El lugar de la madre

El sábado 23 de septiembre se cumplieron cincuenta años de la muerte de Pablo Neruda. Libro de Arena lo recuerda con este poema que rastrilla los campos de la infancia, en donde  encuentra el amor de una madre que va a ocupar de la suya propia, perdida a los pocos días de nacer. Acompañamos el poema con un comentario de María Pía Chiesino



La Mamadre 

 

La mamadre viene por ahí, 

con zuecos de madera. Anoche 

sopló el viento del polo, se rompieron 

los tejados, se cayeron 

los muros y los puentes 

aulló la noche entera con sus pumas, 

y ahora, en la mañana 

de sol helado, llega 

mi mamadre, doña 

Trinidad Marverde, 

dulce como la tímida frescura 

del sol en las regiones tempestuosas 

lamparita 

menuda y apagándose 

encendiéndose 

para que todos vean el camino. 

Oh dulce mamadre 

-nunca pude 

decir madrastra-, 

ahora 

mi boca tiembla para definirte 

porque apenas 

abrí el entendimiento 

vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro, 

la santidad más útil; 

la del agua y la harina, 

y eso fuiste: la vida te hizo pan 

y allí te consumimos 

invierno largo a invierno desolado 

con las goteras dentro 

de la casa 

y tu humildad ubicua 

desgranando 

el áspero 

cereal de la pobreza 

como si hubieras ido repartiendo 

un río de diamantes. 

Ay mamá, cómo pude 

vivir sin recordarte 

cada minuto mío? 

No es posible. Yo llevo 

tu Marverde en mi sangre 

el apellido 

del pan que se reparte 

de aquellas 

dulces manos 

que cortaron del saco de la harina 

los calzoncillos de mi infancia, 

de la que cocinó, planchó, lavó, 

sembró, calmó la fiebre, 

y cuando todo estuvo hecho 

y ya podía 

yo sostenerme con los pies seguros, 

se fue, cumplida, oscura, 

al pequeño ataúd 

donde por vez primera estuvo ociosa 

bajo la dura lluvia de Temuco. 

 

 

 

 

Por María Pía Chiesino 

  

Este hermoso poema está en “Donde nace la lluvia”, que es el primer libro del Memorial de Isla Negra, un poemario publicado por Neruda en 1964, a los sesenta años de edad, que es algo así como una “autobiografía lírica”. Los poemas del primer libro se refieren a su infancia en Temuco, a la escuela, a la figura de su padre, (trabajador ferroviario), al paisaje, a su timidez, a los libros, al sonido del tren nocturno… 

Y también está este poema, dedicado a Trinidad Marverde, la mujer de su padre, la persona que lo crió y que supo reemplazar en el amor a esa madre que Neruda perdió a los pocos meses de nacer. 

Cuando leo este poema, siempre me conmueve la ternura con la que el poeta se refiere a esta mujer humilde, que vivía con un hombre que permanentemente viajaba por su trabajo y que se ocupaba de la crianza de sus hijos. 

El poeta la llama “mamadre”, duplicando el sonido entrañable de la primera sílaba de la palabra con la que hubiera llamado a Rosa Basoalto, la mujer de quien nació. Menciona expresamente el rechazo que le produce la palabra “madrastra”. Los recuerdos de la mamadre son los de aquella mujer que lo calma cuando tiene miedo de una tormenta, la que le cose la ropa con lo poco que hay, la que calma su fiebre y lo ayuda a crecer. 

Hay una zona del poema particularmente conmovedora, en la que el yo lírico reconoce que por 

el lugar que ella ocupaba en sus vidas (la identifica con el pan, lo mínimo para llevarse a la boca), la consumieron invierno tras invierno. Hay un reconocimiento de la generosidad de la mamadre, y del “egoísmo” de la familia de la que se ocupó permanentemente. Nada sobraba en el hogar de un ferroviario, sin dudas. Pero ella hizo todo lo necesario como para que Neruda y sus hermanos padecieran la pobreza lo menos posible. 

Trinidad Marverde era la madre del hermano mayor de Neruda, y murió cuando el poeta ya era un hombre de treinta y cuatro años. Lo crió como propio, porque amaba al padre y también, seguramente por la piedad que le despertaba que fuera huérfano desde tan pequeño. 

Lo que queda claro cuando se lee este poema, es que la mamadre trabajó de manera incansable hasta que sus hijos tuvieron edad para no necesitarla. El poeta se reprocha a sí mismo el no haberla recordado lo suficiente y le reconoce ese último gesto de morirse “cumplida”, es decir, habiendo hecho todo lo que se necesitaba de ella, y “oscura”, es decir, sin llamar la atención. 

Finalmente no tiene que seguir atendiendo a la familia. Puede estar “ociosa”, como bien se expresa. 

Pero la lluvia de Temuco, sigue cayendo y sigue siendo tan dura sobre su ataúd, como lo era cuando, eventualmente, en algún breve momento de reposo, la mamadre podía mirarla un rato por la ventana. 


Memorial de Isla Negra Tomo I Donde nace la lluvia
Pablo Neruda
Losada, 1964.


 

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