A 35 años de la muerte de Julio Cortázar: el texto de su última entrevista con Clarín
En diciembre de 1983, en su última visita a Buenos Aires, el escritor habló sobre la guerra de Malvinas, la vuelta de la democracia, el peronismo y los derechos humanos, entre otros temas. Falleció dos meses después, el 12 de febrero de 1984.
-Sus visitas ya se están convirtiendo en hitos de la historia argentina: 1973,... Obviamente, eso no es casual.
-Empecemos
por decir que yo no elegí esas fechas sino que fueron las
circunstancias -fundamentalmente negativas- las que determinaron eso. Mi
llegada hace 10 años fue deliberada, había estado en Chile cuando el
triunfo de la Unidad Popular y, luego de un tiempo, pude llegar en el
momento de la elección de Cámpora, un momento muy favorable porque tuve la impresión de que el triunfo de Cámpora podría abrir una esperanza como la que tenemos ahora con respecto a Alfonsín.
-Usted quiso participar en ese proceso.
-Naturalmente, sentí que era mi obligación estar ahí, con esos muchachos mucho más jóvenes que yo,
aprender de ellos y transmitirles la poca experiencia que pudiera tener
de otras cosas. Les prometí que volvería en setiembre u octubre de ese
año para quedarme un buen tiempo y hacer un trabajo cultural, que es lo
único que yo sé hacer. Bueno, lo que pasó es que me volví a Europa para
preparar ese viaje y Perón vino desde Madrid, se cayó al suelo el proyecto de un año de presidencia mínima de Cámpora, que hubiera dado tiempo a estructurar algo sólido y entramos en la etapa que ya conocemos.
-Recuerdo que usted denunció haber sido amenazado de muerte.
-Ese
mismo año yo recibí las primeras amenazas de muerte allá, en París. Eso
significó que me quedase un poco a la expectativa para ver lo que
sucedía. Desgraciadamente, lo que sucedió se fue agravando cada vez más y
culminó con el golpe de Videla. A partir de allí me convertí en
algo que nunca había aceptado ser: un exiliado. Y lo hice porque sabía
perfectamente que si volvía aquí no iba a salir vivo. Yo escribí demasiados artículos contra la Junta Militar como para que me lo perdonasen.
-Desde esa perspectiva, ¿cómo evalúa usted el
triunfo de Alfonsín y la derrota del peronismo? ¿Ese exilio al que alude
le ayudó a entender más el proceso que vivió nuestro país en estos años
o dificultó esa evaluación?
“Me convertí en un exiliado porque sabía perfectamente que si volvía aquí no iba a salir vivo”.
Julio Cortázar
-Puede ser por ignorancia personal, por descolocación y distancias,
pero nada de lo que sucede a la Argentina me parece a mí claro. Y
leyendo los diarios -ahora aquí, o allá, en Francia-, me doy cuenta de
que ustedes, de alguna manera, comparten ese criterio. No se tiene una
sensación de claridad. Creo que entramos en un momento de clarificación.
La claridad, espero, está al final de esa clarificación. En este
momento, "las aguas bajan turbias". Yo no me puedo olvidar de que mientras estoy caminando por la calle, aquí
-usted sabe cómo me gusta Buenos Aires, que está igual, tan lindo como
siempre, con sus olores y veredas rotas, los mismos sonidos y voces-, me
meto en algún café, veo las caras de los compatriotas y me
pregunto: ¿Y cuántos de éstos no serán torturadores que andan sueltos?
¿Y cuántos de éstos no serán miembros de grupos paramilitares que han
contribuido para que 30.000 argentinos desaparezcan o mueran?
Bueno, esa es la parte turbia, la parte que el tiempo, la historia y la
Justicia tendrán que ir esclareciendo... Por el momento, las cosas no
justificarían un entusiasmo de tipo histérico.
Raúl Alfonsín, la guerra de Malvinas y el peronismo
-¿Cuál es la imagen que usted tenía del presidente electo allá, en Europa?
-Siempre la vi positivamente. Porque me gustó la conducta de Alfonsín en los malos años. Me gustó su manera de hacer frente a las cosas, siempre con gran dignidad, Me gustó mucho que, en el momento de la guerra de las Malvinas, que desató una cantidad de sentimientos turbios en muchos lados, él no se plegara a esas actitudes...
-Tengo entendido que usted adhirió desde París a la recuperación de las islas Malvinas…
-Bueno,
vamos a ponernos de acuerdo respecto de eso. Claro que la viví; lo que
rechacé de plano, frente a la opinión de muchos compatriotas, fue que
eso pudiera llevar a una adhesión a la Junta en cuanto a ejecutora de la
toma de las Malvinas. Yo no les reconocí en absoluto autoridad moral
para hacer eso. Y bien lo demostró su conducta durante la guerra. Como muy bien dijo Jorge Luis Borges, el Ejército Argentino "es muy eficaz para matar compatriotas pero muy ineficaz para matar extranjeros".
-Aquí hubo una gran adhesión popular a la recuperación de las islas...
-Lo
sé. Lo que faltó fue la serenidad y la reflexión suficiente para
decirse que la recuperación histórica estaba muy bien -la soberanía
sobre las islas es para nosotros indiscutible- pero en el fondo
respondía a una maniobra política más que a otra cosa. A falta de un
mundial de fútbol, entonces se tomó Malvinas. Se buscó otro tipo de
distracción.
-Volvamos a Alfonsín...
-En
Europa muchos coinciden en que es un hombre de ideas claras,
equilibrado, que responde un poco al ideal del político democrático tal
como lo pueden ver un francés, un español o un italiano. Eso me inspira
confianza a mí y coincide, además, con mi punto de vista personal.
-¿Usted se considera antiperonista?
-No,
no. Lo que me considero es profundamente crítico de varias cosas que
hay en el peronismo. Lo primero es la fuerza tremenda de su ala derecha
en la cual sabemos muy bien se muestran un montón de personajes de los
cuales lo menos que se puede decir es que son turbios... Por el
contrario, cuando el ala progresista del peronismo tiene alguna
oportunidad de entrar en juego, lo hace de una manera que a mí me parece
positiva, como fue en el momento de la elección de Cámpora. De manera
que no es ningún antiperonismo. Además, yo no olvidaré nunca, a pesar de
mis reservas con respecto a Perón como político, no me puedo olvidar nunca de que el pueblo peronista ha sido el primer gran movimiento popular argentino. Ha
sido la primera vez en que la totalidad de un pueblo se ha levantado
contra una oligarquía que -y eso dígalo- en la medida en que sigue
existiendo en el país, hará, por ejemplo, todo lo que pueda ahora para
tratar de intervenir al máximo en este próximo gobierno.
-Hace unas semanas, usted declaró que si el próximo gobierno
democrático hacía una mala gestión, los militares podrían salir a la
calle seis meses después de las elecciones...
-Fue una
declaración telefónica inmediatamente después del triunfo de Alfonsín...
Mi frase era un poco esquemática... Decir seis meses es un poco
absurdo. En realidad, era una manera de reflejar la idea general de esa
situación. Pero no he cambiado de punto de vista. Tengo la impresión de
que, en este momento, los civiles argentinos tienen una
oportunidad única de iniciar un proceso democrático estable y duradero
sin peligro de golpes caprichosos. Creo además que tal vez es
la última. Porque si el gobierno de Alfonsín se encontrara con una
oposición ciega y negativa y empezasen las querellas, eso podría
favorecer el retorno de los militares.
Los derechos humanos
-Usted
ha realizado una larga militancia en los últimos años en lo que hace al
tema de los derechos humanos. ¿Le parece un tema prioritario entre los
reclamos que sacuden al pueblo argentino, un tema trascendental para el
equilibrio democrático de los próximos años?
-Lo creo
trascendental y prioritario. No es que ignore los problemas económicos
que enfrenta la masa obrera argentina, todos los problemas cotidianos
que son también prioritarios. Pero creo que el problema de los derechos
humanos es fundamental porque va al fondo de los problemas, es una
cuestión de ética, una cuestión moral. Y si lo que buscamos todos es un
retorno a la democracia, una democracia que no esté sustentada en una
ética -compartida por todo un pueblo, no la ética de los dirigentes-
está condenada a la mediocridad, al fracaso. Hablo como un intelectual, pero como un intelectual que, al mismo tiempo, tiene conciencia de los problemas del pueblo. Conseguir el "puchero" sin una conciencia política clara es simplemente sobrevivir, vegetar.
-¿Cuál era la perspectiva desde Europa sobre este tema?
-Se
supone que ha habido aquí un cierto grado de ignorancia -por lo menos
eso es lo que alegan algunos- y también que nosotros habíamos más sobre
los desaparecidos. Bueno, en este momento en que eso va a ser del
dominio público, eso planteará a fondo la cuestión de los derechos
humanos, hará tomar conciencia de la terrible tragedia, la noción del
derecho instintivo que tiene toda persona a la dignidad y la vida.
Espero que este gobierno inculque en el pueblo un grado de conciencia
sobre eso.
-Usted se ha declarado en varias oportunidades
"ciudadano de Latinoamérica" y considera que los nacionalismos son
negativos. ¿Cuáles son las contradicciones -a su juicio- más importantes
que afrontan estos países latinoamericanos?
-La realidad
de los países del hemisferio sur no es uniforme. En cada país
latinoamericano los matices son tan grandes que las comparaciones
uniformes son un fracaso. Como es un fracaso la tentativa de exportar un
movimiento revolucionario o de aplicar el modelo A en el país B. En
la Argentina, el neocolonialismo económico por parte de Estados Unidos
es un problema preocupante que condiciona el orden interno. La complicidad de las clases dirigentes locales con Estados Unidos es evidente.
-En algún momento usted hizo una distinción entre lo que era
su exilio personal y su exilio cultural del país. ¿Cómo lo afectó esa
condición?
-De ese doble exilio que sentí a partir del
'73, el más grave era el exilio cultural. Porque el personal era el que
me concernía a mí. Pero lo que me pareció desde un principio terrible
para el país fue lo que yo llamé el exilio cultural: todo el
trabajo que podían hacer los científicos, los artistas, los creadores en
los países donde estaban exiliados era un trabajo perdido para el
pueblo argentino en ese momento. Si eso se prolonga en el tiempo puede ser fatal para el destino de un país.
-¿Considera
que debe aclarar algo más sobre esa polémica que se desató cuando usted
dijo que en la Argentina se había producido "un genocidio cultural"?
-Se
creó un conflicto un poco artificial. Mi expresión era, desde luego,
exagerada porque supongo que la noción de "genocidio" supone la
destrucción de todo un pueblo. No se trataba de eso. Hice esa
declaración en un tiempo en que desaparecieron trágicamente en un muy
corto lapso tres figuras fundamentales de nuestra literatura: Rodolfo Walsh, Paco Urondo y Haroldo Conti. Los tres, además, profundamente amigos míos. Usted tiene que comprender el estado de ánimo con que yo juzgaba la acción de la Junta Militar.
A lo que se sumaban las noticias aterradoras sobre la censura en los
medios de difusión y en todos los órdenes. Usé esa palabra y muchas
personas se ofendieron porque, claro, están los que no fueron víctimas.
Pero no hay que olvidarse de que estos 10 años han sido 10 años de
autocensura para cualquier intelectual argentino que estaba aquí. Retiro
la mención de "genocidio", pero la noción general la sigo manteniendo.
Casi nadie aquí ha podido conocer 20 artículos escritos por mí en los
últimos años sobre la situación en el país. ¿Dígame usted si eso, como
exilio cultural, no es pavoroso? Y cito solo mi caso, soy un ejemplo
entre tantos otros. Piense además en la legión de científicos que
debieron irse y trabajar en el extranjero.
-¿Cuál cree que es el rol que deben jugar actualmente los intelectuales en América latina?
-Volvamos
a la ética. El problema de todo intelectual es un problema de
responsabilidad. Frente a sus lectores, o sea su pueblo. Y ese problema
de responsabilidad, si no es ético, ¿qué es? Es una cuestión de
opciones: está el tipo que se queda en su "torre de marfil" y sigue
escribiendo sonetos -perfectamente en su derecho-, pero no es un hombre
que asume una responsabilidad de tipo histórico.
-Volvemos al viejo problema: ¿en qué medida esas urgencias históricas deben condicionar la creación, por ejemplo literaria?
-Hay
peligros muy grandes y yo los sentí. El problema de crear una
convergencia equilibrada entre la vocación de escritor y hacer una
literatura lo más exigente, lo más bella posible, y el sentimiento de
responsabilidad que lleva a transmitir también un mensaje del tipo
político o ideológico. Es muy difícil porque son elementos heterogéneos
que, en general, se molestan mutuamente. El que le da total prioridad al
mensaje político suele escribir obras muy mediocres. El realismo
socialista en la URSS es un ejemplo total. Contrariamente, la persona
que solo se preocupa de transmitir un mensaje literario pues está
pasando al lado de problemas frente a los cuales tiene responsabilidad,
ya que, de alguna manera, tiene la confianza de sus lectores.
-Su militancia política incidió, desde luego, en su tarea creativa…
-Usted
sabe muy bien que el tema que podemos llamar político se ha ido
infiltrando e insinuando en una parte de lo que yo he escrito. Esa
preocupación por los problemas latinoamericanos ha ido ocupando un
espacio en mi trabajo y lo va a seguir ocupando.
-La responsabilidad a la que aludía recién respecto del lector, ¿supone que usted piensa en él cuando escribe?
-Yo
contesto por mí. Jamás he escrito una línea pensando en el lector que
la va a leer. Tengo conciencia de que no escribo para guardar mis
papeles en un cajón sino para que se publiquen y lleguen a un lector.
Pero en la operación literaria yo estoy solo conmigo mismo y esa obra.
No, no voy a establecer una definición para lectores populares, cultos,
etcétera.
“Jamás he escrito una línea pensando en el lector que la va a leer. En la operación literaria estoy solo conmigo mismo y esa obra”.
Julio Cortázar
-En su novela Rayuela el narrador hablaba de los lectores-cómplices...
-Eso
era un llamado al eventual lector del libro para que no cayera en una
actitud pasiva de lectura que es muy frecuente. La mayoría de la gente
se deja hipnotizar por lo que está leyendo pero abandona su propia
personalidad durante el tiempo de lectura. Yo deseaba que el lector
colaborase aunque sea tirando el libro por la ventana. Afortunadamente
fue así: Rayuela fue un libro que levantó mucho polvo. En lo que me equivoqué -y ya le he pedido disculpas a muchas mujeres- fue en ese concepto de lector-hembra, un lector pasivo. Me lo criticaron con mucha razón pues aceptaba la noción de pasividad, tan típica de nuestro machismo latinoamericano.
-Cuando yo escribí Rayuela
estaba totalmente alejado de las inquietudes políticas. Es un libro
centrado en la metafísica y profundamente literario. Creo que el libro
contenía cierto fermento de tipo intelectual, como para crear el interés
que suscitó sobre todo en los jóvenes. Interés que compruebo que se
sigue manteniendo: las generaciones jóvenes se sienten muy atraídas por
ese libro, acaso porque encuentran ahí una serie de preguntas, de
cuestionamientos, que son típicas y normales -afortunadamente- en la
juventud.
-El personaje, Oliveira, parece como el gran interrogador enfrentado a problemas metafísicos…
-Que
además no se pone en maestro y no da respuestas porque no las tiene.
Tiene todas las respuestas el mundo pero las respuestas las anda
buscando.
-Teniendo en cuenta que muchos Identificaron a ese personaje
con el autor, ¿se podría decir que usted sigue ahora en la misma
tesitura?
-Sí, claro. Yo sigo ahora, con matices
diferentes, busco respuestas de tipo histórico. Me pregunto, por
ejemplo, ¿qué va a pasar con la Argentina? En aquella época no se me
hubiera ocurrido eso. Yo hubiera pensado: ¿qué va a pasar con la
humanidad?
-¿Ese salto entre la metafísica y la realidad fue muy desgarrante para usted?
-No.
Se operó de una manera muy natural, sin ningún desgarramiento y le diré
que incluso me alegro de que me haya sucedido así, luego de tener una
formación intelectual sólida. Con esa cultura, me asomé a los procesos
históricos. Eso me ayudó a elegir lo que creo verdadero.
-En Deshoras,
su último libro de cuentos, hay quizás una escritura más descarnada,
más certera que, por otro lado, recoge la realidad muy argentina y
latinoamericana… ¿Es acaso un reflejo de la evolución personal que usted
reconoce?
-Sí. A propósito de la escritura, coincido con
usted. Tengo la impresión de que estoy escribiendo más seco, más
sucintamente y eso puede molestarles a algunos lectores. Un estilo más
fluido, más abierto. Tal vez sea una cuestión de edad o de sentimiento de que ya me va quedando poco tiempo.
Cuando escribo un cuento, me veo centrando lo más posible en la
situación. Más que pintar un cuadro impresionista, trato de pintar un
dibujo con los de Durero: la línea precisa y basta. Posiblemente hay
pérdidas en eso, pero hay que ser honesto con uno mismo.
-¿Usted cree que ya escribió el libro con el que sueña todo narrador?
-No, no. Yo sueño ahora con una novela pero justamente la historia no me deja ahora escribirla,
porque el tiempo que me paso entre aviones y hoteles para las tareas
que me imponen y me impongo -¡hay que ver lo que me ha hecho trabajar la
Junta Militar argentina!-, eso deja cada vez menos tiempo para la
literatura. Tanto, que el año que viene me tomaré mi “año sabático”, voy
a tratar de tener tiempo, me voy a negar a muchas cosas -no voy a negar
las cosas básicas- y voy a viajar menos.
-En su creación
literaria, el erotismo, lo fantástico, el absurdo o el humor jugaron un
papel importante. ¿Qué valor le asigna usted a esos elementos y cómo
logra conciliarlos con lo que podrían ser denominadas “preocupaciones
sociales y políticas”?
-Yo los sigo creyendo
fundamentales. Todavía somos muchos los escritores y lectores que, sin
darnos cuenta, sin saberlo conscientemente, seguimos de alguna manera
condicionados por una ética en donde un cierto concepto de religión, de
la moral puritana, siguen actuando, creando barreras en la libertad y la
expresión de todo lo que hace la naturaleza humana y que es de una
diversidad y de una riqueza enorme. Desde un principio he sostenido que
si el ideal último de toda nuestra lucha política es llegar a un plano
democrático que a su vez facilite el plano revolucionario -sin darle a
esto un sentido específico-, si la personalidad humana no adquiere toda
su fuerza, toda su potencia, entre las cuales lo lúdico y lo erótico son
pulsiones fundamentales, ninguna revolución va a cumplir su camino. La revolución no se hace con abejas u hormigas, se hace con hombres.
Si los hombres siguen defendiendo posiciones cerradas y sectarias sobre
lo que es inmoral o moral, lo que es bueno o malo, en primer lugar no
son revolucionarios. Para mí, son contrarrevolucionarios. Y es una
batalla que hay que librar desde dentro de una lucha liberadora. Por
ejemplo, el machismo es una de las lacras en América Latina. Nadie se da
cuenta que es machista hasta que alguien lo pone contra la pared y
descubre eso.
“El machismo es una de las lacras en América Latina. Nadie se da cuenta que es machista hasta que alguien lo pone contra la pared y descubre eso”.
Julio Cortázar
-¿Se le cuestionó esa concepción del acto creador y, por qué no, de la realidad?
-Algunos
me han dicho: vos das una idea juguetona de la revolución, una idea
lúdica. Pero por supuesto que sí, si no doy esa idea nunca habrá un
proceso liberador que valga la pena. La revolución hay que hacerla en
serio porque los juegos son en serio. Nadie es más serio que un niño
cuando juega.
-Si el nihilismo fue una de las características de ese gran personaje que fue el Oliveira de Rayuela
-porteño, culto, solitario y romántico en cuanto este supone un
permanente cuestionamiento a los valores vigentes-, ¿se puede hablar hoy
de un esperanzado Julio Cortázar?
-Ese nihilismo fue
sustituido por una actitud mucho más esperanzada y mucho más optimista
históricamente hablando. Si en este libro que quiero escribir ahora
hubiese un personaje análogo al de Oliveira, sería absolutamente lo
opuesto. Sería un hombre concentrado en la búsqueda concreta de
determinadas soluciones. Lo que me parece importante -de todas maneras-
es que ese hombre conservaría todas las “adquisiciones” que nacieron de
esa primera etapa.
-¿Cuáles son preocupaciones inmediatas?
-Tengo
que ir a Nicaragua próximamente -es la octava vez que viajo a ese país-
y querría, sí, puntualizar aquí la verdadera situación por la que está
atravesando ese país. Si quiero hablar del tema es porque estoy
profundamente angustiado. Tengo la impresión que la coalición orquestada
por EE.UU. en contra de Nicaragua, quiere poner el pie sobre ese
pequeño país en forma inminente. Los nicaragüenses se liberaron pero es
una liberación que en estos momentos les está costando una amenaza
permanente.
La señora Kirkpatrick habla ahora de establecer la
democracia agitando la bandera antisoviética. Están haciendo lo mismo
que hicieron con Cuba cuando, tras el bloqueo, la obligaron a alinearse
en el bloque socialista. Eso, ningún norteamericano lo va a decir si lo
sabe. Lo que quieren los norteamericanos es recuperar ¨el gran patio
trasero¨ que son las naciones latinoamericanas. Esa es la verdad
profunda de la cosa, ¡qué democracia ni democracia! Después de que los
sandinistas echaron a Somoza, EE.UU. no puede aceptarlo. Hay una frase
famosa del viejo Roosevelt que sintetiza siniestramente eso: "Somoza era
un hijo de mala madre… pero era nuestro hijo de mala madre". Aquí hubo
una mala información que presentó al proceso sandinista como una
aventura de guerrilleros, cosa totalmente falsa. Me parece importante
que surjan movimientos de solidaridad con el proceso de Nicaragua, es
también contra los países que buscan su liberación, incluso la
Argentina. La noción de "patio trasero" llega hasta Tierra del Fuego.
C.E.
Fuente: Diario Clarín
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