Fragmento de Doquier, de Angélica Gorodischer
El 28 de julio cumplió 90 años Angélica Gorodischer, una de las voces más potentes de la narrativa argentina. Libro de Arena celebra el cumpleaños de la gran autora rosarina, y comparte un fragmento de Doquier, una de sus grandes novelas.
“Y sin embargo, algo hay. Hay
algo que impide que seamos animales o piedras, cosas muertas, residuos. Hay
algo que nos sustenta y que nos apremia.
Hay algo que nos rige con la mano lo suficientemente suelta como para
que sintamos que somos dueños de nuestra vida y de nuestra muerte. Hay algo que
está en alguna parte, no precisamente en el cielo y sí quizás junto a cada una
y cada uno de los seres que habitamos este mundo. O dentro y fuera. O en el sol
dueño de la vida. O en el oro, otro sol, misterio de la tierra y locura de los
hombres. O en la sombra que nos espera del otro lado de la puerta. Algo hay.
Algo que Alarico ya conoce y yo aún no.
Él se debate en las sombras. O
es polvo, ceniza, escombros, pavesa, una arista de oscuridad sin voz, sin
garras sin pecho, sin espalda y sin estómago, con solamente un resto de
conciencia suficiente como para saber de su condición, nada más; suficiente como para atormentarse, nada más. Quizá, y ese sería su suplicio,
quizá con recuerdos, nada más. O está entero, como en el día en el que la lanza
lo atravesó, pero grita y nadie lo oye, cabalga y no va a ninguna parte, estira
las manos y solo puede asir el aire quemante, tiene hambre y sed pero no puede
comer ni beber y la herida le escuece pero no puede aliviarla con nada, ni
siquiera con la muerte, porque eso es la muerte.
¿Y si no fuera así? ¿Si ese
algo que hay y que sospecho fuera el saber? ¿Si no hubiera castigos ni premios
sino un asomarse al conocimiento guiados por una serpiente con alas? Saber todo
y saber lo que hubiera podido ser y no fue y saber que no fue porque lo echamos
todo a perder en algún momento, una hora, un minuto, un segundo de locura,
menos de un segundo, una fracción, la exhalación de un pensamiento o un deseo,
o un capricho y menos también. Saber, Alarico, que hubiera podido ser dueño del
mundo con solo no haber dado vuelta la cabeza, no haber matado al mensajero,
haber escuchado al arúspice, haber avanzado cuando todo le decía que debía
retroceder, haberse levantado del lecho una hora más temprano, no haber
degollado a aquella cautiva, haber mirado los cielos la noche antes de la
batalla, algo, algo que ni el ni yo sabremos nunca qué fue.
Saber yo que no debería haber
salido con armas aquella noche, que tendría que haberme embarcado hacia otros
rumbos, que si no hubiera conocido a algunas gentes hoy no tendría que preocuparme
por el cálculo de las noches sin luna, que más me valdría haber tenido hijos.
Yo hubiese sido un buen padre, y si es por eso también hubiese sido una buena
madre. Saber, eso que te persigue sin descanso, el saber del ojo que vigila a
Caín, eso es el peor de los destinos y lo es porque somos de barro. Es más, lo
es porque el barro del que estamos
hechos es sublime y porque el barrunto del saber y la seguridad de que no nos salvará
de nosotros mismos no nos impide seguir buscando, destilando, componiendo
frases con palabras, himnos con notas y teoremas con números.
Todo lo que Alarico sabía era
que necesitaba tener el mundo entre las manos, ser el señor de la vida y de la
muerte de los demás, saquear esa ciudad orgullosa que se deshacía bajo la
presión de los años y de la estupidez humana pero que seguía siendo la cabeza
del imperio. Sabía que no le bastaba con un reino, ni con la victoria en mil batallas, sabía que
lo quería todo y que no se iba a contentar con menos. Cuando el todo fue
una lanza empuñada por vaya a saber qué
oscuro mercenario, que se emborracharía la noche siguiente con el vino, que le
comprarían las pocas monedas recibidas por su hazaña y que moriría bajo el
acero o en el potro sin sospechar que había cambiado la historia; cuando ese
todo le abrió el cuerpo y puso su barro y su sangre bajo el cielo púrpura de la
guerra, entonces, ahí, el rey supo, pero ya era tarde y ahora, dueño de las
respuestas, gira barro seco, polvo, pavesa, en el teatro que el cura de la
Anunciación puede llamar La Más Alta Justicia.
Y sin embargo yo, inmóvil en
mi sillón, envidio el saber de Alarico. Mala persona, un bergante, cubierto de
cicatrices y de mugre, bruto, desdeñoso de lo que no podía comprender, sediento
de oro y de sangre y de poder, apenas un nombre y execrado, en los tratados de
los historiadores, lo veo desde acá como un bendecido por los dioses: le dieron
un sueño que no cabía en el mundo conocido y le dieron el ímpetu y la
resolución para perseguirlo. Un asesino sin duda, pero cuántos de nosotros no
lo somos, y mezquinos además, menguados de coraje y de quimera, parroquiales
como las mujercitas medrosas que no osan mirar por encima del hombro
cuando van a misa de seis, como loa
cagatintas aferrados a su reino de astucias mínimas, como los señorones de
fuste y galera que pisan el mundo con cuidado para no herirlo y que no los
hiera.
No a él, no al rey bárbaro pero sí su saber, eso quisiera
alcanzar. Mi saber se limita y ésa es la palabra justa, se limita, a las
paredes de mi casa.”
Doquier
Angélica Gorodischer
Emecé, 2002.
Doquier
Angélica Gorodischer
Emecé, 2002.
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