Crímen de autor
Que alce la voz el que admita no haber sido atrapado
alguna vez por el hacedor de historias de enigmas y suspenso, clásico entre los clásicos, inventor
del detective más famoso de todos los tiempos, el escritor escocés Arthur ConanDoyle. Quién no aprendió a leer en la clave del policial, a pensar según la lógica de lo mínimo, quién no se convirtió en gran observador del detalle y llegó a las conclusiones más apabullantes, junto con sus novelas. En el aniversario de su muerte Libro de arena no
puede sino recordar al inventor de Sherlock Holmes con una breve reseña de su paso por este mundo.
Por Cecilia Galiñanes
Si hay una lectura
juvenil inevitable esa es sin lugar a dudas la saga de aventuras policiales que nos hace vivir el detective privado Sherlock Holmes. Además del éxito de
sus textos, de provocar las ganas irrefrenables de seguir leyendo, Doyle dio
forma no solo a un personaje que emancipado del autor se hizo inmortal, patrimonio de la literatura misma, sino
también a una forma de relato de intriga y suspenso que hizo historia dentro
del género policial clásico, o de enigma. Basado en una forma de pensamiento
que sus lectores aprendieron a desentrañar y hasta a anticipar y que sigue la
fórmula de los razonamientos abductivos, en los que la comprensión de toda la
escena se sostiene en la adecuada conexión de un conjunto aparentemente
disperso de detalles, las historias invariablemente se presentan como
rompecabezas. En ellas el detective deslumbra a todos los lectores, el primero
y más inmediato, su compañero de aventuras, el médico Watson queda perplejo
ante la explicación que da cuenta de cómo llegó a concluir la respuesta, a partir de los destellos fragmentarios de una escena. A él siguen luego los sucesivos lectores, que finalmente entendemos cuán sencillo era
todo, solo había que encontrar una regla que uniera los hechos. Así nos enseña
a pensar Doyle: “–Cuando lo escucho explicar sus razonamientos ––comenté––,
todo me parece tan ridículamente simple que yo mismo podría haberlo hecho con
facilidad. Y sin embargo, siempre que lo veo razonar me quedo perplejo hasta
que me explica usted el proceso. A pesar de que considero que mis ojos ven
tanto como los suyos. –Desde luego... Usted ve, pero no observa.” La observación
es el primero de los actos del pensamiento, sin ella la percepción del cuadro completo
nos está vedada. El lugar de la ceguera, de la incapacidad o imposibilidad de percepción no es
tanto el de Watson que más bien se manifiesta como su alumno y con el que nos
emparejamos los lectores que también aprendemos, sino el de Scotland Yard y sus
obcecados representantes, siempre ridiculizados como agentes de un Estado ineficaz. El protagonista es siempre uno y único: la mente brillante, iluminada, capaz de observar allí donde los otros son ciegos. Sabemos que aunque Holmes lo niegue en su argumento,
el arte de pensar hacia atrás que permite aunar los hilos sueltos de una misma
urdimbre, es una forma de pensar retroductivo propia de la adivinación. Lejos
de surgir del azar, de la magia o del capricho se sujeta a una estructura
cognoscitiva de construcción de saberes, tan propia de la lógica detectivesca
como de la semiología médica, que es el “arte” de diagnosticar. “No, no, yo
nunca adivino. Es un hábito escandaloso; destructivo de la facultad lógica.”, dice
Sherlock Holmes, en El Signo de los Cuatro.
Por eso cobra aun mayor importancia la elección de un médico para ‘partener’
del detective que, como todo el mundo sabe, coincide con la primera profesión del
escritor. Sin embargo, y pese a toda la evidencia, Holmes no era el héroe
predilecto de Doyle. Que harto del personaje su propio creador
quisiese deshacerse de él es parte de la trama de un enigma que excede el plano
literario para terminar regresando a él. Según lo que se lee en su correspondencia sentía el irrefrenable
deseo de "matar a Sherlock Holmes, ya que estaba gastando su mente". Por eso en "El problema final" se decide su muerte. ¡El propio autor
asesino de su personaje! Pero como a esa altura su invención ya había cobrado vida
propia, tanto que el público británico se había adueñado de su “existencia”, la
muerte del detective no fue nada bien recibida, y Doyle debió habérselas con
cartas de su propio público que desde la súplica hasta la amenaza lo instaban a
que resucitara al detective. Su resistencia duró diez años tras los cuales
cedió a la insistencia del público y en la historia "La casa vacía" hizo
reaparecer a Holmes. Tanto tuvo que esconder las huellas de su crimen que El sabueso de los Baskerville, protagonizada
por Holmes, que había sido publicada antes de esto con enorme éxito fue fechada
antes de la supuesta "muerte" del detective. Lo que muchos quizá no sepan es que
Doyle dejó entre otros escritos novelas históricas como también de ciencia
ficción por las que sentía especial interés y cuyo protagonista principal era el profesor Challenger: El mundo perdido (1912); La zona ponzoñosa (1913); Cuando la Tierra lanzó alaridos (1928); La máquina desintegradora (1929). Tenía
particular gusto por la poesía, el teatro y la filosofía. Nació en Edimburgo, un 22 de
mayo de 1859 y dejó este mundo en
Crowborough, un 7 de julio, en 1930, pero solo para pasar a ocupar un lugar consagrado en
la literatura universal.
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