Andrea Ferrari: "El tema de la inmigración está muy presente en nuestra cultura aunque uno no se dé cuenta"

El movimiento, el cambio, el mundo que se transforma, pero también las identidades territoriales, culturales y lingüísticas, hacen al tema de la inmigración. Andrea Ferrari conversó con Mario Méndez sobre su interés por esta problemática. Comentó cuáles fueron las motivaciones que la llevaron a trabajarla en su escritura, y a formar uno de los tópicos de su obra, en la vinculación con su vocación por el trabajo de investigación, y la escritura periodística. Analizó su obra y la construcción de algunos de sus personajes a luz de esta cuestión. Libro de arena comparte la entrevista a Andrea Ferrari que se llevó a cabo en La Nube como parte de los encuentros del ciclo "Literatura de inmigración". La segunda parte saldrá publicada el viernes próximo.



MM: ¿Qué tal Andrea? Bienvenida. Estamos con Andrea Ferrari, y no con Martín Blasco como habíamos anunciado: nos visitará el lunes 6. Como siempre, voy a empezar con la biografía, que tomo de uno de los muchos libros de Andrea. Este, Los chimpancés miran a los ojos, ganador del White Ravens. Nació en Buenos Aires, se graduó como  traductora literaria de inglés, aunque luego se volcó hacia el periodismo. Durante muchos años trabajó en diversos medios gráficos del país. Fue después del nacimiento de su hija cuando empezó a escribir cuentos infantiles  para ella que dieron origen a su primer libro. Obtuvo el Premio Barco de Vapor de España, con la novela El complot de Las Flores. Donde ya hay algo sobre inmigración…


AF: Interna.

MM: Sí, migración interna. Novela que fue traducida al francés al portugués y al coreano. Entre otras distinciones, El hombre que quería recordar recibió el White Ravens, igual que Los chimpancés miran a los ojos. Zoom ganó el destacado de ALIJA de novela juvenil, y el año anterior La noche del polizón, del que vamos a hablar bastante porque justamente el tema, la excusa que nos trae hoy, es la inmigración dentro de la literatura. Hace dos años empez ó una saga policial. Tiene dos sagas muy exitosas, la de Sherlock…

AF: Esa primera saga se llama El nuevo Sherlock. Los títulos son El camino de Sherlock, No es fácil ser Watson, y No me digas Bond.

MM: Y la saga de Sol de Noche

AF: Que tiene dos títulos por ahora que son La velocidad de la música y Las marcas de la mentira. Y el tercero que sale a fin de año.

MM: Muchos estamos esperando ese final. Esto es muy sucinto. Andrea es una gran escritora, muy premiada, como ven, y con este costado investigativo, periodístico que tiene, se ha metido entre otros con el tema de la inmigración. Vamos a empezar entonces, si te parece, por La noche del polizón. Espero que la hayan leído, que hayan hecho la tarea. El lunes pasado hablé mucho de esta novela, y hay muchas cosas para preguntarte. En principio, ¿Por qué te interesó este tema de la inmigración, quizá  la más reciente que es la de los jovencitos africanos?

AF: El tema de la inmigración me interesa porque me parece que tiene mucho que ver con lo que pasa hoy en el mundo, con los cambios que se dan. Por eso, aún sin habérmelo planteado conscientemente, aparece en varios de mis libros. En el caso de La noche del polizón tuvo que ver con el lado periodístico. Yo estaba trabajando como periodista y empezaron a llegarnos noticias sobre chicos o gente muy joven de origen africano, que aparecían en distintos lugares. Primero fue en Rosario, y después pasó acá en Buenos Aires. Aparecían en barcos y los capitanes no sabían que venían esos chicos escondidos. Y se daba una situación compleja para ver qué se hacía con ellos, porque estaban en muy malas condiciones de salud. Y en eso leí que había tres chicos, el menor tenía diecisiete años y el mayor veintipico, que habían llegado la puerto de Buenos Aires, habían estado un tiempo internados porque venían sin comer, y finalmente los había acogido en su casa una señora  que tenía vinculaciones con una organización africana y que vivía en Olivos. Y me gustó como tema para hacer una nota. La ubiqué, fui, y fue una nota dificilísima, porque yo había pensado ingenuamente que nos entenderíamos. Me había informado sobre sus nacionalidades. Dos de ellos eran de  Guinea Conakry y el tercero era liberiano. En Liberia se habla inglés…y por ahí íbamos bien, pensé… hablamos en inglés. En Guinea se habla francés. Mi francés no es muy fuerte pero bueno… me voy a arreglar. Cuando llego me doy cuenta de que el liberiano hablaba un inglés que no tenía absolutamente nada que ver con lo que yo conocía, y era casi imposible de entender. Y los dos chicos de Guinea hablaban un dialecto. Uno hablaba un poquito de francés. Fue una entrevista con muchos gestos, muchos sobreentendidos, algunas palabras en francés, algunas en inglés. Fuimos mezclando. Así y todo, la historia era tan fuerte, todo lo que habían vivido, desde haberse subido a un barco sin tener la menor idea de a dónde iban. No sabían qué era la Argentina. Nada en absoluto. Parece un lugar común pero lo repito: Argentina era Maradona, nada más. Habían llegado acá sin hablar una palabra ni saber qué iba a ser de sus vidas. En el camino había muerto uno de sus compañeros, además. Porque viajaban en un lugar muy precario, al que se puede subir tirándose al agua, que es el lugar por dónde pasa el eje del timón. Pero en ese lugar, si la marea sube mucho el agua se mete. A uno de los chicos la marea se lo había llevado. Los otros habían logrado agarrarse. Con toda esa historia hice la nota y siguió pasando el tiempo. Pero me quedó dando vueltas y vueltas como dos años, hasta que decidí que iba a escribir algo de ficción. Una novela a partir de esa historia. Ahí empezó la búsqueda de otros testimonios, y encontré a tres o cuatro chicos más. Entrevisté a la gente de un Programa que existe en la Defensoría General de la Nación, que es justamente para menores que vienen solos al país. Les dan cierta protección, un subsidio hasta que cumplen diecinueve años, les enseñan español, hay clases gratuitas de español. Con todo esto me fui armando el panorama hasta que pude lanzarme a escribir.

MM: Muy difícil la construcción. Hay unas cosas que tiene Karmo, el personaje de La noche del polizón, que supongo que lo habrás visto en las diferentes entrevistas que hiciste, y es que es bastante cerrado. Le cuesta contar su historia. No la utiliza como un modo de supervivencia.

AF: Son chicos que vienen de una cultura tan distinta, que ya abrirse, mostrarse, cuesta mucho. Hay una barrera idiomática fuerte y una barrera cultural muy grande. Además, la mayor parte de los chicos a los que yo entrevisté habían estado en la calle antes de subirse al barco. Muchos no habían ido nunca a la escuela. Otros habían perdido a sus padres cerca de la adolescencia, entonces sí habían tenido alguna escolaridad. Venían de un ámbito muy hostil. Cuando yo los entrevistaba mi planteo era algo bastante difícil de explicar. Todas esas entrevistas fueron dificultosas y creo que eso se reflejó también en el personaje.

MM: Es un personaje cerrado, que tiene un problema con la novia porque le cuesta abrir, y además, lo que decías acerca de la hostilidad que traen… ¿También la reciben, no?

AF: Muchísimo. La cuestión de la mirada es muy fuerte. La mayoría de ellos llegaron al país sin planificarlo. Muchos pensaban (y eso lo usé con el personaje), que iban a los Estados Unidos, porque la palabra “América”, genera mucha confusión. Ellos decían: “Voy a América”, pensando en Estados Unidos, y sabiendo que allá hay mucha población negra. Llegan acá, y una de las primeras preguntas que muchos hacen cuando salen del puerto es: “¿Dónde están los negros?”. Porque necesitan un contexto de protección, de contención. Ahí se dan cuenta de que acá hay muy poca población negra, entonces la mirada del otro todo el tiempo es muy dura. Es esa sensación de estar siendo juzgado todo el tiempo, por quién es, por el color de piel. De ser mirados en los medios de transporte, en la calle… son cuestionados. Hay gente que les dice que por qué no se van a su país. Gente que se  levanta en el colectivo cuando se sientan al lado. Toda esa hostilidad tiene su efecto.

MM: Cómo para no estar cerrados… Por supuesto. En esa historia, Karmo (para los que no lo leyeron), es sobreviviente de un ataque a una aldea.

AF: Claro. Es de Liberia, que ahora está pacificado, pero que durante muchos años estuvo en una guerra civil. Y hubo aldeas completamente arrasadas. Están las milicias del ejército y las milicias de los rebeldes. Ambos arrasaban. Y hubo muchos chicos tomados para ser soldados, obligados, en las milicias rebeldes. Los chicos corrían el riesgo de que los mataran o de que los capturaran para ser soldados. La historia de Karmo, que sale corriendo y corre y corre, la tomé en parte del caso real de un chico que era de los primeros llegados, con trece años. Estaba en Rosario. Había perdido a toda su familia y él escapó hasta que llegó a un campo de refugiados. Es quizá una de las historias que acá tuvo una resolución más feliz, porque llegó muy chico, en Rosario se le dio mucha difusión al caso, y la gente iba a visitarlo espontáneamente, le llevaba regalos. Se transformó en un personaje querido y una médica terminó adoptándolo. Entonces tuvo una protección familiar que el resto no tuvo.

MM: En general es todo lo contrario.

AF: Sí, es un transcurso muy difícil, y muchos terminan yéndose, probando suerte en otros países, como Brasil, o volviéndose.

MM: ¿Y cómo es esto de que no saben adónde llegan?

AF: Porque el polizón se sube a un barco sin información. A veces hay una información vaga. Tampoco se sabe cuánto dura el viaje, entonces no van preparados. Saben que tienen que llevar agua y algo para comer. Algo como la galleta marinera. Pero no calculaban que el viaje era tan largo. Entonces en algún punto se acaba. Muchos han muerto de hambre y otros llegan en un estado muy malo.

MM: Una vez me contaste algo que es muy duro, que yo no sabía y que calculo que mucha gente tampoco sabe. ¿Qué pasa si los encuentran en alta mar?

AF: Es un problema porque la responsabilidad es del capitán del barco. Se supone que antes de salir un capitán tiene que revisar el barco y no permitir que haya polizones. Entonces, si aparecen en el viaje se complica. Lo que se dice, o lo que contaban esos chicos, es que muchas veces los tiran al mar. También utilicé eso en la trama, el riesgo. Porque si se te acaba la comida, hacés ruido para que te encuentren, para no morir de hambre. Pero está la posibilidad de morir porque te encuentran. Entonces se trata de aguantar y aguantar…

MM: ¿Y cuando llegan?

AF: Algunos se presentan, porque la ley argentina es bastante contemplativa con esos casos y es muy poca la gente a la que se expulsa. Pero sigue habiendo un riesgo. Entonces, muchos chicos lo que hacen, cuando están cerca, es tirarse y nadar. Y el otro tema es el frío, porque vienen del África, no traen abrigo y pasan un frío terrible. Uno de los casos que más me impactó fue el de un chico que llegó acá en agosto y se tiró al agua. Salió, todo mojado y con la obsesión de que tenía que cortarse el pelo. Porque su padre le había dicho que nunca tenía que estar desprolijo. Entonces, cuando encontró a alguien le preguntó dónde podía cortarse el pelo. Esa fue su primera inquietud. Antes de comer y de tomar algo. A la mayoría se los lleva a Migraciones, se les da entrada y los primeros cuidados.

MM: ¿Se los toma como si fueran asilados políticos?

AF: Después pueden pedir el asilo. Al principio están en una condición sujeta a la resolución de un trámite. Pasa un tiempo y pueden pedir el asilo. En ese caso se contempla la situación política del país de donde vienen, su situación personal, si tiene familia… Y después si consiguen insertarse acá, con un trabajo, es mucho más fácil que les den la documentación.

MM: Esos trabajos que hacen con la bijouterie y esas cosas… es muy difícil que vendan, ¿no?

AF: Algo venden porque sobreviven…

MM: Pero cobran un subsidio…

AF: Los menores. Los mayores, no. Ese trabajo tiene que ver con que ellos se ponen en contacto inmediatamente con gente que está en la misma situación. Y hay una red. Hay gente que compra todas esas cosas a un mayorista, toma a esos chicos, y se las da en consignación. Es lo que consiguen. A los que no son menores, esta organización, que depende de la Defensoría General de la Nación, algunas veces les ha conseguido trabajo en hoteles, o en otros lugares. Son precarios, pero son mejores que vender en la calle.

MM: El personaje, Karmo, trabaja en un lavadero. ¿Había algún caso de esos?

AF: No, eso fue puro invento, pero había otros casos. De hotel, me acuerdo de haber conocido uno.

MM: ¿Y chicas? Por este tema del viaje… No recuerdo haber visto.

AF: Mucho menos. No llegan de esta manera, no como polizones. Ha habido algunos grupos más masivos, de Senegal, que ya venían pagando un viaje. No necesariamente de manera ilegal. Después de que yo escribí el libro, este tema de los polizones bajó porque se ajustaron las condiciones de seguridad en los barcos. Ese espacio, precario, en el que viajaron los chicos que yo conocí,  ya no está, me han contado que le han puesto una especie de reja para impedir que entren. Es más difícil viajar así ahora. Otra cosa que hacen es viajar por izquierda. Alguien de la tripulación cobra unos pesos y los esconde en la bodega. Es un poco más seguro.

MM: ¿Cuántos chicos entrevistaste?

AF: Aparte de esos tres primeros, hubo tres o cuatro más. Hubo dos muy importantes para mí, que fueron el de Rosario, que cuando lo entrevisté ya tenía muchos años acá, iba a la escuela y con él era posible otro nivel de diálogo. Y el que se quería cortar el pelo, que había logrado manejar un castellano más fluido. Con otros el diálogo fue muy limitado, porque su manejo del español era muy escaso.

MM: Y el tema de la cultura de origen lo investigaste?

AF: Yo les preguntaba un poco sobre las comidas, sobre la religión. Muchos iban a la mezquita una vez por semana. Sentían que de alguna manera eso los mantenía en contacto con sus raíces. Otros cortaban completamente y trataban de adaptarse, escuchaban la música de acá.

MM: Pasando a lo literario: elegiste una estructura muy interesante que es la espera. Que tiene bastante que ver con la cuestión de la migración y la inmigración… Esperar al que viene, conectarse con el que está allá, transmite angustia. Repito para quienes no lo leyeron, desde la mañana, cerca del mediodía, hasta la tarde/noche, Karmo está esperando una llamada…

AF: La novela transcurre en un solo día. Sí, me interesaba trabajar con eso porque lo de ser inmigrante tiene mucho que ver con la espera. Con la espera de noticias, si te van a dar los papeles o no te van a dar los papeles, si te van a expulsar… Hay una espera continua, para ver qué va a pasar. Me gustó trabajar con eso y también con el tema del tiempo, porque el concepto del tiempo era muy diferente al nuestro. Muchas de las personas que trabajan con los africanos hablan  del “african time”. Si vos decís “las cinco african time”, pueden ser las ocho. Así de laxo. ¿Cuándo sale un colectivo? Cuando se llena, no “a las siete”. Ese tipo de manejo de los tiempos hace que para ellos sea muy difícil adaptarse a una cultura que está regulada por los horarios. Por eso me gustó pensar cómo Karmo tiene que ponerse en la cabeza de una persona argentina, manejarse con los tiempos y los horarios, y de alguna manera olvidarse del “african time”.

MM: Entre otras cosas del choque de culturas que hay tenemos los cumpleaños, que tienen que ver con el tiempo.

AF: Qué edad tenés no es tan importante, ni cuándo cumplís años, ni la ceremonia del cumpleaños. Muchas veces, el choque con las relaciones afectivas pasa por ahí. Generar una relación afectiva con tantos presupuestos diferentes, es muy difícil. Para uno es importante una cosa y para otro, no. Eso tiene que ver con el choque con su novia.

MM: Los besos, por ejemplo. A Karmo le sorprende que se den besos con las mujeres. Mucho más con los hombres.

AF: Ahí también está el tema de la religión. En la cultura musulmana, el contacto físico con la mujer, salvo que sea la madre o la esposa, es distante. Cuando llegan les impresiona el aspecto de las mujeres en Argentina. Cómo lucen, cómo visten, la ropa ajustada, la pollera corta, el short… Todo eso genera una impresión. El contacto físico es otra cosa muy intensa. Acá somos de darnos muchos besos. Allá es mucho más distante. También es un choque acostumbrarse a dar besos entre hombres y mujeres, y más entre dos hombres. Eso  ya es muy sorprendente.

MM: Henning Mankell, que vivía la mitad del año en Suecia y la otra mitad en África, decía que una vez unos chicos africanos lo habían parado en la playa, y que le habían preguntado quién cierra los ojos primero cuando un hombre y una mujer se daban un beso. Lo habían visto en las películas. Era una duda que tenían, porque no es una costumbre de los africanos.

AF: El que está “tratando de hacerse” necesita este tipo de ayuda, de “tips” sobre qué hay que hacer para ser uno más.

MM: Otro de los muy buenos momentos de la novela es cuando la novia se da cuenta de que él la está imitando. Creo que ella le dice que no está dando un examen. Están tomando un café y el revuelve el azúcar de la misma manera que ella. Agarra el pocillo de la misma manera… Como que tiene que hacer esa cosa del espejo.

AF: Creo que es una constante del que necesita asimilarse a otra cultura. Eso de estar mirando todo el tiempo y estar viendo las diferencias.

MM: ¿La novela les llegó a algunos de estos chicos?

AF: Yo se las llevé. La verdad es que no sé si la pudieron leer. Porque ya, de por sí, el español es un idioma que la mayoría aprende a hablar pero no a escribir. Para la mayoría la parte escrita es muy complicada. Leer un libro se les hace bastante difícil. Sí sé que lo leyó la gente que trabajó con ellos. Y dejé los ejemplares para ellos, pero la verdad es que era difícil.

MM: Cambiando de receptores, ¿cómo es la llegada de la novela a los colegios?

AF: Les llama la atención. Quizá el leer sobre cómo se siente una persona negra los hace repensar sobre aquellos con los que se cruzan por la calle. Me da la sensación de que todos caminamos por la calle, por Corrientes, por el Once, y vemos a esos chicos que están con las bandejas de relojes o de bijouterie y uno no se detiene a pensar de dónde viene, cómo llegó o qué le pasa. Esto es lo que más los sorprende. Y estas mismas preguntas. Les interesa saber la historia.

MM: En Aunque diga fresas, que es otra de las novelas en las que la inmigración es central, la idea que tomás es mucho más cercana, porque además la que narra es una argentina que ha migrado. Para los que no lo leyeron, es la historia de una chica que está haciendo lo que en España llaman el Instituto, que es el secundario, en Madrid, y que narra una historia junto a un colombiano, un madrileño y un ecuatoriano. Hay una gran investigación, sobre todo de lenguaje, porque acá los cuatro hablan distinto. ¿Cómo fue trabajar en esta novela?

AF: Esto fue antes de La noche del polizón. La inquietud surgió a partir de la crisis del 2001, cuando tanta gente se fue de acá. En esa época estaba trabajando en un diario, e hicimos infinidad de notas sobre el tema, porque era “el” tema: los que se iban. Y me interesó pensar en el lugar de los chicos o los adolescentes. Porque esas decisiones de una familia, como la de irse, las toman los adultos. “Nos vamos porque en España o en Estados Unidos nos va a ir mejor, porque acá no hay trabajo”. El adolescente o el chico, es arrastrado a eso. La emigración forzosa en medio de la crisis, vista desde una adolescente. Aproveché que iba a ir a España a quedarme un tiempo para hacer entrevistas allá. Me centré en la chica argentina, porque me resultaba más fácil y más fluido para mí convertirla a ella en la narradora central, pero también tomé otros grupos. En ese momento era muy fuerte la emigración a España de colombianos y ecuatorianos. En esa estadía en Madrid visité escuelas, igual que acá, por el tema de los libros, y aproveché para entrevistar a chicos de muchas nacionalidades que conocí. Y cada uno de esos grupos de latinoamericanos tenía características diferentes. Por un lado, la inserción es mucho más fácil cuando uno habla el idioma, pero las diferencias culturales igualmente son muy grandes. Incluso el tipo de español. De ahí surge el título del libro, Aunque diga fresas, que tiene que ver con las palabras que se entienden y las que no se entienden. Eso de “frutilla” o “fresa”, surge al revés para la protagonista que siente una suerte de rebeldía frente a la adaptación, porque su plan es volver. Parte de esa rebeldía es lingüística: no acostumbrarse a usar las palabras que le exigen, palabras del español peninsular.

MM: Acá hay un rechazo que en La noche del polizón es lateral. Acá es ostensible, hay violencia contra los inmigrantes. ¿Eso lo investigaste? ¿Lo sabías?

AF: Había leído historias de violencia en los diarios y ellos también lo mencionaban. Incluso en los colegios. Esta cosa de rechazo o de ataque al extranjero. Cada grupo tenía su estilo. En España hay mucha migración africana, y ellos la pasan peor que los latinoamericanos, que encuentran más aceptación.

MM: En los tres personajes hay como extremos. O hay dos extremos y una más equilibrada. El ecuatoriano que se quiere volver, y no quiere saber nada con la adaptación. Ayelén me parece que es intermedia, no sabe si quiere o no quedarse con los padres, volver porque tiene la familia partida, y el colombiano que está en plan de adaptarse. “Me acostumbro”. “No tengo más remedio”.

AF: “Esto es lo más fácil, no me cuestiono”. También elegí esas alternativas para cada uno de los personajes porque tiene que ver con lo que vi. Para los argentinos, adaptarse era relativamente fácil. Lograban bastante aceptación. Los ecuatorianos varían, depende si son de la sierra o no, pero tienden a tener una cultura más cerrada. Entonces les cuesta mucho más. El colombiano, no. Es muy abierto.

MM: Está muy bueno el juego, también con los adolescentes españoles, porque para los pibes de España, acostumbrarse a la convivencia con los inmigrantes no es fácil…

AF: No es fácil. He charlado con algunos chicos incluso una vez que salió el libro y les parecía raro. Ellos lo ven todo el tiempo desde ellos, lo de aceptar al inmigrante o no. Y les parecía raro el punto de vista del inmigrante que no quiere estar ahí.

MM: Cómo no va a querer…

AF: Esa era la idea.

MM: ¿Visitaste escuelas con este libro en España?

AF: No. Hice alguna entrevista por Skype.

MM: ¿Y se ven reflejados críticamente?

AF: No. No perciben demasiada crítica. Dicen que es una situación difícil para todos, que es raro, que son otras culturas, que hay que aceptarlas… Hay un discurso políticamente correcto que está bastante asentado, pero no percibí una autocrítica.

MM: La pregunta es para hacernos un poco de autocrítica nosotros… Viste que acá existe el mito de que somos buenísimos con los inmigrantes. Para mí no es así, pero siempre se dice que en la Argentina los recibimos con los brazos abiertos. ¿Los españoles que entrevistaste sentían que ellos eran abiertos y receptivos?

AF: Sentían que eran bastante abiertos y que habían recibido una inmigración enorme. Esto cambió. Estamos hablando de una realidad de hace diez años que hoy cambió completamente por la crisis española. Pero en ese momento sentían que había mucha inmigración y que estaban haciendo un esfuerzo. Así lo percibían ellos. Para los argentinos, la cosa era diferente: “Este país recibió miles y miles de españoles y de italianos y los incorporó a su cultura, decían, y ahora que vamos allá nos rechazan”.

MM: ¿Había algún reconocimiento por tantos que vinieron acá?

AF: No. Esa percepción de la historia, y sobre todo en los adolescentes, no existe.

MM: Ya tienen sus propios problemas, los adolescentes…

AF: Sí, están metidos en su mundo…

MM: Es demasiado pedirles. Pasa algo similar, de los adolescentes adaptándose con la familia, en El complot de Las Flores

AF: Sí. El complot… también es una novela que surgió de la crisis del 2001, pero tiene más que ver con la inmigración interna. Es una familia que se  va de Buenos Aires a un pueblito que es ficticio. No es Las Flores de la Provincia de Buenos Aires, sino que es un pueblito de la Patagonia. Un pueblo muy pequeño que cada año pierde habitantes, entonces quieren incorporar gente. Va esta familia, y la visión es la de una preadolescente que no quiere saber nada con estar en ese pueblo tan pequeño. Hay una cuestión completamente distinta, porque es la adaptación de la gran ciudad a un pueblo pequeño en el que la cultura también es diferente.

MM: ¿Es del 2001?

AF: El libro salió en 2003.

MM: Y ganó el Barco de Vapor en España ese año. Para los que no lo conocen, es quizá el Premio más importante de Hispanoamérica para la literatura infantil y juvenil. Y fue el segundo de tus libros publicados…

AF: Fue el segundo. Fue mi primera novela, porque yo tenía cuentos publicados hasta ese momento.

MM: Así da gusto comenzar…

AF: Una gran suerte, realmente.

MM: No solo suerte. Siguiendo con los inmigrantes… Sé que hay un proyecto con la inmigración… La pregunta también estaba dirigida a Martín que iba a venir…


AF: Sí. Estamos escribiendo un libro con Martín Blasco. Es mi primera experiencia de un  libro a cuatro manos. Cada uno está trabajando con un personaje. No es exactamente el tema de la inmigración, pero el personaje acerca del cual escribo yo es una adolescente nacida en la Argentina pero de padres chinos. Me interesó trabajar ese marco. Quizá tenga algo que ver con el conflicto de los inmigrantes, pese a que la protagonista es argentina, por eso de estar montada en dos culturas. La de su familia china, que puede llegar a ser un mundo muy cerrado (van a instituciones chinas, hablan en chino en la casa, comen comida china). No es un tipo de inmigración que se abre como ha sido la italiana o la española, sino que es una inmigración que mantiene sus costumbres. Entonces, los hijos tienen esta doble adscripción. A la cultura argentina, que viene por el lado del colegio, y a la cultura china en su casa. Este es un poco el conflicto del personaje que estoy trabajando yo.

MM: Juvenil también…

AF: Sí, va a ser una novela juvenil.

MM: ¿Es dónde más cómoda te sentís?

AF: No, creo que es por épocas. Durante bastante tiempo trabajé más lo infantil, cómodamente. No sé por qué a uno le surgen ciertas ideas en cierto momento y no en otro. Pero últimamente siento que me aparecen más ideas para literatura juvenil. Me gustaría volver a lo infantil, tengo el plan de hacerlo.

MM: ¿Y tenés algo pensado?

AF: No todavía.

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