Los papeles salvajes, de Marosa Di Giorgio
Hace
diez años Adriana Hidalgo publicó la edición definitiva de Los papeles salvajes, de Marosa Di
Giorgio, que había muerto cuatro años antes. En el libro se agrupa la obra poética
publicada entre 1955 y 2004.
Cuando
leemos a Marosa, nos encontramos con una voz poética en la que desborda la naturaleza.
Flores, frutos, piedras pequeñas, lluvia, animales pequeños y grandes. No hay
manera de evitar que se nos sumerja en el mundo de la naturaleza. El
yo lírico se detiene a disfrutar de un aroma de flores o de frutas que la
envuelve, a describir el nacimiento de los hongos después de la lluvia, o a fantasear con amantes secretos.
Libro de arena celebra a la gran poetisa uruguaya, compartiendo tres textos de
su libro de prosa poética Está en llamas
el jardín natal, publicado originalmente en 1971.
5
Me acuerdo de la casa, -no sé por qué, de los días de
tormenta-, cuando volvía de la escuela, y mamá, de pie, llamando a la pollada,
las gallinas que cruzaban el jardín con las alas abiertas, seguidas por sus
pollos de colores, rosados, celestes, amarillos, aquel alucinante pío-pío, y
las nubes insólitas y grises, que, por un instante, barrían la huerta- los
duraznos de mantón florido, los ciruelos de frío azúcar-y la devolvían
enseguida, transparente bajo la lluvia, el arco iris, casi al alcance de la
mano, todo de menta, de pimpollos.
Y las noches de los días de borrasca, con el aire
diáfano, cuando se hacían visibles los animales del bosque, la zorra que
ladraba y se reía, la comadreja y su canasto de hijos, que llegaban adentro
mismo de la casa y nos robaban un bicho, un pedazo de cuero.
Y las horas deslizándose, mudas, después.
Y yo, allí, de pie, inmóvil, en el umbral, esperando
no sé qué, que algo cayese del cielo, está en llamas mi jardín natal.
13
Por diciembre y enero ardían los laureles; unos
blancos, otros rosados Atraían a todas las abejas de la tierra y a algunas de
otro planeta. Anegaban la cocina, la escuela y el altar. Por todas partes,
jarras de miel, de vino de laurel.
En la noche seguían ardiendo, blancos y rosados, como
si los alumbrase un farol. Acudían avecillas, pequeños ángeles, que rondaban
las ramitas, las libaban, las adoraban; almas ya del otro mundo que hacían un
barullo extraño, semejante a la vida, como si fueran, de nuevo, a encarnarse.
15
A veces, en la madrugada, llovía dulcemente, y parecía
que un enjambre caía del cielo, que los muertos volvían a la vida, que todo
estaba bien.
Yo me asomaba a la ventana, y a la media luz, ya todas las hojas eran granates y amarillas, livianas y fragantes; como uvas o amapolas.
Y entre los grandes árboles, los monjes en sus casetas, pequeñas, entre las ramas. El nuestro salía a mirar la lluvia, los relámpagos, anotar en su Cuaderno del Tiempo, el monje de astas larguísimas y sedosa pelambre.
Yo me asomaba a la ventana, y a la media luz, ya todas las hojas eran granates y amarillas, livianas y fragantes; como uvas o amapolas.
Y entre los grandes árboles, los monjes en sus casetas, pequeñas, entre las ramas. El nuestro salía a mirar la lluvia, los relámpagos, anotar en su Cuaderno del Tiempo, el monje de astas larguísimas y sedosa pelambre.
Y yo volvía al lecho, a dormirme sobre la blanca
almohada, a soñar que Mario estaba ahí.
Volvía a mi antiguo y escondido mundo en llamas.
Los papeles salvajes
Marosa Di Giorgio
Adriana Hidalgo Editora, 2008.
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