La vida sin ella. Una breve visita al Diario de duelo, de Roland Barthes
Diario de duelo, en el que Roland Barthes se refiere a su vida, después de la muerte de su madre, es un texto insoslayable a la hora de leer diarios personales. Compartimos la lectura que hizo María Laura Guembe de ese texto del semiólogo y ensayista francés, para cerrar el tema del mes de junio.
No, el
duelo (la depresión) es algo distinto de la enfermedad. ¿De qué quieren que me
cure?. ¿Para encontrar qué estado, qué vida?
El 26 de octubre de 1977 Roland Barthes comenzó a
escribir en papeles, como quien anota, con la urgencia de no olvidar, algo que
sobrevino de pronto, una serie de reflexiones que serían publicadas de manera
póstuma bajo el título Diario de Duelo.
Un día antes había fallecido su madre, con quien había
convivido toda su vida.
Publicado por primera vez en 2009 en francés bajo
el título Journal de Deuil, se trata
de un texto claramente escrito para no ser compartido. Extremadamente íntimo y
desgarrador, no muestra otra cosa que el tremendo sufrimiento que a él le
provoca la ausencia de su madre, el paso del tiempo y lo irremediable de la
muerte.
“En la
frase “Ella ya no sufre”, ¿a qué, a quién remite “ella”? ¿Qué quiere decir ese
presente?”
Encontramos en él el tránsito de un duelo sin religión, sin pos-muerte. El drástico final de la vida sin la fantasía de un “más allá”. La muerte rotunda. Ello queda claro en su relectura de Proust y el señalamiento del momento en que éste afirma que si supiera con certeza que existe la posibilidad de reencontrarse con su madre muerta, moriría inmediatamente para llegar allí.
Encontramos en él el tránsito de un duelo sin religión, sin pos-muerte. El drástico final de la vida sin la fantasía de un “más allá”. La muerte rotunda. Ello queda claro en su relectura de Proust y el señalamiento del momento en que éste afirma que si supiera con certeza que existe la posibilidad de reencontrarse con su madre muerta, moriría inmediatamente para llegar allí.
En la ciudad de Berlín hay un cementerio destinado
para personas que no creen en la vida después de la muerte. Así reza un cartel
en su entrada y es muy difícil no sentir que ahí yace la muerte en su forma más
inexorable. El verdadero final. Sólo el recuerdo de esas personas tiene un
lugar en el futuro.
Por eso el tiempo es tan despiadado cuando no se
cree en otro espacio para encontrarse. Así, en su escritura, pareciera que Barthes
intenta asirse del tiempo para que ella no se aleje. Como si se tratara de dos
seres que avanzan en direcciones opuestas por caminos resbaladizos, viéndola él
alejarse, tendiéndole desesperadamente la mano para detener el tiempo. Para que
la vida no sea sin ella.
Así comienza y así transcurren las páginas de este
diario que no es una despedida sino la constatación de que ella ya no está ahí
y él no sabe qué hacer con eso. Busca el modo de continuar trabajando, de
habitar la casa, de volver a Urt –donde está la casa de su infancia y donde
está su tumba- de compartir momentos con sus amigos, de habitar ese tiempo en
que ella ya no está. Es un relato del amor cuando se queda solo. “¿Cómo
voy a poder vivir aquí yo solo?”
Sus palabras dejan entrever el pánico al olvido de
los detalles, a la reducción propia de la factoría del recuerdo y el tiempo. El
miedo a olvidar su voz:
“Cosa rara
su voz que conocía tan bien, de la que se dice que es el grano mismo del
recuerdo (“la querida inflexión…”) no la oigo. Como una sordera localizada.”
Y no sólo al olvido sino al efecto del tiempo en
su propio sufrimiento: “Ver con horror
como simplemente posible el momento en el que el recuerdo de estas palabras que
ella me dijo no me harán llorar más…”
Entregarse así al llanto que actualiza el dolor,
como si volviera el tiempo atrás. Ese dolor que va cambiando. No se va, muta. Y
esos cambios son la evidencia más contundente del paso del tiempo. Y el pasado,
SU pasado, el de ella con él, es cada vez más pasado, más lejano.
Barthes se resiste a todo ello como si agarrase la
mano su madre para que retenerla en el presente. Para que no habite sólo el
pasado. Escribe el 17 de noviembre de 1977: “Duelo: región atroz donde ya no tengo miedo”.
El dolor se esconde por momentos y reaparece en nuevos lugares; sorprende. Asusta tanto no sentirlo que a veces se necesita volver a encontrarlo. “Me espanta absolutamente el carácter discontinuo del duelo”. Reitera esta idea de distintas maneras: releyendo lo escrito, reflexionando sobre algunas formas más livianas de referirse a su padecer.
Ante la discontinuidad del duelo, ante la certeza
de que no se desdibuja con el tiempo, afirma haber aprendido que es inmutable y
esporádico. Que no “se gasta” porque no es continuo. Escribe el 7 de diciembre:
“Ahora, a veces sube en mí,
inopinadamente, como un globo que revienta: la constatación: ella ya no está,
ella ya no está, para siempre y totalmente.”
Y ante esa náusea de lo irremediable, como él mismo
afirma, le quedan las fotografías. Al visitarlas revive el dolor, llora, pero
igual lo hace, tal vez, como una forma de reafirmar los recuerdos. Aún los del
tiempo de la vida de su madre anterior a su propia vida.
Unos años más tarde Barthes escribirá su último
libro: La cámara lúcida. Inspirado en
una fotografía de ella a la que refiere en su diario de duelo. Ese libro
contiene una relectura de su teoría sobre la fotografía y también una
reformulación basada en la idea de punctum,
que muy sintéticamente podría definirse como el suceso de la comunión entre la
foto y quien la mira. Esa foto de ella, sobre la que también escribe en este
diario, le permite habitar en primera persona su último libro. Con ella.
“4 de
diciembre de 1978. Escribo cada vez menos mi aflicción, pero en un sentido es
más fuerte, ha pasado al rango de lo eterno desde que ya no la escribo más.”
Hay en la vida momentos y reflexiones que nos
hermanan y nos permiten encontrarnos con personas con las que por las propias
coordenadas de tiempo y espacio no podríamos habernos cruzado nunca: ciertas
formas de la felicidad y del amor; la intensidad extrema de algunas vivencias. El Diario
de Duelo es un libro hermoso. Tristísimo. Enorme compañero para transitar
un desgarro así.
*Maria Laura Guembe es licenciada en Ciencias de
la Comunicación y magíster en Comunicación y Cultura, ambos títulos de la
Universidad de Buenos Aires. Se dedica a la docencia y a algunas otras cosas
que no vienen a cuento.
Roland Barthes
Editorial SigloXXI, 2010.
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