Diez postales de la biblioteca Juanito Laguna en sus diez años

La Biblioteca Juanito Laguna cumple diez años. En esta nota, las voces de Marta Polimeni y Marcela Carranza, se alternan, para recordar diez momentos importantes, vividos a lo largo de estos diez años. 


Por Marta Polimeni y Marcela Carranza


Hacer una pradera

Requiere de un trébol y una abeja

Un trébol y una abeja

Y el ensueño

Si las abejas escasean

Basta el ensueño

                       Emily Dickinson


7 de octubre 2011. Inauguración de la Biblioteca

(Foto de Andrés Santamarina)


Postal 1: Antes de abrir.   

Para decidir cuál sería el momento de inaugurar la biblioteca y abrirla al público, nos propusimos como meta llegar al número de inventario 1000 de nuestros materiales. No era tan imposible, pero tampoco muy inmediato. Empezamos prolijamente a inventariar los primeros volúmenes, hasta que el tiempo pasaba y nuestra ansiedad nos iba llevando al límite de lo soportable, por lo que engañándonos sin mucho disimulo, empezamos a hacer crecer nuestro inventario numerando folletos y algunos volúmenes que sabíamos candidatos al descarte posterior. Así empezamos a organizar la apertura al público, a la que llegamos casi simultáneamente con la ansiada etiqueta “Inv.  n° 1000”.  Si las abejas escasean…

La Juanito en la calle Perú, el SUM. 


Postal 2: Armar y desarmar. 

Ese primer salón que habitamos, en el que organizamos la biblioteca y su funcionamiento, era un lugar compartido, una especie de salón de usos múltiples que, cuando nos íbamos, tenía variados usos y destinos. Cursos, reuniones, y actividades esporádicas que se hacían aprovechando el lugar. Por lo tanto, tuvimos que idear una biblioteca desarmable. Algunos estantes se transformaban en muebles cerrados que guardaban sus libros y otros ejemplares que estaban en estantes abiertos,  además de los soportes exhibidores. Los estantes abiertos tenían rueditas y se desplazaban, una vez vacíos, contra las paredes. Cada día cuando llegábamos, abríamos los muebles, sacábamos lo libros, desplazábamos los estantes con rueditas, poníamos en su lugar a los personajes (muñecos especiales)  que acompañaban a los libros y, como en un acto de magia, se transformaba el salón vacío en biblioteca. Al irnos, guardábamos tooodo otra vez ¿Éramos felices? ¡Nooo! Protestábamos todo el tiempo. Pero…si las abejas escasean


Postal 3: Sólo originales.

En la Juanito tenemos los más bellos muñecos/personajes de cuentos e historietas: el monstruo de Dónde viven los monstruos de Sendak traído de un viaje por EE.UU.; los personajes de Tintín; Pinocho made in Italia; los elefantes Babar y Elmer, Olivia, Charlie Brown, la oruga glotona, entre otros. Un día, con la mayor de las inocencias, le planteamos a Roberto la posibilidad de comprar más personajes del libro de Sendak; una señora, conocida de una amiga, los fabricaba y los había ofrecido para venderlos a la biblioteca. Nos miró, como el Papa puede mirar a un sacrílego: “¡Claro que no!”, dijo, “los personajes que compramos para la Juanito tienen que ser los originales”. Agachamos la cabeza y nos sometimos a esta ley implícita que no habíamos llegado a leer a tiempo: en la Juanito los muñecos son los originales, o nada. 


Postal 4: Un socio que nos siguió el rastro.

El señor M visitó por primera vez la biblioteca con su pequeña hija Abril de unos tres o cuatro años de edad. Entonces, la Juanito, estaba en la calle Perú, su primer domicilio. El señor M, por cuestiones prácticas personales, continuó yendo a retirar libros para su hijita solo. Salvo en alguna ocasión, (una o dos veces tal vez), ella lo acompañaba. Elegía o nos pedía que lo aconsejáramos diciéndonos más o menos qué le gustaba leer a Abril, cómo le había resultado el libro de la semana anterior, qué le había parecido a él que acompañaba a la nena en sus lecturas. Después de un tiempo ya sabíamos más o menos qué podíamos darle sin equivocarnos demasiado. Nos siguió visitando cuando nos mudamos a la calle Ayacucho y también al lugar de  la segunda mudanza en la calle Sarandí. Una tarde, poco antes de la interrupción por la  pandemia (todo es antes o después de la pandemia) llegó a la biblioteca con Abril ¡Cuánto había crecido! Estaría en tercer o cuarto grado. Entonces nos dimos cuenta de la constancia de su papá, de cuántas fichas de préstamo a su nombre y a nombre del padre se habían completado y, sobre todo, que conocíamos a nuestra consecuente lectora a través de sus lecturas, casi sin haberla visto más que dos o tres veces. Los encuentros escaseaban pero…bastó el ensueño.

Segundo domicilio de la biblioteca: Ayacucho y Rivadavia. 


Postal 5: Un crecimiento exponencial del inventario

Si bien el fondo bibliográfico de la biblioteca crece bastante satisfactoriamente, en un momento notamos, /y nos alegramos por ello),  que los números de inventario habían subido de manera notable en poco tiempo. Al estar finalizando un año y preparar el resumen de lo trabajado y el recuento de libros ingresados, nos dimos cuenta del error cometido, del número de inventario 3199 se había pasado al 4000, del 4199 al 5000 y así, engañosamente habían crecido los números. Reparar el error  fue un trabajo complejo, y aunque sabíamos que no podía ser, emparchar la desilusión nos costó un poco. En el fondo deseábamos que fuera verdad. Y, bueno…si las abejas escasean

ESTAN DORMIDOS? 101206E001 – FCE

Giuliano firmando la ficha de préstamo.


Postal 6: El libro preferido de Giuliano

Giuliano empezó a venir a la biblioteca con su abuela y en ocasiones con su abuelo y su hermano mayor, pero indudablemente el lector apasionado era Giuliano. Su abuela, maestra jubilada, muy consciente de ese interés de su nieto por los libros, lo acompañaba amorosamente leyéndole, eligiendo con él los libros para llevar. Esta vez estaban solos él  y su abuela. El pequeño de un año y medio eligió un libro entre los estantes: ¿Están dormidos? de Constanze Kitzing. Hacía poco que venían a la biblioteca, ambos estaban descubriendo este nuevo mundo de elecciones y disfrute compartido. La abuela dijo: “Ese no, es muy abstracto”. Escuché y pensé en las ilustraciones del libro con figuras que no se recortan claramente del fondo, con partes de los animales en lugar de la totalidad… “¿Y si llevan ese y otro más?”, me atreví a sugerir, “total, pueden llevar dos”. La abuela accedió. El nene se abrazó al libro que había elegido. Durante meses ¿Están dormidos? vivía más en casa de Giuliano que en la Juanito. Hasta que su mamá, observando el amor del pequeño por ese libro, me pidió el dato de una librería para comprarlo. ¿Están dormidos? al fin volvió a las estanterías de la biblioteca, reemplazado por otro ejemplar en las manos de Giuliano.

Postal 7: Un regalo de fin de año.

Era fin de año, estaba en la computadora, ingresando libros seguramente. Estaba muy cansada, faltaba poco para terminar el año y mi cuerpo lo sabía, Giuliano y su abuela leían libros álbum en la estantería grande junto a la puerta. El pequeño ya nos tenía acostumbradas a que llevaba dos libros esta vez, pero ya sabía qué otros dos libros llevaría la próxima. Había agotado los del punto rojo (supuestamente para los más pequeños), se aventuraba, con la compañía de su abuela, en los libros de punto azul. De pronto,  la abuela me llamó para transmitirme un mensaje de Giuliano. El pequeño, al que a veces me atrevía a leerle un libro, quería que yo me acercara porque esta vez él iba a leerme a mí. Me senté a su lado, la abuela se apartó un poquito, quedamos los dos en esa intimidad de compartir un libro que es quizá una de las intimidades con un niño/a más bellas que conozco. Pero esta vez el lector era el pequeño de dos años. El libro era Cocodrilo va al dentista de Taro Gomi. Iba pasando las páginas con sus manitos mientras me “leía” el texto exactamente igual a lo escrito (ya lo sabía de memoria) coincidiendo las letras con las ilustraciones correspondientes. Finalizada la lectura, me preguntó qué significaban dos letras al final del libro: las iniciales del autor. Hay lectores voraces mucho antes de conocer las letras, me dije. Y sentí que había tenido un regalo de fin de año maravilloso e inesperado. 


Postal 8: Extraños aromas en la biblioteca.

Hubo un tiempo en que al ingresar a la biblioteca infantil y juvenil Juanito Laguna, en la calle Ayacucho, suponía un cambio abrupto de aromas. La biblioteca olía a cannabis, a fumata, a porro, a marihuana. Quien más tiempo estaba en la Juanito era Julio. Julio desesperaba y nos enviaba mensajes de whatsapp, manifestando un alto grado de preocupación “¿Qué van a decir los socios?”. Un grupo de jóvenes y no tan jóvenes se reunía en la vereda, justo frente a la puerta de la biblioteca, a fumar. Los vahos de la controvertida hierba ingresaban por los no pocos espacios libres dejados por la puerta, los mismos que dejaban ingresar también ventiscas gélidas que el gigantesco split frío-calor apenas lograba apaciguar. “Voy y les digo que se manden a mudar, no podemos tener esos olores en la biblioteca”. Del otro lado del whatsapp abundaban las bromas, pero Julio no se reía, estaba enojado, malhumorado, molesto, muy preocupado. Nunca ningún socio hizo comentario alguno al respecto, pero Julio echaba todo tipo de desodorantes de ambiente. La biblioteca olía espantoso, pero eso sí, no se podía distinguir aquel olor que había dado origen a la fumigación con perfumes artificiales. 

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Público en el espectáculo de Ana Padovani en el salón de la Juanito Laguna de Sarandí. (17/09/2019)


Postal 9: La escalera y las sillas.

Venía Ana Padovani a la biblioteca. Marta me dijo que le parecía mejor hacer el espectáculo en el salón del fondo “así la gente conoce el edificio y ven la Juanito”, buena idea, si lo pensábamos desde ahí. El nuevo edificio seguía (y sigue aún) en construcción. “¿Estás segura?”, arriesgué tímidamente. Cuando a Marta se le mete algo en la cabeza es difícil cambiarle el rumbo de las ideas, y no siempre tengo la valentía de intentarlo. Logramos que el salón estuviese limpio (no era poco), pero estaba vacío. Lo llenamos de sillas que estaban en un aula en el primer piso. La escalera, metálica, es de esas que te hacen pensar inevitablemente que el ala delta no es lo de uno, y encima la silla que vas cargando no deja ver bien dónde pisás. Marta fue a buscar a Ana. Venían caminando juntas desde su casa (vecina a la Juanito) cargando el laúd. Yo seguía cargando sillas. ¿Cuánta gente vendría? ¿Cien? ¿Entrarían todos? Las alumnas del Normal 11 iban a asistir porque era martes, día de clase de literatura. Hora de empezar y seguía llegando gente, el salón repleto y yo seguía aventurándome por la escalera cargando sillas. Subir y bajar, subir y bajar, subir volando, y bajar preocupada por no volar con silla y todo. El salón repletísimo. Tuvimos que pedirle a Martín que “cerrara el boliche”. Extenuada y feliz disfruté de algunos fragmentos del espectáculo. Las alumnas del 11 me manifestaron, una semana después, que nunca en su vida habían visto algo así, y que había sido maravilloso. Cargar sillas por la escalera, cual deporte de alto riesgo, había valido la pena. 


La Juanito en Sarandí 41. 


Postal 10: En las redes. 

Y llegó la pandemia y se cerró todo y nos encerramos todos. Pero seguíamos estando, separados y necesitados más que nunca del contacto. También la Juanito seguía estando. Dejó de ser el espacio entre paredes con estantes, con algunos carteles,  habitada por libros, bibliotecarios y lectores; también con voces silencios y murmullos intercalándose, pero algo seguía latiendo ¿Qué era lo que permanecía tan vivo entonces? La lectura, claro. Si eso es lo que la justifica, lo demás es lo que la sostiene. Así que, como tantos otros, cambiamos el soporte y abrimos la biblioteca a las redes. Sabiendo un poco de algunas cosas e improvisando otras. Nos costó, ensayamos, nos conectamos y desconectamos, probamos cámaras y auriculares y salimos a sostener la presencia de la lectura. Todavía andamos a medias, un poco en redes y otro poco volviendo al espacio físico. Es que, si las abejas escasean…

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