100 años del nacimiento de Syria Poletti
Nació en Italia el 10 de febrero de 1919. Cuando tenia 9 años sus padres vinieron a la Argentina y ella se quedó viviendo con su abuela. Se recibió de maestra y decidió venir a la Argentina. Ejerció la docencia en Córdoba y en Santa Fe. Posteriormente se dedicó al periodismo y a la literatura. Sus obras más importantes son Historias en rojo y Gente conmigo. Conmemoramos hoy el centenario del nacimiento de Syria Poletti.
Por María Pía Chiesino
Había
nacido en el norte de
Italia. Cuando tenía nueve años, sus padres emigraron a la Argentina y
ella
quedó viviendo con su abuela. Debido a
sus problemas de salud (padecía escoliosis deformante de columna),
cuando su familia se estableció y los que quedaban en Italia comenzaron a
venir, fue la última en viajar para juntarse con ellos. Ya tenía
veintiún años
cumplidos. Esta separación familiar la marcó para siempre con una
sensación de
abandono, que acompañaba la devoción por la figura de su abuela: “Mi
abuela era
un personaje prodigioso. Con ella uno vivía en permanente júbilo y
descubrimiento”.
A pesar de que actualmente se
la lee poco y nada, durante la década del sesenta publicaba notas en distintos
medios gráficos, como la revista “Vea y
Lea” o el diario La Nación. Ya había publicado Veinte poemas infantiles. A estos le siguieron los cuentos policiales de Historias en rojo y Línea de fuego, y la novela Gente conmigo.
La evocación de su pueblo
natal, Pieve di Cadone, tenía un matiz entrañable, similar al del recuerdo de
su abuela: “País de cuento de hadas era el país de las Dolomitas”. Pero a
pesar de esta belleza, Poletti decidió viajar y radicarse en Buenos Aires, la
ciudad en la que vivía su familia y en la que tendría la posibilidad de acceder
a una cantidad de bienes culturales que era impensable en la aldea de su
infancia.
Su actividad literaria fue
premiada en varias oportunidades: Premio Losada, Premio Municipal (dos veces,
una en el primer lugar y otra en el
segundo), Konex de Platino por su obra infantil, en 1984.
A pesar de sus problemas de
salud, se esforzó para estar en contacto con sus lectores, visitando escuelas,
escribiéndose con estudiantes y concediendo entrevistas.
Cuando releemos los cuentos de
Línea de fuego, advertimos que aunque
no son relatos autobiográficos, hay en ellos resonancias de su historia
dolorosa. Hay un enfrentamiento entre el mundo infantil y el
de los adultos, que se presenta como irreconciliable. Y esto se advierte muy
especialmente en dos relatos.
El primero es “Los caballos”,
en el que se nos cuenta la historia de tres hermanas, que por pedido de su
madre, noche tras noche recorren en un carro las tabernas de una zona de
montañas, en busca de su padre borracho. En este relato es latente la
soledad de Nives, la menor de las tres, que solamente se siente acompañada por
los caballos que tiran del carro. Las otras dos buscan como pueden el amor de
ese padre, en los mínimos gestos de ese hombre al que se caracteriza como
brutal y “gigante”. Aceptan incluso tomar
la grappa o el licor de moras que les ofrece, en un intento
de que las valore, pese a ser “hembras”. Nives, no. Nives se aparte y
no se preocupa que por esa distancia que ella impone. Su mundo afectivo se concentra en los caballos. Por
lo demás, se siente “forastera, desgajada del grupo familiar”.
El otro relato es “El tren de
medianoche”. Tiene un anclaje autobiográfico más fuerte, porque lo protagonizan
una abuela y su nieta (la narradora), que viven en una aldea de Italia y que,
cerca de la medianoche se acercan a la estación de trenes del pueblo, para
observar cómo pasa el tren que une Roma y Berlín. Y mientras lo miran, imaginan
que de él pueden bajar alguna vez el hijo concertista de una, o la madre de la
otra, que emigró a la Argentina con su marido.
La resonancia biográfica es
fuerte, pero el relato no hace hincapié
en esa parte de la historia. En ese marco de abandono se apuesta al reencuentro
posible, y hay algunos encuentros con ese tío violinista, que por lo menos
viaja por Europa, y ocasionalmente tiene algún concierto en la misma Italia. En esos encuentros, la niña narradora percibe
que a pesar de estar frente a frente, la distancia que los separa es tan
enorme, que a él le produce vergüenza aceptar como regalo, una canasta con
higos del pueblo. Ellas regresan en el tren: “Dejamos los higos en el asiento
del tren, por si alguien con pensamientos menos tristes hubiese querido
comerlos” nos cuenta. Después de esa
experiencia, comienza a hacerse las preguntas y reflexiones que lentamente irán
alejándola de la infancia: “¿De qué depende que a una la dejen?” “¿Tío Sergio y
mamá se fueron porque no nos quieren?”.
El personaje está creciendo, y
el relato avanzará por lugares que van a sacarla poco a poco de la tristeza o
la resignación. Y ahí también advertimos los huecos por los que se cuela la
vida de la autora, que cuando pudo, y a pesar del amor que sentía por su
abuela, dejó Italia en busca de sitios en los que se sintiera más feliz, y en
los que pudiera desarrollar todo lo que tenía para contarle a sus lectores.
Así llegó a Buenos Aires,
donde tuvo éxito, donde volvió a
sentirse abandonada en la segunda mitad de la década del ochenta y donde
finalmente murió el 11 de abril de 1991.
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