Fragmento de “El cenizo”, de Zuhair Jury
Comienza el nuevo ciclo "La literatura argentina en el cine del siglo XXI" a cargo
de Mario Méndez. En el primer encuentro se proyectará "Aniceto"
(2008) de Leonardo Favio, inspirada en el cuento El cenizo, de su hermano Jorge
Zuhair Jury. Libro de arena comparte un fragmento de dicho relato.
“Se revolvió bajo la cobija oscura. La cama crujió. Se
arrebujó y siguió durmiendo. Los barrotes se alzaban como huesos sobre el
elástico y en la mitad de los picados hierros delanteros se veían dos ángeles
de bronce a los que la Francisca devota y sentimental se entretuvo en pintar de
celeste cuando el Aniceto estuvo preso. Sobre la cabecera había un cuadro de
santería de barrio, piadoso y macabro. De un alambre colgaban un par de
camisas, un traje, dos enaguas y una falda. Atado de una pata por un cordel a
una estaca, un gallo de riña cenizo picoteaba la tierra en medio de la pieza.
El tibio sol de las once se colaba por una hendija de la
ventana. Dio otro sacudón, bostezó y miró el gallo. La cresta imperceptible le
coloreaba como un tajo en la cabeza pequeña, tenía el pico amarillo, filoso y
encorvado como aguja colchonera, el pecho agudo y los espolones firmes. Guapo y
peleador, entre domingo y domingo rajó más de un buche de cuajo.
–¡Carajito con mi compadre...!
Metió los pies dentro de las alpargatas y en calzoncillo
chancleteó los tres pasos que lo separaban del gallo. Lo acarició, lo desató,
lo alzó como a un chico, y con él en brazos fue hasta la ventanita a mirar
hacia la casa del gringo Yiyo, el italiano usurero, sordo, menudo y de cabeza
enorme que vivía enfrente, y al que la noche anterior le había vendido el reloj
pulsera de la Francisca en cien pesos que quedaron en la mesa de codillo. Ahora
necesitaba el reloj para tomar el tiempo en los masajes diarios que le daba al
gallo. El italiano estaba como de costumbre carpiendo el jardincito raquítico
del frente.
–¡Don Yiyo...!
El italiano siguió rompiendo cascotes con su azadoncito
minúsculo.
–Cada día está más sordo el hijo’e puta...
Se apartó de la ventana y se sentó en la cama. Miró las
enaguas que colgaban del alambre y sintió rabia contra él mismo porque la
Francisca había llorado por la venta y ahora no le quedaba ni el reloj ni la
plata. Se quedó pensando en ella. Seguramente a esta hora estarían poniendo la
mesa. Imaginó una mesa muy larga y sentada a ella, pálida y fría, la escasa
familia del farmacéutico llevándose la comida a la boca con lentitud y en
silencio. Le molestó y escupió. Ya de por sí, todos los farmacéuticos le
desagradaban; tenían cara de convalecientes y antiguos. Se juró que el domingo
cuando ganara el cenizo le compraría un relojito, y por sobre todo si alguna
otra vez discutían, no volvería a gritarle concubina nunca más. Se puso los
pantalones y salió llevando en una mano la tetera y en la otra al gallo a
buscar agua en el surtidor que abastecía el loteo. Estaba por poner la tetera
bajo el chorro cuando la vio, traía un balde en una mano y un jarroncito en la
otra. Debía de haber hecho varios viajes porque tenía mojada toda la cadera y
la pierna izquierda y la tela se le adhería a la piel marcándole las formas.
–¿No llena?
–Primero usté –contestó el Aniceto.
Se quedó agachada, apoyada una mano sobre el surtidor y la
otra en el asa del balde. Los reflejos rojos del escote se le fundían en la
base de los pechos blanquecinos. Retiró el balde, colocó el jarrón y se quedó
mirándolo al Aniceto.
–¿Por qué anda con ese gallo en los brazos?
–Porque éste no es un gallo cualquiera y si lo dejo en el
suelo se pondría a picotear y perdería la línea... ¡Es de riña...!
–Ah... de riña.
–Sí, de riña... El asunto de los gallos de riña es muy
interesante y si usté me permite yo podía contarle cosas muy lindas sobre todo
de éste que es guapo como pocos para el puazo... Bueno, todo es cuestión que le
interese... cuestión de ideología.
–Yo voy a bailar todos los sábados al centro de los
municipales... Mi padrino trabaja en la cuadrilla...
–El sábado me tiene allí.
Esa noche cuando llegó la Francisca le dijo que para el sábado
necesitaba cien pesos.
El sábado a mediodía cuando la Francisca vino de trabajar le
dio los cien pesos. A la tarde le pidió que le diera una asentadita al traje.
–Tengo que ver a un señor en la confitería de la plaza. El
tipo trabaja en la municipalidá y es posible que me dé un puestito liviano.
El Aniceto se puso a cebar mate mientras la Francisca le
asentaba el traje.”
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El dependiente y otros cuentos
Jorge Zuhair Jury
Galerna, 1969.
-" Aún, parece ser que la estoy viendo, me cacho en diez .... Hasta me quedo mirando a Luppi, al gallo....y se me pone la.piel de gallina"-....
ResponderBorrarQué película ésa ...espectacular...
Gracias, gracias por la poesía que se mezcla en la cruda trama de este hombre encandilado con su gallo, cual amor de mascota de años....
Una historia entrañable.....