Ejercicio plástico

En 1933 el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros fue convocado por Natalio Botana a pintar un mural en el sótano de su quinta “Los Granados”, en Don Torcuato. La apasionante historia que rodea a esta obra fue reflejada en el cine y la literatura. Compartimos un fragmento de Salvadora – La dueña del diario Crítica, la novela biográfica de Josefina Delgado que cuenta la vida de Salvadora Medina Onrubia, esposa de Botana, donde hace referencia a ese momento particular de la historia.



Por María Trombetta

El mural que Siqueiros pintó en la década del 30 (asistido por un equipo de los más célebres artistas argentinos) en la casa del empresario Natalio Botana es protagonista de una historia apasionante, dadas las circunstancias que rodearon su creación, abandono y posterior restauración. Actualmente forma parte del patrimonio del Museo de la Casa Rosada, y visitarlo permite sumergirse, literalmente, en una obra maravillosa e inquietante, por su valor artístico y por el halo que genera la leyenda de su creación.
Uno de los personajes fundamentales en la historia del mural es Salvadora Medina Onrubia, esposa de Botana y protagonista de una historia no menos fascinante: a principios del Siglo XX fue una mujer con características revolucionarias: madre soltera, militante anarquista, participante de los enfrentamientos de la Semana Trágica, periodista, poeta y dramaturga.


El sótano durante el complejo proceso de extracción del mural.

Su obra Las descentradas, estrenada en 1929, y de la que en 2012 pudo verse una puesta de la directora Eva Halac en el Teatro Regio de Buenos Aires, retrata justamente a ese tipo de mujeres con las que puede identificarse a Salvadora: Las ovejas negras que no encajan en ninguno de los estereotipos asignados al género.
Es célebre la carta que envió al dictador Uriburu en ocasión de su encarcelamiento en 1931, luego de que un grupo de intelectuales escribiera al militar pidiendo clemencia para ella:

(…) Señor general Uriburu, yo sé sufrir. Sé sufrir con serenidad y con inteligencia. Y desde ya lo autorizo que se ensañe conmigo si eso le hace sentirse más general y más presidente. Entre todas esas cosas defectuosas y subversivas en que yo creo, hay una que se llama karma, no es un explosivo, es una ley cíclica. Esta creencia me hace ver el momento por el que pasa mi país como una cosa inevitable, fatal, pero necesaria para despertar en los argentinos un sentido de moral cívica dormido en ello. Y en cuanto a mi encierro: es una prueba espiritual más y no la más dura de las que mi destino es una larga cadena. Soporto con todo mi valor la mayor injuria y la mayor vergüenza con que puede azotarse a una mujer pura y me siento por ello como ennoblecida y dignificada. Soy, en este momento, como un símbolo de mi Patria. Soy en mi carne la Argentina misma, y los pueblos no piden magnanimidad. (…)
General Uriburu, guárdese sus magnanimidades junto a sus iras y sienta como, desde este rincón de miseria, le cruzo la cara con todo mi desprecio.


Colaboraron con Siqueiros los artistas argentinos Antonio Berni, Carlos Castagnino, Lino Spilimbergo y el uruguayo Enrique Lázaro.

En la novela biográfica Salvadora - La dueña del diario Crítica, Josefina Delgado imagina las impresiones de Siqueiros en torno al momento en que comienza a gestarse la idea del mural. Junto al fragmento de la novela, compartimos un enlace que permite ver el documental Los próximos pasados (2006), de la directora Lorena Muñoz, que muestra la historia de la obra y el proceso de su deterioro antes de ser rescatado y reconstruido.

“Llegué el 25 de mayo a Buenos Aires. Me invitaba Amigos del Arte a través de Victoria Ocampo, una mujer muy criticada, amiga de Samuel Glusberg, el editor. Inauguramos el primero de junio una muestra de pinturas y fotos que mandé por barco. La reacción de los periódicos fue tremenda. Enseguida hablaron de que yo era comunista, y el escándalo hizo que la muestra se levantara y fuera llevada a Rosario y a la peña Signo, en el sótano del Hotel Castelar. Allí lo conocí a Natalio Botana, el editor de un diario llamado Crítica, que estaba instalando un estudio de cine. Todos hablaban de su inteligencia y del poder de socavar los cimientos de los gobiernos, siempre al servicio de intereses extranjeros. En el mes de junio me trasladé a su casa en las afueras de la ciudad, en un lugar llamado Don Torcuato en honor de un intendente de Buenos Aires. La casa se llamaba Los Granados y tenía todo el esplendor de un nuevo rico con buen gusto. La había diseñado el arquitecto húngaro Jorge Kalnay, igual que el diario en Avenida de Mayo. Aunque la torre de los azulejos no me gustó nunca – y le hice muchas bromas a Botana- me gustaba asomarme a su terraza para mirar el campo.
Cuando bajé por primera vez al sótano me sentí desconcertado por su superficie cóncava, casi cilíndrica, de aproximadamente 200 metros cuadrados. Quise que participaran en mi trabajo los mejores, y entonces vinieron Lino Enea Spilimbergo, Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino, el uruguayo Enrique Lázaro y el director de cine León Klimosvsky.
Se me ocurrió que la casa de un millonario no era el lugar para realizar ninguna obra que tuviera que ver con lo político o social, aunque ya en aquella época Berni había pintado algunos de sus cuadros de obreros que manifestaban contra los ricos. Me intrigaba plantearme el espacio como una posibilidad de movimiento, y así fue que empezamos a trabajar la idea del cubo de vidrio desde donde la desnudez de una mujer pareciera asomarse desde el fondo del mar.”

“Los próximos pasados”- de Lorena Muñoz





Salvadora. La dueña del diario Crítica
Josefina Delgado
Sudamericana, 2018.


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