TRAS LAS HUELLAS DE CAPERUCITA

En el taller “Palabras que dejan huella”, junto a asistentes a los Centros de día para adultas y adultos mayores de la Ciudad, recorrimos el barrio de Parque Chacabuco y descubrimos la presencia de Caperucita en una de sus calles. Durante el encuentro leímos la versión de la clásica historia que escribió Roald Dahl, de quien hoy se cumplen 105 años de su nacimiento.


Lunes tras lunes nos reunimos con un grupo de adultos y adultas mayores de diferentes Centros de día para recorrer los barrios de la Ciudad de Buenos Aires. En los que, esperamos, sean los últimos tiempos de cuidados sanitarios, la reunión y el recorrido los realizamos de manera remota, cada uno y una desde su casa, conectados por las pantallas, las lecturas, los recuerdos, los lugares y personajes más significativos que dejaron su huella en la memoria de esos barrios.

Cada semana “visitamos”, a modo de excusa, uno de los tantos lugares que nos convocan: un edificio histórico, una zona significativa, un personaje emparentado con un barrio en particular. El diálogo con las y los asistentes se alimenta de algún texto literario que seleccionamos y que participa de la conversación. Luego surge el intercambio de memorias, las conexiones, los puntos en común. Y después las palabras ayudan a intervenir una imagen, dictando ilustraciones que se aplican con técnicas digitales a una foto del barrio protagonista del encuentro, para volver a sentir propio el espacio público que añoramos tanto en estos meses pasados. Al final del trayecto por los encuentros, esperamos obtener un mapa virtual de la Ciudad que recopilará el diálogo establecido entre participantes, lecturas, autores, imágenes y lugares.

Esta semana, la calle “Caperucita”, de Parque Chacabuco, nos permitió conocer la historia del barrio, cuyos orígenes se emparentan con un polvorín situado donde hoy está el espacio verde (el tercero en tamaño de Buenos Aires, después de los parques Tres de Febrero y Avellaneda), y cuya su presencia inquietaba a los vecinos por la cercanía con sus hogares. A principios del SXX, y con diseño del famoso paisajista Carlos Thays nació allí el Parque que luego dio nombre a todo un barrio. La Iglesia de la Medalla Milagrosa, la sede del Instituto Vocacional de Arte Manuel Lavardén, los barrios Emilio Mitre, Butteler y Cafferatta, originalmente planificados y construidos por el Estado como parte de diferentes proyectos de viviendas populares, la Autopista 25 de mayo invadiendo violentamente la armonía del lugar, son algunos de los puntos de interés que recorrimos durante el encuentro.


¿Y Caperucita? Apenas 100 metros de extensión al 1600 de la calle Del Barco Centenera, el pasaje recuerda, desde una ordenanza del año 1925, a la protagonista del cuento, como también lo hace la escultura del francés Jean Carlus, actualmente ubicada en el Parque Tres de Febrero.

Una calle y una escultura en una de las ciudades más importantes de Latinoamérica y el mundo, no hacen más que remarcar la presencia en la cultura universal de este personaje nacido en la tradición oral y que fue tomado por el también francés Charles Perrault de las historias que escuchaba entre sus criadas, para escribir un cuento con una moraleja advirtiendo a las señoritas “bien hechas, amables y bonitas” sobre los “lobos zalameros”. A través de los siglos, el cuento de Caperucita fue revisitado en infinidad de versiones y formatos, como la que incluyó el británico Roald Dahl en su ya clásico “Cuentos en verso para niños perversos”, y que compartimos en el encuentro de esta semana. La lectura abrió un abanico de recuerdos de las historias favoritas de la infancia de los y las participantes y la inevitable comparación con los contenidos de los cuentos que actualmente elegimos compartir con los niños y niñas que nos rodean.

El encuentro quedó sintetizado a partir de la imagen de la célebre “calesita de Tatín”, del Parque Chacabuco, intervenida con las huellas que dejaron quienes compartieron con nosotras una lluviosa tarde de invierno entre palabras y lecturas.

 

Palabras que dejan huella
Todos los lunes a las 14 hs.
Docentes: Natalia Fores y María Trombetta

 

CAPERUCITA ROJA Y EL LOBO

Estando una mañana haciendo el bobo

le entró un hambre espantosa al Señor Lobo,

así que, para echarse algo a la muela,

se fue corriendo a casa de la Abuela.

“¿Puedo pasar, Señora?”, preguntó.

La pobre anciana, al verlo, se asustó

pensando: “¡Este me come de un bocado!”.

Y, claro, no se había equivocado:

se convirtió la Abuela en alimento

en menos tiempo del que aquí te cuento.

Lo malo es que era flaca y tan huesuda

que al Lobo no le fue de gran ayuda:

“Sigo teniendo un hambre aterradora…

¡Tendré que merendarme otra señora!”.

Y, al no encontrar ninguna en la nevera,

gruñó con impaciencia aquella fiera:

“¡Esperaré sentado, lo adivino,

Caperucita Roja está en camino!”.

Y porque no se viera su fiereza,

se disfrazó de abuela con presteza,

se echó laca en las uñas y en el pelo,

se puso la gran falda gris de vuelo,

zapatos, sombrerito, una chaqueta

y se sentó en espera de la nieta.

Llegó por fin Caperucita a mediodía

y dijo: “¿Cómo estás, abuela mía?

Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!”.

“Para mejor oírte, que las viejas

somos un poco sordas”. “¡Abuelita,

qué ojos tan grandes tienes!”. “Claro, hijita,

son los lentes nuevos que me ha puesto

para que pueda verte Don Ernesto

el oculista”, dijo el animal

mirándola con gesto angelical

mientras se le ocurría que la chica

iba a saberle mil veces más rica

que el plato precedente. De repente

Caperucita dijo: “¡Qué imponente

abrigo de piel llevas este invierno!”.

 

El Lobo, estupefacto, dijo: “¡Un cuerno!

O no sabes el cuento o tú me mientes:

¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!

¿Me estás tomando el pelo…? Oye, mocosa,

te comeré ahora mismo y a otra cosa”.

Pero ella se sentó en un canapé

y se sacó un revólver del corsé,

con calma apuntó bien a la cabeza

y - ¡pam! - allí cayó la buena pieza.

Al poco tiempo vi a Caperucita

cruzando por el Bosque… ¡Pobrecita!

¿Sabes lo que la descarada usaba?

Ninguna caperuza desfilaba,

 a mí me pareció de piel de un lobo

que estuvo una mañana haciendo el bobo.


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