Cuarenta años de la muerte de Virgilio Piñera


Nacido en Cárdenas, provincia de Matanzas (Cuba), el 4 de agosto de 1912, Virgilio Piñera falleció en La Habana el 18 de octubre de 1979. Fue una figura central de la literatura y la cultura cubana del siglo XX. Escribió novela, teatro, ensayo cuento y poesía. Fue parte de la revista Orígenes, fundada por Lezama Lima en 1944. Vivió en Buenos Aires entre 1946 u 1958, y aquí tomó contacto con figuras de la talla de Gombrowicz, Borges, Victoria Ocampo y José Bianco. 
Después de la Revolución Cubana, colaboró con el periódico "Revolución" y su suplemento Lunes de Revolución. A partir de 1971, por diferencias con el gobierno y por su homosexualidad (que jamás ocultó), tomó distancia de toda actividad oficial, pero jamás abandonó la isla, en la que murió ocho años después. Compartimos tres poemas de este gran escritor cubano. 




El hechizado
                  
A Lezama, en su muerte

Por un plazo que no pude señalar
me llevas la ventaja de tu muerte:
lo mismo que en la vida, fue tu suerte
llegar primero. Yo, en segundo lugar.

Estaba escrito. ¿Dónde? En esa mar
encrespada y terrible que es la vida.
A ti primero te cerró la herida:
mortal combate del ser y del estar.

Es tu inmortalidad haber matado
a ese que te hacía respirar
para que el otro respire eternamente.

Lo hiciste con el arma Paradiso.
-Golpe maestro, jaque mate al hado-.
Ahora respira en paz. Viva tu hechizo.


Isla

Aunque estoy a punto de renacer,
no lo proclamaré a los cuatro vientos
ni me sentiré un elegido:
sólo me tocó en suerte,
y lo acepto porque no está en mi mano
negarme, y sería por otra parte una descortesía
que un hombre distinguido jamás haría.
Se me ha anunciado que mañana,
a las siete y seis minutos de la tarde,
me convertiré en una isla,
isla como suelen ser las islas.
Mis piernas se irán haciendo tierra y mar,
y poco a poco, igual que un andante chopiniano,
empezarán a salirme árboles en los brazos,
rosas en los ojos y arena en el pecho.
En la boca las palabras morirán
para que el viento a su deseo pueda ulular.
Después, tendido como suelen hacer las islas,
miraré fijamente al horizonte,
veré salir el sol, la luna,
y lejos ya de la inquietud,
diré muy bajito:
¿así que era verdad?


Mi padre

Dice mi padre que es inútil la despedida:
no tiene la esperanza de un retorno.
Mi padre, cuya partida es inminente,
con su equipaje a la puerta,
en el helado aire de la mañana,
rechaza nuestros abrazos y nuestras lágrimas:
"Será inútil dejar las puertas abiertas".

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