Narrar para contarlo


En su segundo encuentro, la Capacitación para Auxiliares de bibliotecas comunitarias recibió la visita de la narradora y docente Diana Tarnofky. La charla se centró en los recursos que proporciona la narración oral para la animación a la lectura, un aspecto que forma parte esencial de la vida de una biblioteca.


Por María Trombetta

El viernes 14 de septiembre visitó la Capacitación Diana Tarnofky, reconocida narradora y maestra de narradores, para compartir con los asistentes las posibilidades y recursos que ofrece la disciplina para promover el encuentro de los lectores con el libro. Frente a un auditorio participativo y curioso, Diana conversó, con su generosidad habitual, sobre actividades, lecturas, autores y posibles abordajes.
Comenzó presentando el libro Este cuerpo es humano. Anatomía escrita y dibujada, de Grassa Toro y José Luis Cano, un texto al que suele hacer referencia en sus cursos de formación de narradores:
“Tenemos un cuerpo, pero no lo tenemos como tenemos un perro, una bicicleta o una falda; el perro nos acompaña, en la bicicleta nos subimos, la falda nos la ponemos y todo eso sucede porque están fuera. El cuerpo no está ni fuera ni dentro de nosotros, tenemos un cuerpo que es nuestro cuerpo que somos nosotros. Somos un cuerpo, cada uno el suyo.
Sabemos que somos un cuerpo porque el ser humano es capaz de saber cosas sobre sí mismo además de tener algún conocimiento acerca del resto de realidad. Como no podemos separarnos de nuestro cuerpo, salirnos y dejarlo ahí plantado (aunque, a veces, bien que nos gustaría), la posibilidad de conocerlo es contemplar el cuerpo de otro o una representación. (…) Además, por mucho que miremos, no veremos más allá de las formas exteriores y la superficie cutánea; la mayor parte de nuestro cuerpo permanece oculta. (…) Gracias a la radiografía, el escáner y la resonancia magnética, podemos contemplar, cada día con más detalle, cómo somos por dentro sin agujerearnos para hacerlo. Las máquinas nos ofrecen abundante información, a nosotros nos queda interpretar qué significa; esta interpretación la hacemos con palabras, ponemos nombres a las partes, de la unión de imágenes del cuerpo y palabras que las nombran nacen los atlas de anatomía. (…) Cada parte del cuerpo· no está separada de las demás, ni actúa por su cuenta, ni desconoce qué está pasando en el resto; al contrario, todo nuestro cuerpo es una unidad, cada uno de nosotros es una unidad en la que cada elemento que podemos reconocer durante el estudio está relacionado con el resto de los elementos.”
Un mediador es un cuerpo que comunica, que cuenta. Necesita un cuerpo disponible para acercar a los cuerpos de los lectores, los cuerpos de los textos, los libros. Diana se detuvo en describir el aparato respiratorio y su importancia tanto en la emisión de la voz como agente de intercambio de energía a través del aire.
Entonces llegó el “cometa poeta”, un recurso para compartir poesía, una excusa para jugar e invitar a leer, que voló de mano en mano de los presentes, para traer los poemas de Laura Forchetti de su libro Donde nace la noche. Y, desde Avión que va, avión que llega, de Laura Devetach e Itsvansch, avioncitos de papel con poemas viajeros; y barquitos de papel, junto a El libro de las dos versiones, de Edith Vera.
Versión Primera
Ríe esta niña
y su corazón
es todo una fruta de seda colorada.
Versión Segunda
Salvaje fruta,
esa sonrisa que viene desde la tierra
y se calza en el pecho
de la niña.
Las “pajaritas de papel” acompañaron a los libros Una caja llena de: y otros poemas, de Laura Devetach, La hormiga que canta, de la misma autora y Juan Lima; y los participantes jugaron a hacerlas volar.
Diana explicó que todos estos recursos habilitan el diálogo, abren las puertas hacia los libros, permiten que la palabra circule con libertad. Ofrecen una aventura, facilitan el vínculo con los lectores. Y muestran, además, que no hay una sola forma de leer: se puede realizar esta actividad sentado, pero siempre hay otras opciones.
Llegó entonces el momento del “PUP”, pequeño universo poético, o de palabras o de posibilidades, según lo describió la especialista, con la base de un paraguas intervenido por el propietario con cintas, tules o lo que desee, para generar un espacio de intimidad en ámbitos públicos. Los participantes pudieron experimentar la lectura compartida con estos dispositivos.


Diana propuso entonces otro tipo de recorrido: si hasta ahora las propuestas se centraban en un autor, para ordenar la selección de textos a partir de ahora sugeriría un tema. Y así lo hizo: las nubes serían el eje del encuentro en el siguiente tramo.  Nube con forma de nube, de Cecilia Pisos e ilustraciones de Diego Bianki, Piedritas, de la misma autora, La tomadora de café, de Laura Wittmer, Había una vez una nube, de Graciela Montes, El idioma secreto, de María José Ferrada, Lost in translation, de Ella Francis Sanders, trajeron textos, poemas y cuentos con nubes. Un tema que, más que recortar, abrió posibilidades.

En la última parte del encuentro, Diana propuso otro recorrido o recorte posible: fue así como, a partir de un párrafo del libro Buscar indicios, construir sentido, en el que Graciela Montes reflexiona sobre la lectura, introdujo el tema de los cuentos populares. Son historias que, según sostuvo, están “servidas” para narrar a partir de su origen ancestral en la oralidad, aunque luego hayan pasado a la escritura. Poseen una estructura sencilla y a la vez habilitan la improvisación. Favorecen la conversación, ya que aluden a temas o historias que todos conocemos, porque traen recuerdos de cosas que nos contaron alguna vez. Nombró como fuente de este tipo de historias, los Cuentos del Paí Luchí, de Laura Devetach, Cuentos de Pedro Urdemales, de Gustavo Roldán, y La mujer vampiro, de María Teresa Andruetto.
Para terminar, hubo un tiempo de intercambio de más textos e ideas con los participantes. Y nos despedimos en el principio de la noche del viernes con el impulso de cometas voladores repartiendo historias y palabras en la cabeza.


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