Ana María Shua: "Cuando uno empieza a escribir para chicos tiene que superar una enorme soberbia "

En la primera parte de la charla con AnaMaría Shua, que se realizó en La Nube, como parte del ciclo "Encuentros con autores de literatura infantil y juvenil", la escritora habla de que no hay que tenerle miedo a la lectura de libros buenos o malos. Los libros que son recomendados con fervor siempre ayudan a construir nuevos lectores y abren el camino de la lectura. Lo importante es la relación de pasión e interés por leer que el adulto es capaz de transmitir a niños y jóvenes. Para la autora la literatura infantil se define por el público al que se destina como producción, en cambio la literatura juvenil resulta de la lógica de mercado y la necesidad de segmentación del público en consumidor. Además, en el diálogo con Mario Méndez, la escritora contó sobre cuáles fueron las experiencias, lecturas y autores que sirvieron como punto de apoyo para desarrollar su escritura, la inquietud por los temas para niños, la importancia de los cuentos populares en su obra. Libro de arena publicará la segunda parte de la entrevista el viernes próximo.




Mario Méndez: Bueno…está concurrido hoy, por suerte. El miedo, cuando uno invita amigos tan importantes es que después vengan cuatro o cinco personas, pero por suerte somos muchos y vale la pena. Estamos con Ana María Shua. Es un orgullo, un placer, un honor, así que vamos a aprovechar la charla con ella. El lunes pasado, Ani, estuvimos hablando mucho de tu obra, leímos tu biografía. Todos saben que sos una autora reconocida a nivel nacional e internacional, muy traducida, premiada, con mucha obra publicada, dedicada, por un lado a la literatura de adultos, y por el otro, (que es el eje que vamos a tomar más), a la literatura infantil y juvenil. Bienvenida.

Ana María Shua: Bueno, muchísimas gracias. Encantada de estar aquí con ustedes.

MM: Bien. Vamos a empezar por esta cuestión de la división entre la literatura para adultos y la literatura destinada a niños y jóvenes. ¿Cómo vivís vos esa diferencia?

AMS: Yo creo que hay una diferencia clara y obvia. La literatura infantil se define por el receptor. Está dedicada a los niños Me parece que la existencia de la literatura infantil está clara. Por eso, la pregunta alrededor de esta literatura es siempre la pregunta por los límites más que por la existencia. En cambio, la literatura juvenil está más en duda. Ahí sí vale preguntarse si existe o no existe. ¿Qué es la literatura juvenil? Yo tengo mis dudas. Para mí, no existe.

MM: Mirá vos. Te adelantaste a una polémica que acá venimos desarrollando desde el año pasado.

AMS: Según hasta dónde se considere juvenil. Hasta doce años, acepto. Pero después, darles literatura  pre masticada especial para adolescentes, eso ya no me convence.

MM: ¿Te parece que es más un fenómeno editorial? ¿De mercado?

AMS: Sí, me parece que es un fenómeno editorial, de mercado, que no tiene nada de malo, como esas sagas del tipo de Crepúsculo, y unas cuantas más que andan por ahí. Todo lo que sirva para atraer lectores, bienvenido sea. No tengo nada en contra. Pero me parece que desde un docente o desde un colegio secundario, lo que hay que proponer es literatura a secas. Hay cosas muy lindas, atractivas, interesantes y de alta calidad, que me parece que pueden enganchar a chicos de trece, catorce, quince años.

MM: El límite lo pusiste. Por ejemplo, la serie azul de Alfaguara es para chicos de doce, trece años. ¿Qué pasa con esas experiencias de lectura que parecen anticipadas? Te doy un ejemplo concreto. A mi hija, que está en segundo año, le han pedido como lectura en el colegio, El mar que nos trajo, de Griselda Gambaro, que es una hermosa novela. Pero me da temor que sea prematuro. Que le espante el gusto y que no pueda aprovechar ese libro.

AMS: El mar que nos trajo es un libro bellísimo. Quizás no le interese, pero lo que creo es que si a la profesora ese libro le gusta, si le apasiona, si la conmovió, de alguna manera va a saber transmitírselo. Yo les digo a los docentes cuando me preguntan qué darles a los adolescentes, que no piensen en literatura especial para chicos. Que piensen en algo que los haya perturbado, conmovido, emocionado a ellos mismos… y seguro que eso van a poder transmitirlo. Y si a tu hija no le gusta, y qué.. ¡Hay tantos libros que a uno no le gustan! Incluso libros mucho más sencillos que el de Griselda Gambaro.

MM: Y el valor que podría tener la literatura juvenil como introductoria a la lectura, ¿Cómo lo ves?

AMS: Para mí, todo lo que sirva para acercar a un chico a la lectura, vale. No hay ningún mal en ello. No veo que esos libros causen ningún daño, ni traigan ningún problema, aunque a mí no me gusten o no me interesen. Todo puede ser un puente por el que entra “la semilla del mal”. Donde entra un libro se está abriendo un camino, y ya es posible que entren otros. No veo ningún inconveniente en proponer que los chicos lean esos libros. Uno ha leído tanta mala literatura cuando era chico o cuando era joven, y no le hizo nada. Quizás en ese momento lo disfrutaba y eso me llevó a leer otros libros. Una característica de la literatura pobre o mala es que es muy convencional. Repite cosas que uno ya leyó un montón de veces. Pero para un chico que no tiene tantas lecturas y quizá todavía no leyó eso un montón de veces,  hay una serie de trucos literarios y de efectos que van a parecerle nuevos, aunque el autor esté robando o repitiendo cosas que otros hicieron mejor. Entonces, vale. Sirve.

Asistente: Si lo eligen ellos, porque también es difícil recomendar algo que a uno no le gusta.

AMS: Por supuesto. Uno tiene que recomendar lo que le gusta a uno. Aun sabiendo que quizá no coincida con el gusto del adolescente. Es lo mismo que nos pasó a nosotros. Me acuerdo que yo era una apasionada lectora, y mi mamá me hablaba de un libro que a ella le había parecido maravilloso, que era El hombrecillo de los gansos, de Jakob Wassermann. Yo llegué a ese libro entusiasmadísima, pensando en la maravilla que me iba a encontrar, y me resultó insoportable, aburridísimo, no le encontraba ni pies ni cabeza. No importa. Leí otras cosas. Pero ella hizo bien en recomendármelo, de todas maneras, porque a ella le había gustado.

MM: Está bueno ese concepto que les das a los docentes. Que acompañen desde el gusto.

AMS: Desde su propio interés. Seguro. Por eso no me preocupa lo de El mar que nos trajo para tu hija.

MM: Igual, yo acompaño, y le digo que es bueno de verdad. (Risas)

Asistente: Es bueno que la literatura en el colegio incorpore buenos temas y charlarlos. No sé si tu preocupación era por eso…

MM: Mi preocupación concreta, porque creo que la función de la literatura juvenil a veces es preparar lectores, es que a ese libro no vuelva porque lo tomó prematuramente. El mar que nos trajo, que es una novela que me encanta, no me parece una novela para una nena de catorce años.

AMS: ¡Sí! Es totalmente para catorce años. (Risas). Me parece la novela ideal.

MM: Ojalá…

AMS: Tristísima, eso sí.

MM: Muy.

Asistente: Depende. Puede haber libros para chicos muy lectores y otros no. Por eso yo siempre propongo llevar al aula la caja de lectura y que los chicos elijan. Y ahí se ve que los chicos eligen de acuerdo con sus lecturas. Hay distintos niveles de lectura y hay que usar distintas estrategias.

AMS: Eso es absolutamente así. Y también… Yo acabo de releer David Copperfield. La había leído de chica y no me había gustado nada. Era demasiaco chica. Me había encantado Oliver Twist, que es muchísimo más truculenta que David Copperfield, y me había gustado porque pasaban cosas espantosas todo el tiempo. Y el personaje sufría muchísimo y le hacían cosas horribles. Los sufrimientos de David Copperfield son mucho más sutiles. Mucho más espirituales. Y el libro me había aburrido espantosamente. ¿Y qué? (Risas). Después volví a leerlo de grande y lo disfruté de otra forma.

Asistente: Yo también lo leí hace tantos años, y todavía me acuerdo de la institutriz.

AMS: De Peggotty.

MM: Eso de que ningún libro hace daño me encanta para contarte una polémica…

AMS: Me acuerdo de que mucha gente se ponía muy nerviosa en la época de los libros de Elige tu propia aventura, que les parecía algo malo, dañino, enfermante, como si a los chicos les fuera a pasar no sé qué por leer esos libros. Y en realidad era una colección en la que, como en todas, había algunos libros malos y otros buenos. Había algunos que nos encantaban, a mí, y a mis tres hijas. Y había otros que nos parecían aburridísimos. Pero no hacían daño.



MM: El otro día, te cuento y participo al grupo, en una clase en la facultad, una alumna, casi una adolescente, porque mis alumnas tienen más o menos diecinueve años, recién salen del secundario, dijo que había libros que un editor no debería publicar, porque son dañinos desde el punto de vista ideológico. Se armó un lío bárbaro. Y usó como ejemplo estos que mencionaste de Crepúsculo, por una cuestión ideológica, y los de las sombras de Grey porque incentivan lo de la mujer como objeto, el masoquismo, la sumisión. Vos decís que no hay libros dañinos. ¿O sí?

AMS: Bueno, quizás, Mein Kampf. Mi lucha, de Hitler, que está prohibido, pero en fin…

MM: Se vende en los kioscos del subte.

AMS: Absolutamente. Y, de hecho, yo no lo leí y me interesaría leerlo. Porque quiero saber qué era lo que decía ese hombre, qué era esa palabra que logró provocar ese efecto en tanta gente. Si hay un libro que odio es El Principito, y sin embargo no se lo negaría a nadie. (Risas).

MM: ¿Por qué?

AMS: Odio El Principito, porque lo considero un libro de autoayuda espiritual para niños. (Risas). Y porque durante años me hablaron tanto de ese maravilloso libro que era El Principito, que en algún momento no se conseguía, o no lo encontraba. Yo nunca podía conseguir ese libro que finalmente me llegó cuando tenía doce años, y cuando lo leí me produjo una decepción inmensa. Porque era un libro en el que no pasaba nada. Era como un libro de lecciones de vida. Lecciones morales de cómo había que vivir y qué había que hacer, y cómo había que comportarse en la vida. A mí me interesaba la narración. Y a ese libro le faltaba narración. Muchos años después hice una nueva traducción de El Principito, en el momento en el que se iban a  cumplir cincuenta años de publicado. Yo no sé si ustedes saben que para que un libro se considere de dominio público, hoy tienen que pasar setenta años de la muerte del autor. En esa época, eran cincuenta. Y una editorial me pagó muy bien  para hacer una nueva traducción de El Principito, y publicarlo cuando se cumplían los cincuenta años de la muerte de Saint Exupery. En ese momento cambió la ley, pero yo ya había cobrado. (Risas). Así que este señor se quedó con la traducción. Ya no falta tanto para que se cumplan los setenta y supongo que lo publicará.

Asistente: ¿Y cuándo lo leíste de grande para traducirlo siguió sin gustarte?

AMS: Sí. No es el tipo de literatura que a mi me gusta. Lo tomé con cierto respeto, pero también hay cuestiones de gusto personal. Más allá de que algo sea bueno o malo, o literatura de alta calidad, hay cuestiones de gusto, y no es el tipo de literatura que a mí me interesa. Y además me parece asquerosamente machista. (Risas). Lo femenino es la rosa. Igual que en Los Pitufos. Hay muchas clases de hombres. Pero mujer hay una sola. Y tiene todas las peores características que se atribuyen a lo femenino.

MM: Tenés razón… el que te pagó la traducción te va a hacer un juicio. (Risas). El otro día me atreví a cantarles el estribillo de “Catéter por aquí/ y plasma por allá/ el que entra en esta sala/ no sale nunca más”, de Soy paciente. Acaba de ser traducido al francés, ¿no?

AMS: Sí.

MM: Y hubo una crítica muy importante de esta novela en Le Monde. La menciono porque fue tu primera novela. ¿Cómo llegaste luego a la literatura infantil y juvenil?

AMS: Empecé a publicar para adultos. Cuando tenía dieciséis años publiqué mi primer libro de poesía, con un premiecito del Fondo Nacional de las Artes. Después, Soy paciente, con un premio de Editorial Losada. Después salió un libro de cuentos que tenía de antes, que se llamaba Los días de pesca. Después salió Los amores de Laurita, después, La Sueñera, que son micro relatos. En 1988, cuando estaba saliendo mi segundo libro de cuentos, Viajando se conoce gente, empezaba también a producirse un cambio muy grande en relación con el tema de la literatura infantil y juvenil. Estaba desapareciendo el libro de lectura, y por primera vez entraba la literatura infantil en las escuelas. Muy conscientes de esto, las grandes editoriales pensaron en cómo meterse en ese mercado tan interesante. Sudamericana, hasta entonces, publicaba sólo a María Elena Walsh. Era la única autora infantil que tenía.  En ese momento, en el 88,  decidieron abrir su Departamento de Literatura Infantil, y la pusieron al  frente a Canela. Y ella les dijo: “Ustedes la tienen a Ana María Shua, es autora de la casa, tiene chicos chiquitos, seguro que algo debe contarles”. Me llamó por teléfono, vino a verme, amabilísima como es ella, encantadora, y me propuso escribir para chicos. Y yo pensé que esa era la oportunidad que tenía para dejar la publicidad. En ese momento yo trabajaba todavía como redactora publicitaria en una agencia.  Así fue como escribí los primeros libritos para Sudamericana. Los primeros en ser publicados fueron La batalla entre loselefantes y los cocodrilos, y Expediciónal Amazonas, de la famosa colección Pan Flauta. Así empecé.

MM: ¿Y te resulta muy diferente el proceso de escritura para la literatura infantil que para la de adultos?

AMS: Quizá el proceso de escritura no es tan distinto. Pero creo que cuando uno empieza a escribir para chicos tiene que superar una enorme soberbia, que redunda en un efecto inmediato de autocensura. La soberbia consiste en tener la idea de que, a través de su literatura, uno va a modificar la psiquis de los niños que van a ser los hombres del mañana y entonces va a conseguir que todos vivamos en un mundo mejor. Cambiar el mundo. Nada menos. Eso lleva a que uno sienta una enorme responsabilidad y lleva, indefectiblemente, a la autocensura y a la moralina. Es muy difícil superar ese tema. Hay que hacerlo muy consciente para poder librarse de esa especie de soberbia, tener un poquito de humildad y limitarse a contar buenas historias. Otra cosa que pasaba mucho en ese momento era que veníamos de muchos años, en la Argentina, de una literatura infantil muy pasada por lavandina. Era la época de una especie de psicopedagogía mal entendida, que suponía que la frágil psiquis de los niños debía ser protegida de todas las formas posibles, entonces, los cuentos y las historias no podían tener conflictos serios. Todo tenía que ser muy suave, muy liviano. Tengo muchas ediciones de esa época de cuentos populares, en las que, por ejemplo, el lobo no se come a la abuelita ni a Caperucita, sino que sólo las asusta, y ellas se esconden. Entonces, cuando viene el leñador tampoco tiene que abrirle la panza, sino que solo lo amenaza con un palo. Todo es mucho más “light”. Lo que hacían nuestros mejores autores en esa época, era escribir con humor, porque era lo único que les permitía rodear esa censura muy fuerte que pesaba sobre la literatura infantil. Siempre tenemos censura y autocensura en la literatura infantil,  yo no digo que eso esté mal, porque todos tenemos una idea de qué es lo que se debe y lo que no se debe contar a los chicos. No es que a los chicos se les cuenta y se les dice todo. Cada uno tiene sus propios límites e ideas acerca de lo que es correcto o lo que no. La sociedad tiene las suyas y la escuela también. Y a veces hay conflicto entre una cosa  y otra. Yo decidí, que a pesar de que escribía con mucho humor, para chicos no iba a usarlo tanto, porque me parecía que ya había demasiado. Y traté de encontrar otros caminos.

MM: ¿Habías leído mucha literatura infantil cuando Canela te hace esta propuesta?

AMS: Sí, porque tenía a mis hijas chicas y era difícil encontrar qué leerles. Después de dar un vistazo general por lo que había en ese momento en el mercado en literatura infantil argentina, empecé a buscar otras cosas. Hay que decir que no había tanto. Estaba María Elena Walsh, por supuesto, de quien siempre me gustaron muchísimo las poesías y nada la narrativa. Nunca pude con Dailan Kifki. Ni con los Cuentopos de Gulubú… eso no. Pero la poesía me parecía algo superior, maravilloso y de lo que disfrutaba enormemente. Y por supuesto las canciones, que compartía con mis hijas. Estaba Graciela Cabal, había alguna cosa de Graciela Montes, y poco más. Entonces me puse a buscar esa otra literatura infantil, la eterna, la de los cuentos populares. Para que a un chico o a un grande les interese una historia, tienen que jugarse cuestiones importantes. Tiene que haber problemas serios, cuestiones de vida o muerte. No puede ser que al pajarito le llueva sobre el nidito, y los otros animalitos traigan hojitas para poner arriba del nidito y no caigan las gotitas. No es interesante. A menos que los pichones se estén por morir. Entonces sí. (Risas). Eso ya le da un poco de sal y pimienta. Empecé a buscar otro tipo de literatura para leerles a mis hijas. Encontré a Roald Dahl, que es espantoso y genial. Nadie escribió cosas tan espantosas y tan horribles para los niños. Y son libros maravillosos que a los chicos les encantan y a mí también. Estaba La historia interminablede Michael Ende, que es larguísimo y se los leí seis veces de punta a punta. Y después volví a los cuentos populares. Encontré los Doscientos cuentos populares, de Ítalo Calvino, que estaban editados por la Librería Fausto. Y se los leí muchas veces. Como uno les lee a los chicos. Eso me ayudó  a comprender el universo del cuento popular. Después leí Las Mil y Una Noches, la recopilación de cuentos rusos de Afanasiev, los hermanos Grimm… y ya tenía con qué comparar. Eso es lo que les leía en ese momento. Un par de años después se me ocurrió la idea de proponer en Sudamericana La fábrica del terror, que tenía un trabajo con el miedo y con los cuentos populares. Tiene un esquema que después repetí, que es una mezcla de cuentos adaptados y cuentos míos, cuentos propios en los que aparecen como personajes seres sobrenaturales de determinadas culturas. Pero ya no son adaptaciones, son cuentos inventados por mí. Después de cada uno de los cuentos, doy una pequeña explicación. De dónde salió el cuento, si es una adaptación que hice de un cuento que ya existía o si lo inventé yo, qué características tiene, y qué recursos se usaron para dar miedo. Me irrita mucho la gente que roba cuentos de la literatura popular y no dice de dónde los sacó. Hace como si los hubiera inventado. Hay mucho de eso. Si el cuento no lo inventé yo, quiero tener la honestidad de decirlo. Además me parece muy interesante para el lector, aunque sea un chico, saber de dónde salió ese cuento, a qué cultura pertenece, a qué pueblo, por qué se cuenta de esa manera. Cada vez que trabajo con cuentos populares hago ese pequeño comentario  explicando de dónde salieron.



Asistente: ¿La fábrica del terror es un libro o es una colección?

AMS: Es un libro. En realidad hay dos. La fábrica del terror, y La fábrica del terror 2.

MM: El lunes pasado decíamos, incluso leímos un par de explicaciones y el prólogo. Leímos el de los gatos que se comen viva a una mujer. Además lo explicás. No es un cuento de fantasmas. Acá lo terrible es que sensación de que a alguien lo comen vivo.

AMS: Es que no hay nada tan terrible como esa idea que se repite en todos los pueblos y en todas las culturas, de que los monstruos no solo son horribles, sino que además se comen a la gente. De ahí sale la idea de Los devoradores.

MM: ¿Y la investigación cómo la hacés? Porque hay muchísima investigación. Tanto para los cuentos populares y tradicionales como para los de terror.

AMS: Yo tengo ya ese conocimiento de base, de haberles leído a mis hijas cuando eran chicas. Después, cuando empecé a hacer este tipo de trabajo de buscar seres sobrenaturales de distintas culturas, al principio traté de ir a bibliotecas. Pero es muy difícil acá trabajar en bibliotecas. No sé si sigue siendo tan difícil, porque ya hay muchas que están informatizadas. Pero hace unos años era complicado. Uno tiene que pedir de a tres libros por vez, hasta que le traen esos tres libros quizá pasa media hora. Además, uno está pidiendo libros que no conoce, entonces, puede pasar que uno lo abre, lo mira, y enseguida se da cuenta de que ese libro no le sirve. Entonces tiene que devolverlos y pedir otros tres, y empezar otra vez a llenar otra ficha. Es un trabajo infinito. Entonces empecé a buscar en librerías. Descubrí dos colecciones españolas muy buenas que traen cuentos populares. Una es Libros de los Malos Tiempos, de la editorial Miraguano,  y otra es José J. de Olañeta. Iba comprando lo que encontraba. Estábamos en la época del uno a uno y como yo leo inglés empecé a comprar en Amazon. En inglés está todo. Han traducido cuentos populares de las más diversas culturas del planeta. Compraba alegremente en Amazon hasta que se terminó el uno a uno, y ahí se terminó mi felicidad… hasta que me di cuenta de que en Amazon se pueden comprar libros usados. Son muy baratos. Algunos casi los venden por el precio del correo. No sé cómo estará ahora, pero en un momento, si uno compraba directamente en Amazon se lo mandaban a su casa. Pero si uno compraba usado, aunque compraba a través de Amazon, el vendedor era una pequeña librería, y las pequeñas librerías no trabajan con la Argentina. Como tengo una hermana en Estados Unidos, los hacía mandar a la casa de ella. Así fui formando una biblioteca grande de literatura popular, anónima, de muy diversas culturas.

MM: También trabajás bastante con el humor. Sobre todo en las poesías o en libros como el de las mascotas inventadas. ¿Cómo te llevás con el humor, y con lo difícil que es hacer reír a los chicos?

AMS: El humor, para mí, es lo natural. Es parte de mi personalidad, entonces no tengo que proponerme trabajar con humor. Es al revés. Yo tengo que proponerme si quiero trabajar sin humor. El humor me sale naturalmente. Y los chicos se ríen de lo mismo que se ríen los grandes, no es tan diferente.

MM: A veces me parece (me pasó como maestro) que algunos autores que a mí, adulto, me hacen reír, a los chicos no. Yo les leía y estaba esperando que los pibes se rieran, y se me quedaban mirando. Me parece que vos sí lo lográs. Las cosas que odio, que estuvimos leyendo el lunes pasado, es muy gracioso. ¿Más poesía para chicos escribiste?

AMS: No, no escribí más poesía. Tengo las que no entraron en Las cosas que odio, por razones de censura. Había alguna que tenía que ver con la maestra, con la directora de la escuela, y Alfaguara no se animó a publicarlos. (Risas). Sin embargo muchos después salieron hasta en manuales escolares, esos mismos inéditos. Pero no se animaron, a pesar de que eran muy inocentes. Por ejemplo, el de la maestra se llamaba “Mi maestra es un monstruo”, y terminaba diciendo: “Yo sé que mi maestra es buena/ sólo digo que me da un poco de miedo/ cuando saca sus tentáculos y antenas”. (Risas). Otro que no pasó fue el del odio al hermanito, y el otro fue el del odio a las amigas de mamá, que quizás era un poco violento. (Risas).

MM: El odio al hermanito es un clásico. Debería entrar. Quizá es una censura no sólo del mercado…

AMS: Hay que decir que en la literatura infantil, además de la autocensura de los autores, de lo que creemos que se debe o no se debe contar a los chicos, tenemos mucha censura por parte de la escuela y de las editoriales. Yo creo que la escuela tiene derecho a decidir qué entra y qué no entra, pero si la escuela deja un espacio, la editorial quiere asegurarse de que va a entrar, porque para que el libro se venda lo tienen que adoptar los docentes. Por razones naturales,  de supervivencia, la editorial quiere asegurarse de que el libro va a ser aceptado en la escuela. Así es como no tenemos un solo libro de literatura infantil en la Argentina, en el que los chicos hablen como hablan en realidad los chicos argentinos hoy. Los chicos argentinos usan muchas malas palabras, pero no hay un solo libro de literatura infantil en el que los chicos hablen normalmente, porque eso no entra en la escuela. No me parece mal. Quizá es una pena que no haya otro sector de literatura que enganche a los chicos por fuera de la escuela. Me impresiona un poco cuando veo que en el verano las ventas caen tan bruscamente, y me acuerdo de que cuando yo era chica, en el verano era cuando más se leía.

MM: Eso también es curioso. Muchas de las personas presentes son maestras, o bibliotecarios, o gente que está cercana a la docencia, y es impresionante cómo está incorporado en los chicos. Los chicos leen algo en donde dice “boludo”, una palabra que usan todo el tiempo, como si todos se llamaran así, y se escandalizan. No se puede poner en un libro.

AMS: Porque están acostumbrados a que “en los libros, no”. Quizá lo ven todos los días en la televisión, o lo escuchan por radio, y ni fu ni fa. Pero no están acostumbrados a que aparezca en un libro.

MM: Habrá que trabajar con eso…

Asistente: Como en el libro de Roldán, ¿te acordás?

MM: No. ¿Cómo era?

Asistente: En uno de los del Pajarito Remendado: “Pata-Peta-Pita-Pota- Puta”. Los chicos se ríen porque el libro tiene malas palabras… pero ellos hablan así.

Asistente: La pregunta sobre el humor que hiciste… ¿El humor para los chicos está más relacionado con el absurdo?

AMS: No sé. Me parece que hay muchos tipos de humor que pueden hacer reír a los chicos. Uno es el absurdo, pero también otras formas de humor.

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