90 años del nacimiento de Alberto Migré
Por María Fiorentino
Escribir una telenovela es como el trabajo del estibador del puerto. Hoy descargás un buque y mañana tenés que descargar otro. Es un esfuerzo que no para y cada vez se torna más arduo. Es muy agotador porque estás pensando todo el tiempo en darle una cierta originalidad a una historia que a medida que se desarrolla te va encerrando.
Alberto Migré.
Trabajé en una telenovela escrita por Alberto Migré en el año 1992: Esos que dicen amarse, con Carolina Papaleo y Raúl Taibo. No lo conocí a él, pero tenía en la mano guiones escritos por Migré y otra guionista, y los suyos eran inconfundibles. La izquierda de un guión de TV o cine son las didascalias, las indicaciones. Una vez, al lado de un “Hola” estaba escrita la siguiente indicación: Ese “hola” debe sonar como mil campanas de gloria tañendo en un domingo de sol.
Ningún comentario. Así era Migré. Pedía lo que se imaginaba. Y había que actuarlo.
Cuando tenía doce años, aún no había TV en casa y todas las vecinas nos juntábamos en la casa de una que sí tenía, pero cuyo living era muy chiquito. Me resultaba dificultoso ocultar los rubores y las lágrimas viendo a Atilio Marinelli besando a Beatriz Taibo, porque me había enamorado como solo a los doce años te podés enamorar de un desconocido. Por las cosas que decía. Mejor escrito, por las cosas que Migré le hacía decir.Títulos de Esos que dicen amarse.
Migré fue quien hizo que
algunas telenovelas “no terminaran bien”, con un final feliz.
O el marido engañado
asesinaba a André y a Ross en Piel Naranja y después moría de un
infarto, o en Sin Marido, la protagonista, que no tenía un buen
matrimonio porque no le gustaba entre otras cosas practicar felatio y por ello
se creía frígida, moría de cáncer antes de poder entregarse a los brazos de su
verdadero amor. Esa muerte de Patricia Palmer sin poder reunirse con Gustavo
Garzón provocó una manifestación femenina llena de furor frente a la casa de
Migré.
Patricia Palmer en Sin Marido. |
Una aclaración necesaria es que no es la actriz María Fiorentino quien escribe esto. Es la telespectadora. Jamás falté a ningún episodio de las novelas de Migré si podía evitarlo, y mis horarios se ajustaban a eso, porque eso era lo mejor en el género en la TV.
En La Cuñada, María del Carmen Valenzuela y Daniel Fanego eran los protagonistas, y la segunda pareja eran Patricia Palmer y Gustavo Garzón, que “pegaron tanto” como suele decirse, que terminaron siendo los protagonistas de la próxima, Sin Marido. Para la época de La cuñada, Fanego, Garzón y quien escribe ya éramos grandes amigos y compañeros, y solíamos juntarnos a cenar y yo le decía a Gustavo: “estás increíble en la novela, bombón. Estoy a punto de pegar una foto tuya en el placar, al lado de la de Robert Redford.” Y nos reíamos como locos, pero era verdad. Era mi amigo y hablábamos de política y de trabajo, pero al de las seis de la tarde le hubiera arrancado la camisa a mordiscones.
María Valenzuela en La Cuñada. |
Los viernes son cruciales en los finales de telenovela, porque tenés que dejar todo ardiendo, para quienes quedan esperando comerse un gran asado el lunes. Un viernes, en Sin Marido, la última escena fue una charla telefónica entre Garzón y la Palmer, (mujer adúltera sin concretar), en la que Garzón le decía que la iba a buscar, la iba a llevar en brazos hasta su casa, la iba a tirar en el sofá y le iba a sacar la ropa despacito y la iba a besar toda muy lentamente y etc., etc. Solamente Migré podía hacer que, durante la semana próxima, de lunes a viernes, esos dos no se cruzaran nunca en ningún capítulo, nunca. Una semana sin verse, desde ese cierre un viernes. Nadie hizo eso en la TV ni lo volverá a hacer.
Tengo un libro que se titula Poetas Depuestos, antología de poetas peronistas de la primera hora, de la Editorial Punto de Encuentro. Julia Prilutzky Farny está entre ellos. En 1972 se edita "Antología del amor", que contenía seis libros editados entre 1939 y 1967. De este volumen extrae Migré poemas para la telenovela "Pablo en nuestra piel", con Puig y Valenzuela. Esto hace que se vendan 180.000 ejemplares en cuatro años y 80.000 más en la década siguiente.
Alberto Migré era, estoy segura, un amante de la
poesía. El día en que la Valenzuela colgó el teléfono después de haber tenido
una pelea con Fanego y llorando dijo, lentamente “este amor, tan violento, tan
frágil, tan tierno…” y siguió, me di cuenta con estupor que estaba haciendo un
monólogo que era el poema de Prevert Este amor, que es un larguísimo
poema y que agarrate, Catalina, si lo tenés que decir en un teleteatro como si
fuera algo tan sencillo “que te sale del alma”. Y lo dijo todo. Todo.
Mucho se ha escrito sobre Migré, hay dos libros para el que quiera adentrarse mucho más en su vida. Yo lo amé como espectadora. Me daba miedo hacer algún texto de él, y cuando me tocó, zafé como pude, pero creo no lo hice mal. Nunca me lo crucé. Dicen que era egocéntrico, que tenía actitudes dictatoriales, que torturaba un poco a los actores y a las actrices, con gran manejo de la ironía. Aún no existía la Ola Verde ni SAGAI queriendo erradicar la violencia en los espacios laborales de lo audiovisual.
No sé si es verdad, pero eso me sucedió en aquellos
años con guionistas que no podían sino estar debajo de la altura de los zapatos
de Migré. Lo que no lo justifica si era verdad lo que dicen, pero no sé si me
explico.
Para mí, es casi de un nivel Bradburyano que durante
dos años, el 99% de los taxis a los que te subías, estuvieran manejados por
hombres con la misma campera de cuero negro y con el mismo corte de pelo de un
personaje llamado Rolando Rivas, que detenía el tránsito y la actividad cada
martes a las 22.
Eso, en el mundo, sólo dos casos: Seinfeld en USA y
Migré acá.
En Europa no se consigue.
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