Treinta años de la muerte Alberto Vanasco

Hoy se cumplen treinta años de la muerte del novelista, cuentista y poeta Alberto Vanasco. Formó parte de la revista Poesía Buenos Aires, que dirigía Raúl Gustavo Aguirre y en la que también publicaron Francisco Urondo, Mario Trejo, Edgar Bayley, Francisco de Madariaga, Mario Jorge de Lelllis, María Elena Walsh, Francisco de Madariaga y Alejandra Pizarnik, entre otros. Fue director de la revista Zona, junto con Urondo, y participó también en Letra y Línea. En sus últimos años presidió la CONABIP. Recordamos a Vanasco con tres de sus poemas.



A mi hijo


Las únicas virtudes de tu padre son
algunas pocas cosas que nunca hizo.

Las únicas culpas: otras muchas que dejó de hacer.

En el terreno de lo hecho sólo unas cuantas sombras
varillas confusas
pasiones como nada.

Y en el tiempo
sólo tu sonrisa que arde
sólo un gran amor que se arraigó
sólo algún poema que respira.

Esto en cuanto a mí.

Y para tus años
la cal viva de la alegría
el préstamo lustroso del porvenir
la estridencia de las cosas
el calor y el temblor de los hombres
y la luz con que nosotros soñamos.

Hay en el contorno del mundo
una lámina de fuego que todo hombre puede pisar.

Hay en el agua de todos los mares una gota de sombra
que todo hombre puede beber.

Hay en el espacio una campanada perdida
que todo hombre se sienta a escuchar.

Por esa lámina
con esa gota
en esa campanada se vive.


Alberto Vanasco (Buenos Aires, 1925-1993) Juan Carlos Martini Real, Los mejores poemas de la poesía argentina, Corregidor, Buenos Aires, 1974



Muerte de la poesía


                                                                  A Enrique Molina

Oigo caer la lluvia
y es sólo el agua que se precipita en la luz vacía del amanecer.

Toco la claridad del día que nace
y es sólo la mañana y aquello que la mañana aún no ha vencido.

Miro tu piel, tus manos
y hallo sólo la soledad más cruda de la tierra.

Huelo el aire difuso del otoño
y es sólo la opresión, el peso de una atmósfera gastada.

Palpo los objetos, las ropas, los vidrios transpirados
y es nada más que la fatiga de la materia, la desolación del tiempo.

Todo todo ha sido arrasado para siempre
por la ciega porfía de este diluvio irreparable.



Hurra

Yo, por el contrario, he visto a los mejores espíritus de mi generación salvarse milagrosamente de la locura y de la infamia, del alcohol y de las drogas, de la estupidez y del suicidio, del olvido y de la incertidumbre y de todas las otras plagas que de vez en cuando acaban con nosotros.

Los he visto salvarse entre el amor y el desprecio, entre el arrojo y la indiferencia, asidos al marxismo y al psicoanálisis, a las mujeres y a los libros, en noches inexplicables, en días velocísimos, esforzados en escuchar el latido apagado de la tierra, el estrépito de la sangre, las estridencias de los sueños.

Los he visto en plazas incendiadas, en los muelles abandonados aunque no para siempre, en las escalinatas del congreso, en Lavalle a la salida de los cines y en redacciones desvastadas; los he visto en sótanos repletos de humo y de palabras, en cuartos desmantelados y en celdas fraternales.

Los he visto salvarse de la soledad y del cinismo: pero pienso que si alguien se salva es para algo.

Los sigo viendo ahora, un poco pálidos de porvenir, cuadrados de mandíbulas, flacos de ocasiones, empedernidos en su tiempo, dura, inexorablemente inclinados hacia la vida.



Alberto Vanasco (Buenos Aires, 1925-1993), de Canto rodado, 1970. Daniel Freidemberg, La poesía de los cincuenta, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1981


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