Pablo Ramos: “Escribir es lo único que venció a la muerte”
En la primera parte de la entrevista que Mario Méndez le hizo a Pablo Ramos, el escritor de Avellaneda habló de sus proyectos en la Isla Maciel, de su niñez en Dock Sud y Sarandí, tan presente en su obra, de la militancia, del lenguaje, la literatura como un modo de permanecer y compartir y las mil historias de un narrador de tiempo completo, ingenioso, ágil, siempre seductor.
Mario Méndez: Bienvenido,
Pablo, a esta biblioteca que es nuestro lugar anfitrión hace varios años. Es
una biblioteca dedicada a los chicos a los títeres y a los juguetes, de un gran
amigo. Pablo Medina, que ahora está en Colombia. Tiene más de cuarenta años ya.
Antes funcionaba en la calle Venezuela, y ahora está acá hace unos seis o
siete.
Pablo Ramos: Ah…quizá pueda pedirles algo. Yo estoy haciendo un
proyecto en Avellaneda, con Ferraresi, que es un intendente muy piola, que es
mentira que me da plata, como dice TN. Ni los taxis me paga, y dicen que me
baja millones… Me vendrían bien tres mil pesos para pagar el gas… Voy a empezar
en la Isla Maciel, con un proyecto que se llama Mi pequeña gran biblioteca.
Veinte títulos, con un pequeño por qué, por mí. Entonces quizás, asociados, si
les sobra algún libro…
MM: Nuestro Programa se llama Bibliotecas para Armar, así que quizá
podamos hacer algo…
PR: Voy a empezar en la Isla Maciel, donde yo nací, que está muy
linda… Hay un proyecto de urbanización… está hermosa. Estoy trabajando con el
padre Paco, hace mucho que milito ahí. De hecho, el 16 de diciembre, si quieren
venir, bautizo a mi hija Antonia ahí, después hacemos una comida en el comedor,
con los chicos del Padre Paco, que es un santo. Yo nací en la Isla Maciel. Mi
abuelo tenía una casilla… yo no lo conocí. Cuando tenía siete años mi papá
levantó la casilla, la puso en un camión, entera, y se mudó a Dock Sud. Ahí
también le sacaron el terreno. Levantó la casa otra vez y se mudó a Sarandí. Se
levantaba la casa esa, de chapa, tan linda. Y encontré el lugar. El día de la inauguración
del transbordador, que fue humillante lo que hizo el jefe de gobierno porteño…
llegó hasta la mirad y volvió para atrás. Y del lado de la Isla Maciel, en un
lugar re lindo, llenó de alambre de púa. Nada que ver con una villa como está
estigmatizado. Parece otra ciudad, está limpio, seguro… Tienen que venir,
tienen que venir. Si llegan a venir, se arriman hasta La Boca, cruzan en el
bote, y del otro lado los esperamos. Ahora hay una comisión de bienvenida, que
es un proyecto interesante. No sé si saben que yo soy católico, de ir a misa,
católico no de lo peor de la Iglesia sino de lo mejor, que es el padre Paco.
Ahí fundé una agrupación peronista a la que le puse “angelecista”, por
Angelelli. Y el refrán es: “Con un oído en el pueblo, y el otro en el
Evangelio”. Con ese refrán, tengo uno. Un pibe de ahí. Pero no un pibe
cualquiera, Esteban. Líder de una escuela de Villa Tranquila, un pibe líder que
tiene futuro de lumpen, que dice frases como: “meterse en política”. “Mi tía
está metida en política”. Fíjense que los límites de mi mundo son los límites
de mi lenguaje, diría Berkeley. Si estuviera metida en la droga… pero no es
algo malo la política. Es algo bueno. Desde esa idea de construir un lenguaje
adecuado, propio, representativo de lo que verdaderamente sos espiritualmente,
que es por lo que yo escribo, ¿no? No escribo por otra cosa, no sé si me gusta
contar historias. Me gusta más hablar, pero sí construyo un verdadero yo a
través de cada libro. Me niego a la palabra “alter ego”, por completo. Es un yo
literario lo que construyo. Un alter ego, es sencillamente cambiar el nombre. Y
es nada. No significa nada. Sin embargo, Sartre diría que “un escritor dinamita
su vida y construye con los escombros de su biografía, los ladrillos de la
literatura”. Eso es completamente distinto. ¿Qué pasa? Cuando yo ahora estoy
intentando salir del paso, quedar bien, que no se aburran, voy construyendo una
persona en este momento a imagen y semejanza de las expectativas que yo puedo
imaginar que cada uno de ustedes tenga. Es probable que cuando termine el día
me sienta un poco preocupado por lo que dije. Llego a escuchar lo que graban
ahí, y me tiro abajo de un tren. Decí que no pasa nunca el tren, ahí en La
Paternal.
Asistente: El San Martín pasa…
PR: Sí, pero a las doce ya se murió. Yo arranco a las doce, recién me levanté. No
me desperté todavía. Cuando escribo, no. Yo tengo lo que escribí, lo guardo. No
lo expongo. Lo guardo más. Y de golpe, entiendo algo. Algo que no puse, sobre
todo. Creo que la literatura es un arte de trazos gruesos. Esto que decía
Leonardo Favio, que me dijo personalmente a mí (pero después yo sé que lo
decía), cuando le llevé el guión de este libro, El origen de la tristeza, del que ahora estrenamos la película. A
él le encantó, y quería hacer la película, pero estaba muy enfermo. Y me hizo
una carta y con eso gané un premio en el Instituto. Y me dijo: “El encuadre es
una cuestión moral”. ¿Cómo es tu nombre?
Asistente: Gladys.
PR: ¿Por qué es una cuestión moral? ¿Qué hago cuando te enfoco a
vos?
Asistente: Me seleccionás…
PR: ¿Y cuál es la decisión moral? ¿Lo que está? No. Lo que no está.
Lo que dejo afuera. Contar algo es, sobre todo, dejar mucho afuera. Y ahí es
donde yo busco un contexto adecuado para ese recorte. Un contexto distinto. Y
ahí empiezo a entender que la verdad es una cuestión psicológica. Ahí nació
Pablo Ramos. Yo no soy Ramos. Soy Petitto. Mi mamá es Ramos… Bah… también soy
Ramos, pero no lo tengo en el documento. Santa Teresa diría algo completamente distinto.
Diría: “las palabras llevan a las acciones, alistan el alma, la ordenan, y la
mueven hacia la ternura”. ¿Qué significa eso? Significa las palabras escritas.
La palabra escrita te ordena. Yo acá, en este libro, lo pongo. En el final
dice: “Esta historia fue la primera que escribí, pero recién encuentra su lugar
acá, en el libro, en mi vida”. La estructura de este libro es compleja. Viste
cómo es la crítica, que no entiende nada. Se creen que todo me pasó, y punto.
(Risas). Como si fuera tan fácil. Además de haberme pasado a mí… Paul Auster
presentó la versión francesa de este libro. Yo estaba viviendo en Berlín y me
quedé helado. Me llamó la editora y me dijo que había leído mi libro en
francés, que lo íbamos a adelantar y que quería presentarlo. Que me fuera a la
noche en tren, en un camarote tranquilo, que ella después me daba la plata. Me
fui a la mierda, ya sé, pero mirá qué buena historia. Me saco un camarote, yo
estaba en Disneylandia, ganaba dos mil euros por mes, casa… Yo que nunca había
tenido obra social me hice chapa y pintura. Me faltaban un montón de dientes y
me los puse. Me cubría todo. Volví nuevo. (Risas). Bueno, entonces me anoto en
un camarote, me tomo el tren. Yo tenía un pasaporte diplomático, porque tenía
la beca del DAD, la misma que tuvo Gombrowicz… Keith Jarret… en ese mismo
Departamento. Yo no lo podía creer,
porque había catorce mil postulantes y daban cinco becas. Y yo salí sexto. Me
quería matar. Yo estaba en Salvador de Bahía, y se murió uno ¡y me llamaron!
(Risas). Se murió uno que tenía como noventa años. ¿Para qué carajo quería la
beca? (Risas). Yo no le deseaba ningún mal, pobre. Era de nacionalidad rumana,
me tomé el tren y me fui a Rumania a llevarle unas flores al cementerio. De
agradecido. (Risas).
MM: Eso es para un cuento…
PR: Y mirá lo que me dice Paul Auster… Yo no hablo inglés. Le decía
“Che, Paul… parecía el Diego. (Risas). “Che Paul, che Paul”… Estaba medio
escabiado, y me llevó en un avión privado a Escocia a tomar whisky. Una familia
de escoceses, que de lo único que hablaba era de whisky, y que lo único que
hacía era tomar whisky. Tenían esta parte como vitrificada, de apoyar el vaso.
(Risas). Un whisky que no sabías lo que era. Arrancaba a la mañana. Un whisky
añejado cincuenta años en un castillo. Un delirio. Bueno, me tomo el tren, abro
el camarote y veo que tiene tres cuchetas. Pensé que habría sacado mal, era
compartido y yo quería viajar solo… Estoy ahí, lo más tranquilo, para el tren
en una estación, arranca, y golpean la puerta. Abro… dos turcos. Bueno, todos
con el culo a la pared… (Risas). Los tipos se quedan un rato ahí… miran… abren
una valijita chiquita… un polvo blanco… jeringas… Me ofrecen y les digo que no,
que hay problemas. Quince minutos, le pegan una patada a la puerta, entra la
cana, todos nazis rubios de pelito corto. “Iche prech”, llegué a decir… “Tuc”.
Me pusieron un cortito acá. A la media hora de tomar el té estaba con precinto,
en un coso diciendo: “Soy la novia de toda Alemania”. Ni inglés ni nada. Ni alemán. Cuando revisan el pasaporte, ven
que es un pasaporte diplomático de la Universidad de Berlín. Nos bajan en una
estación, todavía en Alemania, y buscan un traductor. Y les cuento. El
embajador era Guillermo Nielsen. Teléfono a Nielsen, todos preocupados… Mi
editora... A la mañana, me llevan en auto hasta donde yo tenía que ir,
pidiéndome disculpas.
MM: ¿Te trataron bien esa noche?
PR: Lo más bien. Me llevaron a un hotel desde que llamó el
embajador. Los tipos en seguida me desligaron de los otros dos. Imaginate que
había como cien gramos de heroína, en Alemania, que estornudás o tocás la
bocina y te meten en cana. Tema complicadísimo de verdad. Creo que, de ser un
turista, todavía estaría allá. Cuando le cuento esto a Paul Auster por
intermedio del traductor, me dice que las cosas les pasan a aquellos que pueden
contarlas. Es raro…pero a mí me pasan cosas. De alguna manera, un libro
religioso judío muy importante, tanto como la Torá, habla de algo parecido. Dice que Dios creó al mundo de tres
formas: la escritura, la palabra y el número. Es tan distinta la matemática del
habla, como el habla de la escritura. Y si la leen a María Zambrano, (en
Internet van a encontrar un ensayo que se llama ¿Por qué se escribe?) una filósofa española del año ’30, muy poco
leída, supongo que por ser mujer, demuestra perfectamente que escribir y hablar
son lo contrario. Y no hay dos contrarios, hay tres: la palabra, el número y la
escritura. La idea de dos contrarios es una idea muy occidental, barata. Porque
lo binario no existe en la naturaleza, en la naturaleza es todo tres. De hecho,
la Trinidad, la tríada para formar un acorde en música, la trilogía, un plano
es tridimensional, porque un plano se apoya en otro plano, como mínimo en tres puntos. Y como máximo también. La
idea de dos opuestos es absurda. Por ejemplo, ¿vieron cuando hablan de los
mapuches y dicen que son taimados? O por
ejemplo, un peruano, un inca o un coya, vas a la verdulería y le decís: “¿es
dulce esta mandarina?”. Y el tipo, te da a probar. Vos la probás y lo mirás, y
mira como para abajo. Parece un taimado que te quiere cagar. No. En toda la
herencia inca y aun en los mapuches, no existen dos contrarios, existen el sí,
el no, y el sí/no todo junto. ¿Qué significa esto? Que vos probaste un gajo de
mandarina. O dos. Y es dulce. ¿Pero cómo vas a estar seguro del resto de la
mandarina del cajón? Es absurdo. La mentira es nuestra. El tipo no puede
asegurarte eso. Y si los obligás a decir que sí o que no, estás en problemas.
Porque no tenés que hacer nunca una pregunta que obligue a responder sí o no.
Es una elección hipócrita, conducida. Es lacaniano, ¿no? Es el deseo, que es el
deseo del otro, hay que aislarse de eso. Es muy interesante eso. Lo veo hoy,
cuando los mapuches son “terroristas”,
MM: ¿Y por qué se escribe, dice Zambrano… o decís vos?
PR: Porque creo que es lo único que venció a la muerte. Más que la
música. La primera escritora fue una mujer, la mujer de corazón más grande. Es
un poema escrito en cóptico, en Uruk, que era lo que es Irak ahora. Donde está
Gilgamesh; en esa cultura existe el Diluvio, mucho antes de la Torá, no sé
cuánto tiempo será… Diez mil años…
MM: Siete mil o más, ponele…
PR: Más. El rey David es de 10.000 antes de Cristo. Existía la
escritura cóptica desde un poco antes, y se hacía en masas de arcilla blanda
que se volvían a borrar. Ella escribió sus sentimientos por primera vez, y los
mandó a cocinar. Y quedó. Y creo que inventó la máquina del tiempo, ¿no?
MM: ¿Dirías que se escribe para perdurar?
PR: No tanto. En un principio, sí. Pero cuando superás eso,
escribís mucho mejor. Suponete que una persona planta un nogal. Las primeras
nueces van a salir entre cincuenta y ochenta años después de plantado el árbol.
No lo planta para él. Es como decir: “A mí también me pasó. Quedate tranquilo”.
Es por lo que yo escribo. Desde que mi papá cayó preso cuando yo tenía diez
años y tuve que dejar de estudiar (no tengo la escuela primaria terminada)
porque mi mamá estaba embarazada, y mi hermano y yo tuvimos que trabajar. Mi
papá cae preso en el ’76. Yo tenía diez años y mi hermano, nueve. Y nos vamos a
laburar con motores de barcos al Dock Sud. Ahí entra la droga. No entró para
divertirme, entró para mantenerme un poco despierto, Y tenía dos trabajos. Me
ponía un despertador a la noche, cada hora. Cada hora me despertaba y me ponía
a escribir una frase. A veces no llegaba. Así empecé a escribir. Al otro día
estaba zombie en el trabajo. Pero estaba zombie todo el tiempo. Entonces, entre
comer y tomar cocaína, tomaba cocaína y me despertaba un poco más. Cuando me
quise acordar, estaba en un quilombo más grande. Eso fue desesperación por lo
que me pasó. Y a la vez, escribir mi vida cambió mi vida para siempre. Tuve
mucha suerte…
MM: Entonces para compartirlo con los demás…
PR: Creo que sí. El sentido de la humanidad es construir un dios.
Yo no sé si Dios existe. Pero como estaría bueno que existiese, como dice
Emerson, “lo estamos haciendo”. Cada vez que dos personas nos ponemos a nombrar
algo, ideales morales… sobre todo en esta crisis moral que hay. Fíjense si no,
cómo adelantan la tecnología y la ciencia y cómo retrocede la moral. Es muy
sencillo ver eso. Dentro de un rato, en la hora pico, en Buenos Aires va a
haber una persona por auto. Eso es inmoral. Es inmoral. El planeta se está
partiendo al medio. Juntate con tres vecinos, como pasa en Alemania. En
Copenhague, si cruzás el puente, son tres personas por auto. O no usás el auto
y punto. Y ves cómo funciona esa sociedad. Y funciona. El socialismo nórdico es
una maravilla, es increíble.
MM: Vos estuviste en Alemania, que no es una sociedad nórdica del
todo…
PR: Son nazis.
MM: Son nazis. Hay un cuento muy bueno en El camino de la luna…
PR: “Wunderbare katastrophe”.
Una maravillosa catástrofe.
MM: ¿Eso tiene una base real?
PR: Sí.
MM: Es tremendo.
PS: Hay una novela que tengo ahí bastante avanzada, que es Las mujeres secretas de Berlín. La tengo
que terminar algún día. Yo tengo tanto escrito inédito como editado. Cada tanto
voy dejando y retomo… Sí, eso me pasó. Casi me matan. Es muy jodido lo que
pasa. Una vez yo se los dije, porque son muy perfeccionistas. Una vez venía de
la casa de un portugués del que me había hecho amigo, que había hecho unas
sardinas a la parrilla, me dijo que fuera, había vino, había joda… Me fui. Allá
escribía en invierno, porque hacía treinta grados bajo cero. En verano me la
pasaba de joda, pero en invierno no me quedaba otra que escribir.
MM: ¿Cuánto estuviste? ¿Un año?
PR: Dos. Volvía caminando, tenía que sacar plata, iba por la parte
del oeste donde estaba la embajada, un barrio bacán. Voy a un cajero y saco
quinientos euros. Cuando voy a cruzar, en la vereda de enfrente, en la esquina
hay un punk con los pelos hasta el techo y un perro gigante. Yo pensé: “Este me
vio, qué boludo que soy, estoy regalado”. Entonces me quedé en la vereda de
enfrente. Y pensé que en cuando me largara el perro le tiraba los billetes y
salía corriendo. Lo medí. Se puso el semáforo en verde y cruzó. Estaba
esperando el semáforo. ¡No pasaba un auto! Yo digo, estos tipos están todos
locos. (Risas). Entonces, durante una semana cae la pelotuda esta de la
Magdalena Faillace, que la estás viendo ahora… No es más peronista, antes era
peronista… la ministra de Cultura, que no me llevó a Frankfurt porque yo digo
las cosas como son. Yo me había ganado la beca, y me eligen los otros tipos
como representante. Eran cinco becados… teníamos que explicar por qué habíamos
pedido la beca. Te llevaban a China, a Japón, a Rusia, a todos lados. Yo dije
que pedía la beca porque no sabía lo que era escribir sin trabajar. Los otros
escribían nueve páginas… Y me eligieron a mí. Un vietnamita que no sabés… Yo le
decía Ratatouille. Y estaba desesperado por ir por putas. “Yo gustar mujer, yo
hablar argentino, yo hablar español”, decía. Y entonces le dije que bueno, que
fuéramos a la zona roja y que hablábamos con alguna piba. Y que se llevara
ciento cincuenta euros. “¡Mucho
caro!” “Y bueno…” (Risas). Mitad y
mitad. Le daba setenta y pico a la mina. Me compré una viola, una Fender…
(Risas). Y después me daba lástima porque se quedaba sin plata rápido, y le
daba de comer yo. Todo quería pagar. Me decía: “Vino argentino, muy liviano”.
Entonces con un amigo comprábamos vino blanco y le poníamos mitad vino y mitad
grapa. (Risas). ¡Quedaba descerebrado! Y quería saber lo que es el choripán… Le
hice choripán con chorizo colorado… (Risas). “¡Mucho picante! ¡Baño!”, decía.
Le picaba el culo a Ratatouille… por el pimentón. Me cagué tanto de la risa,
porque son tan estructurados… A mí la literatura me la dio la esquina de mi
barrio, pero esa flexibilidad que da el humor. Sarlanga que era un genio…
Teníamos tres amigos. Teníamos “El
Autocopado”. Era un chabón que tocaba la viola. Tocaba así. (Rasguea la
guitarra). Yo le pedía que pusiera una novena. Lo hacía… miraba así… y se
quedaba tan copado que no podía seguir. (Toca). Le decíamos: “Spinetta, tocá”
(toca y canta el comienzo de “Los libros de la buena memoria”, imita lo
que hacía el que tocaba la guitarra cuando tocaba un acorde). “El vino entibia sueños al jadear/desde su
boca de verdeado dulzor…” Tocaba y se señalaba así… ¡Ah! Estaba el Auto…
otro que le decíamos “Cuento corto”, porque el balancín de la Papelera Sarandí
le había cortado estos dedos. Entonces… este fue a comprar huevos, este se lo
comió… (Risas). Y a otro le decíamos “Guarda el cable” por cómo caminaba.
Autocopado, Cuento Corto y Guarda el Cable iban los tres juntos a todos lados.
Era el Cotolengo de Don Orione. (Risas). Y Sarlanga era un genio. Era un tipo
que se murió de SIDA, como todos mis amigos. De veinte amigos míos, dieciséis
se murieron de SIDA en seis meses. Creo que ese es el récord de mi vida.
Enterré dieciséis amigos de la esquina. Los llevábamos al hospital, y no nos
dejaban cruzar la puerta. Nos atendían con guantes de lavar… no de los médicos…
De esos naranjas. Lo que es la ignorancia… ¿Y los juramentos? ¿Y el juramento
hipocrático dónde está? Qué duro… ¿no? Después están estos tipos como Cormillot
o Ravena, que venden viandas, o tipos como el doctor Sabin que dijo que la
licencia es patrimonio de la humanidad. Hay de todo. Hay que ver de qué lado se
pone uno. Hay que ve si uno quiere ocupar un puesto en la sociedad, o quiere
transformarla. Yo no nací para algo chico, ya lo sé. O para nada, o para ser
parte de algo grande. Creo yo. Eso habla del corazón que tiene uno. Y los
escritores también se dividen por eso. Miren. Esta es una guitarra hermosa.
Esto nació con el capital semilla de
Cristina. Vale la mitad de una Takamine y suena mejor. No están más ahora. Una
lástima, ¿no? Se fueron a España. Están haciendo guitarras en España.
MM: ¿Seguís con el grupo, Pablo?
PR: ¡Sí! Ahora estoy haciendo algo en mi casa. Toco el piano, toco
la trompeta, mi abuelo era cantor de tangos… Tengo un proyecto con un amigo que
cada tanto nos juntamos, tengo mis canciones… como soy mal poeta, les pongo
música. Tiene que estar en la sala mi hijita Antonia que es divina. Tengo tres
hijos, uno de veintiséis, el otro de veinte, que es pianista, que ahora se va a
Nueva York con una beca, y Antonia, que tiene cuatro. Es el bautismo es el
dieciséis de diciembre en la Isla Maciel. Están invitados de verdad. Si quieren
venir…
Asistente: El año pasado estaba, cuando estuviste en la Recoleta…
PR: Vos estabas, ¿no? Yo me acuerdo de vos. Ella cree que todos los
libros los escribí yo. Entonces, compro un libro y se lo tengo que dedicar.
(Risas). Ella dice: “MI papá es escritor y peluquero”. Porque cuando nació
había huelga de los que pelan, y la pelé yo. Y la mamá le contó, y le quedó. La
llevo al jardín, y una vez una maestra me preguntó si yo era el abuelo. “No,
soy el padre”, y le digo que me siento un poco viejo. “Los viejos no tienen una
banda de rock”. Era una crack esa piba. No sabés lo que es. Entonces le hice
una canción. (Toca la guitarra). “Antonia
está temprana/Antonia no durmió/ Antonia no camina/ ella va en avión”. Paró
el ensayo y me dijo: “¡Yo camino!” y empezó a correr. (Risas). Me hizo ponerle
este moño a la guitarra, porque es suyo. Yo tenía una novia que ahora me dejó,
como siempre pasa al año. Era muy jovencita, tenía veintiún años. Y Antonia
estaba en su cuarto, Barbie estaba en la cama y yo estaba mirando tele. Yo con
la mamá de Antonia soy amigo, nunca estuvimos juntos. Tuvimos una relación muy
linda, y cuando ella decidió cortar porque se iba a poner de novia con un tipo
que se iba a España, me llama al poco tiempo desde España, que está embarazada.
No le iba a decir chau… Entonces la tuve con ella. Es una mina divina, y de ahí
viene Antonia. Los tres embarazos míos son mis hijos. Cuando salía con Julieta
Ortega, un día vamos a la casa de Palito, y estaba Evangelina, que me pregunta
si tenía hijos. “Sí, tres”. “¿Con la misma?” “Sí, pero con distintas mujeres”.
(Risas). No le gustó un carajo. (Risas). La cambiaría con gusto pero… (Risas).
“Por mucho o por poco, es lo que me tocó”, dijo uno. (Risas). Podría considerar
la belleza… La gente que dice que es estética… Esa idea de belleza que tiene la
burguesía, que ahora pone poemas en la pared. Y hay una definición de la
belleza que es muy clara, y que es de Abelardo Castillo: “La belleza es lo
opuesto a la estupidez”. No hay belleza en la estupidez. No hay belleza en una
chica con la carita así… puede ser muy linda piba, pero la belleza es otra
cosa. Es mucho más profunda. Sale siempre con una respuesta al problema moral.
Recuerden a Roberto Arlt en el prólogo de Los
lanzallamas: “…entre los ruidos de un edificio social que se desmorona,
escribir sin adornos, escribir libros que tengan la violencia de un cross a la
mandíbula”. Es una respuesta estética a un problema moral. ¿Qué sentido tiene
ponerse a escribir literatura si todo estuviera bien? ¿Dónde existe una
literatura de la felicidad?
MM: Elsa Drucaroff dijo que vos eras una especie de nuevo Arlt.
¿Sentís eso?
PR: No, no. Porque no hay un viejo Arlt. Si quieren leer literatura
joven lean a Roberto Arlt. Publicó siendo más joven que yo y se murió a los
cuarenta y dos años. No, no, para nada, porque mi influencia también es de
Borges… En el fondo, la Academia no sabe dónde ponerme. Me dan en Literatura
Latinoamericana ll… o en Argentina ll dan El
juguete rabioso y El origen de la
tristeza. El hecho de que yo no tenga
estudios primarios completos, parece que los complica un poco. (Risas). No
saben dónde poner la cosa. Sin embargo, Borges tampoco tenía la primaria, pero
como es Borges… Hay un prejuicio de clase. Todo el tiempo. Yo me cago de risa, todo
el tiempo. Es muy buena Drucaroff, pero ¿por qué tenés que ponerme en un lado a
mí? ¿O ponerlo en un lado a Roberto
Arlt? Si hacemos literatura que no es de género… Yo no voy a los ambientes
literarios. Acá vengo porque es otra cosa, yo no aparezco por esos lugares, no
me interesa. No me interesa la notoriedad a cualquier precio. Cuando se murió
Abelardo, se murió mi amigo. Se murió alguien que cambió mi vida, se murió
alguien que me dio una manera de ser. Yo me fui de mi casa a los catorce años,
me agarró la cana, me llevó de vuelta, me escapé, me volvieron a agarrar y me
llevaron a un lugar para minoridad que hay en un lugar cerca de lo que era el
albergue Warnes. Me escapo, y le digo a mi vieja que si me deja vivir con el
abuelo no me escapo más. Y me fui a vivir con mi abuelo, que lamentablemente se
murió rápido. Mi abuelo era un genio. Y ahora les voy a contar una anécdota.
Vamos bien, ¿no?
MM: Vamos bien, sí.
PR: Mi primer taller literario. Le muestro una vez un cuento a un
tipo, y me paga seis meses del taller de Abelardo. Ernesto Pesce, el litógrafo.
Precisaba alguien que tocara el piano mientras las modelos posaban y se
presentaron un montón de pianistas. Y yo, que no tocaba el piano, me presenté y
la dibujé. Pero me dijo: “Vos pianista no sos. ¿Qué hacés?” “Estoy en la calle.
Quiero escribir.” “¿Por qué este laburo?” “Toco el piano, minas en bolas…”
(Risas). Yo no tenía que mirar mucho, pero miraba un poco. Y el tipo me dio
cosas para leer. Me dio al Conde de Lautreamont. Maldodor. Me leía todo Maldoror.
Me preguntaba qué había entendido. Yo le decía. “No entendiste un carajo. Leelo
todo otra vez”. Mi alquiler fue, durante cinco años, leer. Ocho horas por día.
Un libro por día leí, durante cinco años. Y se lo tenía que contar. Explicar.
MM: ¡Qué padrino!
PR: Ni sabía quién era. Y ahí escribí para Cerdos & Peces. Y a los diecinueve años gané un premio. Pero
después dejé. El tema de la droga. Agarro un laburo de mozo en La Paz. Yo
estaba ahí con el cosito de mozo. Y un día estaba Enrique Symms, hablando con
unos tipos y me llama. En la época en la que los Redondos salían con los
monólogos de Enrique Symms en Cemento. Y fui plomo de Luca… Estando en la calle
en los ochenta, vi cosas muy buenas. Mil veces fui plomo de Luca. Le conseguí
el cementerio de Avellaneda yo a Andrea… Hablar con Luca era como hablar con
Foucault. Luca era un tipo impresionante. Era un para-cultural de verdad.
Estaba fuera de todo. Bueno, me llama Enrique y me pide una barra de chocolate
y un café. Se lo llevo y me dice que no se lo sirva, que baje la bandeja. Pela
el chocolate, lo usa para revolver el café… “Llevátela, es un lujo que nos
damos Marlon Brando y yo”, me dice. Agarré el café así y se lo tiré: “Y este es
un lujo que me doy yo”, le dije. (Risas). Me echaron a la mierda, se quemó
todo, un quilombo… Yo lo entendí como una ofensa. No lo medí, no me importaba
nada. Pero él me persiguió a la calle, me dijo que lo perdonara. Le dije que
ellos no entendían nada de música. Me preguntó si quería escribir algo, y le
dije que sí. Me pregunta qué y le digo: “Un ensayo sobre Dalí”. Escribí un ensayo
sobre Dalí que hay que buscarlo, porque yo no tengo, y me puse Carlos Balestra
Duarte. Por un cana que me agarró y me trato bien cuando yo estaba en la calle.
Me dijo que parara un poco, que hablara con mi vieja… Un tipo que me habló
bien. Un cana. Escribí ese ensayo, escribí un par de cosas más… un cuento…
Nunca volvió ese original, pero lo publicó. Había habido una muestra de Dalí
que yo había visto, y escribí algo sobre lo que me había parecido. Entonces se
hace un concurso de cuento erótico en la Playboy. Yo tendría diecinueve años, y
decidí escribir un cuento para ganar. El jurado era Homero Alsina Thevenet. Me
dan mil pesos en ese momento. Yo pensé que me llevaba una conejita, mínimo.
Fuimos a la fiesta… El cuento está en este libro, Cuando lo peor haya pasado. Es el único cuento así que tengo, me
parece que el erotismo es un naturalismo en definitiva, me aburre, excepto que
sea Anaís Nin, donde aparece el incesto, y cosas más interesantes, que
perturban un poco la estructura de uno. Eso es lo bueno. Un erotismo “porque
sí”, no. En Historia de un clan yo le decía a Luis que sacara escenas de sexo.
Me parecía que ralentaban el programa, pero bueno… es la televisión, y estuvo
bueno igual. Mejor que otras cosas. Muy fuerte para mi gusto…
MM: Estabas diciendo del taller de Abelardo. ¿Cómo fue esa
anécdota, cuando llegaste?
PR: Ah, bueno, fue durísimo. Lo conté en el MALBA. Yo llego, hablo con él… Yo a él lo conozco en la cárcel. Yo tenía un amigo que ¿viste cuando las tarjetas de crédito había que pasarlas por una maquinita? Teníamos una casa de electrodomésticos en Wilde, todo trucho, en la que vendíamos en tres cuotas. Con la primera cuota ya tenías tu ganancia, aunque la gente no pagaba las otras cuotas. Ganábamos todos. Yo iba, compraba, acá por Primera Junta, lo vendía con la tarjeta y después lo entregaba. Sabían que era trucho, y no pagaba el dueño, a la tarjeta “le había llegado”. Pagaba el seguro de la tarjeta… Un año en Caseros. La pasé bárbaro en Caseros. Porque yo antes había hecho dos años de Seminario, y me metí con los evangelistas de entrada, para cuidar la retaguardia. Quedé como líder de los evangelistas y salía a comprarles cosas a los carceleros. Salía los viernes y volvía los sábados, y tenía una celda con todo… televisor… había hecho poner el cable… en la cárcel de Caseros. Una vez volví, había comprado una esquina entera en Castañares y Varela, un parripollo. Le compré toda la parrilla de pollo con papas fritas. Le dí una Diners, me cobró… le aclaré que era para la cárcel, que tenía que llevármelo al otro día en un remís… Siete autos, como una caravana al cementerio. Entré a la cárcel con pollo y papas fritas. Entré a la cárcel… “Hola…”. Gardel era. Cuando salí me quería matar, porque no sabía qué hacer. Afuera no tenía nada. Salía a dormir a la calle… Tuve mucha suerte… No tuve suerte con eso de las tarjetas, yo no sabía, era un pibe de veintitrés años. Y claro, es delito federal. Más de diez tarjetas falsificadas…Siempre fui un ludópata. Ah…ustedes no saben… esto se los juro por mis tres hijos. Yo inventé la frase “Lloren chicos, lloren, llegó el pirulinero”. Esa la dije yo en La Perla. Como “El sabor del encuentro” es de Fogwill, esa es mía. Nos habíamos ido de vacaciones con mi mujer, la mamá de mi hijo más grande, al departamento del padre que era millonario, en Mar del Plata. Y yo me llevé toda la plata repartida en sobres. Día uno, día dos... y Casino. La primera noche le dije que me iba al Casino. “¿Ya te vas a ir?” “Así ya me olvido”. A la mañana le dije: “Negra te tengo que hablar. Me gasté los dieciséis sobres. Pero tengo algo peor que decirte.” “¿Qué?” “No tenemos auto. Me jugué el auto”. Yo era jugador compulsivo. Afuera estaban los gitanos que te compraban el auto. Yo he visto a escribanos firmando escrituras a las tres de la mañana en el Casino. Y ese no es el fondo. Si van ahora a los Bingo, van a ver que venden pañales descartables. No quieren salir de la máquina, aunque van perdiendo y perdiendo. Porque cuando se salen va a venir otro. Se mean encima. Hasta ahí abajo se llega. Es bastante oscuro el capitalismo. No tiene fondo eh… No tiene fondo. Claro… estás en la máquina… en cuanto te levantás y se sienta otro, tiene la posibilidad del premio. Entonces la gente va con pañales. Durísimo, ¿no? Yo no llegué a tanto, pero vendí todo. Y entonces… claro, se enojó. Se enojó mal… (Risas). No se deja solo a un tipo así, si es que lo querés. El padre le mandó una guita y se fue. Me dejó solo. Sin departamento ni nada, y me fui a La Perla a vender. Primero vendí Garantías de Buen Tiempo. Esa fue la mejor. La Perla me hacía garantías a mí. Te hacía un papel en el que te prometía tres días de buen tiempo a diez pesos. Y te lo firmaba. Si llovía, te devolvía los diez pesos, y te tomaba una garantía para el otro día. Todos me pedían. (Risas). Entonces yo me iba a comprar milanesas al banderín. El tipo te daba dos milanesas, te las cortaba y todo. Entonces le preguntaba cuántas me hacía si eran de peceto. Me decía que me hacía seis. Le pedía que me hiciera cuatro. Cada tres, una era mía. Te compraba todo, te llevaba hasta la propina y te llevaba el ticket. Me dabas la propia, pero la tercera milanesa la vendía yo. Y ahí cacé lo de armar las carpas y lo de la venta de pirulines. Y ahí salió el “lloren chicos lloren”. Me da mucha bronca, prefiero que todo esto sea de otro, y que me reconozcan el “lloren chicos” que inventé, porque es genial. (Risas). Y un día gané en el Casino. Yo había perdido un Vivace. Salgo y pongo toda la guita en un Spazio (mejor que el Vivace), cero kilómetro, y se lo devuelvo. A la madre de mi hijo más grande. Se lo devolví. Me dijo que teníamos que hablar, y le dije: “No. Me dejaste tirado”. No la perdoné. Estuve mal, pero me dejó tirado. Yo era muy jugador. Mi papá de chico, me había dicho que la plata era para jugar, y que si sobraba era para comer. Yo le creí. Yo no la elegí a la familia, eso era un quilombo. Mi viejo se jugaba todo. Y mi padrino de bautismo era Saúl Ubaldini, que vivía enfrente de casa. Y ahí estaba la otra formación, peronista, la rectitud… Aunque el peronismo no es una doctrina en realidad. Yo escuché a los seis años la palabra “peronista”. Y le pregunté a mi papá qué era “peronista”. “Lo que vas a ser hasta que te mueras o te rompo el culo a patadas”. (Risas). ¿Qué iba a hacer? ¿A estudiar El Capital? No es lo mío. No digo que sea una ideología el peronismo. Es un divagar de la ideología, me parece. Creo que es una vida un poco agitada, pero divertida por lo menos, ¿no? Yo la pasaba bien hasta que empecé a pasarla mal. Sobre todo por la droga. Por eso este último libro. Hasta que puedas quererte solo.
Comentarios
Publicar un comentario