Magdalena Helguera: “Hay muchas formas de escribir, cada cual tiene que buscar su modalidad”

Aunque tuvimos algunos problemas de conectividad, pudimos lograr nuestra segunda entrevista internacional, con la uruguaya Magdalena Helguera. Una charla muy rica, en la que la autora, docente y especialista nos contó mucho de la historia reciente de la industria editorial y la LIJ uruguaya, de los cambios que se han sucedido en este campo y, por supuesto, de su propia obra y sus procesos creativos.



Mario Méndez: Hola, buenas tardes, bienvenidos. Como siempre empezamos con un  resumen breve de la persona entrevistada. Magdalena nació en Uruguay, es maestra, licenciada en Letras y docente del magisterio. 


Magdalena Helguera: Jubilada actualmente. Te falta esa actualización. Felizmente jubilada desde 2017.


MM: Pero se sigue siendo maestra…


MH: Sí, sí. 


MM: Además, aunque no está en la biografía, ejerciendo la abuelitud a full, ¿no?


MH: Sí, de lunes a viernes con mucha felicidad. Con mucho cansancio a veces también, pero es un cansancio con gusto. 


MM: Magadalena escribió más de treinta libros para niños y adolescentes en el Uruguay. Recibió en nueve ocasiones el Premio de literatura para niños y jóvenes del Ministerio de Educación y Cultura uruguayo. Esto debe estar desactualizado…


MH: Creo que fueron doce. Y los libros son cuarenta y cinco o cuarenta y siete. Por ahí.
Éste es el último, que tiene una semanita: Casting para nieto. Salió de la imprenta con tapaboca. Es el libro pandemio. 


MM: ¿Qué editorial es? 


MH: Alfaguara, de Penguin Random House. Iba a salir en abril o mayo y quedó postergado. Finalmente salió ahora. Lo escribí hace unos años y lo pude publicar ahora que tengo una nieta. Antes hubieran dicho que estaba presionando a mis hijas, cosa totalmente falsa (risas). Es la historia de un  niño que busca abuela y de una abuela que busca nieto.


MM: Sé también que fuiste postulada al premio Astrid Lindgren y al Andersen…


MH: No, al Andersen no. En Uruguay nunca se postuló a nadie para el Andersen porque da mucho trabajo, en IBBY Uruguay somos muy poquitos y nunca nadie tuvo la energía. Gracias a Graciela Risotto, acá presente, fue que me postularon al Astrid Lindgren, que era complicado pero un poco menos. Del Andersen nunca supe bien cuál es la complicación, pero sé que para Uruguay siempre se consideró bastante imposible acceder a esa postulación. Ni siquiera presentamos libros a la Lista de Honor… 


MM: Esto me sirve para contarlo, porque esto se desgraba y se publica y seguramente mucha gente lo va a leer… Yo formo parte de ALIJA, y sé que el problema, más que nada, es el costo, muy alto, de la postulación. Porque ser miembro del Ibby Internacional implica una cuota anual en francos suizos muy cara. Mucha plata. Entonces estamos todo el tiempo tratando de juntar unos pesos para poder postular a nuestros escritores, escritoras e ilustradores.  Así tuvimos la gran alegría de que Tere Andruetto fuera el Premio Andersen, y que este año Cris Ramos quedara entre los cinco finalistas. Pero bueno, cuesta plata. Me diste el pie para hablar de algo importante, de paso. 

Quería empezar preguntándote por el contexto. ¿Cómo está Uruguay en general,  cómo está la literatura infantil y juvenil uruguaya? ¿Cómo ves hoy al Uruguay en la literatura para niños y jóvenes? 


MH: Yo estoy un poco desactualizada, a decir verdad. Realicé un trabajo de investigación muy intenso durante varios años, que culminó con la publicación de A salto de sapo en 2004, y otros proyectos más cortos después. Me dediqué bastante en esa época, pero sobre lo que ha pasado en los últimos años estoy un poco perdida. Entonces sería un poco atrevida… Opino por impresiones, cosa que no debe hacerse. Este es un año muy especial además. Se suspendieron actividades, ferias del libro, publicaciones… Este año prácticamente no podemos contarlo, tenemos que llegar hasta el 2019. 

Uruguay tuvo un crecimiento muy importante de la literatura infantil en la década del noventa, y en la primera década de este siglo, hasta 2010, por allí, muy notorio. Sobre todo en narrativa. A la poesía le ha costado bastante más. Hay algunas publicaciones ahora, pero más que nada en el exterior. Por ejemplo, Mercedes Calvo, una poeta impresionante que conocimos hace pocos años porque ganó un premio en México. Ella había trabajado poesía con los niños, como maestra. Hacía poesía ella, enseñaba y hacía poesía con los niños en forma totalmente oculta. Se jubiló, escribió su libro y lo presentó a un premio importantísimo en México (no me acuerdo el nombre), y lo ganó entre más de cuatrocientos postulantes. Y ahí nos enteramos de que existía. Algunos nos enteramos. Muchos uruguayos aún no se han enterado. Y hay otros casos. En mi caso, el único libro de poesía que publiqué, Cuando sea grande, fue publicado en Argentina por Calibroscopio. Tengo otro que todavía está inédito y creo que así va a quedar, ya me cansé de buscarle editorial, en Uruguay cuesta mucho. 

En narrativa, en cambio, hubo un crecimiento muy grande en el número de publicaciones, autores, editoriales, premios… Pero acompañado de poca, o ninguna, investigación. Eso es un problema porque en un momento la LIJ uruguaya crecía y crecía mucho en cantidad, pero no tanto en calidad. Había mucha cosa que parecía repetida, como si los escritores no leyeran lo que escribían los otros, o sí los leían, y como veían que había obras que habían tenido éxito querían hacer algo parecido. Eso la crítica lo moldea un poco. De todos modos fue un proceso positivo, porque la LIJ creció mucho, se amplificó mucho en temas, en estilos… Aparecieron obras muy valiosas y originales entre tanta cosa a la que le faltaba un poco de horno, que una los leía y pensaba en lo bien que hubieran quedado si los hubieran corregido un poco más. (Yo soy muy maniática con eso, reviso y leo, y leo y hasta que no lo leí cuatrocientas veces no se lo muestro a nadie). Incluso a libros que  ganaron premios parecía que les faltaba maduración. A veces estaba buena la idea, venían bien, pero al final se venían abajo, como que lo terminaban de golpe para llegar a tiempo a la fecha del concurso. 

Como nuestra LIJ se diversificó tanto ahora hay mucha gente y muchas obras que no conozco, sobre todo de los últimos diez o quince años. No puedo opinar sobre la calidad literaria u originalidad de esos libros. En 2009 y 2015 estuve en el jurado del premio del Ministerio de Educación y Cultura, y ahí leí lo que se había publicado dos años antes –porque el concurso va atrasado un año porque hubo un año en el que no se hizo–, y se leen también los inéditos de ese año. (En 2015 también estuve en el concurso Onetti, de obras inéditas). Entonces vi casi todo lo que se publicó en 2007 y 2013, pero entremedio, antes y después me quedaron huecos. Y en los inéditos de esos años había de todo. Cosas que uno no puede creer, que todavía se escriba de cierta manera; parecían perimidas quince años antes. Temas y enfoques con los que ya peleábamos a fines del siglo pasado, y que siguen apareciendo… El que se portaba mal pero aprendió y se volvió bueno… cosas que una piensa que ya no existen y que a nivel inédito aparecían. De ahí en adelante no puedo decir mucho porque en los últimos años yo trabajé en Formación Docente, así que no tenía niños a mano, no tenía nietos, no tenía hijos chicos, ni sobrinos chicos. Me compraba los libros para mí, pero tampoco podía comprar tantos. Antes compraba y leía los que iba a regalar; no me gusta regalar un libro a un niño o niña si primero no lo leí. Y los libros para la escuela, obviamente. En mis primeros años de maestra iba a la librería, leía cuarenta y de los cuarenta compraba dos. Entonces en cierto momento estaba muy actualizada, porque los libros uruguayos eran pocos y los conocía casi todos, pero ya no es así. 

Ahora hay muchos más estímulos para escribir y publicar; Uruguay llegó a darle mucha importancia a la literatura infantil y juvenil. En una época se consideraba una cosa menor, pero hace diez años no encontrabas editorial que no tuviera como aspiración incorporar la literatura infantil y juvenil. Incluso empresas que no eran editoriales. A mí me llamaron muchas empresas a las que les parecía un gesto simpático regalar un librito para niños, entonces yo les preguntaba quién lo iba a editar, quién lo iba a corregir, quién lo iba a ilustrar… Y se me quedaban medio mudos porque no tenían idea de que un libro para niños precisa todas esas tareas para quedar bien hecho, para quedar digno de ser entregado a los lectores. Recuerdo una empresa que quería publicitar un yogur, otra un polvo de hornear, y una fábrica de fainá que le pidió un cuento a una colega y luego no se lo aceptaron porque los padres de la protagonista eran divorciados. (Ese tipo de cosas que parece que ya no pasan, pero pasan). 

Generalmente no me salieron esos trabajos, además, yo no sé escribir a pedido. No decía que no de entrada porque pensaba que de repente algún cuento que ya tenía hecho podía calzar, podía servirme, pero no estaba dispuesta a entregar uno de mis bebés si no tenía la garantía de que se iba a publicar en las condiciones que aseguraran que iba a quedar bien. En algunos casos cedí derechos gratuitamente, para proyectos que me parecieron importantes. Hace unos años, colaboré con un grupo que trabaja en el hospital de niños de Montevideo, un grupo de payasos que van al hospital a alegrar a los niños y también pintan murales, y hacen una cantidad de cosas maravillosas. Me pidieron un texto para un libro que querían vender como financiación y les mandé un cuento inédito. Pero, con la mejor buena voluntad, salió con errores. Lamentablemente, por más que uno quiera ofrecer lo que puede dar, no se puede usar un libro para niños para financiar otro proyecto. Me pasó también con un proyecto sobre visibilización de la explotación sexual de niños, niñas y adolescentes en Uruguay. Era un libro importante de fotografías, y quisieron incorporar cuentos también, en el mismo libro. (No eran cuentos para niños, evidentemente, pero sí protagonizados por niños, niñas o adolescentes). Entonces escribí, pero sin saber qué me iba a salir, porque aunque el tema me interesaba no podía comprometerme a hacerlo: si me salía, salía. Y el cuento salió, pero después no fue al libro principal, el de las fotografías, sino a un librito aparte, muy modesto, tipo revistita. Todo esto tan largo era para explicar que en Uruguay ya a comienzos de este siglo la publicación de literatura infantil, que ya había empezado a vender bastante y se consideraba un “fenómeno” interesante,  se volvió una aspiración para muchos, tanto editoriales como empresas que no tenían nada que ver,  con intereses comerciales o con fines solidarios. 

También fue en este siglo que empezó a crecer la narrativa para adolescentes. Yo publiqué mis primeras novelas de esta área en Trilce, una editorial independiente que lamentablemente cerró. Como un volcán, en el 2001. Me la habían premiado en el exterior y en el MEC hacia 1998/99, pero demoró en publicarse. Me fue muy bien porque había muy poco, solo dos autores habían publicado para adolescentes. Y por los premios del libro, supongo, pero también porque era la primera novela juvenil con protagonista femenina. Al año siguiente se publicó Siempre la misma egoísta, que también se leyó mucho. Después esta literatura se desarrolló mucho más. Hace unos diez años me acuerdo que una autora dijo que ella escribía para adolescentes porque en Uruguay no había nada para esa edad. Después alguien le dijo que sí, que había, entonces se retractó. Cuando se le ocurrió “la gran idea” de escribir para adolescentes ya hacía más de una década que se venía escribiendo. Mis libros no eran los únicos, había muchos más, pero solamente los míos ya eran como cinco o seis. Tenía publicado ¡Cuidado con el culantrillo!; tenía Árboles blancos, que es del 2005, que Mario la leyó. Justo Mario se nos desconectó, así que mientras vuelve les cuento. Es una novela. Ven que la mitad de la tapa es en blanco y negro… Es la cárcel de Punta Carretas, al lado de la cual yo me mudé a los once años. Desde mi casa se veían las ventanas, los presos tocando la guitarra. En mis cumpleaños, era una farra ir a mirarlos (era terrible, pero éramos nenas de once años). De esa cárcel se escaparon los ciento once Tupamaros el año que yo me mudé. Hay una anécdota que puse en el libro, porque hay un personaje que es contemporánea mía: un amigo de mis padres no tuvo mejor idea que decirnos que tuviéramos cuidado cuando fuéramos al baño. Que miráramos bien en el wáter, no fuera cosa que nos fuera a aparecer una cabeza. Yo después tenía pesadillas, aunque para alguien de once años ya era obvio que una cabeza no cabía en un wáter. A los presos políticos después los llevaron a otro lado, y unos años después esa cárcel se cerró, vendieron el edificio y lo transformaron en shopping. Por eso en la tapa, la segunda mitad es el mismo lugar pero transformado en shopping. El libro tiene dos épocas. La de la protagonista actual en aquel momento, 2002, 2003, la época de la crisis económica. Tiene una tía que salía como loca a buscar aceite, fideos… Esas cosas que pasaban, encontraban aceite que salía dos pesos más barato, y salían corriendo a comprar lo que podían. Y hay un secreto que tiene en su casa, que tiene que ver con su tía, que falleció a los dieciocho años; ella es la que era contemporánea mía. Vivió la dictadura. Su hermano y su cuñada fueron presos políticos, y el hijito fue criado por la abuela. No sigo contando para no hacer spoiler. El libro en papel se agotó y no se volvió a reimprimir. Ahora lo tengo en Amazon con una tapa distinta. Una tapa hecha con una foto real. Lo hicimos en Amazon porque una profesora uruguaya que trabajaba en Estados Unidos  en una universidad quería leerlo con sus alumnos, necesitaba veinte ejemplares y no logró que le mandaran esos veinte. Entonces lo puse en Amazon y ahí está, por si alguien más lo quiere. 

Como los libros para adolescentes, en este siglo otra área que también se desarrolló mucho fueron los libros para los niños más chiquitos, los preescolares, como se llamaban antes. Primera infancia, como se llama ahora. La literatura para niños en el Uruguay empezó en el medio, en los escolares. (Yo también empecé por ahí). Después fue extendiéndose en edad hacia arriba y hacia abajo. Para niños muy muy chiquitos no hay mucho, pero en los últimos años aparecieron algunos, como para dos o tres años. (Por lo que yo conozco, puede que haya otros de los que no estoy enterada). 

También se ha desarrollado mucho la ilustración, la combinación de literatura con música, hay libros que traen un CD… Ahora no se usan más, así que no sé qué traerán, porque hay cuestiones de la tecnología que ya me superaron. Libros hechos en base a canciones, incluso hay una editorial, Criatura Editora, que tiene una colección de canciones ilustradas. Y una de ellas es de Spinetta. Otra es “Gurí pescador”, de Osiris Rodríguez Castillo, un poeta uruguayo. 

Han empeorado algunas cosas también, hay algunos ilustradores que nos ven a los escritores como enemigos a veces… A mí me han dicho algunas cosas… Una vez saqué una  mención con un libro ilustrado, en el Ministerio (MEC)… Algunos se enojaron porque no habían premiado al ilustrador. El premio era a la escritura, no era mi culpa si el premio no era para el ilustrador (que además era nacido en Argentina, en ese entonces no lo podían haber premiado, después el reglamento cambió). No era que yo lo hubiera ninguneado. Después el MEC incorporó otro premio para la ilustración. En la década del noventa, con Sergio López Suárez, Susana Olaondo, Fernando González, que eran autores que escribían e ilustraban al mismo tiempo, algunos que solo escribíamos y otros que solo ilustraban marchábamos todos juntos. Éramos menos y estábamos muy unidos. Y eso parece que se perdió un poco. Acá, por ejemplo,  todos luchamos mucho para que el nombre del ilustrador estuviera en la tapa del libro, porque no lo ponían; en otros países siguen sin ponerlo. O ponen el nombre chiquitito arrinconado en algún lado. Acá está en la tapa desde la década del noventa. Lo hicieron en Alfaguara porque todos lo pedimos. Todos lo jerarquizamos. Entonces es feo ver que algunas personas nos vean como rivales a los escritores e ilustradores 

El crecimiento tiene sus pros y sus contras. Hay muchas cosas que a veces traen su contrapartida de dificultades que hay que ir puliendo. Y el problema para pulirlas es que nos reunimos poco, nos vemos poco, hay muy poca crítica… Hemos intentado reunirnos los escritores para conversar de nuestros temas y no hemos logrado mucho al respecto. Es difícil, entre otras cosas porque vivimos lejos. Para ustedes por ahí es un paso pero yo vivo en la Ciudad de la Costa, que es al lado de Montevideo y estoy a una hora del centro.  Sé que en Buenos Aires una hora no es nada. Pero a mí, viajar una hora para ir al centro me agota. No es fácil, todo el mundo está con otras cosas que hacer, y otras complicaciones, pero hay muchos desafíos que habría que encarar. 

Reitero para los que recién llegaron que no puedo hablar mucho de los últimos diez años, porque no conozco mucho la obra que se ha publicado. Sé que hay editoriales que tienen concursos que todos los años premian y destacan y publican dos o tres libros nuevos  y está el concurso del Ministerio de Educación y Cultura (MEC), que yo lo agradezco y valoro muchísimo, pero no es valorado por todo el mundo. De pronto no es un concurso tan glamoroso, porque no hace tanto ruido, como, por ejemplo, el Bartolomé Hidalgo, que es el que entrega la Cámara del Libro, y que se festeja mucho. Se entrega en la Feria del Libro, se hace a terna y tres días después se entrega el premio. El premio de literatura infantil del Bartolomé Hidalgo, que es solo de libros publicados, se diversificó en  dos hace pocos años. Uno, para literatura, y otro para libro ilustrado, en el que el premio se lo dan tanto al escritor o escritora, como al ilustrador o ilustradora. Son dos estatuillas de Bartolomé Hidalgo que fue el primer poeta uruguayo, y es como un gaucho con la guitarra. (Es parecido al Oscar, así paradito pero con otra ropa). Eso ayuda mucho. Había otro premio también de Fondo Concursable, que premiaba proyectos completos de literatura infantil. Ya sea de libro ilustrado, o de colección o de otros proyectos que fueran difíciles de publicar. Libros con fotografías… cosas que fueran caras, que ninguna editorial se anima porque es caro. Habrá que ver si ahora sigue… No se me ocurre qué más decirles. Si me quieren preguntar algo…


Laura Ávila: Yo quería preguntarte un poco cómo era tu proceso creativo. Vos hace un rato dijiste que había gente a la que a lo mejor le pedían un cuento que hablara de un yogur o de alguna otra cosa. ¿Vos trabajás así también? ¿O tenés un proceso que viene de otro lugar? 


MH: No, yo en general así no puedo. Si justo embocan y me piden un tema que me haya dado vuelta la cabeza o me divierta o me convoque, de pronto puedo. Una vez me pidieron un cuento con ñandúes para un libro de texto, porque tenían una ilustración con un ñandú que querían usar, y a mí me dio risa, dije que no iba a poder, me fui a mi casa y cuando me quise acordar estaba escribiendo el cuento del ñandú. De un tío muy ciudadano al que le gustaba irse al campo. “Oriental de ley”, se llama y está publicado en un libro que se llama No se puede andar con monos y otros cuentos peligrosos. Ese me salió, pero yo en general escribo mucho en la cabeza primero, me rondan mucho las ideas. Empiezo a veces por un personaje, a veces por un detalle, o por un hecho, o por varios hechos que se entrecruzan. Cuando empiezo a escribir se me va ocurriendo la historia. Muy pocas veces me ha ocurrido tener toda la historia en la cabeza desde el principio. Como decía Tomás De Mattos, un gran escritor uruguayo, que decía que pensaba los personajes, las escenas, iba anotando, haciendo esquemas y flechitas, y hasta que no tenía todo el esqueleto de la novela no empezaba a escribir. Después escribía La puerta de la misericordia, que tiene mil páginas. Si yo hubiera intentado escribir así, nunca hubiera escrito nada. Una cosa que les decía mucho a mis estudiantes de Magisterio y Profesorado es que hay muchas formas de escribir. Y a los niños no podemos obligarlos a escribir todos de la misma manera. Cada cual tiene que buscar su modalidad. Hay que proponer distintas maneras y que cada cual pueda encontrar la suya. Hay gente a la que le sirve hacer la estructura primero y arrancar a redactar después. Hay otros que no. Yo cuando empiezo a redactar, empiezo a conocer a los personajes. Empiezo a familiarizarme y a darme cuenta de qué diría, qué no diría, que haría, qué no haría… A veces recorto cosas que puse, porque el carácter que va adquiriendo el personaje me dice que eso que había puesto antes no va con ese personaje. Entonces lo saco. O lo dejo para otro. Entonces el proceso creativo se hace bastante caótico. No es muy ordenado. A veces me pasa que empiezo con un personaje y le cambio el nombre por la mitad, entonces después tengo que revisar. Ahora estoy terminando de revisar una novela para un concurso que está por cerrar, pero creo que no voy a llegar. Y encontré que a uno le había puesto dos nombres distintos. En general demoro mucho. La novela que terminé hoy estuve dos años para escribirla. No soy rápida. Y cada vez soy más lenta. Cada vez me cuesta más encontrar las palabras, los años no vienen solos. Como me pasaba con el nombre del premio Ibby Internacional. No me viene a la cabeza, y sé que existe, y tengo que Googlear.

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