Veinte mil leguas de viaje submarino
Cuando pensamos en las historias de aventuras es imposible no referirse a la figura de Julio Verne. Nacido en Francia en 1828, sus novelas han sido visionarias. De la Tierra a la Luna, Viaje al centro de la Tierra, La vuelta al mundo en ochenta días o Los hijos del capitan Grant llevaban al público lector del siglo XlX a viajar por lugares que desafiaban el verosímil de la época. El faro del fin del mundo sucede en Tierra del Fuego, y en consecuencia, hay un museo que homenajea al autor. Otro de sus títulos centrales es 20.000 leguas de viaje submarino. Allí acompañamos las aventuras de uno de los personajes clásicos de la literatura de aventuras: el capitán Nemo. En muchos casos su obra ha sido adaptada para permitir su llegada al público lector juvenil. Compartimos una reseña de María Pía Chiesino, sobre la edición completa de esta gran novela.
Por María Pía Chiesino
“Leer es como un gran viaje.
Un gran viaje que, cierto día afortunado, comienza.
Un gran viaje que nunca sabemos cuándo termina”
Con estas tres oraciones comienza El escritor frente al mito del niño lector, de Enrique Pérez Díaz.
No sé si los niños lectores son un mito como indica el título del libro de Pérez día. Y en el caso de que efectivamente lo sean, esto no siempre fue así. Yo fui una niña lectora. Y como tal, cuando tenía once o doce años leí una versión adaptada de Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne. Creo que era un libro de la colección Billiken. O de la mítica Robin Hood. No me acuerdo.
Hace un mes, conseguí la versión completa de esta gran novela. Son dos tomos que respetan las ilustraciones originales, con notas minuciosas en cada capítulo y un estudio final, publicado por Anaya. Más de quinientas páginas que leí sin poder (ni querer), parar.
En general, me acordaba de la trama de aventuras de la edición juvenil.
Leída en su versión completa, esta extraordinaria novela, nos lleva, literalmente, de viaje. Y en esta travesía vamos a ver innumerable cantidad de peces y otros animales marinos. Vamos a asistir a un sepelio en un extraño y desolador cementerio submarino. Vamos a contemplar las ruinas sumergidas de la Atlántida, y a descubrir una perla gigante de incalculable valor. Vamos a llegar hasta la Antártida, y a quedar atrapados en el mismo iceberg que el Nautilus. También vamos a entrar a la nutrida biblioteca del Capitán Nemo, y a su museo.
En este viaje en el que acompañamos a Monsieur Aronnax, a Conseil y al arponero canadiense Ned Land, vamos a descubrir un mundo nuevo y fascinante. Nos va a llegar información sobre la geografía, la física, la ecología, la biología marina… todo ello en el marco de un relato de aventuras.
De todas formas, y más allá de tanto descubrimiento, siempre vamos a terminar nuestra lectura haciéndonos las mismas preguntas: ¿Quién es el Capitán Nemo? ¿Dónde nació? ¿Por qué tomó la decisión de no volver a pisar tierra firme? ¿Por qué ataca y hunde ciertas embarcaciones? ¿Quiénes son la mujer y los niños de la foto que tiene en su camarote? ¿Qué es lo que lo obsesiona y lo tortura, al punto de no querer ni siquiera comer alimentos que lleguen de tierra firme?
El enigma de Nemo (y de su suerte) se mantienen hasta el final de la novela. En este, un mäelström (evidente homenaje a Poe, a quien Verne admiraba) hace desaparecer al Nautilus en las profundidades del océano, en medio de un inmenso remolino.
Tan llevadera en el transcurso de su lectura, como abrupta en su final, Veinte mil leguas de viaje submarino es una obra que vale la pena releer (o leer por primera vez) en esta edición de Anaya.
Es extensa y está muy anotada, pero esto no traba nuestra lectura de la novela. Conserva el dinamismo que le otorga haber sido publicada originalmente como folletín quincenal. Las notas pueden leerse aparte, al final de cada capítulo o en una eventual segunda lectura.
No hay que perderse, por nada del mundo, las aventuras que nos depara este hermoso viaje.
Anaya, 1998.
Comentarios
Publicar un comentario