Vivir y escribir: Stephen King

En el mes en el que Libro de arena trabaja sobre los diarios personales, Nuri Abramowicz eligió este fragmento de Mientras escribo, de Stephen King, en el que cuenta cómo después de mostrarle a su madre un cuento copiado de una historieta, recibe el estímulo por parte de ella para escribir su propio relato.

Por Nuri Abramowicz

En la amplia y variada constelación de escritores, Su Majestad Stephen King no necesita presentaciones. Solo menciono para las y los distraídos que, desde hace décadas, es el referente más prolífico e importante del género de terror y lleva vendidos más de 350 millones de libros en todo el mundo. Mientras escribo, es considerado por muchas y muchos- yo, por ejemplo-, una biblia, un libro de consulta, una guía de autoayuda, una joya del entretenimiento. Es un ensayo autobiográfico sobre el oficio de escritor. Generoso, asertivo y gracioso (como siempre), King evoca sus comienzos y describe el sinuoso y persistente camino que lo llevó a convertirse en el escritor que es.
En el mes en el que Bibliotecas para armar trabaja sobre los diarios personales y las autobiografías, elijo este fragmento, en el que el escritor, después de mostrarle a su madre un cuento copiado de una historieta, recibe el estímulo por parte de ella para escribir algo propio.
“Recuerdo haber acogido la idea con la sensación abrumadora de que abría mil posibilidades, como si me hubieran dejado entrar a un edificio muy grande y con muchas puertas cerradas, dándome permiso para abrir la que quisiera. Pensaba (y sigo pensando) que había tantas puertas que no bastaba una vida para abrirlas todas.
Acabé por escribir un cuento sobre cuatro animales mágicos que iban en un coche viejo ayudando a los niños. El jefe y conductor del automóvil, era un gran conejo blanco. El cuento constaba de cuatro páginas escritas a lápiz con mucho trabajo y que yo recuerde no describía ningún salto desde el tejado del hotel Graymore. Después de acabarlo se lo di a mi madre y ella se sentó en el salón, dejó en el suelo su libro de bolsillo y se leyó el cuento entero. Vi que le gustaba, porque se reía donde había que reírse, pero no supe si lo hacía por amor a su hijo, para que estuviera contento o porque el cuento era bueno.
—¿Éste no es copiado?—preguntó al acabar.
Dije que no. Ella comentó que merecía publicarse. Desde entonces no me han dicho nada que me haya hecho tan feliz. Escribí otros cuatro cuentos sobre el conejo blanco y sus amigos. Mi madre me los pagaba a veinticinco centavos y se los mandaba a sus cuatro hermanas, que a mi juicio le tenían cierta lástima. Claro, ellas aún estaban casadas. No las habían abandonado. Cierto que el tío Fred no tenía mucho sentido del humor y estaba obsesionado con el capó de su coche, y que el tío Oren bebía un poco demasiado y tenía teorías ligeramente sospechosas sobre el domino del mundo por los judíos, pero al menos estaban en casa. En cambio Ruth, abandonada por Don, se había quedados sola con un bebé. Quería demostrar que al menos era un bebé con talento.
Cuatro cuentos. A veinticinco centavos cada uno. Fue el primer dólar que gané en la profesión."


Mientras escribo
Stephen King
Debolsillo, 2016.


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