Lewis Carroll a través de la lente
El tema del mes de agosto en Libro de arena es la relación entre la literatura y la infancia. Comenzamos con esta reseña de Niñas, el epistolario de Lewis Carroll, que nos acercó María Laura Migliarino.
Por María Laura Migliarino
Niñas no es solo un puñado de cartas, son ciento trece ventanas que abren el paso a una de las tantas facetas de la vida de Charles Lutwidge Dodgson, un solterón excéntrico, profesor de matemáticas, adicto a la lógica y a los juegos de palabras, y autor de las célebres Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo.
Este pastor anglicano, de origen inglés, más conocido como Lewis Carroll, fue aficionado al teatro y al dibujo. En Niñas, sin embargo, florece su pasión por la fotografía y el especial interés en retratar la belleza de la fugacidad de la infancia.
La primera parte tiene un estudio preliminar de uno de los grandes fotógrafos del siglo veinte, el húngaro Gyula Halász (Brassaï). Por esto que el texto hace hincapié en la vida de Carroll como retratista, como “pionero de la fotografía amateur inglesa”, y da cuenta de sus recursos de persuasión para lograr las imágenes de las niñas modelos.
El libro incluye veintidós cartas firmadas por el autor y tres relatos de las niñas que por muchos años estuvieron vinculadas con Carroll a través del intercambio epistolar.
Las primeras exponen el ingenio del poeta, están repletas de paradojas, acertijos y juegos de palabras, y exhiben su preferencia, tantas veces analizada y banalizada por estudiosos de la psiquis, por la niñez femenina.
“Siempre siento una especial gratitud hacia las amigas que, como usted, me han dado su amistad de niñas y su amistad de mujeres. Nueve entre diez de mis amistades con niñas se hunden en el punto critico “cuando la corriente y el río confluyen”, y las niñas amigas, en un tiempo tan cariñosas, se convierten en amistades carentes de interés en las que no siento deseos de fijar mis ojos de nuevo.” (P.112)
Los cuentos, expresan la simpatía que Carroll despertaba en estas muchachas; en ninguno de ellos se registran marcas que pongan en escena otro tipo de relación entre el poeta y sus amigas:
“Para mí todo resultaba perfecto, pero es extraordinario que él nunca pareciera cansarse o desear otro tipo de gente. En una ocasión se lo dije, puesto que ya me había hecho mayor, y me contó que su mayor placer era conversar libremente con una niña y descubrir las profundidades de su pensamiento. (…) Se acostumbró a escribirme y yo a él también después de este verano, y la amistad, que comenzó de esta manera, perduró. Sus cartas constituyeron una de las grandes alegrías de mi infancia.” (Gertrude Chataway, p. 58)
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