El cofrecito dorado
La literatura, al
igual que la memoria, es una gran aliada de la historia. La riqueza de la
primera radica en que al no permanecer nunca al margen de los cambios
históricos lleva inscripta en sus textos las relaciones que, en su momento,
hicieron esos textos posibles. La memoria, por su lado, permite poner a cada
hecho su impronta de acuerdo a cuánto de significativos tengan esos acontecimientos
para nuestra vida. Producto del taller que se desarrolló en
la biblioteca “Memoria con yapa” del Centro de Salud Mental A. Ameghino, exponemos
aquí una muestra en donde los adultos mayores comparten delicias de sus tiempos
de infancia. Tiempos memoriosos que transforman los recuerdos en textos breves
de ficción.
Por Celia Siritto
Ahí
estaba quieto, pequeño, de bronce, brillante, con esas bellas imágenes en bajo
relieve. ¿Unas femeninas?, ¿otras masculinas?, algunas
acurrucadas, otras erguidas. Delfos, tal vez. Apolo. Nunca se me ocurrió
preguntarle a mi mamá que significaba para ella ese prisma que parecía un
pequeño sol reflejado en el espejo de la toilette de su dormitorio. Yo pasaba,
lo tocaba, me encantaba su textura rugosa. Ese cofre contenía un rosario negro,
una llave pequeña y dorada, calada y unida a otra plateada por una cinta lila.
Su interior era de pana verde y siempre abierto ocupó el mismo lugar de la
cómoda. Sabíamos las tres hermanas que el tesoro había pertenecido a nuestra
abuela materna, Luisita. Una Luisita que las nietas sólo conocían por los
recuerdos de su madre. Como también conocían, a través de esos mismos
recuerdos, que la abuela había enviudado embarazada de 5 meses para morir
después con apenas 35 años y dos hijos; mi madre de 8 y su hermano de 9.
Al
enviudar, y a pesar de tener medios económicos que le permitían vivir en
soledad, mi abuela se mudó a su casa materna. En esa época era bien visto que
una joven viuda así lo hiciera. Los dos niños fueron criados amorosamente,
junto a sus siete tíos y por esa abuela maravillosa a la que todos llamaban
“mamama”.
A
los 94 años la muerte tocó la puerta de mi madre y las tres hermanas hicimos un
sorteo con todo lo que había en la casa que deseábamos conservar. El destino,
con todo su peso inapelable, hizo que curiosamente todo lo que era de mi abuela
materna Luisa me tocara en suerte: el cofrecito dorado, tres cintas argentinas
con el alfiler correspondiente pinchadas en su tapa, el rosario, un misal, y un
cubrecama de hilo muy delgado, blanco, tejido por mi abuela. Mi madre decía que
“mamama” comentaba que yo era muy parecida a Luisita, su niña. A esta altura de
mi vida descubro que soy la depositaria de lo único que mi madre conservó de la
suya. Regalos no buscados, afectivamente muy valiosos para mí y por lo que
representan en la historia familiar. El pacto con mis hermanas fue: “la suerte
es loca y al que le toca, le toca”. Y aquí están.
Hermosa Celia, todo luz, has hecho honor a tus padres abuelos y bisabuelos Me has enseñado lados de la vida desconocidos para mi, me has enriquecido el alma. Me has ayudado a ser mejor persona, me has querido y te he querido, estas dentro mio, ya no habra separacion posibke.Doy gracias haberte conocido y haber pertenecido a ese grupo maravilloso.Memoria con yapa. Donde todos y cada uno que lo integramos salimos al mundo con otro brillo, invisible a los ojos sumanente contundente . Somos mejores personas. Gracias Adri por preservar estos maravillosos momentos pasados inmersoscen nuestras almas.
ResponderBorrarEterna Abucha, cómo te vamos a extrañar! <3
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