Trelew - La fuga que fue masacre

Hoy se cumplen cincuenta años de la masacre de Trelew que fue uno de los capítulos del terrorismo de estado en la historia de nuestro país. En la madrugada del 22 de agosto de 1972 fueron asesinadas dieciséis personas, en la base Almirante Zar, perteneciente a la Marina.
Hay libros  clásicos, que han dado testimonio de la masacre: La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez, y el recientemente reeditado La patria fusilada, de Francisco Urondo. Este último es una extensa entrevista realizada a las tres personas que sobrevivieron a la masacre, el 24 de mayo de 1973, en la cárcel de Villa Devoto. Tanto Urondo como los tres sobrevivientes, pocos años después, fueron víctimas del terrorismo de estado que ejerció el gobierno argentino, después del golpe militar de 1976. 
El cine también dio cuenta de los hechos de Trelew. En el ciclo de cine de 2021, Mario Méndez y Laura Ávila entrevistaron a la documentalista Marina Arruti, directora de Trelew - La fuga que fue masacre. En el mes en el que Libro de arena se dedica a indagar la relación entre cine y literatura, recordamos el fragmento de la charla en el que se refieren a la realización y las repercusiones del documental, basado en los hechos del 22 de agosto de 1972.


MM: ¿Trelew en la zona era un tema tapado? ¿Era un tabú hasta que volviste a ponerlo en la escena? Además lograste hablar con los remiseros, con una ex mujer policía… Es el tema de traer al presente una historia escondida, ¿no? ¿Cómo lo vivieron ahí, en la zona? 

MA: No era fácil. Porque además, pensemos el contexto. El equipo empezó a trabajar a fines de 1999. En el año 2000 desembarcamos en Trelew para ver qué era. Yo nunca había pisado esa ciudad. Empezar a ver las locaciones, ver el aeropuerto viejo, estar ahí, por ejemplo, a mí me definió que el aeropuerto era una pieza central. Pasaba algo en el aeropuerto, pero no podías saberlo hasta que no estabas ahí. Volviendo atrás, para escribir un guion, hasta que uno no pone los pies ahí y se da cuenta de que ese lugar tiene una energía o un algo, que va a contar algo en esta historia, es difícil. Pero volviendo a tu pregunta, Mario, nos encontramos con mucha cerrazón, con mucho silencio. A lo largo de los años hubo grupos de la universidad, gente de Cultura que trató de sostener la memoria de que eso estuviera ahí. Pero era un tiempo en el cual no hablábamos de la lucha armada, ¿Quién hablaba de la lucha armada en el año ’99? Veníamos del juicio a las Juntas en los ’80. Un juicio que si bien tiene su valor, se había necesitado construir ahí, más que nada, la figura de la víctima. Porque había que juzgar a los militares en un contexto muy complejo. No se había podido llenar de contenido político a esa generación, que solamente era mirada como víctima. Eso fue en los ’80. Y en los ’90, ya sabemos. Indulto, leyes de impunidad… Entonces llegamos al ’99 queriendo hacer una película sobre Trelew, nada más y nada menos. Bueno, no era tan fácil, en aquel momento, que la gente se animara a ponerse frente a una cámara. Ese fue un proceso muy complejo. Mucha desconfianza. ¿Qué es esta gente que llega acá y quiere hacer una película? ¿No serán de los servicios? ¿Para quién laburan? ¿Qué quieren hacer? Hubo que deconstruir  una enorme cantidad de cosas, con un trabajo de campo largo y de construcción afectiva, para que al fin se pudiera conseguir que algunos y algunas accedieran a estar y  a construir el relato que para nosotros era fundamental construir, de esa historia. Pero hubo muchas personas que no participaron. Si uno mira un poquito más adelante, y se fija que en 2006  el cabo Alegre denuncia  espionajes ilegales desde la Base “Almirante Zar” que seguía haciendo la Marina en la zona a políticos, a organizaciones sociales, incluso al mismo equipo de la película… Estábamos siendo observados y había un relato sobre lo que hacíamos, sobre lo que la Marina consideraba un potencial riesgo con esta película, que iba a hacer que se pudiera llegar a abrir una causa por crímenes de lesa humanidad. Ellos mismos se daban cuenta de que una película podía llegar a abrir esta situación. Que finalmente, lo hizo, entre otras cosas. La película terminó siendo prueba en la etapa de instrucción de la causa. Hay fotos de los espectadores que fueron al estreno de nuestra película en Trelew. La Marina mandó fotógrafos, para sacarles fotos a las personas que estaban entrando a la sala. Si todo eso estaba sucediendo en el 2006, ¿cómo esa comunidad no iba a tomar recaudos? ¿Cómo no iba a haber temor, o una sensación de estar siendo mirados?  Estaban siendo mirados. Hay algo ahí, para pensar la historia en términos de continuidades, y no siempre de rupturas. La democracia abrió algunas cosas, pero hubo continuidades en un montón de aspectos, de las que tal vez podamos hablar otro día. Nos encontramos con eso, Mario, que fue un proceso difícil, largo, pero también muy feliz. Cada vez que una persona decidía sumarse a este proyecto de la película, lo hacía por sus propias razones. Nuestra presencia interpeló motivos, generó que cada uno y cada una encontrara su razón y su propia necesidad de poner palabras a una historia que estaba ahí, atragantada. Y entonces la película empezó a ser, de alguna manera, la posibilidad de poner palabras colectivas e individuales, sensibles a esa experiencia que había dejado tanto dolor en esa comunidad. Tremendo dolor. Esos militantes fusilados en la Base, habían sido, si se quiere, compañeros de la comunidad de Trelew y de Rawson. Había habido comisiones de solidaridad, la gente de Rawson y de Trelew habían sido apoderados, habían dado sus casas para recibir familiares… Todo eso se había construido como una historia que era política y amorosa a la vez. Entonces, cuando suceden los fusilamientos, el golpe es brutal. Lo es en todo nuestro territorio argentino, pero es especialmente brutal en las ciudades de Rawson y Trelew. Porque esos vínculos eran cercanos, esos pobladores iban a la cárcel como apoderados, se reunían con los abogados, se reunían con los presos, conocían a sus familiares, los hospedaban… ¿Cómo no iban a quedar mal? ¿Cómo iba a ser tan simple ponerse frente a una cámara y no romperse de la emoción? Fue necesario un trabajo muy delicado, y también con mucho acompañamiento de algunos referentes de la zona que estuvieron mucho. Entre ellos, Juan Arcuri, que había sido Secretario de Cultura, tenía muchos lazos construidos allí, y nos acompañó muchísimo en la posibilidad de articular los lazos necesarios de confianza para que esto fuera posible. Así que eso fue un trabajo de campo intenso en la zona. 

LA: Tuvieron mucho tiempo con los entrevistados, ¿no? Es un hallazgo la gente que consiguieron que hablara. El tipo de la morgue… una señora que era policía… Como que todos querían contar un poco lo que había pasado. ¿Cuánto tiempo tardaron en contar con la confianza de esa gente? 

MA: Fueron muchas visitas, para explicar cuál era el sentido de todo esto. No fue igual con todas y todos. Los taxistas, por ejemplo, me habían dicho que no iban a participar. En realidad uno de ellos, Rubén, me había dicho que no iba a participar. Que no lo iba a hacer de ninguna manera. Habían sido varias visitas y él había dicho que no. Y ya rodando la película, con las personas que habían dicho que sí, con un plan de rodaje, en un momento determinado, a dos personas, que habían sido apoderados en ese momento y me habían dicho que sí, deciden  suspender su participación en el lugar donde ya teníamos armado todo. Fíjense cómo es.  Entonces se cae ese rodaje, con todo lo que implicaba, una tremenda decepción, angustia… Y en ese momento dije: “Bueno, tenemos los equipos, tenemos las luces, los ponemos todos en la camioneta (estábamos en Trelew) y nos vamos a Rawson a tratar de que el taxista sí nos dé la entrevista”. Ya nos había dicho que no un montón de veces. Nos fuimos a Rawson con la camioneta, la cámara, las luces, le toqué el timbre al señor. Era 15 de agosto, el día del aniversario de la fuga. Él me había contado que a partir del ’72, festejaba el cumpleaños dos veces: el día en que había nacido y el 15 de agosto de nuevo. Porque sentía que había vuelto a nacer ese día. Por todos los riesgos que había corrido, en esa situación de trasladar los presos, y demás. Le golpeo la puerta y le digo: “¡Feliz cumpleaños, Rubén!”. Se sorprendió, me abrió la puerta y le dije que era en ese momento o nunca. Que estaban la camioneta, la cámara y las luces. “¿Querés o no querés?”. “Bueno”. Entramos a la casa, llamó a un compañero e hicimos la entrevista así. Ese es el menor trabajo de campo en el que pueda pensarse. El trabajo de campo había sido hecho antes. Había habido una negativa, se habían caído unas entrevistas, y se levantó la del taxista. No con todos y todas fue igual. En el caso del empleado de la funeraria fue una entrevista que salió al último momento. Cuando la película ya estaba casi completamente rodada y nos estábamos yendo en un viaje. Se acercó Juan Arcuri, que nos dio una gran mano, y me dice que acababa de ver a un ex alumno de él, cuyo papá trabajaba en la funeraria. Yo no sabía si irme o quedarme. Al final, regresé a la semana, y por los lazos de confianza que había ahí, esa entrevista fue posible,  sin previo aviso. Así como algunos personajes costaron mucho esfuerzo, otras cosas salieron por lo que a veces uno no sabe que está construyendo y construyó. Entonces aparece algo interesante, que habilita. El otro empleado de la funeraria nos había dicho que no cien veces. Y apareció esta segunda posibilidad, de otro trabajador de la funeraria que sí quiso hablar. Que tenía necesidad de hacerlo, que no le había contado esto ni a su familia. Durante muchísimos años lo había eludido. Mucha intensidad. 

MM: Qué muestra también de tu fino oído, Mariana. Eso de decirle “Feliz Cumpleaños” al taxista. Yo creo que eso abrió las puertas. Es hermoso. Como historia es hermoso. Y bastante menos hermoso, ¿sintieron la amenaza o temor? Vos contás que la Marina seguía mandando fotógrafos. Ustedes, como equipo de trabajo, estando ahí, yendo y viniendo, ¿tuvieron temor?

MA: Yo no tuve temor en ese momento en el que estábamos rodando, pero creo que porque era muy inconsciente, la verdad. Porque había que entrar a filmar en la Base Naval y fue todo un tema. Hubo que tener una entrevista acá, en el Edificio Libertad, con el segundo del jefe de la Marina en aquel momento. Fue todo muy tenso, muy difícil. Muy difícil la situación en la Base. La Marina, acá en Buenos Aires, nos respondía que nos iban a dejar filmar pero que no nos iban a dar ninguna nota de autorización para eso. Que fuéramos allá y pidiéramos filmar. Imagínense ustedes, mil quinientos kilómetros para ir a la Base a ver si nos dejaban entrar. Creo que no tuve miedo porque no era muy consciente, porque teníamos un entusiasmo y una pasión puestos ahí, que era todo para adelante. Sí tuve miedo y fue tema de terapia, mucho miedo al momento del estreno de la película en Trelew. Sí tuve miedo ahí. La escena del estreno de la película, con una sala repleta de gente daba una sensación de mucha exposición. De tener que subirme a un escenario a presentar ésta película, en Trelew. Tuve mucho miedo en esa escena. Y supimos que en esa escena había gente de la Marina sacando fotos, un par de años después. En ese momento no sabíamos que eso estaba sucediendo. Creo que ese fue el único momento en el que tuve temor. Sí teníamos muchos ruidos en el teléfono, durante mucho tiempo. Una vez, Adolfo Pérez Esquivel me dijo: “Sí, sí… “

LA: La película es un testimonio, Mariana. Tus películas son un testimonio casi inédito de cosas que no conoce el gran público y que vale la pena conocer. A nosotros nos gusta eso de tu cine. Siempre hay algo innovador y novedoso en esa investigación del pasado. Sin embargo, en todas las películas estás hablando del presente. Como que ese es el puente para las nuevas generaciones.

(…)Mario Méndez: Ibas a contar algo de los ruidos en el teléfono que te dijo Pérez Esquivel, que seguramente era jugoso, ¿Qué éra?

Mariana Arruti: Lo que nos pasó durante bastante tiempo, sobre todo después del estreno de la peli en Trelew en mayo del 2004. Recién en septiembre llegó acá, a Buenos Aires. En el medio fue a algún festival. Después del estreno acá, en Buenos Aires, cuando empezamos a ir a otras ciudades con la película, cuando recibía una llamada, yo levantaba el teléfono y sentía una especie de ulular. Al principio no le di bola, pero después fui a hablar con Adolfo y me dijo que sí, que me estaban escuchando. Que es el típico sonido que se escucha en un teléfono cuando te están escuchando. No era demasiado jugosa la anécdota, solo que a él también le pasaba. En determinadas circunstancias, cuando estaban en determinadas movidas empezaban otra vez  a escucharlo. Y era como inevitable. Con Trelew, no hubo modo. Nosotros, como equipo, tratamos de que el teléfono de mi casa estuviera más cuidado, que los llamados se hicieran a otros lados. 

Laura Ávila: Yo la vi en el Festival de Mar del Plata, y a la gente le picaban las manos de aplaudir. Trelew es una película que hacía falta, la recibieron muy bien. ¿Cómo le fue a la película después del estreno? 

MA: Le fue increíble. Tuvo un recorrido muy hermoso en el país. Se estrenó en muchísimas provincias a sala llena. Acá en Buenos Aires estuvo en Cinemark, para que ustedes se den una idea. Después estuvo seis meses en el Premier. No la bajaban porque la gente seguía yendo a verla. Fue una película que tuvo mucho público y cuando fue a festivales internacionales, de cada festival al que iba traía un premio. Yo ya creo que la película es aparte de mí, hay como una apropiación de eso por fuera. Trelew tuvo los dos premios Cóndor de Plata a “mejor documental” de la Asociación de Críticos Cinematográficos. Tuvo premios en La Habana, en Los Ángeles, en Trieste, en Alemania, siempre traía un premio. Y eso es fuerte también porque es una historia muy nuestra. Pensar que una película que está en un festival internacional donde los jurados pueden ser un francés, un  belga y un no sé qué, que de golpe pueden apropiarse de esa historia, eso es fuerte. Yo me acuerdo que en La Habana vi una escena que me conmovió. Estábamos en una segunda proyección de la peli, en una sala chiquita. Una proyección extra que yo había pedido, porque tenía pocas pasadas y traté de tener una proyección más. Era una sala chiquitita, me acuerdo que estaba Fernando Birri, una maravilla. Y había una piba alemana, joven, que tendría veinte años, sentada dos filas delante mío, y la piba no paraba de llorar cuando terminó la película. Yo me preguntaba qué entendía una alemana de eso… Y entendió todo lo que había que entender. Nos dio una alegría tras otra. Y la alegría final que nos dio, fue que fue prueba en la causa, que yo terminé yendo a declarar como testigo en la causa por delitos de lesa humanidad.  Tenía un cagazo tremendo igual, mal. Pero es eso que uno piensa con una película, de tratar de reparar algo de lo que ha sucedido. Una hace la película, de algún modo, para eso. Que en serio, de verdad, con lo fuerte que es la escena de un juicio, que los imputados, que Sosa tenga que comerse el garrón de ver la película entera, en el marco del juicio, es muy fuerte. El tribunal hizo eso. Pasó la película entera, de pe a pa, en el marco del juicio oral. Yo creo que Sosa ya la había visto en alguna oportunidad, antes de esa escena. Pero que la película de una esté ahí, en ese escenario… No sé si hay otro premio mayor. No hay. Da la sensación de haber servido, además de la emoción, de las generaciones que pueden conocer la historia. Ese escenario judicial fue muy intenso. Hizo todo esta peli. Se portó re bien. 

MM: Un poco de justicia poética, con Sosa y los demás imputados.

LA: Fue una peli de nueva generación. Nos dimos cuenta de que podían hacerse documentales que tuvieran un ritmo narrativo, casi argumental. Porque empieza con esa fuerza, esa música… la música de todas tus películas es muy buena. Esa música de triunfo que va subiendo a lo largo de la película, y cómo está ensamblada, y mostrada, con las voces de todos… Yo creo que es una película estandarte. Y que tendrían que verla todas las personas de esta generación también. Habría que crear un espacio para que puedan verla adolescentes, habría que proyectarla en escuelas, donde pudiera verla gente a la que le explote la cabeza como a nosotros cuando la vimos. La verdad es que es hermosa. 

MA: Bueno, ahora estoy también en una situación muy loca, porque la tecnología es tremendamente tirana. Hace un tiempo me comuniqué con la plataforma de Cine.ar porque Trelew estuvo mucho tiempo allí y hace un montón que no está más. Está esa versión de Youtube que subió alguien, no yo,  la calidad que tiene es la que tiene. Ahí me entero de que en realidad la habían bajado de la plataforma porque el contrato con el distribuidor se había terminado. En realidad ahora soy yo la que da la autorización para que la película esté ahí. Estamos viendo que vuelva a formar parte de la plataforma, lo cual estaría muy bien, porque se va a subir un archivo de buena calidad, se va a poder ver online, va a poder verla cualquier estudiante. Pero hay otro tema, que es la emisión en el canal de TV. Y es un tema que tiene que ver con la calidad. Los estándares de calidad de los canales, para una película que fue terminada en 2004, merecen todo un debate. Porque estaría buenísimo que Trelew vuelva a la emisión en televisión. Se ha pasado muchísimo, hace años, y estamos ahí con Cine.ar viendo cómo son los estándares de calidad. Es un asunto que merece otra reflexión, vinculada con la memoria audiovisual, con los problemas de que la tecnología nos lleva corriendo detrás del pixel, y en el medio hay una cantidad de cosas que se pierden. Y que nos pasa con todo, con las fotos, con el cine… Es un tema muy complejo que implica pensar cuestiones de archivística, de tecnología, de memoria, de lo que habla de un pueblo, que terminan teniendo efectos sobre eso. 

Leer entrevista completa: primera parte y segunda parte.


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