70 años del estreno de La muerte de un viajante
El teatro norteamericano ha dado grandes dramaturgos. Entre ellos Eugene O'Neill reflejó como nadie el determinismo trágico de la vida; casi como el mismísimo Esquilo, sus criaturas están signadas por la "tragedia griega". Sus textos indagan en el desamparo de los personajes femeninos y en el fin de una época. Por su parte, Arthur Miller marcó la etapa más desesperada del pueblo norteamericano. Aquella en que los sueños se hacían añicos contra la brutal realidad del entorno, como se advierte en "La muerte de un viajante", la memorable pieza de cuyo estreno se cumplen setenta años.
Por Ernesto Hollmann
Si el arte tiene infinitas posibilidades de lectura esta obra contiene como una cebolla, capas y capas de estudio y de sentido. Willy Loman, el protagonista, deviene del conflicto planteado en la obra anterior de Miller, "Todos eran mis hijos": el padre es un ruralista convertido en industrial armamentista, en cuya fábrica se elaboran bombas sin los debidos controles. Su afán es de perseguir un "status" social que lo coloque en el umbral del "sueño americano" sin pensar que su amado hijo será víctima de una bomba elaborada en su propia fábrica.
En "La muerte de un viajante", la obra inmediatamente posterior hay un planteo muy similar en la relación entre padre e hijo.
Willy Loman es un hombre vencido por la vida y el fracaso de su existencia y sobre todo el fracaso con su querido hijo Biff, del que podría decirse que está muerto emocionalmente. Esto se debe a una actitud similar al padre de "Todos eran mis hijos". Aquí no hay una bomba, pero hay una actitud hipócrita y nefasta para la sensibilidad del hijo: Biff descubre a su padre regalando unas medias de seda a una mujerzuela, mientras su madre cose el único par que tiene. "¡¡¡Cómo pudiste hacer eso!!! ¿Cómo pudiste hacerle eso a mama?" lo increpa Biff y Willy sólo le contesta "Me sentía solo".
Ese egoísmo sepulta su alma en el fracaso, nunca más podrá salir de ese laberinto plagado de los recuerdos de cuando sus hijos eran felices y todo alrededor era verdor y esplendor de hierbas.
En la actualidad únicamente lo rodea el cemento, la permanente alusión a su hermano que se hizo millonario en Australia buscando diamantes y a quién quiso acompañar pero no pudo porque, con una familia constituida, no podía permitirse esa aventura.
La búsqueda del gran sueño americano tiene infinitas derivaciones. Siempre encierra devastación, secretos que no deberían salir a la luz y la lucha permanente de una clase media baja que lo único que desea es salir de la mediocridad ambiente, triunfar, ser reconocida como ganadora y no estar en las sombras.
Willy desea que sus hijos triunfen: si él es un fracaso quiere ver a sus dos hijos como vencedores y no sólo no lo son, sino que son dos fracasados como él mismo.
Hap, el otro hijo es un mujeriego que no se plantea ninguna disyuntiva moral, vive simplemente su mediocridad y espera la muerte de algún jefe para ascender y ser gerente de la empresa en la que trabaja. Biff en cambio siente el agobio que Willy le ha impuesto desde chico cuando le gritaba: "Eres grande Biff, llevas dentro tuyo algo muy grande... como Hércules".
Antes del final del drama Biff puede liberarse, abrazar a su padre y llorar en su hombro "Soy un hombre corriente y vulgar y quiero vivir así".
Willy reconoce finalmente que su hijo lo quiere, reconoce que la culpa ha sido suya, y es entonces cuando decide redimirse ante su mujer y sus hijos. El suicidio final no solo es una redención personal ética y moral: el seguro que religiosamente ha pagado sin atrasarse jamás a lo largo de treinta y cinco años les servirá a su "compañera inquebrantable" como Willy la llama y a sus hijos para salir de ese ámbito hostil y miserable en que viven. En el cementerio Linda, su mujer se pregunta dónde están todos, por qué no ha venido nadie a despedirlo. Nadie sabe nada de un perdedor, nos dice Arthur Miller, en ese final del drama y Linda pronuncia esa frase contundente "¿Por qué lo hiciste Willy, por qué? Si hoy terminamos de pagar la última cuota de la casa".
"La muerte de un viajante" no sólo es una gran obra. Es quizá la obra mejor escrita por Miller. En ella no hay ni una frase que no esté perfectamente colocada en su contexto y desarrollo dramático y emocional. El método narrativo y formal permite a Miller hacer una correlación entre el pasado (los recuerdos) y el presente (los personajes y sus historias) conllevando esta suerte de "hilo de Ariadna" al desarrollo del drama y la pesadilla de Willy (la culpa, la vergüenza y la redención final) y Biff (el desprecio por su padre y por sí mismo por no ser "un ganador" para finalmente aceptarse tal cual es).
De las interpretaciones de Willy Loman, quizá la mejor de ellas sea, sin lugar a muchas dudas, la de Fredrich March, magistral en la película de 1951 y co-interpretada por Kevin McCarthy en el rol de Biff y Mildred Dunnock como Linda, en una interpretación impecable. Fue dirigida por Laslo Benedek y adaptada por el propio Miller.
Muy lejos queda la versión que interpretó Dustin Hoffman, hierático y frío y un John Malcovich sobreactuado en el papel de Biff, estos defectos debidos sobre todo a la dirección del alemán Volker Schlöndorff que no entendió demasiado el mundo y la carnadura particular de Arthur Miller.
Tras estos setenta años que han pasado desde su estreno vale la pena rememorar esta dramaturgia, viendo y reviviendo lo que se ha hecho a lo largo del tiempo, o sentarse con una bebida a elección y disfrutar de la lectura de esta obra, que es historia viva de nuestra permanente lucha por descubrir que somos y de que materia estamos hechos.
*Ernesto Hollmann: nacido en Buenos Aires el 23 de septiembre de 1947. Hizo crítica de cine para las revistas Siete Días, Biógrafo y El Porteño. Ha publicado Hierofanía de Samael (poemas), editado por Faro en 1992. Fue integrante del FLH en los años '70, participó en el año 2008 de la película "Rosa Patria", de Santiago Loza, dedicada a la vida y la poesía de Néstor Perlongher. Se han publicado, además 12 poemas suyos en la antología Poesía Gay de Buenos Aires-Homenaje a Miguel Ángel Lens, de Acercándonos Ediciones.
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