya el poema mío era un instrumento más. Yo empezaba trabajando
con un poema, y luego, a través de la improvisación musical de la guitarra
eléctrica o el bajo eléctrico de ellos, el poema se iba desarmando. El poema se
inmolaba al público. Se deshacía para después generar otra cosa. Y armamos un
trío que tocó hasta hace muy poquito, que se llamó La máquina soltera. Un
nombre un poco delirante, es una expresión de Marcel Duchamp. Y ahí estuvimos
en un circuito de pequeños teatros, bares musicales como el Virasoro, estuvimos
en el Centro Cultural de España… y un circuito de actividades que me hacían
acordar mucho a esas viejas actividades de los ochenta. Son actividades que
ahora circulan en casas, obras de teatro que no se pueden publicitar porque no
tienen habilitación municipal, entonces entran veinte o treinta personas,
Circulan por Facebook o por Whatsapp, te pasan la dirección a último momento, y
me atrae mucho, porque es un circuito que está lleno de jóvenes, y cuando uno
dejó de serlo, se vuelve un poco Drácula. Quiere vampirizar la juventud ajena a
cualquier costo.
MM: Y en el otro extremo, porque hay escuela, y hay mucha difusión
y demás, ¿cómo es la resonancia de tu poesía con tus lectores niños cuando vas
a las escuelas?
GS: Eso, de lejos es lo mejor. El que no se animó a escribir para
chicos no sabe lo que se pierde, si quiere o puede hacerlo. No todos quieren y
pueden.
MM: Ese podría ser otro lindo título para la entrevista.
GS: Es tremendo. Lo voy a sintetizar en una cosa, porque he estado
en muchas escuelas de Capital y del Gran Buenos Aires, pero en un momento me
llegó una carta de la escuela más pobre del barrio más pobre de Alta Gracia,
Córdoba. La maestra, Virginia, me dice que ellos leyeron mi último libro, que
lo tienen ajadísimo de tanto leerlo, que tienen un solo ejemplar en la
biblioteca y que todos los chicos escribieron cosas en él. Me decía que sería
importantísimo que yo fuera. Le dije que sí, que encantado, que hablara con la
editorial. Y me dice que con la editorial no, que quieren algo más personal.
Les dije que en cuanto pudiera me iba para allá. Y me dice que ellos ya me
habían conseguido plata para el pasaje en ómnibus, y que ahí en Alta Gracia
tenían un hotelito en el que estarían orgullosos de que yo parara ahí. Fui
allá. Esta escuela que se llama Bustos, era tan pobre que empezó funcionando porque
un maestro del barrio, compadecido por la necesidad de escolarización que
tenían los chicos de esa zona de Alta Gracia que no tenían una escuela en
kilómetros a la redonda, empezó a darles clases en su propia casa. Y durante
bastante tiempo la casa de este maestro fue la escuela, hasta que finalmente
consiguieron un edificio más o menos parecido a los de las escuelas que se
hicieron acá en la época de Duhalde, la escuela de ladrillo a la vista, con
varios patios, edificios de varios pisos. Fue llegar allá, y estaba todo el
colegio revolucionado porque llegaba el escritor. El amor de esos chicos… No
voy a escribir todo lo que hicieron en relación con mis textos porque sería
autorreferencial, pero la emoción que había en esos chicos porque alguien estuviera
allí, cerca de ellos, en contacto, compartiendo sus lecturas, sus adaptaciones…
Porque además estaba toda la escuela dedicada a eso. Habían hecho hasta
versiones en inglés de mis poemas, la escuela tenía programa de radio también…
Yo me volví como medio borracho de toda esa realidad, porque no podía entender,
es cuando uno siente que lo que hizo ya no es de uno. Es lo mejor que a uno le
puede pasar, sentir que se han apropiado los otros, porque las cosas que hacían
yo no me las había podido imaginar. Me atraían. Hicieron un video, una
fotonovela de los poemas de Cenicienta no
escarmienta, y todo era hecho con una seriedad y con una convicción.
Además, escuchar a doscientos cincuenta cordobesitos que cuando les preguntaron
quien estaba ahí dijeron: “Guillermo Saaaavedra” (lo dice con la tonada
cordobesa), era una cosa que me conmovía. Como en medio de esa provincia que ha
votado tan mal últimamente… Y el amor de las maestras y los maestros y los
profesores, compartiendo un vaso de vino que apareció ahí clandestinamente
entre los profesores, y unos ravioles caseros que había hecho una maestra… Todo
ahí, en la escuela. Como experiencia, creo que no hay nada que se compare con
eso. Me convenció de que valía la pena.
MM: En ese sentido somos privilegiados, ¿no?
GS: Pero, claro. Es increíble. Bueno, vos lo habrás experimentado
también, Mario. Uno tiene una devolución… Cuando los chicos dibujan a partir de
lo que uno escribe, los dibujos engrandecen lo que uno hace. Uno no ha
imaginado todas esas posibilidades necesariamente. Por eso a veces son tan
complicadas las adaptaciones al cine o a la animación, aunque haya algunas
maravillosas… Porque uno ya tiene su propia voz para el personaje, imagina su
propio universo y lo autonomiza. Es el lector el que libera al personaje de la
autoridad del autor y se lo lleva a pasear por otros lados, como todos hemos
hecho. Me he resistido cuando ciertos personajes de Salgari o de Julio Verne no
terminaban como yo quería. O los lectores de Sherlock Holmes que se rebelaron
contra Conan Doyle porque lo había matado y lo obligaron a resucitarlo. Los
chicos en ese sentido, son como esos lectores, permanentemente están pidiendo
más, pidiendo otra cosa. No lo dejan ni al personaje ni al autor que se
traicionen, tienen que ser fieles a sí mismos. Me parece que son cosas, que si
uno alguna vez las supo, (porque todos fuimos chicos), el contacto con los
chicos en este contexto nos permite el regalo de recuperarlas. Eso es
extraordinario.
MM: Bueno, nos queda poco rato, pero estamos re entretenidos. Una
pregunta más antes de darles la oportunidad a los compañeros de que hagan las
preguntas que quieran. Tu trabajo como entrevistador también fue muy notable.
En el libro La curiosidad impertinente
entrevistaste entre otros a Bioy, a Rivera, a Laiseca, a Tizón, a Saer, a
Piglia, a Aira… Qué impresionante… ¿Eso tenía relación con el programa de
radio?
GS: No, porque el programa de radio me lo propuso una productora
que también había sido compañera de colegio, y me lo propuso para FM La Isla
cuando yo todavía estaba como editor en Alfaguara. Entonces me interesaba que
fuera más amplio, no solo literario, porque a mí siempre me interesaron
muchísimo la música, el teatro, las artes visuales… Quería hacer ese tipo de
programa. Pero me parecía que trabajar en una editorial muy grande, con tanto
peso propio, con tanta influencia en el mercado, y además tener un programa,
era como ser juez y parte. Entonces en el ’97 me cansé de trabajar para un
grupo tan grande, donde cada vez quedaba menos tiempo para leer libros y había
que ocuparse de cosas más y más burocráticas, relacionadas con el quehacer en
torno al libro, dije “no más”. Yo aparte vivía
en Alfaguara… es muy gracioso, porque yo nací en Pompeya, que es un barrio duro
para vivir. Cuando yo era chico era inhóspito, porque estaba el aroma del
Riachuelo, el humo de la Quema de basura que todavía existía… Cuando había baja
presión te querías cortar las venas, había una especie de nube espesa que no se
iba nunca. Y es una zona muy fabril, de muchos talleres, de terminales de
empresas de transporte de camiones… Transportes Vidal, que ahora es Rabbione…
No era un barrio de muchos vecinos, salvo la manzana esa donde yo vivía, la
Colonia esta. Yo me crié en el interior de la manzana, con una torre en el
medio. Entonces sí, en esa especie de microclima teníamos una gran complicidad.
Yo quise irme de ese barrio, en cuanto pude, y cuando empiezo a trabajar en
Alfaguara, ¿dónde queda la empresa? A tres cuadras de donde yo vivía, en
Pompeya. En la calle Beazley, que fue uno de los primeros jefes de bomberos de
la Policía. Me fui de Alfaguara, estaba cansado de trabajar catorce horas por
día, y ahí sí acepté hacer el programa, que fue desde el ’97 hasta el 2005.
Pero el libro de entrevistas lo publiqué con todo el trabajo que había hecho
como periodista cultural, desde el ’84 cuando empecé, hasta el ’93 cuando sale
el libro. Desgraciadamente, por cuestiones de lógica del mercado, a mí me había
tocado entrevistar a muchos más escritores que escritoras y yo hubiera querido,
en una editorial que encima estaba a cargo de tres mujeres, que se llama
Beatriz Viterbo, (hace poco falleció Adriana Stutti, que fue una de las grandes
impulsoras de la editorial, cosa que lamenté mucho porque además era una gran
persona), les decía que tenía que haber más mujeres. Y ellas querían sacarlo
cuanto antes por los subsidios… Así que pude incluir a Ana Basualdo, a Tununa
Mercado y alguna otra narradora. Pero me hubiera gustado que hubiese estado más
equilibrado en ese sentido. Pero fue un gran placer. Yo me hice periodista para
ser una especie de cholulo con coartada. Porque eso me permitía acercarme a escritores
y a artistas que admiraba, a gente como Roa Bastos, Piazzolla, Dino Saluzzi,
Tito Cossa, Héctor Tizón, Olga Orozco, José Donoso, Juan José Millás, Lluis
Pasqual, Alfredo Alcón… Yo tuve el privilegio, no de rimar con ellos, pero por
lo menos de no desafinar tanto. Yo creo que un buen entrevistador tiene que
saber escuchar. Tiene que estar muy atento. La cultura es un acto de
hospitalidad, palabra que a mí me gusta mucho. Porque además, entre “hostis”,
que es enemigo en latín, y “hospes” que es hospitalario, hay una cercanía muy
grande. Entonces hay que tener cuidado: las puertas abren, pero también
cierran. Y yo creo que la entrevista es una situación ideal, casi privilegiada
de esa hospitalidad. Uno tiene que dejar que el otro diga lo que tiene para
decir, y cuando algo se lo impide, estimularlo o estimularla. Me parece que lo
poco que aprendí, a través de ensayo y error (nunca estudié periodismo, en mi
época no se estilaba), fue a tratar de ser un escucha respetuoso. Porque el
otro siempre tiene algo para decir. Y siempre tiene algo que vale la pena.
MM: Bueno, esperemos que te hayas sentido cómodo en esta.
GS: Totalmente.
MM: Hablando de entrevistas, te hacemos el regalo de las primeras
veinte entrevistas que hicimos en el Programa. Se llama Entrelíneas, y también lo hicimos con un subsidio, pero no
conseguimos más, por razones que son de público conocimiento. ¿Quieren hacer
alguna pregunta? Álvar, a ver…
Álvar Torales: Dos
preguntas diferentes entre sí. Una es una curiosidad. Una vez terminado ese
libro de poemas a cuatro manos… ¿Quién y cómo lo corrigieron? Y la otra es un
poco más genérica: me gustaría conocer su opinión sobre la actualidad de la
poesía argentina en particular, y latinoamericana. De la actualidad.
GS: Bueno, de lo primero ya dije un poquito. Cuando nos dimos
cuenta de que se nos había ido de las manos, que habíamos llegado a una especie
de límite en ese intercambio que era solo por e-mail, decidimos juntarnos.
Entonces yo iba a la casa de Liliana, nos sentábamos frente a la computadora de
ella, con el texto que más o menos habíamos armado de todo lo que habíamos ido
largando, a lo largo de esos meses. Y yo creo que cuando uno ya ha publicado
varios libros, y ha editado otros tantos, que era el caso de ambos, creo que descubre
cuál es el tono o la voz que tiene que tener ese texto, qué es lo que uno tiene
que cuidar. Creo que los dos descubrimos por dónde iba el hilo de Pretty…, y nos dedicamos a cuidarlo. El
criterio era, más que nada, sacar. Como dice Leonardo Da Vinci, en la pintura
se pone, se pone, se pone, y en la escultura se saca, se saca, se saca todo lo
que está de más. De modo que lo escribimos como una pintura y lo corregimos
como una escultura. Y en un texto que fue haciéndose de manera improvisada, sin
que supiéramos ninguno de los dos adónde iba, en muchos momentos uno escribía
algo para mandarle al otro, para que el otro sintiera que el canal seguía
abierto, que no se había muerto, que el motor estaba encendido. Pero todo eso
hay que sacarlo, porque solo ha tenido la función de un catalizador. Así que
esa fue la manera, y corregimos con el oído más que con el sentido. Como es un
libro que apunta a sentidos inesperados, o ilógicos, o no racionales, a la
belleza de que el paraguas aparezca efectivamente en la mesa de disección, o la
Biblia se acerque al calefón. Trabajamos en esa dirección, y creo que muy bien.
Los dos aprendimos, porque la forma en que corrige alguien es una poética. Qué
es lo que debe quedar afuera y qué es lo que debe quedar adentro, qué es lo que
está bien, pero podría estar mejor. Y ahí tuvimos que negociar, pero se dio una
negociación (la palabra quizá es poco feliz), se dio un intercambio, un ida y
vuelta en el que los dos (sobre todo ella), fuimos muy generosos. Yo no me
considero un igual de Liliana, que es una enorme escritora. Y ella no hizo gala
de esas chapas. Se puso en un sitio de interlocución horizontal, y fue un hecho
de mucha generosidad de su parte. Y ahora lo seguimos experimentando en este
nuevo libro. Respecto a tu segunda pregunta, es más difícil. En parte, porque
felizmente no sé si la poesía está siendo hecha por todos, la poesía entendida
como tal, en su sentido más acotado y literario, pero hay mucha gente joven que
escribe poesía y muy bien. Creo que hay una generación que debe tener entre
treinta y cuarenta, que es la que ya ha llegado a la edición. A algunos poetas
más jóvenes desgraciadamente no los conozco. Conozco a muy pocos. He tenido la
suerte de estimular y de ayudar a editar a uno de ellos, que se llama Gabriel Caldirola.
Que ahora forma parte de un nuevo trío que tenemos… que no es de música y
poesía, porque ahora ni siquiera trabajo con los poemas, sino con la voz,
haciendo sonidos, que se llama Son Errantes. Y Gabriel, además de ser un muy
buen músico, es un excelente poeta y un gran crítico. Escribe una poesía que es
heredera de Juanele Ortiz, una poesía especulativa muy ligada al paisaje, a la
espiritualidad, pero también a la ética, y a una ética de lo social y de lo
colectivo. Después, hay poetas como una bahiense que se llama Roberta
Iannamico, que también tiene libros para chicos, que es muy interesante y muy
original. Y muchísima gente de mi generación y más joven. Mirta Rosenberg, que
es una poeta enorme y una gran traductora. Bárbara Belloc, Fabián Casas,
Verónica Viola Fisher… Afortunadamente somos muchos (lamento no poder
nombrarlos a todos), y me parece que hay una cosa de la que nos liberamos, y
que es la idea de una escuela, o de una única manera de entender lo poético.
Hoy cada uno busca su propia voz, y en esa búsqueda muchos se pierden,
naturalmente, pero muchos otros se encuentran. Y lo que aparece es de una gran
originalidad. Hay distintas texturas, distintos niveles de lenguaje, distintos
procedimientos. Hay poemas de altísimo vuelo y poemas de mucha inmediatez, pero
para mí todos son poemas, mientras haya un retorcerle al sentido común burgués
cristalizado, ese lugar común que no nos deja pensar, y que nos dice que los
pobres merecen ser pobres, que la belleza es un privilegio para pocos y que las
frases se construyen de determinada manera, y que a la gente hay que peinarla
con raya al medio, me parece que hay generaciones de poetas que se liberan de
esos estigmas y producen mucho. En América Latina, tengo contacto sobre todo
con poetas brasileños y chilenos, por afinidad, por viajes, por proyectos
comunes. En San Pablo, en Río, en Porto Alegre hay un movimiento de poetas
extraordinario. En San Pablo, por ejemplo, Alberto Martins y Fabrício
Corsaletti… Y hay una poeta muy muy buena que se llama Angélica Freitas, que
creo que es de Río Grande do Sul pero ahora vive en San Pablo, que tiene un
libro extraordinario que se llama Un
útero es del tamaño de un puño,
que es una reflexión irónica y sin prejuicios acerca del feminismo, que es
extraordinario. Es una poeta que hay vivido en Argentina. En Chile, hay poetas
como Julio Espinosa Guerra, que es un tipo que debe tener unos cuarenta años y
que tiene una revista de poesía. Y poetas mucho más conocidos como Diego
Maquieira que es un poeta tremendo. Los chilenos han tenido poetas casi en
exceso. Es una obscenidad la cantidad de poesía que hay en Chile. Y se nota
cuando uno va allá. Afortunadamente la poesía goza de buena salud. No sé si
contesté de alguna manera tu pregunta.
AT: Sí, perfectamente.
MM: Si nadie más tiene alguna pregunta, te hacemos una última
invitación a que nos leas algo si tenés ganas, y te liberamos.
GS: Pero cómo no. No sé si quieren que lea un poema para chicos… ya
que estamos entre adultos acá, voy a leer un poema que escribí durante la
crisis del 2001. Que me parece que desgraciadamente ha vuelto a tener vigencia.
Son dos voces. Son cuatro poemas que se llaman País en Fuga, y en los cuatro hay voces. Una pregunta y la otra le
va respondiendo. Este se llama “Agua”.
Agua
¿Hay agua ahí?
En
el país
sueñan
con ver el mar
su
escalonada joya
única
su
camisón abierto
sus
enaguas.
¿Hay agua?
Pero
hay que conformarse
con
pensarlo
lejos
sordo
inconcebible
ajeno.
Agua agua ¿hay? ¿agua?
En
la extensión chaparra del país
hay
demasiada
pero
está quieta
muerta
cachacienta
sudor
de tierra que se cansa
sin
alcanzar la orilla.
Quiero ir al agua ¿Puedo ir al agua?
Es
caldo envenenado
es
lastre que no lava
es
barro es hez
es
jugo de letrinas
espesa
letanía
que
no drena
es
falsa agua.
Agua quiero agua ¿me dan agua?
Se
filtra entre las piedras
percude
la mugrosa cal
de
las fachadas
no
riega no circula
infecta
las heridas
desconcha
la madera
se
empaca
se
hace
zanja.
¿Hay agua ya? ¿Hay fría? ¿Agua?
Empapa
los depósitos
de
telas
de
papeles
de
alimentos
se
instala entre los zócalos
se
empasta en los humores:
un
sedimento verde
una
hemorragia
seca
perdida
en el bolsillo
del
pantalón de un jubilado.
¿Habrá? ¿Vendrá? ¿Tendremos agua?
En
el pulpejo del pulgar
de
una enfermera
es
una ampolla añeja
que
al reventar
gotea
silenciosa
mojando
y remojando
un
solo punto muerto
del
hospital más pobre
del
barrio de las latas.
¿Agua? ¿Agüita? ¿Agua?
Oxida,
afloja, humea:
como
un rencor enano
se
enquista en las baldosas
se
mete en los cajones
se
encharca se hace
costra
pudriéndole
los huesos
al
tenor
a la chinita suave
del poema campero
pudriéndole
los pechos.
¿Agua? ¿Tenemos ya? ¿Volvió el agua?
Enfermedad
del aire,
error
de alguna nube ciega,
sopor
del Paraná, fétida espuma
del
Uruguay, charquito hediondo
del
Pilcomayo muermo:
en
la pasmosa cuenca entera
ni
una gota para calmar la sed
ni
bautizar el culo de una monja
apenas
agua
que no has de beber
y
que no corre:
es
lerda
es
terca
espesa
sucia
enferma
agua
estancada.
Muchas gracias.
Aplausos.
MM: Muy bueno, “Agua” está editado en la Web, en PDF, con unos
grabados que no tienen firma, lamentablemente. Se lo puede googlear, como Tres
poemas, está “Agua” junto a “Carne” y “Luz”.
GS: No sé, nunca me googleo…
MM: Bueno, Guillermo, muchas gracias.
GS: Gracias a vos. Se ve que esa primera entrevista que te hice no
te dejó mal, ni resentido con el oficio de los entrevistadores. Una alegría, de
colega a colega, y nuevamente gracias a Pablo por la hospitalidad. Y gracias a
ustedes por escuchar. Muchas gracias.
APLAUSO FINAL.
Comentarios
Publicar un comentario