“Vuelvo gracias a mis libros, que por suerte tienen vida propia”. Graciela Montes y el Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil
La escritora fue
reconocida por su trayectoria. El jurado de uno de los premios más prestigiosos
en lengua castellana la distinguió no sólo por su trabajo como escritora, sino
también por lo que ha hecho como traductora, editora y divulgadora.
Graciela Montes se encuentra retirada desde hace ya varios años. Pero sus libros, no. |
“Si de algo me enorgullezco, es de
haber estado del lado de los chicos, siempre. De no haberlos manoseado como
lectores, de no haber bajado línea, o al menos de haber hecho ese intento”,
dice Graciela Montes en la entrevista con PáginaI12. “Siempre tuve mucha fe en
los lectores, siempre les di su espacio. Soy una convencida de que los chicos
son muy buenos como lectores, y siempre escribí con esa certeza”, dice también.
Y cada uno de sus libros, desde los que ha escrito para los que técnicamente
todavía no leen, hasta los ensayos que reflexionan sobre las prácticas de la
lectura y la escritura, dan por válida esa certeza. El jurado del XIV Premio
Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil, uno de los más prestigiosos
para el campo en lengua castellana, acaba de reconocer, entre otras cosas, esa
capacidad de la autora argentina, otorgándole el prestigioso premio que
reconoce su trayectoria.
Ese jurado, que acaba de fallar por unanimidad y de dar a conocer el premio desde la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, destacó a la autora de Nicolodo viaja al país de la cocina por “ser una escritora pionera de la literatura infantil en Iberoamérica, que ha influido en varias generaciones de escritores y especialistas en toda la región; por su calidad literaria, cuya diversidad de estilos y recursos permite lecturas en varios niveles, su obra amplia y diversa que aborda temas innovadores, la creación de personajes valientes, que resuelven conflictos personales y sociales con sus propios recursos, la complicidad con el lector, la vigencia y universalidad de su obra, que se resignifica en el tiempo y trasciende fronteras”, entre otros méritos.
Ese jurado, que acaba de fallar por unanimidad y de dar a conocer el premio desde la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, destacó a la autora de Nicolodo viaja al país de la cocina por “ser una escritora pionera de la literatura infantil en Iberoamérica, que ha influido en varias generaciones de escritores y especialistas en toda la región; por su calidad literaria, cuya diversidad de estilos y recursos permite lecturas en varios niveles, su obra amplia y diversa que aborda temas innovadores, la creación de personajes valientes, que resuelven conflictos personales y sociales con sus propios recursos, la complicidad con el lector, la vigencia y universalidad de su obra, que se resignifica en el tiempo y trasciende fronteras”, entre otros méritos.
“Entregado por primera vez en 2005 al
español Juan Farías, el premio SM ha trazado un mapa en el que podemos apreciar
lo mejor de la literatura infantil y juvenil de Iberoamérica. Las obras de los
trece autores que lo han obtenido hasta ahora, constituyen una colección
esencial para quienes comienzan a aventurarse en el mundo de la lectura, pero
también para quienes llevamos ya nuestro tiempo gozando de todo lo que el libro
tiene para ofrecer”, destacó Marisol Shulz, directora de la feria de
Guadalajara, durante el anuncio del premio. En esa posible colección esencial,
entre los que ya se cuentan las obras de las argentinas Laura Devetach, María
Teresa Andruetto y María Cristina Ramos, y de autores latinoamericanos como
Marina Colasanti, Ana María Machado y Antonio Malpica, debía figurar sin dudas
Montes.
No sólo por su trabajo como escritora:
también por lo que ha hecho como traductora, editora y divulgadora, oficios que
rescata en diálogo con PáginaI12, en un gesto en que se ubica, antes que como
la “gran creadora”, como una “obrera” de la palabra, según prefiere definirse.
Es que Montes trabajó durante más de veinte años en el mítico Centro Editor de
América latina, junto a Boris Spivacow. Allí dirigió la también histórica
colección Los cuentos del Chiribitil, que entre 1977 y 1979 ofreció títulos
verdaderamente innovadores para la época, por sus textos y por sus
ilustraciones. Pero sobre todo conoció, como haría luego en los Libros del
Quirquincho, lo que implica el afanoso y cotidiano oficio de editor.
Ocurre con Graciela Montes algo
particular: ella se encuentra retirada, desde hace ya varios años. Pero sus
libros, no. Y si los mediadores y sus colegas escritores la siguen reconociendo
como una referencia, y ensayos como La frontera indómita (recientemente
reeditado por Fondo de Cultura) y El corral de la infancia, siguen siendo
referencias ineludibles, las reediciones de títulos como Irualana y el
ogronte, Juanito y la luna, El auto de Anastasio, entre una treintena que está
sacando Loqueleo, o la de sus Chiribitiles, asumidas por Eudeba, siguen ganando
nuevos y contemporáneos lectores. No solo eso: surgen nuevas obras como Buscar
indicios, construir sentido, que la editorial Babel de Colombia (distribuida en
Argentina por Calibroscopio) hizo reuniendo conferencias y textos teóricos.
A Graciela Montes le cabe entonces el
tango: “Alguien dijo una vez, que yo me fui de mi barrio…”. “Y sí, siempre
estoy volviendo. Pero es gracias a mis libros, que por suerte tienen vida
propia”, se ríe ella ante la cita de Troilo. Y agradece con humildad: “De eso
se han ocupado mis hijos (Santiago y Diego Figueira, hijos también de Ricardo
Figueira, archivista y director de colecciones del Centro Editor, quien alguna
vez fotografió aquella quema de ejemplares que ordenó la dictadura, y que quedó
grabada como símbolo de la censura). “Ellos son computadores científicos, no
tienen nada que ver con lo mío, pero se ocuparon de abrir todo eso que estaba
guardado, de trabajarlo con los editores. La verdad, yo hubiese dejado todo
ahí, cerrado. Algunos títulos estaban agotados hacía mucho tiempo, y estas reediciones
les dieron una nueva oportunidad. Por suerte las editoriales los han recibido
muy bien, se han podido mantener las reediciones. Sin ese empuje probablemente
no estaría pasando todo esto”, vuelve a agradecer.
Graciela Montes conocía la noticia del
premio desde el sábado, cuando la llamó el jurado, aunque le pidieron que no
dijera nada hasta ayer. Sabía que su candidatura había sido presentada por
Alija, la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil Argentina, que trabaja
por la difusión del campo local y lleva adelante acciones como esta
presentación. “Pero no lo imaginaba, no lo pensaba… Ahora empiezan a preguntar
si voy a volver a la actividad, y desde luego que no. Pero hay algo muy lindo
que pasa cuando uno recibe estos reconocimientos”, asegura en la entrevista con
este medio.
–¿Cómo
lo recibe, en este momento?
–Como un abrazo histórico, que llega
desde un campo por el que una hizo mucho, pero hace muchísimo tiempo… Por eso
es que estoy especialmente agradecida: cuando una ya no está en actividad, no
es tan fácil que lleguen los premios o los reconocimientos. Por eso lo
entiendo como un acto de una gran generosidad.
–Así
que decidió retirarse, pero sus libros no la dejan...
–(Risas). Por suerte los libros siguen
su vida propia, siempre.
–Ultimamente
se han sucedido reedicionesde su obra, crece el interés de los mediadores, gana
nuevos lectores entre los chicos, ahora llega este premio… ¿Cómo lo interpreta?
–Eso a mí también me asombra, porque
pasaron muchos años y hay algunas cosas yo misma pienso que deben estar
envejecidas, sería normal. Pero por suerte parece que todavía se reciben como
libros vivos. Y hay viejos amigos que todavía se interesan por ellos.
–Y no
tan viejos…
–Eso es lo que más valoro de todas las
cosas valorables que suceden. Han pasado tantos años, y sin embargo siguen
pasando tantas cosas con esos libros y esos lectores. Me llegan alegrías en
forma de pequeñas devoluciones, de una escuela, de tal lectura que ocurrió, de
por aquí y de por allá… Una ha estado imbricado con ellos de mil maneras.
Formaron parte de mi vida. y yo de la de ellos. Es así. Sucedió así.
–Este
es un premio a la trayectoria. Cuando mira ese camino recorrido, ¿de qué se
enorgullece?
–Rescato cierta tenacidad, cierta
coherencia, si se quiere, aunque no sé si es una palabra demasiado grande. Si
de algo me enorgullezco, es de haber estado del lado de los chicos, siempre. De
no haberlos manoseado como lectores, de no haber bajado línea, o al menos de
haber hecho ese intento. Siempre tuve mucha fe en los lectores, siempre les di
su espacio. Soy una convencida de que los chicos son muy buenos como lectores,
y siempre escribí con esa certeza. A la distancia, y habiendo estado sin
actividad desde hace mucho tiempo, le doy un valor muy alto, por ejemplo, al
trabajo de traducción.
–¿Por
qué?
–Fue muy formativa. Te enseña humildad.
Te ubica en un lugar en el mundo que no es tan únicamente propio como uno
tiende a creer. Te muestra que formás parte de otras cosas, te ubica en ese
sentido. La divulgación también ha sido muy valiosa, toda mi tarea en el Centro
Editor, fue un aprendizaje intenso. Tuve suerte de desarrollar oficios que me
gustaron. Trabajé mucho, pero disfruté mucho también.
–Con
esa definición parece “bajar” su tarea de escritora, más como un oficio que
como un arte elevado…
–Eso es bueno. A mí me hace bien poner
pie en tierra, saber que una es una trabajadora, una obrera de lo que hace. Que
se gana un sueldo, que tiene que vivir de la plata que le pagan, entre muchas
otras cosas. Nunca me sentí cómoda en el lugar del gran artista. Yo he
trabajado con la palabra.
Fuente: Página/12
Comentarios
Publicar un comentario