Poly Bernatene y Rodrigo Folgueira: “Nosotros tenemos la suerte de construir nuestros libros entre los dos”

En esta segunda parte de la charla con los amigos Poly y Rodrigo, comenzamos por hablar de la enseñanza de la ilustración, de talleres y seminarios, para luego seguir con el trabajo colectivo de escritores, ilustradores y editores y adentrarnos en las diferencias entre la pintura y la ilustración, entre el cuadro y la hoja en blanco, entre ilustrar para niños e ilustrar para adultos… De mucho hablamos, en esa tarde de charla en La nube, siempre con el eje puesto en el trabajo artístico de estos dos amigos que han creado buena parte de su obra juntos.

 Mario Méndez: ¿Forman ilustradores también? ¿Dan clases?

Rodrigo Folgueira: Yo no.

Poly Bernatene: Yo, clase, clase, no. Cada tanto algún seminario, pero no creo mucho en eso.

RF: Sí, si me escriben o me preguntan algo. Eso ni hablar.

MM: Pero no tenés tu taller…

RF: No, no.

PB: Me quedé pensando en lo de Rodrigo, y en que estamos hablando de todas las partes que conforman el equipo de los que hacen los libros: el editor, los diseñadores… Y qué importancia tiene también visualizar el potencial que tiene cada dibujante… Vos tenías por acá un libro que hiciste para Calibroscopio

RF: Cuando yo hablo de chicos que están arrancando, es porque bueno, a veces también vale equivocarse, que no siempre sale todo bien, que no siempre tenés el libro para que toda la familia te diga que está bárbaro.  También se aprende haciendo, sobre la marcha.

PB: Este libro… si ven solo la contratapa, este libro es una maravilla. Yo tengo pinturas de Rodrigo colgadas en mi casa, y es esto. Bien habla de los editores, Judith y Walter. Contá un poco cómo fue la experiencia, porque en realidad les habías mostrado otra cosa. ¿O me equivoco?

RF: Es que a mí me pasó al revés. Yo este libro lo hice dos veces, prácticamente, porque cuando Judith me convocó, lo hizo por imágenes más cercanas a la pintura que por esto. Y cuando yo le mando los primeros bocetos, seguía haciendo cosas más infantiles…

MM: Lo dijo acá…

Asistente: Que te eligió por lo otro.

RF: Además a mí me pasó lo de tener separados los boliches: acá se pinta, acá se ilustra. Y no se mezclaban las cosas. Tardé un tiempo en empezar a mezclar las cosas. Y aparte me cuesta, porque uno no se plantea las cosas de la misma manera ante un cuadro que ante un libro. En un libro, vos tenés un relato que no es tuyo, en principio, y que tenés que ilustrar. En cambio, cuando vos vas a dibujar una hoja en blanco, están vos y la hoja. A mí me cuesta, me sigue costando todavía.

PB: Sobre todo, hago una aclaración, como somos grandes amigos, soy de los pocos que ha visto su obra como artista. Él es bastante celoso de mostrarla.

MM: ¿No hacés muestras?

RF: No, en otra época, ya no me dedico demasiado. Me refiero a cómo uno va mezclando las cosas. No puedo dibujar así porque no me sirve para la ilustración. Tengo que dibujar así para que queden bien los libros. Hasta que te surgen otras ofertas en las que podés dibujar y usar más eso.

MM: Lo digo porque si no la desgrabadora se vuelve loca: Un amigo para siempre, de Marina Colasanti es el libro.

RF: Y en otros libros también. Como en el de Poe. Muchos años después, me sirve mucho más lo que tenía como pintor que lo que hice como ilustrador. Pero te tiene que llegar la oportunidad. Y te tiene que llegar el tiempo de hacer ese tipo de cosas.


MM: Esto me abre otra línea. Cuando se trata de ilustrar para adultos. ¿Cambia el chip? ¿O ustedes siguen siendo el mismo ilustrador, el mismo artista?

RF: A mí me cambia un poco. Creo que con el chico tenés cierta deuda. A veces yo veo en ciertos ilustradores, y no me gusta, que no quieren ser obvios, lo cual está bien… Pero si dice: “El dragón se asoma por detrás de”… Y dale un dragón. “No, yo no quiero ser obvio, hice la llamarada”… Dale el dragón, no seas amarrete. (Risas). Esa es mi mirada. Yo creo que uno con el chico tiene una deuda. Cuando yo me puse a ilustrar, me vino muy bien después ser padre. Me pienso yo como chico. Te vengo leyendo esa frase, y quiero ver algo, no me escatimes todo. “Los piratas entraron”… Y hay una espada tirada en el piso… No… Quiero ver uno o dos piratas. (Risas). Me pasa eso. Al adulto podés exigirle más, ahí sí me parece que podés jugar con otras cosas.

PB: Ahí es donde por ahí nosotros trabajamos diferente, porque yo lo pienso al revés. O no al revés…pero cuando yo hago cosas para adultos, las pienso desde un chico. Yo he llegado a decir que nunca dejé de ser chico… El adulto también quiere ver el dragón. (Risas).

Asistente: Si no, ¿Por qué los adultos disfrutamos tanto de los libros para chicos?

PB: ¡Ahí está la trampa!

RF: Ahí está el tema. A mí me encanta cuando los adultos vienen con un libro tuyo para chicos. A nosotros  con este del Sapo nos pasa un montón. Viene gente y te dice: “Yo soy el cerdito”. Viene una persona de cincuenta y seis años y te dice que es el cerdito. (Risas). Y está fantástico. Pero ahí está pensando como chico, en un libro de chicos, y está muy bien…

PB: Sí, pero esperá que quiero redondear la idea: que yo piense como un chico, quizá por mi forma de pensar, yo pongo la mirada de un adulto y la de un chico al mismo nivel. Cuando yo estoy con un libro para chicos, sin entrar en esas sutilezas, porque el chico quiere algo, también lo hago pensar, le busco la vuelta. Hace un rato contaba que empecé con muchísimos prejuicios, entonces pensé que la ilustración era acompañar una historia con dibujos. Y a lo largo de mi carrera, me fui dando cuenta de que yo necesitaba contar las cosas de otra manera, de buscarle una vuelta, una nueva lectura desde lo visual. Aportarle a la historia, otras cosas. Y así fue como fui aprendiendo. Tuve la suerte de que se me presentaron oportunidades, hice cosas de Elsa Bornemann, de Liliana Cinetto, hace poquito ilustré a Bodoc, e inclusive tuve la satisfacción de tener una devolución de Liliana, que me dijo “¡Qué bueno que le encontraste esta vuelta!” Yo le pedí especialmente a la editorial que se lo mostrara, porque yo estaba yendo por otro costado. Y eso al autor, al escritor, puede molestarle. Y cuando me dijo que le encantó cómo lo había resuelto porque no era lo obvio, pensé que estaba empezando a entender. Porque considero que uno va aprendiendo con cada paso. Y nosotros, como equipo de trabajo, lo vamos haciendo así. Con cada Libro. El primer libro nuestro, hoy lo vemos y comentamos la cantidad de cosas que tendríamos que hacer de nuevo.

MM: Es el del gato…

PB: Sí, yo lo traje porque es una figurita difícil ya. Este fue el primer proyecto nuestro. ¿Por qué los gatos siempre vuelven a casa? Primer libro hecho en conjunto.

MM: ¿Este lo regaló en tres por uno el Gobierno de la Ciudad hace unos años? Me parece que le llegó a una de mis hijas…

PB: Puede ser… Y hoy lo vemos y comentamos la cantidad de cosas que terminamos aplicando en los futuros proyectos que hicimos. Venimos aprendiendo a los golpes.

MM: Bien. ¿Por qué los gatos siempre vuelven a casa? Este es el primero de cinco libros que trabajaron conjuntamente. Y el eje de la charla de hoy, en gran parte es este trabajo conjunto creativo Cuenten esa cocina. Obviamente, el primer paso es que son grandes amigos, pero por ahí eso en algún momento puede ser una traba… No sé… Cuéntennos.

PB: Una traba, no…

RF: No, nunca. En realidad empezó con eso que él contaba, ese primer viaje a Bolonia que va a hacer él…

PB: En el que llevé esta maqueta, que a nadie le gustó.

RF: La idea era armar un proyecto, algo que se pudiera mostrar. Y me hizo escribir un cuento para chicos, cosa que no había hecho nunca. Yo siempre escribí, pero para mí, o guiones de historieta, o cosas más de adulto. Otra vez volví al mismo lugar: ¿Qué le digo a un  chico? ¿Cómo hacemos? Él tiene bastante confianza en mí, siempre, y me dijo que hiciéramos algo. Y salió un poco esta idea, y salió el primer boceto de Roberto, que tardó después diez años en hacerse Mi perro Roberto.

PB: El tema es ese. La amistad no jodió, en nuestro caso siempre dio más… Me estoy acordando de cosas… ¿Te acordás de Camioneros?

RF: Sí. Hicimos una serie, porque habíamos hecho unas pruebas para una historieta. Una serie de historietas que creo que era para Clarín. Gustó, pero no se hizo la revista, era como un suplemento. Aparte fue muy loco. Vos estabas viviendo en Mar del Plata, ¿te acordás? Y fue telefónicamente como nos poníamos de acuerdo. Había que hacer una historieta que iba a salir como tira semanal o algo así. Dos páginas.

PB: Llegamos a hacer el piloto…

RF: Hicimos el piloto y la idea general. Estaba bueno…

PB: Por eso. Veníamos trabajando, yo en mis tiempos de animación hice un corto del señor. Él había hecho una historieta y yo hice un corto animado. Después, si se quieren divertir, busquen en Youtube: Don Román (https://www.youtube.com/watch?v=i1zmXhTffss). Pusimos voces la familia, fue una cosa muy divertida. Pero tiene que ver con que a mí me gusta lo que él cuenta. Son horas y horas de viajes juntos en tren, de proyectos, de sueños. Nos conocemos bien, y por ahí esa es la trampa de nuestra relación creativa, y de que funciona bien. Que nos conocemos mucho. Sabemos cuáles son las cosas que queremos contar. Cuando él tiene una historia, la tira. Y queda. Y puede pasar, como pasó con Roberto, que vea la luz diez años después.


MM: Entonces, ¿no hay un guión previo? ¿Vos tirás la idea y la van construyendo juntos?

RF: Sí, la idea surge. Igual, no siempre es fácil de hacer. Nosotros tenemos la suerte, en ese sentido, de construir un libro entre los dos. Eso está bueno, porque no siempre pasa. A vos te llega una historia y tenés que ilustrarla… Acá la idea es construir un libro. Ir ajustando. El concepto del libro es importante, porque yo, como autor, cuando empecé a escribir cosas creyendo un poco más que podía decir algo para los chicos, siempre tuve en mente la idea del nene leyendo el libro. A mí eso me parece algo muy lindo. No creo demasiado en  el texto como algo sublime en el libro infantil. Me parece lindo como un disparador, un punto de partida. Me gusta que los chicos jueguen, lo desarmen, lo vuelvan a armar, que lo reconstruyan, y que dispare la imaginación. Que vengan y te cuenten cosas. Así construimos nosotros los libros. Yo le tiro algo, a él se le ocurren cosas y me las dice, y así la vamos armando hasta que queda.

PB: Sí, y muchas  veces (estoy pensando en el de los gatos), fueron más observaciones de adultos que de chicos. Porque los chicos entendían mejor algunas cosas, y nosotros también fuimos interpretando qué teníamos que hacer o corregir para llegar adonde queríamos llegar con una historia.

RF: Sí. Después hay muchas historias que te superan. Mi perro Roberto es un libro que nosotros hicimos con mucho cariño, con mucho amor. La primera idea, que fue lo que a mí se me ocurrió, fue la del perro que se traga un pájaro. Empezar un cuento infantil con algo así. Un perro va corriendo con la boca abierta y se traga un pájaro que se queda adentro de la panza. Pero teníamos eso solo. (Risas). Había que ponerle un cuento a todo eso. Y se lo fuimos poniendo. A mí me pasa mucho con este libro, que ya tiene unos cuántos años de editado, y todavía veo las caras de los chicos cuando lo narran.

PB: Se enojan los pibes a veces. Esa cosa que encontramos de que cuando empieza la narración está todo bien, y de pronto… PUM… ¿Ya hay un drama? ¿Ya me hacés llorar? ¿Ya me hacés poner mal?

RF: Yo no sé qué está bueno de ese libro. Sé que me gusta el libro, pero ¿qué es lo que les gusta tanto? Me lo puedo imaginar, pero no sé.

PB: Yo creo que pasa porque nosotros siempre nos divertimos haciendo cosas…

RF: Creo que les pasa a todos los autores. Que hay libros que te devuelven más de lo que esperabas, y que no sabés bien por dónde viene. No es que vos después lo repetís en el otro.

MM: Seguro.

PB: Además, las cosas que genera en la gente, inclusive. Hace poco me escribió una chica de Venezuela, pidiéndome además que se lo transmitiera a Rodrigo, y me preguntaba cómo podía ser que hubiéramos hecho una historia en la que maltratábamos a los animales. Y que su nena había estado muy mal, porque al pobre perro lo habían hecho pelota. Y yo le contesté que lo que pasaba era que ella lo estaba viendo desde el punto de vista del adulto, por poco desde la Sociedad Protectora de Animales. Le dije que por que no pensara en que en definitiva habían sido los otros animales los que habían querido ayudarlo. Que lo diera vuelta. Y en ese contexto, que viera como un adulto, cómo es que maltratan al otro.

RF: A mí, que en estos libros me toca más defender la parte del texto, no me importa mucho lo que piensan los grandes, la verdad. Me divierten mucho más los chicos. Y el chico tiene esa actitud. El chico dice: “EL gato, pobrecito.” Lo agarra para llevarlo y lo ahorca. (Risas). Y no lo está haciendo de malo, pobrecito. Lo está haciendo porque lo agarró como pudo. “Que no se escape”, y le agarra una pata… Tratá de reeditar eso, porque es el mundo de ellos, no es el mundo de los grandes. Si los grandes quieren un libro, que vayan a leer libros de grandes, que hay un montón, y excelentes. (Risas). Y si no, que se atengan a las condiciones de los chicos. Acá mandan los chicos.

MM: Y acá hay un tema que tiene que surgir. Entre los chicos y ustedes y la editora, ustedes como autores integrales, suele haber un intermediario que es el docente. ¿Cómo les va con eso? Con Sapo de otro pozo, con Mi amigo Roberto

RF: En general, muy bien. Con Sapo de otro pozo es otra cosa, aunque también lo maltratan… Igual, si uno se pone muy puntilloso, cualquier libro es un desastre. Ninguno pasa la prueba…

PB: Sí. Y es algo a lo que no hay que tenerle miedo. Hay que poder mostrarlo y que cada uno interprete como quiera, porque uno puede pensar que un docente va y lo lee… pero los chicos terminan resolviendo lo que ellos quieren. A mí me pasó, con Sapo de otro pozo, que lo fui a leer a una escuela. Y como siempre, parte de la actividad era que tenían que dibujar un rato. Entonces se pusieron a dibujar. Y habían quedado alucinados con esta escena en la que está el cerdito arriba del árbol. Prácticamente todos habían dibujado esa escena. En un momento llega la maestra casi llorando y me dice: “Te cuento: Tomi tiene problemas. No puede dibujar, es autista, siempre hemos tratado que haga algo y dibujó esto”. Me lo mostró. No sé si conocen la historia, se trata de un cerdito que es maltratado por querer ser un sapo más, hasta que aparece Hugo el cascarudo, que les plantea la verdad: que en realidad lo que querían era ser amigos. Y este nene era el único que había dibujado a Hugo. A mí todavía me da escalofríos. Porque él, desde el principio debe haber estado convencido de que el cerdito quería hacer amigos. Calculo que hasta lo vio como natural. ¿Qué quiere decir esto? Que la lectura, a quien le corresponde, a quién va dirigida, la va a recibir desde su propia experiencia, como calculo que cualquier autor quiere que llegue. Y puede haber intermediarios.

RF: Igual, a veces, por lo menos a mí me gusta poner al adulto en una posición incómoda pero interesante. A mí me pasa con el libro de Una mentira: que tiene una lectura si lo leen los chicos, sobre qué pasa, qué se dijo. Y otra desde los grandes que se dan cuenta de que son chismosos, y que hablan de más, y que acusan a los chicos de cosas de las que no deberían acusarlos. En El sueño de Lucas lo hicimos de antemano. Lucas sueña que quiere una mascota, y quiere un rinoceronte. Y el hada le da un rinoceronte.

PB: Siempre exagerado el muchacho…

RF: Esta es el hada. (Mientras muestra el libro). Es un hada… especial. Para conceder estos deseos… Y le da el rinoceronte a Lucas, que queda  fascinado. Estas son las cosas que sueña que va a hacer. No sabe cómo sacarlo de la habitación. Finalmente, rompen el techo. La madre está desesperada. Y Lucas se escapa con el rinoceronte haciendo un destrozo. Previendo la mirada del adulto, acá abajo está la señora, Poly la retrató excelentemente, que dice: “Los rinocerontes no son animales domésticos.” (Risas). Porque ya sabíamos... Por las dudas. Después, todo es un sueño. Para el adulto que quiso meterlos presos en todo caso, porque sacaron un rinoceronte por la calle… Pero la idea es esa, es un juego, si no podés jugar con las herramientas que tenés... Los chicos, por lo menos yo, cuando era chico, y lo que veo en los chicos en general, es que juegan con mucha libertad. A mí me aburren mucho los libros que tratan de bajar línea o de educar…

PB: Son pretenciosos… Mirá que nosotros teníamos proyectos hasta para adultos, y cuando empezamos a adentrarnos en este mundo, no es que vimos la veta, o que pensamos que íbamos a vivir de esto. No. Nos salió naturalmente. Realmente es el público. Es esto que dice Rodrigo. Los chicos terminan jugando como nosotros lo imaginábamos.


MM: Y cuando trabajan los dos en una idea que uno tiró y fueron construyendo, ¿siempre dibujás vos, Poly? ¿O vos te metés?

PB: No, él se mete. Me tira ideas… es un trabajo en conjunto.

MM: También con la ilustración.

PB: Sí. Y yo le hago caso porque esto, se imaginan, lo hacemos entre mates…

RF: Con muchas cosas nos pasa que tenemos una imaginación parecida. Yo me acuerdo de que cuando escribí Roberto, me imaginé un perro gigante, gordo… Pero no le dije nada. A ver qué se le ocurría a Poly. Y cuando me mostró a Roberto, era Roberto. Era lo que yo tenía en la cabeza. (Risas). Y no le dije una palabra  de cómo yo lo había imaginado. Sí nos pasa que nos decimos cosas. Como él me dice cosas del texto. O como pasó en Sapo… que decíamos de no poner palabras. Que haya una ilustración y que sea el silencio. Que sea una total ausencia, yo no quiero escribir nada. Tenés que decirlo vos…

PB: Además, él dibuja. Quizás de otra manera, con palabras, y yo termino escribiendo con dibujos. En Sapo de otro pozo medio que le compliqué la historia. Yo quería hacer esta imagen al final. Porque me había quedado la idea de qué hacer, cómo cerrar todo esto. Y cuando le mando el boceto me dice que tenemos que releer todo. Y ahí es donde empieza a enriquecerse la cosa.

RF: Y acá nos pasó algo muy interesante, porque uno aprende muchas cosas. Eso que decía de los chicos y de los grandes. Con este libro a mí me pasó al revés. Yo lo había imaginado con un final, que después me di cuenta de que era más para los grandes. El libro terminaba acá, terminaba con Hugo, que les decía: “¿Y no pensaron que era mejor tener buenos amigos?”. Y se iba. Punto. Para mí, ahí era suficiente. No hacía falta nada más. Pero ¿qué pasa? Vos no podés dejar a un chico angustiado. A uno grande, sí. Porque después irá al analista, verá qué hace. (Risas). Pero a un chico no lo podés dejar angustiado. Tenés que darle otra  vuelta. Me costó aprender eso. Eso uno lo aprende después. Esta imagen que él también había imaginado, la de todos arriba del árbol, me parecía hermosa, y me parecía la manera de sacar a los lectores chicos de esa angustia. Como decir: “Bueno, está bien, pero tenés otra oportunidad.” Podés ir a buscarlo, podés tratar de que ese nene al que no trataste bien hoy, tratarlo bien mañana. Que se revierta. Y eso lo vas aprendiendo en el trayecto. Lo vas viendo.

PB: Sí, vamos aprendiendo. Yo lo he hablado con él. Pasa también que cuando lo leemos, en algún momento quise hacer la práctica de algunos talleres, y cuando te ponés en la postura de tratar de explicar lo que hacés, es cuando descubrís inclusive los errores que te mandás. Por eso es tan bueno el ejercicio de hablar del trabajo de uno, sin exagerar, y sobre todo, con una mirada bastante autocrítica. Una de las cosas que aprendí con el tiempo y con el oficio, es que a los chicos no hay que darles todo servido. Ellos tranquilamente pueden procesar y hasta mejorar las historias que les brindemos. Y en ese interín, encontrar algunos recursos o herramientas para que ellos empiecen a ser parte de la historia. Cuando vos te encontrás con una historia que tiene un final cerrado, te das cuenta de que en ese final, por ahí pusiste una cosa de más. Siempre lo pensamos. Quizás hay una frase que no era necesaria, o hay que buscar un equilibrio entre la imagen y la palabra. Nos pasa constantemente, somos cuidadosos. Este libro, que tenía una especie de doble final, y dijimos que no teníamos que cometer el mismo error que en la historia de los gatos. Estamos siempre en ese proceso, y no estamos nunca seguros. Nunca estamos del todo convencidos. Nos damos cuenta de que algo terminó, porque los dos decimos: “Listo. Ya está.”

RF: Lo edito. (Risas).

MM: Y esa es la tercera pata, ¿no? Se le ocurre una idea a Rodrigo, te la tira, está buenísima, el chancho llega al estanque de los sapos y croa. ¿Ustedes le llevan la maqueta terminada a Stella? ¿Le dicen que tienen  determinada idea? ¿Cómo es esa parte?

PB: Pobre Stella. (Risas).

RF: Es estos proyectos, si bien hay un margen que después se ajusta, llevamos todo.

PB: Porque a veces pasa que justo estos proyectos, y ahí es cuando le agradecemos a Stella el respeto que nos tiene, y la paciencia, es que son muy nuestros.  El libro de los sapos tuvo un parate, con un cambio de final, fuimos, vinimos… Es difícil encajar en los tiempos editoriales. Vos podés mandarle el texto a una editorial, en Word, y mandarle dos o tres ilustraciones a ver si les gusta. Pero esa no es la idea de nuestro trabajo. Nuestro trabajo es todo, es el texto y el dibujo conviviendo, es este proyecto.

MM: ¿Y le dicen previamente que están en un proyecto y se largan a hacerlo?

PB: A veces sí. Es que eso es lo bueno. Por eso nosotros empezamos a hacer las cosas.

MM: Corren el riesgo…

RF: No es un riesgo, en principio, porque lo hacemos porque hay que hacerlo. No lo vemos como un riesgo.

PB: Rodrigo viene y me dice que tiene una historia. Listo. Plin, caja. Queda ahí dando vueltas. Lucas también estuvo un montón de tiempo. Y me di cuenta de que yo no lo había terminado de entender. Porque yo tengo que ver qué hago, para que se entienda bien lo que yo entiendo de Rodrigo. A veces me manda cosas a secas (como eso de que se había imaginado a Roberto grande, pero no me lo dijo), justamente porque con eso me da espacio para que yo meta cositas. Ahí es donde vamos funcionando. Yo me animo a decirle cosas que a otros escritores no me animo.

RF: Y yo las espero. Igual, en nuestro caso particular, por ahí tiene que ver con que nosotros hacíamos cosas para rendir un examen sobre sistemas de composición. No íbamos a editar eso, no íbamos a hacer nada. Nos gusta trabajar juntos, nos divertía y nos divierte, es más fácil recorrer el camino juntos que solos.  Eso también es cierto. Y nos quedó como esa gimnasia. Desde esa época.

PB: Pienso también en esto que decís: son cosas que nos animamos a hacer porque estamos con otro. De alguna manera, vos podrías estar sentado con un solo autor integral, que es casi lo mismo. En este caso somos dos amigos, que pensamos muy parecido, y que cuando no pensamos parecido le buscamos la vuelta para que eso esté reflejado en la obra final. Muchas veces, un comentario de un personaje que él me hace, a mí me desata cosas que no me había imaginado. Yo creo que es eso. Es como que somos un autor integral en dos personas diferentes.


RF: Bustos Domecq. (Risas). En algún momento pensamos en poner un nombre solo.

Asistente: Supongo que ahora, con tanta muñeca, con tantos años de trabajo no les pasará, pero ¿en algún momento les pasó de mandar todo cocinado a la editorial, y que hubiera cosas que repetir?

RF: Te sigue pasando.

PB: Lo estamos esperando. A veces lo que buscamos es que haya alguien con otra mirada, que nos diga…

RF: Él es un autor más mimado. Yo, no tanto. A mí me ha pasado más. (Risas).

PB: En nuestros proyectos, no tanto.

RF: Hay algunos que no los mostramos. Nos los quedamos para nosotros. (Risas).

PB: Él supone que sí, pero yo también me cruzo con gente.

RF: Es bueno. Hay cosas que te sirven para cambiarlas y mejorarlas. Y otras para asegurarte de que creés que tenés razón y defenderlas. Y tal vez, ese no va a ser el lugar que va a encontrar el libro. Lo encontrará en otro lado. Una cosa que me parece importante, en este tipo de actividades, es resistir la frustración. Creo que es como la condición de hacer cierto recorrido. Aquel al que le dicen: “No me gustan tus dibujos”, se va a la casa y busca trabajo como cajero en un banco, ya está. En la medida en que vos resistís, y tomás lo que te dicen como algo que puede ayudarte a cambiar, o no. El que me dijo que hiciera más chicas desnudas… y no. No era un consejo que me fuera a dar nada para cambiar.

PB: También es piola para saber a quién mostrarle qué.

RF: También, pero el rechazo es parte.

PB: Igual está un poco esa visión de que con tantos años de oficio, el editor me pregunte si podríamos ver de cambiar una cosa. Y le pido por favor que me diga, porque insisto, hoy en día, con ciertas cosas, sigo sin estar convencido. Cuando yo digo que esto es lo que quiero mostrar, lo defiendo a muerte. Hasta que me lo refutan y me piden que le busque una vuelta. Y me explican por qué. Para mí, ese es el ejercicio. Un libro está compuesto no solo por el autor y el ilustrador, sino por el editor… Por todos los que hacen el libro. Hasta un comentario sobre el formato. Nosotros muchas veces escuchamos a Carlos, que es el librero que nos dice que el libro cuadrado tiene esto o aquello. Cada uno tiene su visión, cada uno puede aportar algo.

RF: Todas las visiones suman, en algún punto. Y las vas a incorporar.

Asistente: ¿Les muestran los libros a sus familiares?

RF: Ahí somos bastante distintos. Poly se lo muestra a todo el mundo. (Risas).

PB: Él es como con sus pinturas, digamos. Su mujer, los chicos, conocen los libros de papá por el amigo. (Risas).

RF: Después se enojan conmigo. “Ay, lo vieron todos y ni nos lo mostraste”. “No, es que todavía lo estábamos haciendo”. Yo no soy de mostrar tanto.

PB: Yo soy mucho de… ahora no tanto porque me crecieron los pibes, pero era de testear con ellos. No eran parte del proceso, pero sí, antes de sacarlo, de mostrarlo, para darle una forma. Lo hice con Sapo de otro pozo. Lo leyó por primera vez mi nene más grande, que en ese momento tenía seis años o algo así, ya editado. Descubrir todas las cosas: dónde se detenía… creo que uno tiene que estar atento. A mí me sigue llamando la atención, cuando les miramos las caras a los nenes, les presto mucha atención, y me quedo fascinado en ciertas circunstancias… cuando se comen a Roberto…

RF: Al pajarito. A Roberto no se lo comieron todavía. No se comen a Roberto. (Risas).

PB: Nos han  pedido una segunda parte de Roberto.

MM: ¿Por qué no?

PB: Ahí es donde Rodrigo es fiel a eso. Nosotros lo hablamos mucho. Que una cosa salga como salga, y si no sale no tiene que salir. Y tratando de hacer alguna cosa parecida a Roberto, salen cosas diferentes. Como Lucas, que tiene otra mirada como libro. Tiene otro tipo de mensaje, incluso más por debajo, que no todos lo agarran.

RF: Contestando a tu pregunta, él es de compartir mucho más en ese sentido. Yo, no tanto. Sí después. No tanto mientras lo hago. Pero como dice él, todo en general es un poco así.

MM: ¿Y son de contar los proyectos en los que andan?

RF: Es que son como muchas cosas que andan por ahí dando vueltas. Alguna ocupa el lugar y arranca. Y ahí está el proyecto. Lo que pasa es que hay como varias cosas.

PB: Lo que pasa es que le damos el tiempo necesario a cada historia. Él me las tira y quedan dando vueltas ahí. Tengo un montón  de historias de él pendientes. Y aparecen haciendo otro tipo de libros o viendo otras cosas que uno termina leyendo, o viendo una película. Yo soy muy influenciable, me dejo influenciar por todo lo que veo. Asimilo, y de pronto veo algo que es lo que necesitaba para resolver la historia de Rodrigo. Se la tiro y me dice “Dale”. No tenemos una referencia. No es que sale algo y lo ponemos a trabajar. Hay veces en las que se corta el proceso.

RF: Sí.

MM: Hasta que después surge de nuevo…

RF: O no. Pero sirve para alimentar otra cosa.

PB: Sí, de hecho tengo como dos o tres ilustraciones de un proyecto que está ahí dando vueltas…

RF: Pero esto, desde la Escuela de Bellas Artes.

PB: Eso es otra cosa. La gente dice que hemos logrado una conjunción, una cierta carrera, una cantidad de libros, pero uno aprendió a convivir con un montón de fracasos. Uno tiene que estar dispuesto a sacrificar cosas que, inclusive, le gustan; en el camino, aparecen dos o tres libros de los que sí nos sentimos orgullosos.

RF: Siempre se ve menos de todo lo que hay. Yo creo que todo se alimenta de todo. Y eso está muy bueno.

MM: ¿Alguna pregunta más?

Asistente: A mí me gustaría preguntar otra vez sobre esto que ya dijiste sobre la división entre la plástica y la ilustración. Me acuerdo de que Daniel Roldán, que está más en la parte de diseño, planteaba que la ilustración de un libro tiene más que ver con la comunicación. ¿Vos decís que la ilustración  te restringe, te cuesta más?

RF: Te contesto desde mí. No es LA verdad, te digo lo que a mí me pasa. Por ahí, la palabra “restringir” suena dura. Pero es cierto que te acota, te pone dentro de un marco a trabajar. Vos tenés un texto que puede ser tuyo o puede ser de otro, y trabajás dentro de eso. En mi experiencia con la plástica, si bien seguro que hay un texto y un lugar en el que estás trabajando, por ahí no lo tenés tan preciso. Sentís que el territorio es más amplio. Y trabajás. Y después, por lo menos lo que me pasó a mí, y esto es absolutamente personal, es que en la Plástica, siempre trabajé para mí. Y después, que lo vea quien lo vea. En la ilustración y en la literatura infantil, yo trabajé con el otro. Lo hago para que lo vea alguien. Ya desde el arranque está el otro. Quiero mostrárselo, quiero que lo vea y quiero que le guste. Entonces es distinto. A mí, por lo menos, me pasa por ese lado.

PB: Está bueno, porque lo que a unos los coarta a otros les abre puertas. En mi caso es así. Yo desde chico fui de compartir, de mostrar. Ingresé a Bellas Artes y mi sueño era publicar libros. No sabía que quería ser ilustrador, no entendía porque no había carrera. Ahí tuve que elegir entre Diseño y Bellas Artes. ¿Dónde se agarraban los pinceles? En Bellas Artes. Vamos ahí.

Asistente: En tu Página lo tenés como en dos partes. (Risas).

PB: No, porque lo veo muy naturalizado, yo siempre quise ser ilustrador. Después me di cuenta. Lo hago para mí pero también lo hago para el otro. Yo quiero que el otro vea lo que yo quiero decirle. También es cuestión de personalidades. A pesar de parecernos mucho, él tiene otra forma. Y ahí es donde la cosa termina de enriquecerse.

RF: Igual, son procesos. Con los años, a mí ahora me resulta mucho más agradable el contacto que tenés con la gente desde un libro que con un cuadro, que lo tenés ahí, se cuelga en la galería, el museo o donde sea, y va alguna persona. Y trata de decirte algo inteligente, y no pasa. (Risas). O lo dice pero vos no lo entendés. Es más inteligente que vos, y no sabés qué está diciendo. En cambio, a mí la ilustración y los libros me devolvieron mucha calidez. El público me gusta mucho más. Hoy, a esta edad y con este recorrido. La gente que se te acerca cuando estás en la Feria, o en una escuela, el que te escribe… los chicos pero también los padres… La familia que viene y te dice: “Nosotros lo leemos a la noche y él ya se lo sabe de memoria”. A mí, esa escena me da mucha alegría. Haber sido en parte, de algún modo, generador de esa escena, me parece buenísimo. Como trabajo, hacer eso es algo muy lindo.

MM: Si no hay más preguntas, yo creo que se merecen un gran aplauso. Gracias.

RF: No, gracias a ustedes.

PB: Estuvo lindo.

APLAUSO FINAL

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Cincuenta años sin J.R.R. Tolkien: cómo lo cuidó un sacerdote español y qué tiene que ver la Patagonia con “El señor de los anillos”

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

La lectura del tiempo