Laura Escudero: "La razón por la que escribo es la búsqueda de un desafío"
¿Qué tan seguros estamos sobre lo que llamamos real?¿ qué hay del modo en que el lenguaje nos hace creer en eso real? ¿qué pasa con el equívoco que infunde a veces? ¿qué pasa con el entendimiento de los otros, cuando el diálogo es en verdad con uno mismo? En el filo recto del lenguaje se define lo que tiene sentido y lo que no, lo absurdo, lo verosímil. La escritora Laura Escudero se pregunta estas cuestiones e inquieta la conversación literaria a la vez que indaga en su propia obra, en la entrevista realizada por Mario Méndez en el marco del ciclo de "Encuentros con escritores de literatura Infantil y Juvenil". La segunda parte de la charla con la autora, que tuvo lugar en la biblioteca La Nube el 28 de abril de este año, sigue en detalle su obra y es publicada hoy por Libro de arena.
MM: Vamos a hablar de las novelas. En 2005 salen dos novelas tuyas. Una premiada que es Encuentro con Flo, que gana el Premio Barco de Vapor, y la primera, muy reciente, que es Heredé un fantasma. Son muy distintas. Hablamos de eso el otro día. Una de las cosas que más nos llamó la atención, es la gran diversidad en tu escritura, aun que encontramos puntos en común. Había algo con la adaptación. ¿Cómo era?
Asistente: Yo
encontraba que en general los personajes tienden a adaptarse a una situación
dada. Pasa algo que modifica la realidad y el personaje se adapta.
LE: Quizá
esa es la razón por la que yo escribo. Mis personajes están en situaciones
incómodas, porque se necesita un conflicto. Yo trato de que mis proyectos de
escritura sean un problema a resolver, un desafío, algo que me resulte difícil.
En cada novela tiene que haber algo que nunca abordé antes, al menos. Y que
tengo que resolver. Igual que mis personajes, necesito de la incomodidad. Se
crece cuando uno se corre del camino seguro y se mete por el medio de la selva.
No sé si se adaptan. No me gusta mucho la palabra “adaptar”. Van encontrando
maneras, pero que nunca son definitivas. Mis personajes crecen en las novelas.
O yo trato. El personaje, al principio de la novela enfrenta de cierta manera
las dificultades, que van generando en el personaje unos cambios, un
crecimiento. Van cambiando. Todos somos los mismos y somos distintos todos los
días. Y los personajes son los mismos y son distintos. No me parece que haya
adaptación, porque ninguno termina cómodo con el mundo. Son personajes
críticos. Yo trato de que sean personajes que se preguntan acerca del mundo que
los rodea y del otro que no se ve. Encuentro con Flo, empieza con Julieta pensando que Flora es lo que se ve, y termina
encontrando que Flora es mucho más de lo que se ve. Los personajes de El Botín empiezan pensando que los otros
son el estereotipo que están viendo, y encuentran otra cosa en esos otros que a
lo mejor no son tan diferentes de ellos. Me gusta más pensarlo así. Que son
novelas que tienen en cuenta la alteridad.
MM: En
Los vecinos impostores también… Ahí
teníamos una duda, algo para preguntarte, ¿cuánto te costó, y cómo pudiste
resolver, el límite bastante riesgoso con lo inverosímil? Está bien que el
registro es humorístico, pero vos lo resolvés desde la realidad. Esos cinco
vecinos o parientes que se le imponen a la protagonista, son realmente tipos
que se equivocaron. Las dos mujeres, el tío y los seudo primitos. ¿Lo pensaste
de entrada? ¿Ellos iban a ser siempre gente equivocada?
LE:
Sí. Lo pensé de entrada. Me encanta estar en ese lugar, al filo de lo absurdo,
el verosímil se resuelve en la escritura. Puedo contar cualquier disparate. Si
resuelvo en la escritura, el texto lo sostiene. Porque además el discurso tiene
que ver. La superficialidad del discurso está llena de absurdos. Nuestras
formas de organizar la realidad desde la palabra, siempre están al borde del
absurdo, y estamos todo el tiempo convencidos de que no. De que estamos
realmente seguros de esta realidad que vivimos, de este lugar en el que
estamos. Pero la lengua se encarga de desmentirlo. Estamos todo el tiempo
confundidos. Eso creo yo, por lo menos.
MM:
Eso es tu otro oficio…
LE:
Mi otro oficio que se me mezcla.
MM:
En Los parientes impostores, hay un crecimiento. Esta chica tiene ese
desencuentro inicial con esos parientes que la invaden, pero encuentra, por
ejemplo el placer de la compañía. Deja de ser una solitaria en rebeldía para
acomodarse…
LE: Darles
entrada a los otros.
MM: Abrir
la puerta. Está clara la metáfora. Para los que no lo leyeron, a la
protagonista, Sofi, a la que le dicen Patricia, de pronto en un mismo día y con
un paso de comedia, le empiezan a llegar al departamento diminuto en el que
vive con un gato, parientes que le dicen: “¡Hola Patri!” “¡Hola, Patricia!”. Y
cuando ella dice que no es Patricia se miran entre ellos. Por algún problema
familiar que había con alguna pariente. Y ahí jugás en el riesgo, en el límite.
Porque la situación roza lo inverosímil. ¿Cómo lo solucionás? Lo solucionás.
Pero uno como lector, está pensando en cómo va a salir de eso. Porque es increíble.
Incluso se llega a pensar si tiene un problema, una amnesia, si está loca de
verdad. (Risas). Y está bueno como lo resolvés, con la relación que se
establece con el vecino.
LE: El
enamoramiento.
MM: El
enamoramiento y el discurso interior. También lo usás en Heredé un fantasma cuando
les habla a sus parientes y en Encuentro
con Flo, cuando habla con Flo, que está ahí, con la abuela. Y en este, en
ese diálogo que es un monólogo con ese vecino al que llama “El Calamar”, “El
Crustáceo”.
LE: En
El Botín también. El tipito insignificante está todo el tiempo…
MM: También.
Pobre, está cuadripléjico, no puede hacer más que pensar…
LE: A
mí me gusta mucho la voz del personaje vuelta sobre sí misma. Me interesa el
otro y el otro dentro de uno. Hay relaciones con los demás, que son las que uno
imagina que tiene con los demás. ¿Cuántas veces hay episodios de diálogo con
alguien en el que una se queda inquieta porque se peleó, y se va caminando con
lo que tendría que haber dicho? Ese diálogo perfecto. “Si le hubiera dicho…”. Y
en ese diálogo sos brillante. Pero no es que tuviste, en el que tuviste fuiste
una zapalla. Todos tenemos esa dimensión del otro en la que lo dominamos. La
realidad es que uno no controla al otro y eso nos pone en un punto de malentendido
todo el tiempo. El de Los parientes
impostores. Es posible malentenderse todo el tiempo. Por eso es posible
escribir cualquier cosa para otro lector. Porque va a leer cualquier cosa en lo
que uno escribió. Y uno se lo tiene que bancar, porque es así. Yo creo que
estoy siendo clarísima con todos mis conceptos. Y a veces escucho que alguien
habla acerca de algo que dije, y pienso que yo dije todo lo contrario. Pero
cada uno me escucha desde su diálogo
consigo mismo. Uno está en diálogo consigo mismo todo el tiempo. Y eso se ve en
la relación con los demás.
MM: Fuera
del programa, diría, aparece El rastro de la serpiente. Es otro registro, que a mí, por lo menos es con el que más me
cuesta encontrar puntos en común, y en el que decidiste meterte en… ¿cómo lo
llamarías? ¿Maravilloso? ¿Fantasy?
¿Qué es?
LE: Realismo
mágico… Me sentí más cerca de eso, sin estar pegada… No quise escribir un
Macondo. Me dio muchas libertades. En la facultad tenía un amigo muy lector que
decía que el realismo mágico lo habían inventado en Europa porque no entendían
lo que pasaba en Latinoamérica. García Márquez decía que en un lugar llovía, y
llovía y llovía, porque en Latinoamérica hay lugares en los que llueve, y
llueve y llueve. Como los europeos nunca vieron eso, dicen que hay un “realismo
mágico”. O la figura de los burócratas con papeles, y papeles, y papeles. Ahí,
inventé un juego para contar algo muy distante de mí. Para tomar la voz de una
cultura que no es la mía, y sobre la que sólo puedo tener un imaginario. No
tengo otra vía de acceso. Trabajé muchísimo para escribir eso. Investigué
mucho, también. Traté de buscar una voz narradora que tuviera que ver con la
oralidad, porque esos pueblos no tenían escritura. Hice lo que quise. Me senté
a escribir con un proyecto que tenía que ver con algo que no sabía en qué iba a
terminar. Fue una imagen. Cuando era muy chica, pasé por un pueblito que queda
en La Rioja, que se llama Olta. Vos venís por una ruta, y hay un desierto
impresionante con esos arbustos de las películas de cowboys, un paisaje árido y
tremendo muy impresionante, hasta que llegás a un sitio en la que la ruta se
abre y de pronto ves un valle lleno de durazneros en flor. Lleno de verde.
Nogales. Y no podés creer. Siendo muy chica, cuando tendría ocho años, iba por
esa ruta y vi pasar un montón de nenes con palos, con víboras colgando.
Descalzos. Yo pregunté qué hacían esos chicos en ese monte tremendo. Y me
contestaron que cazaban víboras para vender los cueros. Yo jugaba, leía, me
trepaba a los árboles… y esos chicos iban a cazar víboras para vender los
cueros. Chicos de mi edad. Fue una imagen muy fuerte. Volví de grande al lugar,
y me encontré con otras cosas. La ruta… el lugar ya no era tan verde porque
Menem mandó a tapar las acequias y puso semáforos para los tres autos que debe
haber en el pueblo. Y cerca de ese pueblo, hay otro que se llama Las Huertas.
Entré, me puse a charlar con la gente y todos se llamaban igual. Todos tenían
el mismo apellido. Por ejemplo, eran todos López. Eran seis casas. Todos
cultivaban maíz, y las mujeres tejían en telar. Y me contaban que había otra
persona en ese pueblo, que como tenía otro apellido, había ido a vivir más
cerca de la montaña. Lejos del pueblo porque no tenía el mismo apellido de
ellos que eran todos parientes. Todos esos datos curiosos, son como realismo
mágico.
MM: Sí,
la verdad.
LE: Y
me quedé pensando… me fascinaron los nombres de los lugares. Ibas caminando y
te decían que esa era la Quebrada del Padrecito, la otra era la Quebrada del
Susurro del Viento. Era muy poético el paisaje para ellos, por los nombres que
le habían dado. Hacía un calor horrible en La Rioja. Y si preguntabas si había
algún lugar para bañarse, te decían que no había ninguno. Y hacías unos
kilómetros y te encontrabas con un río torrentoso que bajaba de la montaña, y
que ellos no sabían que tenían. Fue muy curiosa le experiencia.
MM: Sí,
la verdad es que me sorprende, porque hay un gran trabajo de imaginación, (que
lo hay, obviamente), pero hay una reconstrucción de todos estos recuerdos. Estos
chicos de las víboras, ¿eran de algún pueblo originario?
LE: En
esta zona de La Rioja, el pueblo originario que habitó antes de la
colonización, hablaba una lengua que se llamaba Kakán, que despareció porque no
había ningún registro. Quedaron nombres de lugares. No quedó nada de ellos,
porque además, antes de que los conquistaran los españoles, habían sido
conquistados por los incas. Todo ese pueblo se ha encontrado con la gente que
vino, y la diferencia que puede haber es social más que étnica. Porque están
los criollos, y además todos adoptaron un nombre español. Entonces es difícil
saber. En Córdoba, hay algunos nombres o apellidos comechingones, pero en esta
zona, no.
MM: Y
el pueblo originario que vivía en esta zona de La Rioja, ¿tenés idea de cómo se
llamaba?
LE: No,
pero hablaban kakán. Lo que más investigué fue la legua. Tampoco era un solo
pueblo, porque hubo migraciones. Idas y vueltas.
MM: Fueron
doblemente conquistadas… primero por los incas. Vos ahí te permitís unas
libertades históricas muy interesantes. Una mezcla, con el sometimiento. Porque
por un lado es la conquista americana, la conquista española de América, la
mita, el yanaconazgo, y por otro lado están los yerbatales o los quebrachales
del norte, o la caña de azúcar, los ingenios en los que se paga con una moneda,
y después van a comprar en el almacén que es de los mismos dueños. Y también la
esclavitud al estilo precolombino, las cacerías.
LE: Acá
tomé un dato de la realidad, que es la explotación de los montes santiagueños,
que se hizo para usar la madera en los durmientes de los ferrocarriles, era un
obraje al que se llevaba gente de los pueblos originarios. Desde los guaraníes
hasta todos lados.
Asistente: Bueno,
acá, en la ciudad, las personas que trabajan en las máquinas de coser en los
talleres esclavos… hasta el día de hoy se sigue manteniendo esa situación.
LE: A
mí me encantó la escena inventada. Le escena: “te subo al carro y te cazo”.
MM: Eso
pasaba también en África. Hay una combinación, una síntesis de diferentes
maneras de opresión. Eso está muy bueno. Antes de los elogios del final y de la
lectura, nos quedó una duda. Y yo quiero ser honesto y comentarlo. Es algo que
a mí me sonó como a “hilo suelto”, en Heredé
un fantasma. Como uno no siempre tiene la posibilidad de tener al escritor
y preguntarle qué pasó… Al principio, hay un personaje que se llama Mario, o
Marito, y tirás una clave que después no se retoma. Decís que viene un vecino…
dos vecinos. Uno que no habla una palabra y otro que es muy charlatán. Y que
habla de todos los vecinos, menos de la esquina de la casa donde vive Marito
con su madre, o no me acuerdo con quién…
LE: Me
estás metiendo en un apuro, porque no me acuerdo de nada. (Risas).
MM: Qué
macana. ¿Qué pasó con este muchacho, con Mario, que al principio pintaba como
alguien que claramente se traía algo debajo del poncho, y después se diluye y
es nada más que un amigo. Hay otra clave: en un momento Marito se enoja sin
sentido, porque ella va a hablar con un vecino. Y uno piensa que Marito está
celoso. Yo, lector, pensé que ese celo traía algún problema de fondo, y alguna
relación con la casa de Mario… pero vos no te acordás…
LE: A
ver si es lo que pasó… Este fui el primer libro que publiqué. Una vez me agarró
Gustavo Roldán, y me dijo que quería decirme algo de esta novela… Para mí era
un honor. Y me dijo que había sido muy cobarde, porque esa chica y ese chico
tenían que terminar juntos. Y que no había puesto nada. Todo el tiempo sugiero
una relación entre Marito y Ana.
MM: Yo
me imaginaba una relación más del tipo de El
resplandor.
LE: ¡No!
(Risas). Era una relación de amor reprimido, dos tímidos, él más que ella. Era
un chico cobarde. Nunca le dijo nada, y era perseguido como muchos varones. Le
gusta la chica, no se lo dice y cuando se va con otro chico se pone celoso.
¿Qué le pasa?
MM: Ahí
agarra el cuchillo… (Risas).
LE: Había
una relación entre ellos dos, se gustaban y él no se animaba a decir nada. Y
hacía como un berrinche, que los varones suelen hacer cuando las cosas no son
como ellos quieren… (Risas).
MM: Se
ve que Gustavo estaba más sano que yo, y se quedó con las ganas de que hubiera
algo romántico. Yo me quedé con las ganas de que hubiera algo raro, o
fantasmal…
LE: No
se me ocurrió. En la escuela me dicen que escriba Heredé un fantasma 2, y que ahí puede haber un crimen relacionado
con la verdadera personalidad de Marito que no era que no se animaba a decirte
que no le gustabas sino…
MM: Sino
que era como Norman Bates, ¿se acuerdan? Que vivía con el cadáver de la madre…
el de Psicosis. Bueno, ahora sí, y
antes de que leas, el elogio final. La verdad es que hemos disfrutado mucho de
tu literatura. De registros tan diferentes, que es algo no habitual y que fue
una grata sorpresa. Desde El rastro de la
serpiente, con ese realismo
maravilloso, al humor de Los parientes
impostores, a El Botín, de la que
no hablé nada el lunes pasado, y la compañera elogió tanto recién. Respaldo ese
elogio, es una novela bastante oscura, que roza lo policial, que es profunda en
un sentido subterráneo, y que también les recomiendo. Así que antes de la
lectura, este elogio merecido. Y ¿qué nos vas a leer?
LE: Muchas
gracias por leerme. Me hubiera encantado leer una obrita poética que creo que
es para nenes muy chiquitos pero no la traje, así que voy a leer un fragmento
de El Botín, que me dijiste que no la
leyeron…
MM: La
leyeron pocos…
LE: Podemos
leer ese… ¿ustedes leyeron La viejita de las cabras? ¿Quieren que lea ese? ¡Ah, mi libro de infancia! Adoro ese
libro de Ernesto Camilli. Me parece que él hizo muchísimo por introducir la
dimensión poética en la escuela con ese libro. A mí no me lo pidieron en la
escuela, pero me lo compraron y hacía los ejercicios. Me gustaba tanto que lo
leía, y además hacía los juegos con adjetivos, por ejemplo.
MM: Contanos
a todos el porqué de la relación con El sol albañil…
LE: ¿Por
lo que escribí en el blog? Una vez me preguntaban acerca de la literatura
infantil. Me tengo que acordar. Ayúdenme. Tengo muy mala memoria. En un
Encuentro que tuvimos en Córdoba, conversábamos sobre la literatura en la
escuela, y había una posición muy a rajatabla, acerca de qué hacer con un libro
en la escuela. Algunos decíamos que los libros de literatura son sólo para leer
y con eso no hay que hacer ningún trabajo. Y María Teresa Andruetto dijo que
ella no estaba tan segura, porque ella había ido a una escuela en la que chicos
de comunidades diversas habían leído Stéfano,
y después de leerlo, la profesora había hecho con los chicos un trabajo de
búsqueda sobre la inmigración, y los efectos de habitar un lugar distinto, que
a ella le había parecido muy rico. Yo me quedé pensando en estas cosas, y
escribí una entrada para mi blog en donde ponía que la cuestión no se trata de
ver qué hay que hacer con la literatura, sino que la confianza del mediador
como lector, le permita moverse por distintos campos discursivos, porque la
literatura constituye un discurso, y hay otros en los que puede moverse pero
sin dejar de advertir dónde está parado en cada momento. Me sale la profe
ahora. (Risas). Si vos, como profe, proponés que los chicos lean un libro de
literatura, y van a hablar de literatura, sabés que estás parada ahí. Y no
estás enseñando los movimientos inmigratorios. Estás hablando de literatura.
Que ese libro te sirva como excusa para moverte a otro campo discursivo, no
está mal, pero sabés que te corriste. Que en la literatura estás hablando de
ficción y que el discurso informativo habla de otra cosa. Si yo soy maestra, y
elijo un poema del agua para enseñar el agua, me estoy equivocando. Porque
estoy parada en la ficción, para enseñar algo científico. Andá y buscá un libro
de divulgación científica sobre el agua y enseñá ese tema. Y cuando quieras
leer una poesía, elegís una poesía y trabajás eso. Pero hay felices momentos en
los que el profe sabe moverse, tiene cintura para deslizarse por los distintos
discursos y hacer foco en cada uno sin perder el pie, porque tiene solidez para
instalarse en el lugar. Como Ernesto Camilli en El sol albañil, en el que propone un trabajo con textos literarios,
con la literatura, incluso haciendo subrayar sustantivos y adjetivos en el
texto, pero con un abordaje que no le hace perder el pie en la literatura. No
se cae. No pasa que los chicos detesten un cuento porque sirvió para marcar
todos los sustantivos en rojo. Nunca se fue de la literatura y mostró cuál era
el lugar del sustantivo en ese texto literario. Qué sustantivaba ese texto. Por
eso amo este libro y el trabajo que hizo Ernesto Camilli y después Mirta
Colángelo que fue la que recuperó a Camilli y nos lo trajo a la memoria.
Gracias. Leo el primer capítulo así me acuerdo de lo que escribí:
“La mosca zumba moviendo su vientre redondo. Choca
contra el ángulo de la ventana; aletea, se recupera y otra vez…
Esa mosca es absurda. La manera insoportable en que hace su berrinche y niega el vidrio.
La insistencia loca que ignora la barrera invisible a sus ojos de mosca. De
mosca atrapada en su ilusión de realidad. Realidad de mosca. La forma en que
choca contra el vidrio y aletea sin encontrar salida. Su desesperación y el
zumbido, el zumbido… el zumbido.
La mosca y la mano de Busarda contra el vidrio.
El bicho queda pegado a la ventana. Aplastado por la
palma del hombre gordo. “Me tenía podrido” dice mientras vuelve a agarrad el
sándwich sin siquiera pasarse la servilleta para sacarse los jugos del insecto.
Busarda está sentado en la mesa justo al lado de la
ventana. Para vigilar la vereda, la eligió. En la silla del frente, el tipito
insignificante sostiene un maletín entre las piernas. Es un hombrecito escuálido,
de aspecto esmirriado y mezquino. Con esas pintas de perro flaco y energúmeno
obeso nadie diría que se traen el botín entre las manos.
No resulta extraño que se irriten con una mosca,
después de todo, el momento es crucial… “Y el gringo que no llega” masculla
Busarda, mientras se pasa la mano por la frente para alisarse el pelo
grasiento. La piel del brazo enorme tiembla como gelatina.
—Tendría que estar acá, ¿qué pasa que no llega? —el
tipito insignificante apura el pocillo de café que ya está frío y lo apoya
haciendo ruido contra el platito. Debajo de la mesa los pies tamborilean
impacientes. La máquina de café exprés chilla un vapor espeso que se mezcla con
el humo de los cigarrillos por aquí y por allá. El gordo se detiene por un
instante sobre el mozo que se recuesta sobre encima de la barra para mirar el
televisor de costado. El tipito insignificante no despega los ojos de la
puerta. De repente, se agita sobresaltado en el asiento.
—¡Los de Farías! —aúlla.
—¿Pero cómo? ¿Quién les dijo? —Busarda se maldice
por haber bajado la guardia.
Mientras se levanta con torpeza ve a los dos tipos
bajarse del auto.
—¡Luis! —exhorta rápido al mozo—. Salimos por la
puerta de atrás. Haceme el favor, entretené a los muchachos de Farías.
El gordo se mueve hacia la trastienda del barsucho.
Luis hace una seña afirmativa con la cabeza sin despegar la vista de la
pantalla. El tipito insignificante sujeta el maletín y corre detrás de Busarda.
Atraviesan un pasillo angosto y oscuro. Entre la penumbra y la desesperación no
logran ver nada. El tipo patea unos tarros
que retumban contra la pared, por fortuna el ruido se mezcla con el
fragor metálico de la cocina. Busarda abre de una patada la puerta de salida
derribando un tacho de basura que se vuelca entre las pilas de cajones de
gaseosas. Están en el patiecito trasero. Un escaso metro los separa de la
salida a la calle. Ni ellos terminan de creer la suerte que tuvieron para
conseguir el botín tan fácil. Ni los de Farías, que: ¿cómo se habrían enterado?
La suerte se está terminando. Un olor concentrado a pis los inunda cuando
salen. ¿Están meados por los perros? No, es pis de gato. Por una vez la suerte
tiene que durar. De una maldita vez cambiar ese destino de rateros serviles.
—¡Qué gringo imbécil! —gruñe el tipito mientras sube
al auto—. A las ocho en punto le dije. Bien clarito. En el bar de Pringles y
Vieytes a las ocho en punto.
El gordo cierra la puerta tratando de comprimirse en
el asiento del acompañante. Agarra el maletín y lo sostiene abrazado mientras
el tipito insignificante arranca el auto. La frente de Busarda suda frío. El
tipito acelera y toma por una calle lateral. De repente mira por el espejo
retrovisor.
—¿Ese no es el auto de los de Farías? —pregunta.
El gordo no puede darse vuelta tan fácil. Para hacer
algo cruza la pierna sobre el tipito y aprieta el acelerador sobre su zapato.
El auto ruge como bestia lastimada y el tipito también. Los de Farías ahora
importan un comino. Ni siquiera son los del auto de atrás. El gordo sujeta con
todas sus fuerzas el maletín mientras el tipito insignificante llora intentando
maniobrar el volante para retomar el control. Pero no. La bestia liberada se
traga un arbolito escuálido y avanza en carrera frenética sobre la vereda.
Brama devorándose todo lo que encuentra a su paso: canteros, carteles, una
bicicleta estacionada. Un peatón salta a tiempo hacia la calle. Busarda pega un
grito cuando ve a la mujer. Debe tener como ochenta años. La ve paralizada de
espanto esperando a ser arrollada. El tipito insignificante también la ve y
gira todo el volante para esquivarla. La mujer siente como una ráfaga a la
bestia que dobla a centímetros de su cuerpo, no alcanza a comprender lo que
está pasando, ni siquiera cuando ve que el auto gira en trompo, se arroja de
lleno contra la pared del frente y se estrella con estrépito.
El tipito insignificante hubiera querido retomar la
calle, enderezar ese destino de perdedor eterno en un giro a toda velocidad;
pero: cómo evitar el asedio de una mala estrella.
El gordo sale escupido por el envión con maletín y
todo.
Un instante después el auto se estampa contra la
pared gris de un edificio antiguo a pocos metros de las escalinatas de ingreso.
Un bufido final, un chorro de agua hervida y exhala el último suspiro. Sobre la
vereda se derraman los líquidos de la bestia que van haciendo un camino por la
cuneta”. (Aplausos).
MM: ¿Querés,
para despedirnos, mostrarnos aunque sea el que trajo la compañera?
LE: Lo
mostramos. Este libro es como una copla.
MM: Yo
no lo leí. La viejita de las cabras. De Del Eclipse. Un libro ilustrado…
LE: Sí,
yo terminé el cuento y se lo mandé a Istvan y me dijo que general no solían
hacer eso, porque buscaban el proyecto con el cuento ya ilustrado, pero que el
cuento le había encantado, y que lo iban a hacer. Y lo ilustró Lola, que era
una alumna del taller de Istvan y me encantó. Recuperó mucho de los paisajes.
MM: ¿Querés
contarnos un poco, aunque no lo leas?
LE: Es
una viejita… todas son cosas que me pasan. Fue una viejita que me encontré una
vez, y que dio para este cuento… es una viejita que está arriba de la montaña…
O lo leo…
MM: ¿Cómo
estamos de tiempo? Dale, leénoslo.
LE: “Quién
se salva del olvido”.
Arriba
de la montaña, muy, muy alto, vive la viejita de las cabras.
Su
casa cuelga sobre una piedra. Se agarra de una roca atrevida que desconoce el
miedo. Se asoma tan cerca del cielo que las nubes florecen en su jardín y el
viento anida en sus ventanas. Tan cuesta arriba está la casa
de la viejita que el tiempo se ha olvidado de pasar. Y todos los días son, como
si fuera el mismo.
Una
y otra vez.
Igual,
igual, igual.
La
vieja ya no recuerda cómo era el mundo más allá de su montaña, hace mucho que
no baja. Hace mucho que sus piernas no quieren bajar. Y la gente del mundo está
ocupada. Ocupada con asuntos importantes. Con las urgentes cuestiones que sus
ojos alcanzan a ver por allá abajo. Que no ven a la viejita, –claro está– ni a
la piedra con la casa, ni a las cabras. Hasta a la montaña se olvidan de mirar.
Pero
la vieja sigue ahí. Igual, igual, igual. Todos los días, abre el corral de las
cabras y llena una olla con su leche.
Todos
los días las cabras trepan en hilera a buscar el pasto que crece entre las
piedras. Y la vieja canta una canción, siempre la misma:
Ay
cabras cabritas,
de
mis amores.
Que
el canto las traiga
a
mis canciones
y
el viento las lleve
por
otras voces.
Zumbo
de viento,
eco
de canto,
canto
de cabras,
de
mis amores.
Canta
cuando se van y para que vengan. Canta para que la leche salga buena y los
quesos sabrosos. Canta.
Mientras
las cabras pastorean, la viejita hace quesos redondos y amarillos como soles. O
teje mantas abrigadas porque arriba de la montaña se pone frío. Pero otras
veces, sólo se queda mirando a las cabras que saltan entre las piedras. Se
sienta y las mira. Las ve subir hasta la cima. Las observa mientras pasan por
cornisas afiladas, se sostienen al borde de precipicios interminables, caminan
por paredes de piedra imposibles; y piensa:
–parecen
a punto de volar. Y dice: –ah… si yo fuera cabra bajaría la montaña para ver el
mundo. Pero no puede, se queda y teje. Se queda y teje.
Igual,
igual, igual.
Un
día, la viejita se levanta triste. Sale a su jardín de nubes que se ha puesto
mustio. Apelmazado, se ha puesto su
jardín, y gris de nubarrones enfurecidos. Y el viento… el viento gruñe
amenazante. Se retuerce, se encrespa, se revuelca.
La
montaña entera se encapricha de soledad.
Y
la vieja también. La vieja que mete a las cabras dentro de la casa para no
sentirse tan sola con ese viento furioso que sopla ahí nomás. La vieja que
prende un fuego rojo para espantar el gris del frío. La vieja que se entibia de
a poco y comparte su refugio con las cabras. La vieja, la casa y las cabras,
todas olvidadas. Fuera del mundo, todas.
Igual,
igual, igual.
Esa
noche se acuesta y sueña. Sueña que teje y teje ensueños una idea.
Y
luego duerme. Al día siguiente se asoma al jardín. Ha pasado la rabia de la
noche.
Las
nubes florecen esponjosas y hay apenas soplidos en las ventanas. La vieja
exprime una olla de leche tibia y abre camino a las cabras que trepan en
hilera. Ella mira como suben. Mira y canta.
Ay
cabras cabritas,
de
mis amores.
Que
el canto las traiga
a
mis canciones
y
el viento las lleve
por
otras voces
Y
mientras canta, enrosca hebras de nubes. Las enrosca en ovillos. Muchos.
Por
ahí levanta la vista y distingue las piruetas de sus cabras. Entonces sonríe.
Sigue con la mirada un brinco audaz y se le escapa una carcajada traviesa de
vieja pícara que soñó una idea. Al rato, se sienta en el jardín y desteje una
cabra. La desteje toda.
Completa.
De la cola a la cabeza.
Cuando
termina, saca un ovillo de nube, y empieza a dos agujas. Une la punta de nube a
la punta de cabra; y teje. Hasta completar la cabra hecha con nube. De la
cabeza a la cola.
La
cabra vaporosa y flotante salta entre las piedras hasta llegar a la cima. La
vieja la ve, y nota además, como sigue más allá de la montaña. Observa como
ondula a la distancia y se pierde entre las nubes del cielo. La cabra etérea
vuela sobre los cerros y encima del campo. Sigue por tejados, sobre las copas
de los árboles y por balcones. Subida a los postes de luz se desliza por cables
finitos hasta la desesperación, pero no se cae. Nunca se cae. Alguien la ve y
señala la nube con forma de cabra. Curiosa nube que no se desarma cuando el
viento la atraviesa. Otro mira. Y luego, otro más. De pronto unos cuantos
siguen con la vista a la cabra hecha de nube que salta por aquí y por allá. A
la tarde, como siempre, la viejita abre el corral y canta:
Zumbo
de viento,
eco
de canto,
canto
de cabras,
de
mis amores.
La
cabra escucha y pega un brinco rumbo a la montaña. La gente sigue a esta nube
que viaja sin hacer caso del viento y su soplido. Sigue a esta cabra que trepa
una montaña que estuvo olvidada pero ya no. Sigue el sendero que sube hasta una
piedra que cuelga con casa encima. Y sigue, el aroma a quesito sabroso que la
vieja convida sentada en su jardín de nubes. La vieja, la casa y las cabras.
Ahora
todas, parte del mundo.
Igual
que la montaña.
Igual
que el canto de la vieja.
Igual,
igual, igual.
(Aplausos).
MM: Muy
lindo. Otra prueba de los diferentes registros. Bueno, seguramente habrá algún
libro para que firmes. Así que Laura se queda un ratito más con el público.
Recuerden que el lunes que viene, también venida de lejos, viene Ruth Kaufmann,
que vive en Colonia, está en Buenos Aires para la Feria y la aprovechamos para
que nos visite. Además va a presentar un libro nuevo que publicó Pequeño Editor
y se llama Donde la ciudad termina.
Así que tenemos charla y presentación. Muchas gracias.
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