Rebelión en la granja

Ayer se cumplieron ciento veinte años del nacimiento del periodista y novelista inglés George Orwell. Es el autor de 1984, novela que preanuncia lo que hace ya  años es un formato televisivo de éxito, en el que un grupo de personas se encierra voluntariamente en una casa para "disfrutar" mientras son vigilados durante veinticuatro horas  como ratas de laboratorio.

Este año se cumplen además, ochenta de la publicación de Rebelión en la granja, otra de sus novelas escrita y publicada durante la segunda guerra europea.

La acción transcurre en una granja en la que los animales se rebelan contra la tiranía del dueño. Orwell realiza una crítica feroz a las características que ha tomado la Revolución Rusa durante el gobierno de Stalin.

Libro de arena recuerda a George Orwell con un fragmento de esa novela, en el que se relatan los comienzos de la rebelión. 



Rebelión en la granja (Fragmento del capítulo ll)


“La señora Jones miró por la ventana del dormitorio, vio lo que sucedía, metió precipitadamente algunas cosas en un 42 bolso y se escabulló de la granja por otro camino. Moses saltó de su percha y aleteó tras ella, graznando sonoramente. Mientras tanto, los animales habían perseguido a Jones y sus peones hacia la carretera y, apenas salieron, cerraron el portón tras ellos estrepitosamente. Y así, casi sin darse cuenta de lo ocurrido, la rebelión se había llevado a cabo triunfalmente: Jones fue expulsado y la «Granja Manor» era de ellos. 

Durante los primeros minutos los animales apenas si daban crédito a su triunfo. Su primera acción fue correr todos juntos alrededor de los límites de la granja, como para cerciorarse de que ningún ser humano se escondía en ella; luego volvieron al galope hacia los edificios para borrar los últimos vestigios del ominoso reinado de Jones. Irrumpieron en el guadarnés que se hallaba en un extremo del establo; los bocados, las argollas, las cadenas de los perros, los crueles cuchillos con los que el señor Jones acostumbraba a castrar a los cerdos y corderos, todos fueron arrojados al aljibe. Las riendas, las cabezadas, las anteojeras, los degradantes morrales fueron tirados al fuego en el patio, donde en ese momento se estaba quemando la basura. Igual destino tuvieron los látigos. Todos los animales saltaron de alegría cuando vieron arder los látigos. Snowball también tiró al fuego las cintas que generalmente adornaban las colas y crines de los caballos en los días de feria.

 —Las cintas —dijo— deben considerarse como indumentaria, que es el distintivo de un ser humano. Todos los animales deben ir desnudos. 

Cuando Boxer oyó esto, tomó el sombrerito de paja que usaba en verano para impedir que las moscas le entraran en las orejas y lo tiró al fuego con lo demás. 

En muy poco tiempo los animales habían destruido todo lo que podía hacerles recordar el dominio del señor Jones. Entonces Napoleón los llevó nuevamente al depósito de forrajes y sirvió una doble ración de maíz a cada uno, con dos bizcochos para cada perro. Luego cantaron «Bestias de Inglaterra» de cabo a rabo siete veces seguidas, y después de eso se acomodaron para pasar la noche y durmieron como nunca lo habían hecho anteriormente. 

Pero se despertaron al amanecer, como de costumbre, y, acordándose repentinamente del glorioso acontecimiento, se fueron todos juntos a la pradera. A poca distancia de allí había una loma desde donde se dominaba casi toda la granja. Los animales se dieron prisa en llegar a la cumbre y miraron a su alrededor, a la clara luz de la mañana. Sí, era de ellos; ¡todo lo que podían ver era suyo! Poseídos por este pensamiento, brincaban por doquier, se lanzaban al aire dando grandes saltos de alegría. Se revolcaban en el rocío, mordían la dulce hierba del verano, coceaban levantando terrones de tierra negra y aspiraban su fuerte aroma. Luego hicieron un recorrido de inspección por toda la granja y miraron con muda admiración la tierra labrantía, el campo de heno, la huerta, el estanque, el soto. Era como si nunca hubieran visto aquellas cosas anteriormente, y apenas podían creer que todo era de ellos. 

Volvieron después a los edificios de la granja y, vacilantes, se detuvieron en silencio ante la puerta de la casa. También era suya, pero tenían miedo de entrar. Un momento después, sin embargo, Snowball y Napoleón empujaron la puerta con el hombro y los animales entraron en fila india, caminando con el mayor cuidado por miedo a estropear algo. Fueron de puntillas de una habitación a la otra, temerosos de alzar la voz, contemplando con una especie de temor reverente el increíble lujo que allí había: las camas con sus colchones de plumas, los espejos, el sofá de pelo de crin, la alfombra de Bruselas, la litografía de la Reina Victoria que estaba colgada encima del hogar de la sala. Estaban bajando la escalera cuando se dieron cuenta de que faltaba Mollie. Al volver sobre sus pasos descubrieron que la yegua se había quedado en el mejor dormitorio. Había tomado un trozo de cinta azul de la mesa de tocador de la señora Jones y, apoyándola sobre el hombro, se estaba admirando en el espejo como una tonta. Los otros se lo reprocharon ásperamente y salieron. Sacaron unos jamones que estaban colgados en la cocina y les dieron sepultura; el barril de cerveza fue destrozado mediante una coz de Boxer, y no se tocó nada más de la casa. Allí mismo se resolvió por unanimidad que la vivienda sería conservada como museo. Estaban todos de acuerdo en que jamás debería vivir allí animal alguno.

 Los animales tomaron el desayuno, y luego Snowball y Napoleón los reunieron a todos otra vez. 

—Camaradas —dijo Snowball—, son las seis y media y tenemos un largo día ante nosotros. Hoy debemos comenzar la cosecha del heno. Pero hay otro asunto que debemos resolver primero.

Los cerdos revelaron entonces que, durante los últimos tres meses, habían aprendido a leer y escribir mediante un libro elemental que había sido de los chicos del señor Jones y que, después, fue tirado a la basura. Napoleón mandó traer unos botes de pintura blanca y negra y los llevó hasta el portón que daba al camino principal. Luego Snowball (que era el que mejor escribía) tomó un pincel entre los dos nudillos de su pata delantera, tachó «Granja Manor» de la traviesa superior del portón y en su lugar pintó «Granja Animal». Ése iba a ser, de ahora en adelante, el nombre de 45 la granja. Después volvieron a los edificios, donde Snowball y Napoleón mandaron traer una escalera que hicieron colocar contra la pared trasera del granero principal. Entonces explicaron que, mediante sus estudios de los últimos tres meses, habían logrado reducir los principios del Animalismo a siete Mandamientos. 

Esos siete Mandamientos serían inscritos en la pared; formarían una ley inalterable por la cual deberían regirse en adelante todos los animales de la «Granja Animal». Con cierta dificultad (porque no es fácil para un cerdo mantener el equilibrio sobre una escalera), Snowball trepó y puso manos a la obra con la ayuda de Squealer que, unos peldaños más abajo, le sostenía el bote de pintura. Los Mandamientos fueron escritos sobre la pared alquitranada con letras blancas, y tan grandes, que podían leerse a treinta yardas de distancia. La inscripción decía así: 

LOS SIETE MANDAMIENTOS 

1. Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo. 

2. Todo lo que camina sobre cuatro patas, o tenga alas, es un amigo. 

3. Ningún animal usará ropa. 

4. Ningún animal dormirá en una cama. 

5. Ningún animal beberá alcohol. 

6. Ningún animal matará a otro animal. 

7. Todos los animales son iguales. 

Estaba escrito muy claramente y exceptuando que donde debía decir «amigo», se leía «imago» y que una de las «S» estaba al revés, la redacción era correcta. Snowball lo leyó en voz alta para los demás. Todos los animales asintieron con una inclinación de cabeza demostrando su total conformidad  y los más inteligentes empezaron enseguida a aprenderse de memoria los Mandamientos.”


(Traducción- Rafael Abella)


Rebelión en la granja
George Orwell
Ilustraciones de Lino Palacios
Talleres gráficos de Guillermo Kraft Limitada,1948.

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