Recordamos a Daniel Moyano

Hoy se cumplen treinta años de la muerte de Daniel Moyano, el gran narrador argentino. Aunque había nacido en Buenos Aires, pasó su infancia en Córdoba. En 1969 viajó a La Rioja, donde comenzó a trabajar como periodista. Al poco tiempo, quedó trabajando en esa provincia, como corresponsal del diario Clarín. El 15 de marzo de 1976, un día después del golpe militar, fue detenido en su casa riojana. Cuando recuperó la libertad se exilió definitivamente en España. Entre sus libros de relatos podemos mencionar Artistas de variedades, y El fuego interrumpido. De sus novelas se destacan El oscuro, y El vuelo del tigre. Si bien después de la recuperación de la democracia, pudo volver a la Argentina, no volvió a radicarse en el país y murió en Madrid. Lo recordamos con un texto de María Teresa Andruetto, con el cuento "Golondrinas" y un fragmento de Tres golpes de timbal, seleccionados por Diana Tarnofky.


El genio en los márgenes

Daniel Moyano (Buenos Aires 1930, Madrid 1992) es uno de los escritores más potentes de nuestra literatura, por completo diferente a todos sus contemporáneos, también en sus condiciones de vida, autor de una obra cuyo descentramiento social, experiencial y geográfico ha pagado con sus condiciones de circulación. Si todo escritor tiene un arco de sensibilidad fuera del cual nada existe, como dijo alguna vez Wallace Stevens, el de Moyano abreva en lo humano más profundo sin aspavientos ni ostentaciones, sin explicaciones ni explicitaciones, corrido de toda corrección política. Interrogando las condiciones de la vida en provincia y de la vida en los márgenes como quizás ninguna otra obra de nuestra literatura, este escritor, siempre en los bordes -difusos y en su caso únicos- entre realismo y fantasía, refleja zonas de nuestra identidad que poco han ido a parar a nuestras ficciones: territorios y criaturas olvidadas que él rescató por amor y conocimiento cabal, a partir de su propia vida, una vida de condiciones tan difíciles que haber construido con ella la obra que construyó es un milagro. La música, la escritura y la fotografía, fueron sus armas de transformación. Supo decir: “Yo necesito a América Latina: necesito que exista, porque no soy ni italiano como mi abuelo, ni indio como mi padre. Soy mezcla”. Indocumentado hasta la mayoría de edad, obrero, plomero y músico, en todo ello autodidacta desde que no pudo ir a la escuela en Córdoba, donde vivió en casas de diversas tías que intentaban reparar la profunda orfandad que lo habitó, Moyano lleva adelante, con gracia y levedad, un censo de nuestras tragedias, humillaciones y vejámenes y también de nuestros gestos de humanidad y construye con todo ello una épica y una epifanía del perdón.

Tere


Golondrinas

Al final, qué me traje para aquí. Prácticamente nada: un re bemol y poco más. Las cosas reales, en cambio, tienden a desaparecer. Por más que le des vuelta al asunto, de todo aquello solo subsisten papeles y sonidos. A lo demás es como si se lo estuviese llevando el viento. Por eso tengo que reconstruir urgentemente al viejo, llevarlo desde su peligrosa condición de cosa real a una categoría más sonora, para que siga existiendo por lo menos como ese re bemol que me acompañó por el mar. Escondido en palabras, será más difícil que se lo lleve el viento. El viejo mantenía su existencia real en aquella piecita de tres por tres donde viví con él durante un tiempo. Las camas contra la pared, una silla de paja, el calentador Primus en el suelo (la mesa era para la música), la guitarra, y afuera el patio de tierra con la morera y la puerta de calle que pertenecía a la lluvia, siempre mojada y pudriéndose, absurda la puerta de madera en una tapia a la intemperie. En las otras piezas, tucumanos recién venidos de Córdoba. Trabajan en el ferrocarril de seis a dos todo corrido, se levantan antes que nosotros. Los que no tienen calentador hacen hervir el agua para el mate con el braserito que arde afuera, tres o cuatro braseritos negros con llamas casi coloradas en medio del patio cuando llueve, y si llueve los braseritos están contra la pared al lado de cada puerta tiznando las paredes, es una vergüenza cómo están dejando la casa estos tucumanos decía el encargado cuando iba a cobrar el alquiler de las piecitas. Nosotros, con el Primus, no teníamos esos problemas. Creo que fue el mejor calentador a querosén de la Argentina. Es cierto que había otras marcas. Pero como el Primus, ninguno, según decía el viejo colando el querosén con una media de mujer antes de ponerlo en el calentador, allí quedaban las basuritas, por eso nuestro Primus no se tapaba nunca. Había que cuidar la media, eran caras y en la piecita no había una mujer que nos dejara las medias viejas para limpiar el querosén. La mujer que había era de papel, estaba en la partitura, en el re bemol que tanto le gustaba a mi viejo. La única cosa femenina que había en la pieza era esa media vieja que un día trajo volando el viento. Tampoco tenían mujeres los tucumanos. Las habían dejado en su provincia, traerían a sus familias cuando ganaran unos pesos, eso decían tomando vino los fines de semana en el patio antes de ponerse triste con el alcohol y pelearse a cabezazos discutiendo si los ferrocarriles tenían que ser nuestros o de los ingleses. El Primus tenía sus tres patas soldadas sobre el bronce reluciente. Un poquito de alcohol de quemar calentaba el serpentín, y las patas chirriaban contra las baldosas del piso cuando el viejo le daba bomba y enseguida aparecía la llama azul del Primus que empezaba a zumbar, entre sueños yo lo oía zumbar como el viento en la puerta de la calle, entre sueños el viejo se lavaba la cara en la palangana, entre sueños el par de chupadas que le daba a cada mate, no sé cómo no se quemaba con el agua tan caliente, después me daba uno a mí, levántate que ya salieron los tucumanos o sea que son más de las seis, todo entre sueños, y salíamos para la obra, yo le alcanzaba la argamasa, él levantaba las paredes balanceándose contra el andamio. Era muy real dándole bomba al Primus en la mañana, pero me costaba mucho acostumbrarme a que él fuera mi viejo. Cuando se fue de casa yo era muy chico, y apenas lo recordaba como entre sueños. Y justo cuando casi me había olvidado de él, una carta que llega. “Si querés venite conmigo a la ciudad, ahora que tengo un trabajo más o menos fijo, te voy a enseñar música, ya vas a ver qué lindo”. Los viejos postizos que yo tenía en el pueblo se alegraron, me dieron la plata para el ómnibus, como tres horas hasta la ciudad y llego con mi valijita y golpeo la puerta de la pieza y resulta que no está, sale un tucumano de no sé qué pieza y me dice que ya tendría que estar aquí, en todo caso buscalo en el boliche de Elías, queda en la otra esquina. Y entro en el bolichito donde hay un montón de tipos chupando apoyados en el mostrador, a ver cuál puede ser mi viejo, por más que lo intento no me acuerdo de su cara. Hay cinco o seis que podrían. Cualquiera, pienso, total todos se parecen, todos tienen el mismo olor a cal, a masilla, a obra en construcción. Hay uno que me mira como pensando, muy serio pero tiene los ojos juguetones por el vino, de pronto me mira fuerte y yo no puedo sostenerle la mirada. Trato de reconstruir alguna cosa, que recordara de él, pero no hay nada. Debe ser alguien que tenía una cara parecida a la mía, pero vieja, pelo blanco y arrugas, y en eso estoy pensando cuando el bolichero me hace una seña que no entiendo, y como no entiendo me dice picátelas pibe, las ordenanzas son muy serias vos no podés estar aquí. Entonces uno de los tucumanos que me ve parado al lado de la puerta de mi viejo y ya es de noche y se está poniendo medio frío me dice vení chango, si querés tomate una sopa con nosotros, y yo bueno. Son tres los tucumanos de esta pieza (en las otras hay más), tienen un espejo y dos loros por lo menos. No están en las jaulas, cuelgan de unos soportes de alambre. He visto loros como estos en los trenes que bajan de Bolivia y pasan por mi pueblo, gente que va a buscar trabajo a Córdoba o Buenos Aires, en los loros llevan su buena suerte. Son habladores, dicen los tucumanos señalando a los loros con sus cucharas. Todos los que tienen loros dicen eso pero es mentira. En mi vida he visto un loro que diga más de dos o tres palabras, y siempre las mismas, la papa para el loro o algo así. Los tucumanos hablan de cosas de su provincia, dicen Tafí Viejo y Acheral, yo tomo la sopa sin comprender nada, miro la olla tiznada en medio de la mesa, los ojos de los loros, que no son ojos de pájaros, y afuera el brasero donde chilla el agua para el mate. Después de comer, los tucumanos toman mate jugando al truco y de pronto uno de ellos me dice ahora que has venido a lo mejor tu padre deja de chupar, le vas a dar una alegría, hace rato que quería llamarte pero no encontraba un trabajo fijo. Y en eso el ruido de la puerta de calle siempre hinchada, la puerta que nunca cabía en el marco, y mi viejo que llega y se asoma a la pieza de los tucumanos a dar las buenas noches, lo veo y pienso que va a ser difícil acostumbrarse al nuevo viejo. No, nunca vi un alhelí, es la primera vez que oigo la palabra, allá en el pueblo no hay. ¿Así que nunca viste un alhelí?, dice mi viejo riéndose. No, nunca, palabra que nunca. Mirá, hay alhelíes en cualquier parte, los he visto hasta en los cercos. Todos los jardines tienen alhelíes. No, nunca. Bueno, a lo mejor allá en el pueblo no hay, pero es una flor que está en todas partes. Cómo no vas a conocer el alhelí. He visto alhelíes en el norte y en el sur, conozco el país como la palma de mi mano, y es muy cierto lo que dice ese tango, la humildad del alhelí. ¿Pero nunca oíste la palabra por lo menos? No, pero a lo mejor conozco la flor, sin el nombre, claro. Difícil acostumbrarse al viejo, a sus cosas siempre nueva, a su música aprendida nota a nota, hay que solfear moviendo una mano acompasada. No se parece en nada a lo que me imaginaba. Pero pensándolo bien, nunca me había imaginado nada de él. Sabía que andaba por ahí, eso era todo. Y siempre hablando cosas que nunca he visto ni oído, queriendo darme en pocos días lo que me hubiera dado en muchos años. Apenas he aprendido las notas, y ya viene trayendo la partitura de Flor de Alhelí, estudialo despacio, ya vas a ver qué lindo tango. Las notas, la guitarra, el viejo, todo tan nuevo para mí, todo tan alhelí. Te vi entrar ese día en el boliche pero no me animé, a lo mejor me equivocaba, la última vez que te ví todavía te hacías pis en la cama y ahora sos casi un hombre; y además ese día yo estaba un poco chispeado, por eso me demoré, esperé a que se me pasó un poco, y no me tratés de usted, no seas boludo. Yo esperaba otra cosa, a decir verdad, por eso ahora resulta tan difícil la reconstrucción, ladrillo a ladrillo para ver al viejo, nota a nota para ver a la muchacha de Flor de Alhelí que va por la pradera del tango entre flores mañaneras, con la humildad del alhelí te vi pasar, dice la letra, camino de la iglesia del lugar con un tul cubriendo el pelo y un librito de rezar, primavera en el tango, en las notas, pero en la piecita un frío bárbaro con el viento de agosto, el viejo en el andamio y yo en la piecita dale que te pone con las notas, cuidado con los re bemol, son las campanas de la iglesia del lugar adonde ella va dando saltitos por la pradera con un tul cubriendo el pelo, debe llevar medias porque el aire de la mañana es fresco, medias para detener las basuritas del querosén y que no se tape el Primus, las patas del calentador chirriando contra las baldosas, el viejo silbando me da el primer mate, quédate hoy, aprende bien el tango, este fin de semana lo podrás tocar, no sabés cómo me ilusiona eso, y sigue silbando cuchara en mano en el andamio, yo en la piecita con las notas, de las notas va surgiendo ella, la letra del tango no dice cómo se llama la muchacha pero ella va apareciendo, me ilusiono con ella que camina dando saltitos con su tul cubriendo el pelo, flor de alhelí te dije en tono confidente y más después nació el amor para los dos; las campanas (re bemol) ya se echaban a volar, flor de alhelí, ya nunca más te apartarás de mi existir. Al viejo le brillaban los ojos ese fin de semana, pero no de vino, sino de pura alegría cuando toqué el tango sin equivocarme, che, esos re bemol, qué maravilla dice, y los dos pensamos en la mujer que ninguno tiene. Claro, la mujer era de papel y todo sucedía en un pueblito chiquito y tan bonito como tú según el tango cursi. Pero en mi pueblo no había ni alhelíes ni praderas, puras lomas peladas y espinillos, mucho piquillín y chañar y mucho tala, qué va a haber alhelíes entre los yuyos. Ella va temerosa por la pradera con su libro de rezar en el pueblito, debe ser un pueblo de la pampa húmeda, inútil buscarla por aquí, y además a los tangos los hacen los porteños, todas las praderas y todas las mujeres son de ellos, y mi viejo y yo ilusionándonos, qué va a nacer el amor para los dos, y menos cerca de los tucumanos que se dan cabezazos entre un escándalo de loros. Y qué va a ser mi viejo ese que la da bomba al Primus, que cada noche vuelve más chispeado, salimos de la obra a las seis de la tarde y cuando estamos llegando al barrio me dice vos seguí nomás, andá a estudiar el tango, yo me quedo por aquí, cualquier cosa estoy (y vacila) al lado de Elías. Al lado del boliche de Elías hay un baldío, el viejo se va a chupar con los tucumanos, vuelve tarde y se queja despacio para no despertarme, al otro día se levanta silbando, si querés quédate hoy, hace mucho frío, che qué lindo suenan esos bemoles, perdóname hijo pero no puedo dejar de chupar, uno de estos días me largo. Después no hay casi nada. Meses o años. Tiempo. El viento ha empezado a llevarse muchas cosas. Ella siempre va por el prado pero nunca nos mira, además tiene la cara un poco tapada por las notas, está dibujada sobre el pentagrama y las líneas la desfiguran un poco. No sabemos cómo se llama ni de qué pueblo es. Mi viejo era demasiado cierto como para poder acostumbrarme a él, y ella demasiado alhelí, demasiado pradera, demasiado caminar a saltitos buscando un tipo normal para hacer su nido con él y quedarse en el pueblo para siempre. Y para colmo yo siempre equivocándome, a veces me fallaban los bemoles y me fallaba también el día, viejo, me parece que son las seis, ha cantado un gallo, y él despertándose se ríe y me dice qué van a ser las seis, ¿no ves que los tucumanos todavía no se han movido? Debe ser un gallo pelotudo que canta antes de tiempo. Y era cierto, al rato pasaba el último tranvía de la calle Bulnes, era la una de la madrugada. Y nada más, tiempo y tucumanos y ferrocarriles y ella que nunca llegaba a la iglesia del lugar, y justo cuando estoy acostumbrándome al viejo, que miro su cara cuarteada por la cal y veo que mi cara, a medida que también va cuarteándose, se parece a la de él, él que viene y me dice algo que nunca había oído, una de esas palabras tan raras para mí, me dice esto: obrero golondrina. No, nunca ví un abrero golondrina. ¿Así que nunca viste un obrero golondrina? No, palabra que no. ¿En verano, en los trenes? No, nunca, es la primera vez que oigo la palabra, aunque a lo mejor los ví. Mirá, en verano, para el tiempo de las cosechas, los techos de los trenes de carga van llenos de obreros golondrina. Te dejo la guitarra pero me llevo el Primus. Vos podes conseguir uno en cualquier momento. Che, pero no te despistés con el canto de los gallos, siempre hay un gallo infeliz que canta antes de tiempo. Y aprendé bien el tango. Es bárbaro. Mirá, ya está pitando el tren. Pero el viejo no sube todavía, espera que el tren se ponga en movimiento, si no lo harán bajar. Trepa al último vagón que ya se mueve, lleva arrastrando esa bolsa de cuero que estaba debajo de su cama y nunca vi. Bolsa triguera dice desde arriba, es una cosa larga como un cajón de muerto pero de cuero. En el techo del tren hay más golondrinas, cada una con su bolsa larga. Y allá va el viejo sobre el tren carguero a levantar cosechas en la pampa húmeda, puede ser que el tren pase por el pueblito de la partitura y se encuentre con la muchacha. Mi viejo se mezcla con las otras golondrinas, ahora cualquiera puede ser mi viejo, al lado de Elías, pero me parece que es el que levanta la mano perdiéndose en la pampa que se me confunde con la pradera de la partitura. Y al final el viejo viene a ser casi lo mismo que ella. Al final los dos vienen a ser la misma cosa, aunque el viejo, qué duda cabe, tuviera existencia real y ella no, los dos parecen de papel. Y después no queda casi nada, tiempo solamente, a los tucumanos se los ha llevado el viento, sus braseros, sus loros, sus mujeres lejanas. Queda el re bemol (alteración accidental), un re de cuarta línea tocando las campanas de la iglesia del lugar. Al final el re bemol es el único que me queda. El viejo vivía sin mujer, yo estoy lejos sin mujer. El se llevó el Primus y aquí no hay Primus, probablemente no los hubo nunca. Ni siquiera allá hay Primus ahora, han pasado de moda, y aquí hay muchas cosas que ver mientras se olvida, Madrid es una ciudad grande, la pucha, qué jodido es vivir, como dijo el encargado cuando le dije que dejaba la pieza y que me iba, y el colgaba el cartelito que decía que se alquilaba una pieza, lo colgaba en la puerta siempre hinchada que nunca cabía en el marco. No sé por qué me decía eso a mí, apenas entendía nada. Qué tenía que decirme a mí ese gallo cretino cantando antes de tiempo.

Daniel Moyano

Alelí

Era primavera y las praderas

Con florcitas mañaneras

Te besaban al pasar.

Ibas con un traje color cielo

Con un tul cubriendo el pelo

Y un librito de rezar.

Eras como el agua que traía el manantial

Eras la esperanza que invitabas a soñar.

Era en un pueblito chiquitito

Chiquitito y tan bonito,

Tan bonito como tú.


Flor de alelí

Con la humildad del alelí

Te vi pasar.

Y en ese andar

Ibas camino de la iglesia

Del lugar.

Flor de alelí

Te dije en tono confidente

Mas después

Nació el amor, para los dos.

Las campanas ya se echaban a volar

Pareciera que supieran mi ansiedad.

Flor de alelí

Ya nunca más te apartarás de mi existir

Como el tañir

De las campanas que una vez

Te habló por mí.


Quise ser pintor o ser poeta

Y pintarte tan coqueta

O brindarte un madrigal.

Fuiste en la ruta del mañana

Como el son de las campanas

Que marcó nuestra ansiedad.

Eres la lucecita que alumbró mi oscuridad

Y eres el motivo y la alegría de cantar.

Y en aquel pueblito chiquitito

Chiquitito y tan bonito

Hoy existe un nido más.

Letra : José Rótulo

Música : Alfredo De Ángelis


Fragmento de Tres golpes de timbal, de Daniel Moyano

Narración: Diana Tarnofky

Edición: María Gil Araujo

“… El cielo es permanentemente azul, más arriba de este refugio cordillerano llamado Mirador de los Vientos donde escribo esta historia. Aprendo a querer las palabras, aquí suenan como latidos. Las escribo viéndolas florecer, tocadas por la intensidad o desnudez de la altura; las oigo sonar en el silencio virgen de la expansión. Y son música. Cada vez que escribo una, siento el latido del objeto encerrado por los signos. La oigo vivir. Las palabras sacan a las cosas del olvido y las ponen en el tiempo; sin ellas, desaparecerían. Los cóndores, por ejemplo, caerían en mitad de su vuelo. Por eso cada vez que escucho el aleteo con que estas grandes aves se lanzan al espacio, digo cuidadosamente “cóndor”, de modo que suenen bien todas sus letras, para que la palabra, además de las alas, ayude a sostenerlo (…) A mis espaldas está el mar, el formidable mar océano. Oculto por la cordillera, no lo veo. Pero puedo sentirlo. Tengo en mi cuerpo terminales nerviosas sensibles a sus pulsiones, que me conectan con él a pesar de las moles de piedra que nos separan. Los nervios de mi espalda son como ojos. En las noches sin viento, concentrándome, alcanzo a percibir su crispación y siento que mi piel se saliniza. Nombrarlo es un placer total. Su palabra es perfecta. Tal como digo cóndor mientras éste vuela, digo mar sintiendo que él sucede a mis espaldas. Esta presencia también forma parte de la intensidad que aquí tiene la altura, la misma que hace temblar a las palabras…” (Fragmento de Tres golpes de timbal)

Daniel Moyano



¡Gracias María Teresa Andruetto!

"Golondrinas" se lo puede encontrar en:


Mi música es para esta gente - Cuento completos
Daniel Moyano
Caballo Negro Editora.

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