Los diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia
Para abrir el tema de este mes dedicado a los diarios íntimos en
la literatura, publicamos esta reseña de Hernán Carbonel a propósito de Los
diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia.
Por Hernán
Carbonel*
I
Tras su regreso a la Argentina luego de una
larga temporada como profesor en Princeton, Ricardo Piglia decidió editar en
2015 el primero de los tomos de sus diarios, que llevaba escribiendo desde su
adolescencia, cuando se mudara de Adrogué a Mar del Plata. Adelantos en medios
gráficos de alcance nacional y versión documental llevada al cine por Andrés Di
Tella mediante, el primero de los tres volúmenes se tituló Años de formación. Le siguieron Los
años felices (2016) y Un día en la
vida (2017), ediciones que fue programando a medida que se acentuaba la
enfermedad que lo aquejó hacia el final de su vida. Inscriptos en la tradición
del género (con Kafka y Pavese como paradigma), el título de la saga alude a
Emilio Renzi, álter ego y personaje fetiche que se repitiera en varias de sus
novelas (Respiración artificial, Blanco nocturno) y cuentos (uno de
ellos, “La loca y el relato del crimen”, que en 1975 ganara un concurso de
cuentos policiales organizado por la revista Siete Días, con Borges, Denevi y Roa
Bastos como jurados).
La nota que abre el primer tomo de los diarios,
y otros tantos tramos de ese primer volumen, están contados en tercera persona,
en una superposición de planos narrativos muy típico de su obra. Los temas
fluctúan y se repiten: las primeras lecturas, el cine, la figura de su abuelo, geografías
(Adrogué, La Plata, Mar del Plata, Buenos Aires), los amores tempranos, la
universidad, los trabajos incipientes, el poder ejercido en él por el lenguaje desde
temprano. Dividido en dos partes (en la segunda, por ejemplo, aparece “Hotel
Almagro”, relato que originalmente abre Formas
breves, como parte de una de las tantas leyes piglianas: un texto puede
repetirse en más de un libro), el tomo hace honor a los inicios de su carrera: “si
no hubiera empezado una tarde a escribirlo, jamás habría escrito otra cosa”.
II
En la página 111 del tomo II de Los diarios de Emilio Renzi, en una
entrada perteneciente al año 1969, se lee: “‘Sólo se pierde lo que realmente no
se ha tenido’, Borges. Usaré esta cita como epígrafe de mi próximo libro”. Trescientas
páginas más adelante, en una entrada de 1975, Piglia aclara: “Colocaré una
frase de Borges al frente de mi libro Nombre
falso pero se la atribuiré a Roberto Arlt: ‘Sólo se pierde lo que realmente
no se ha tenido’. La frase no hace más que sintetizar lo que es para mí el
‘tema’ central de ese libro: las pérdidas”.
Así lo hizo finalmente, de manera apócrifa.
Lo que podría sintetizar este gesto literario
(tan borgeano, por cierto) es una idea que viene desde los orígenes de la
literatura argentina y que linkea directamente con lo que el propio Piglia escribiera
en Respiración artificial, publicada
en 1980:
“La primera página del Facundo: texto fundador
de la literatura argentina. ¿Qué hay ahí? dice Renzi. Una frase en francés: así
empieza. Como si dijéramos la literatura argentina se inicia con una frase
escrita en francés: On ne tue point les idées (aprendida por todos nosotros en
la escuela, ya traducida) (...) Pero resulta que esa frase escrita por
Sarmiento (Las ideas no se matan, en la escuela) y que ya es de él para
nosotros, no es de él, es una cita. Sarmiento escribe entonces en francés una
cita que atribuye a Fourtol (...) Sarmiento se equivoca. La frase no es de
Fourtol, es de Volney. O sea, dice Renzi, que la literatura argentina se inicia
con una frase escrita en francés, que es una cita falsa, equivocada. Sarmiento
cita mal”.
Y más abajo: “Ahí está la primera de las
líneas que constituyen la ficción de Borges: textos que son cadenas de citas
fraguadas, apócrifas, falsas, desviadas”. Y página y media después: “El que
abre, el que inaugura, es Roberto Arlt. Arlt empieza de nuevo: es el único
escritor verdaderamente moderno que produjo la literatura argentina del siglo
XX.”
Piglia, podríamos arriesgar entonces, no sólo
pone a Borges a clausurar el siglo XIX (“Borges es anacrónico”; “clausura por
medio de la parodia la línea de la erudición cosmopolita y fraudulenta que
define y domina gran parte de la literatura argentina del XIX”) y a Arlt a
abrir las puertas del siglo XX, sino que, con su propia cita apócrifa de Nombre falso, clausura el siglo XX.
*Hernán Carbonel es periodista y escritor.
Durante muchos años bibliotecario en su pueblo, Salto, ahora se desempeña en el
área de Cultura, donde le gusta moverse: haciendo radio, por ejemplo, o
escribiendo, u organizando encuentros con autores. Colaborador habitual de La
gaceta y otros medios, entre los que nos contamos nosotros. Entre otros libros,
ha publicado El caso Arroyo dulce,
“Una excursión a los comechingones” (nouvelle, en el libro Antiguos dueños de la tierra) y el libro de cuentos de terror,
juvenil, El chico que no crecía.
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