130 años del nacimiento de Evaristo Carriego
Ayer, 7 de mayo, se cumplieron ciento treinta años del nacimiento de Evaristo Carriego. En Libro de arena lo recordamos con referencias de Borges a su poesía, y con algunos poemas incluidos en La canción del barrio, que se publicó de manera póstuma.
En el Prólogo que escribió para la edición de las Poesías completas de Evaristo Carriego, en 1950, Borges señala: "Todos ahora vemos a Evaristo Carriego en función del suburbio, y propendemos a olvidar que Carriego es (como el guapo, la costurerita o el gringo), un personaje de Carriego, así como el suburbio en que lo pensamos es una proyección y casi una ilusión de su obra. Wilde sostenía que el Japón – las imágenes que esa palabra despierta – había sido inventado por Hokusagi: en el caso de Evaristo Carriego debemos postular una acción recíproca: el suburbio crea a Carriego y es recreado por él. Influyen en Carriego el suburbio real y el suburbio de Trejo y de las milongas; Carriego impone su visión del suburbio: esa visión modifica la realidad. (la modificarán después mucho más, el tango y el sainete).
¿Cómo se produjeron los hechos, cómo pudo ese pobre muchacho Carriego llegar a ser el que ahora será para siempre? Quizás el mismo Carriego, interrogado, no podría decírnoslo. Sin otro argumento que mi incapacidad para imaginar de otra manera las cosas, propongo esta versión al lector:
Un día entre los días del año 1904, en una casa que persiste en la calle Honduras, Evaristo Carriego leía con pesar y con avidez un libro de la gesta de Charles de Baatz, señor de Artagnan. Con avidez, porque Dumas le ofrecía lo que a otros ofrecen Shakespeare o Balzac o Walt Whitman, el sabor de la plenitud de la vida; con pesar porque era joven, orgulloso, tímido y pobre, y se creía desterrado de la vida. La vida estaba en Francia, pensó, (…) En esa cavilación estaba Carriego cuando algo sucedió. Un rasguido de laboriosa guitarra, la despareja hilera de casas bajas vistas por la ventana, Juan Muraña tocándose el chambergo para contestar a un saludo (Juan Muraña que anteanoche marcó a Suárez el Chileno), la luna en el cuadrado del patio, un hombre viejo con un gallo de riña, algo, cualquier cosa. Algo que no podremos recuperar, algo cuyo sentido sabemos pero no cuya forma, algo cotidiano y trivial y no percibido hasta entonces, que reveló a Carriego que el universo (que se da entero en cada instante, en cualquier lugar, y no sólo en las obras de Dumas) también estaban ahí, en el mero presente, en Palermo, en 1904. Entrad, que también aquí están los dioses, dijo Heráclito de Éfeso a las personas que lo hallaron calentándose en la cocina…”
Esta mirada de Borges toma distancia de su propia manera de referirse a la obra del poeta de Palermo, en su Evaristo Carriego, publicado veinte años antes, en el que llegaba a afirmar que algunos poemas de La canción del barrio, “”no pertenecen a la literatura sino al delito, son un deliberado chantaje sentimental reducible a esta fórmula: Yo le presento un padecer; si Ud. Jo se conmueve es un desalmado…”
A ciento treinta años del nacimiento de Carriego, además de las referencias borgianas, lo recordamos con algunos de sus Poemas póstumos, entre los que se encuentran, desde luego, algunos de aquellos que Borges metía en la lista del “chantaje”.
LA COSTURERITA QUE DIO AQUEL MAL PASO
La costurerita que dio aquel mal paso
y lo peor de todo, sin necesidad
con el sinvergüenza que no la hizo caso
después según dicen en la vecindad
se fue hace dos días. Ya no era posible
fingir por más tiempo. Daba compasión
verla aguantar esa maldad insufrible
de las compañeras, ¡Tan sin corazón!
Aunque a nada llevan las conversaciones,
en el barrio corren mil suposiciones
y hasta en algo grave se llega a creer.
¡Qué cara tenía la costurerita,
qué ojos más extraños, esa tardecita
que dejó la casa para no volver!
CAPERUCITA ROJA QUE SE NOS FUE
¡Ah, si volvieras! ¡Cómo te extrañan mis hermanos!
La casa es un desquicio: ya no está la hacendosa
muchacha de otros tiempos. ¡Eras la habilidosa
que todo lo sabías hacer con esas manos!
El menor de los chicos, pobrecito, te llama
recordándote siempre lo que le prometieras,
para que les des algo Y a veces ¡Si lo oyeras!
Para que como entonces le prepares la cama.
¡Como entonces! ¿Entiendes? ¡Ah, desde que te fuiste,
en la casita nuestra todo el mundo anda triste!,
Y temo que los viejos se enfermen, ¡Pobres viejos!
Mi madre disimula, pero a escondidas llora
con el supersticioso temor de verte lejos
Caperucita roja, ¿Dónde estás ahora?
¿QUÉ SERÁ DE TI?
¿Qué será de ti? ¡Hace tanto
que te fuiste! Ya ni sé
cuánto tiempo.
¿De nosotros
te acuerdas alguna vez?
¿Verdad que sí? Tu cariño
de lejos nos seguirá
Lejos de nosotros, ¡Pobre,
qué sola te sentirás!
Si se habla de ti, enseguida
pensamos: ¿Será feliz?
Y a veces te recordamos
con un vago asombro: así
como si estuvieras muerta.
¿Después de aquel largo adiós,
ahora que no eres nuestra,
quién escuchará tu voz?
Madrecita, hermana, dulce
hermana que se nos fue,
hermanita buena, ¿Cuándo
te volveremos a ver?
POR LA AUSENTE
Fuma de nuevo el viejo su trabajosa
pipa y la madre escucha con indulgencia
el sabido proceso de la dolencia
que aflige a una pariente poco animosa.
El muchacho concluye la fastidiosa
composición, que sobre la negligencia
en la escuela le dieron de penitencia,
por haber olvidado no sé qué cosa
Y en el hondo silencio que de repente
como una obsesión mala llena el ambiente,
muy quedo la hermanita va a comenzar
la oración, noche a noche tartamudeada,
por aquella perdida, desamorada,
que hace ya cinco meses dejó el hogar.
LA VUELTA DE CAPERUCITA
Entra sin miedo, hermana: no te diremos nada.
¡Qué cambiado está todo, qué cambiado! ¿No es cierto?
¡Si supieras la vida que llevamos pasada!
Mamá ha caído enferma y el pobre viejo ha muerto
Los menores te extrañan todavía, y los otros
verán en ti la hermana perdida que regresa:
puedes quedarte, siempre tendrás entre nosotros,
con el cariño de antes, un lugar en la mesa.
Quédate con nosotros. Sufres y vienes pobre.
Ni un reproche te haremos: ni una palabra sobre
el oculto motivo de tu distanciamiento,
ya demasiado sabes cuánto te hemos querido:
aquel día, ¿Recuerdas? Tuve un presentimiento
¡Si no te hubieras ido!
La canción del barrio
Evaristo Carriego
Centro Editor de América Latina, 1967.
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