Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores
Las flores y las cartas son elementos clásicos
en cualquier historia de amor. En "Doña Rosita la soltera, o el lenguaje
de las flores", obra de Federico García Lorca estrenada en 1935, un tipo
particular de flor, la "rosa mutabile", y una serie de cartas, acompañan
a través del tiempo a la protagonista.
Por María Trombetta
El tío de Rosita cultiva rosas
como pasatiempo. La más novedosa de su invernadero es la rosa mutabile, que “es roja por la mañana, a la tarde se pone
blanca, y se deshoja por la noche”. Ése es el
paralelismo que plantea García Lorca para el personaje de la mujer que, en los tres actos en que está
estructurada la obra, ve pasar su vida mientras espera noticias de aquel amor de juventud que sólo envía alguna
promesa de vez en cuando.
Son tres, también, las cartas que
impulsan la acción de la obra: la primera es apenas una alusión a la orden
paterna que hace que el joven novio deba viajar a Tucumán dejando a Rosita en
España, con la promesa de reunirse apenas puedan. El primo debe cumplir con su
deber de hijo, y Rosita cumplirá con su deber de novia, bordando su ajuar y
esperando la llegada del correo con novedades.
En “Doña Rosita la soltera” todos
hablan mucho, y hasta las flores tienen su propio lenguaje, pero las palabras
siempre dejan lugar a silencios elocuentes, que permiten sospechar
motivaciones y sucesos relevantes que
rara vez se hacen explícitos. El
silencio protege de la verdad, todo aquello que se calla parece que no
existiera.
En el segundo acto, luego de un
salto temporal de quince años, Rosita y un enjambre de mujeres esperan al
cartero en el día de su santo. Están reunidas para celebrar, pero también las reúne la espera de la carta del novio,
que cuando llega viene con la propuesta de un casamiento por poder. Las mujeres
hablan y opinan sin decir aquello que no se puede mencionar: sólo el Ama es
capaz de manifestar lo insignificante
que resulta la noticia. Es que la historia de Rosita no la cuenta ella: la
cuentan las mujeres que la rodean, amigas, tía, ama. Con palabras, pero sobre
todo con silencios, evitando decir aquello que saben le causará dolor.
Rosita seguirá esperando, y luego
de otros diez años, su vestido siempre rosado ahora es de un rosa pálido, casi
blanco. El tercer acto se desarrolla cuando la última carta importante ya
llegó. Otra vez el lector se entera de las novedades por lo que comentan los
otros personajes. Rosita no quiere que los otros hablen de lo que ella ya conoce,
porque comprende que las palabras esta vez van a repetir el lenguaje de las
flores.
TÍO (Entra.) - Es una rosa que nunca has visto; una sorpresa que te tengo
preparada. Porque es increíble la rosa declinata de capullos caídos y la
inermis que no tiene espinas, que maravilla, ¿eh?, ¡ni una espina! y la
mirtifolia que viene de Bélgica y la sulfurata que brilla en la oscuridad. Pero
ésta las aventaja a todas en rareza. Los botánicos la llaman rosa mutabile, que
quiere decir: mudable; que cambia... En este libro está su descripción y su
pintura, ¡mira! (Abre el libro) Es roja por la mañana, a la tarde se pone
blanca, y se deshoja por la noche.
Cuando se abre en la mañana,
roja como sangre está.
El rocío no la toca
porque se teme quemar.
Abierta en el medio día
es dura como el coral.
El sol se asoma a los vidrios
para verla relumbrar.
Cuando en las ramas empiezan
los pájaros a cantar
y se desmaya la tarde
en las violetas del mar,
se pone blanca, con blanco
de una mejilla de sal.
Y cuando toca la noche
blando cuerno de metal
y las estrellas avanzan
mientras los aires se van,
en la raya de lo oscuro,
se comienza a deshojar.
TÍA - ¿Y tiene ya flor?
TÍO - Una que se está abriendo.
TÍA - ¿Dura un día tan solo?
TÍO - Uno. Pero yo ese día lo pienso pasar al lado para ver cómo se pone
blanca.
Doña Rosita la soltera
Federico García Lorca
Losada, 1978.
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