Entrevistas breves con hombres repulsivos
Hoy se cumplen quince años de la muerte del narrador estadounidense David Foster Wallace. A pesar de que sus publicaciones tenían éxito de crítica (se lo comparó con Irving y con Pynchon), de su trabajo en distintas universidades y de haber recibido siendo muy joven algún premio y alguna beca, la depresión que padecía pudo más. A los 46 años Wallace decidió que no valía la pena seguir en este mundo. Lo recordamos con tres relatos breves, incluidos en Entrevistas breves con hombres repulsivos, su segundo libro de cuentos.
Historia radicalmente concentrada de la era postindustrial
Cuando fueron presentados, él hizo un comentario ingenioso porque quería caer bien. Ella soltó una risotada estrepitosa porque quería caer bien. Luego los dos cogieron sus coches y se fueron solos a sus casas, mirando fijamente la carretera, con la misma mueca en la cara.
Al hombre que los había presentado no le caía demasiado bien ninguno de los dos, pero fingía que sí porque le preocupaba mucho tener buenas relaciones con todo el mundo. Después de todo, nunca se sabe, ¿verdad que no? ¿Verdad? ¿Verdad?
Otro ejemplo más de la porosidad de ciertas fronteras (Xl)
Igual que en todos los demás sueños, estoy con alguien a quien conozco y no sé de qué, y de pronto ese alguien me dice que estoy ciego. Literalmente ciego, invidente, etcétera. O bien es en presencia de esa persona cuando me doy cuenta de pronto de que soy ciego. Y lo que me pasa cuando me entero es que me pongo muy triste. De alguna forma la persona se da cuenta de lo triste que estoy y me avisa de que llorar me va a perjudicar los ojos por alguna razón y va a empeorar la ceguera, pero yo no puedo evitarlo. Me siento y empiezo a llorar mucho. Me despierto llorando en la cama y lloro tanto que no puedo ver ni pensar ni hacer nada. Mi novia se despierta preocupada y me pregunta qué me ocurre, y todavía pasa un minuto o más hasta que consigo calmarme lo bastante y darme cuenta de que estaba soñando, que en realidad no estoy ciego y que estoy llorando por nada, entonces le hablo a mi novia del sueño y ella me da su opinión. Durante todo el día mientras estoy trabajando soy increíblemente consciente de mi visión y de mis ojos y de lo bueno que es poder ver los colores y las caras de la gente y saber exactamente dónde estoy, y de lo frágil que es todo, el mecanismo de la visión humana y la capacidad de ver las cosas, de lo fácil que puede perderse, de que siempre estoy viendo gente ciega con bastones y con expresiones raras en la cara y siempre me resulta interesante observarlos durante un par de segundos sin pensar nunca que tengan nada que ver conmigo o con mis ojos, y de que es simplemente una feliz coincidencia que yo pueda ver en lugar de ser una de esas personas ciegas a quienes veo en el metro. Y durante todo el día en el trabajo, cada vez que todo eso me viene a la cabeza, me desplomo otra vez y estoy a punto de romper a llorar y lo único que me disuade de llorar es que las separaciones entre los cubículos son muy bajas y todo el mundo puede verme y se preocuparían, y todo el día después del sueño es así, y resulta infernalmente cansado, mi novia diría que es emocionalmente agotador, y ficho temprano y me voy a casa y estoy tan cansado y tengo tanto sueño que apenas puedo mantener los ojos abiertos y cuando llego a casa me voy directo a la cama y me meto en ella aunque sean las cuatro de la tarde y me quedo prácticamente amodorrado.
El diablo es un hombre ocupado
Y cuando encontraba algo que estaba nuevo o cuando limpiaba el cobertizo de las máquinas o la bodega a menudo papá descubría que tenía algún trasto que ya no quería y del que tenía que librarse y como estaba muy lejos para llevarlo en la camioneta hasta el vertedero o a la tienda Goodwill del pueblo llamaba por teléfono para poner un anuncio en el Trading Post del pueblo para regalarlo a quien lo quisiera. Porquerías como un sofá, una nevera o una caña vieja. El anuncio decía: Es gratis ven y llévatelo. Y aun así siempre
pasaba un tiempo desde que lo ponía hasta que alguien llamaba y el trasto se quedaba en el porche molestando a papá hasta que uno o dos tipos del pueblo llegaban por fin a casa para echarle un vistazo. Y resultaba que se mostraban desconfiados y ponían una cara impenetrable como si estuvieran jugando a cartas y daban vueltas alrededor del trasto y lo tocaban con la punta del zapato y decían: Dónde lo has encontrado qué le pasa cómo es que tienes tantas ganas de librarte de él. Negaban con la cabeza y hablaban con su parienta y dudaban todo el tiempo y sacaban a papá de sus casillas porque lo único que él quería era regalar una caña vieja a cambio de nada y sacarla del porche y en cambio allí seguían robándole su tiempo y obligándole a dar más y más rodeos con aquella gente para convencerlos de que se la llevaran. Hasta que se cansó y entonces cada vez que quería librarse de algo lo que hacía era colocar un anuncio en el Trading Post y poner cualquier precio idiota que se inventaba sobre la marcha cuando hablaba por teléfono con el tío del
Trading Post. Cualquier precio idiota que fuera prácticamente nada. Rastra Vieja Con Dientes Un Poco Oxidados $5, Sofá Cama JCPenny Verde y Amarillo $10 y rollos por el estilo. Y entonces pasó que llamaba la gente el primer día que el Trading Post publicaba el anuncio y se acercaban desde el pueblo y hasta venían de otros pueblos más lejanos donde también se recibía el Trading Post y aparcaban removiendo toda la grava y apenas miraban el trasto e intentaban que papá se quedara con los cinco dólares o los diez dólares como fuera antes de que alguien más se lo pudiera quedar y si era algo pesado como el sofá yo les ayudaba a cargarlo y se lo llevaban en un santiamén. Ponían una cara distinta, igual que sus mujeres en la camioneta, estaban contentos y sonrientes y cogían a la parienta por la cintura y se despedían de papá con la mano cuando se alejaban. Muertos de felicidad por haberse llevado una rastra vieja por prácticamente nada. Le pedí a papá que me explicara cuál era la moraleja de aquello y me dijo que debía de ser que no se podía enseñar a cantar a un cerdo y luego me dijo que fuera a sacar la grava de la zanja con el rastrillo antes de que se le jodiera el desagüe.
David Foster Wallace
Penguin Random House, 2011.
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