Silvio Astier, los libros y la lectura: lujos para pocos

Hoy se cumplen 80 años de la muerte de Roberto Arlt a los 42 años. Después de asistir a un ensayo en el Teatro del Pueblo y de votar en el Círculo de la Prensa, sufrió un infarto y dejó tempranamente huérfana a la literatura argentina de una de sus voces fundamentales, sin ninguna duda. Cuentista, novelista, dramaturgo, periodista, inventor… Arlt sumó a cantidad de rótulos que se asocian con su figura, un autodidactismo que agranda aún más su, ya de por sí, enorme figura. Lo recordamos con una mirada de María Pía Chiesino, sobre un aspecto de El juguete rabioso, acaso la más autobiográfica de sus novelas.


Por María Pía Chiesino

Silvio Astier, los libros y la lectura: lujos para pocos

En una primera lectura El juguete rabioso, nos sentimos cerca del personaje de Silvio Astier, por un rasgo en común: la pulsión lectora. El protagonista de esa novela de aprendizaje va intentando manejar su relación con  la brutalidad de la ciudad de Buenos Aires en la que está creciendo. En ese camino, podemos pensar que su relación con la literatura es una guía posible. Su relación con los libros motoriza dos secuencias de la novela, en los primeros capítulos, cuando Silvio está lejos aún del encanallamiento del final y nos resulta querible. Cuando tenemos expectativas sobre su futuro. 

La primera secuencia es la del robo a la biblioteca, y la segunda es el intento de incendiar la librería en la que trabaja. En los dos casos resulta inevitable considerar las posibilidades del personaje respecto de acceder a la propiedad de los libros.

Se supone que la biblioteca es un espacio en el que la literatura está, por decirlo de algún modo, “sacralizada”. Se la concibe como un espacio horizontal y de democratización cultural, en el que cada persona que se acerca, tiene acceso a lo literario con absoluta libertad. 

Desde el principio de la novela, sabemos que a Silvio Astier la idea del robo lo seduce, gracias a  las “instrucciones” de la literatura bandoleresca que le alquilaba el zapatero andaluz del barrio de Flores: “Dicha literatura, que yo devoraba en las «entregas» numerosas, era la historia de José María, el Rayo de Andalucía, o las aventuras de don Jaime el Barbudo y otros perillanes más o menos auténticos y pintorescos en los cromos que los repre-sentaban de esta forma: Caballeros en potros estupendamente enjaezados, con renegridas chuletas en el sonrosado rostro, cubierta la colilla torera por un cordobés de siete reflejos y trabuco naranjero en el arzón. Por lo general ofrecían con magnánimo gesto una bolsa amarilla de dinero a una viuda con un infante en los brazos, detenida al pie de un altozano verde.

Entonces yo soñaba con ser bandido y estrangular corregidores libidinosos; enderezaría entuertos, protegería a las viudas y me amarían singulares doncellas.”

Para Silvio, el robo está más relacionado con la aventura que con el delito. De esta manera, planear el robo a una biblioteca, tiene para el personaje, resonancias literarias:” Yo ya había leído los cuarenta y tantos tomos que el vizconde de Ponson du Terrail escribiera acerca del hijo adoptivo de mamá Fipart, el admirable Rocambole, y aspiraba a ser un bandido de la alta escuela.”

Se ve a sí mismo como un ladrón, pero también como un “niño aventurero”.

Roba libros para venderlos, y tener en el bolsillo la plata que necesita. Los revisa, y calcula cuáles tienen mayor valor comercial. Pero el robo a la biblioteca también  le permite acceder a libros que para él valen por la belleza de lo que lee, y que no le interesa vender.

“Sacando los volúmenes los hojeábamos, y Enrique que era algo sabedor de precios decía:

—«No vale nada», o «vale».

—Las Montañas del Oro.

—Es un libro agotado. Diez pesos te lo dan en cualquier parte.

—Evolución de la Materia, de Lebón. Tiene fotografías.

—Me la reservo para mí —dijo Enrique.

—Rouquete. Química Orgánica e Inorgánica.´

—Ponélo acá con los otros.

—Cálculo Infinitesimal.

—Eso es matemática superior. Debe ser caro.

—¿Y esto?

—¿Cómo se llama?

—Charles Baudelaire. Su vida.

—A ver, alcanzá.

—Parece una biografía. No vale nada.

Al azar entreabría el volumen.

—Son versos.

—¿Y qué dicen?

Leí en voz alta:


 Yo te adoro al igual de la bóveda nocturna 

¡oh!, vaso de tristezas, ¡oh!, blanca taciturna,

y vamos a los asaltos, vamos 

,como frente a un cadáver, un coro de gitanos.


—Ché, ¿sabés que esto es hermosísimo? Me lo llevo para casa.”


El robo a la biblioteca le permite apropiarse de libros bellos. Silvio tiene una mirada ingenua sobre el sitio en el que roba y sobre la posibilidad de acceso a la literatura que podría  ofrecerle. No sabe que cuando comience a trabajar, a pesar de ser pública, la biblioteca va a ser para él un lugar inaccesible, ya que no va a tener tiempo para ir regularmente como lector. Todavía supone que se trata de un ámbito que cualquiera puede visitar para empaparse de literatura. No advierte que entre ese lugar, y él, un chico joven que va a tener que trabajar para mantener a su madre y su hermana, no habrá posibilidad alguna de contacto cotidiano. Todavía no se da cuenta de que su relación con esa literatura que lo fascina, va a estar condicionada por el sector social al que pertenecen él y su familia. El acceso a bienes culturales no tiene que ver con el deseo, sino con las posibilidades materiales de tener contacto con ellos.

En la secuencia que transcurre en la librería, las cosas son diferentes. Silvio va todos los días porque le pagan un salario que su familia necesita que cobre. 

En la librería, la relación del personaje con la literatura se hace más compleja, porque ahí sí que inciden directamente lo económico y lo social. Está en contacto con libros durante horas; son su material de trabajo, pero no tiene posibilidad de leerlos. No tiene tiempo de hacerlo mientras trabaja, ni gana lo suficiente para comprarlos. No le pagan para que lea, sino para que venda.

En la librería, los libros son una mercancía como cualquier otra; tienen un valor meramente comercial.  Don Gaetano, el patrón, no considera que lo que vende sean bienes culturales. En absoluto. Lo literario no tiene, en su comercio, el menor valor.

Durante todo el tiempo que trabaja en la librería, Silvio, rodeado de libros, no lee ni un renglón: 

“¡Oh!, ironía, ¡y yo era el que había soñado en ser un bandido grande como Rocambole y un poeta genial como Baudelaire! Pensaba: 

—¿Y para vivir hay que sufrir esto...? todo esto... tener que pasar con una canasta al lado de espléndidas vidrieras…

El centro de sus preocupaciones es la necesidad de ganar dinero. Así se da cuenta brutalmente, de su pertenencia a un sector social del que es muy difícil salir. El episodio de la librería es una suerte de descenso a los infiernos, y la única posibilidad de salir que imagina es la de incendiar el negocio.

Después de esto, cuando ingresa en la Escuela Militar de Aviación, se le presenta de manera más contundente la evidencia de que el estudio no va a ser para él un camino fácil: “¿Cómo estudiar, si tengo que aprender un oficio para ganarme la vida?”.

Desde el comienzo de la novela, sabemos que  Silvio es un lector. Por eso nos interesa recorrer esos momentos del texto que lo muestran en contacto con los libros y la literatura: la biblioteca y la librería. 

Si, como señala Piglia: “…la biblioteca acomoda lo que el mercado desordena…”,asistIr regularmente a una biblioteca, implica entre otras cosas, aceptar un orden impuesto por el poder, que mediatiza el consumo de literatura. El robo, en el caso de Silvio, implica la apropiación de algo que le está vedado por su condición social, cosa que en ese momento no puede  advertir, porque es muy joven. 

Tanto la biblioteca como la librería regulan su relación con la literatura y la condicionan de acuerdo con el lugar que  ocupa en la jerarquía social. Silvio nació en una sociedad en la que la burguesía sostiene la desigualdad para conservar su lugar de privilegio. La biblioteca sacraliza la literatura; la librería la degrada a mercancía. En ninguno de los dos sitios hay espacio para un trabajador humilde.

Silvio Astier hace una interpretación económica de sus posibilidades de contacto con lo literario. En la librería no tiene ninguna posibilidad de crecimiento; es un lugar de degradación que merece ser destruido. 

Percibe, por el contrario, a la biblioteca, como un espacio de posibilidades, aunque sea a través del robo. En última instancia, Silvio ladrón es una suerte de despojado que despoja. 

Lo que no está en condiciones de hacer, es una lectura política  (no solamente económica), que lo lleve a cuestionar ese orden social que le impone quedarse donde nació y pensar en alguna posibilidad de ascenso social. Piensa que su “estancamiento” tiene razones personales, subjetivas, no políticas. Por eso no puede ver que en los dos lugares en los que entra en contacto con los libros, la legalidad la impone el poder y son dos caras complementarias de esa imposibilidad  de leer que lo angustia, lo desespera y lo lleva, más adelante, al frustrado suicidio.

Cuando “se recupere”, su vida estará marcada por el delito y, lo que es peor, la traición. De la piedad de podemos sentir en un principio, vamos a ir pasando a la tristeza de tener que despreciarlo. 

“Ni el tiro del final”, para Silvio Astier.



El juguete rabioso
Roberto Arlt
Editorial Latina, 1926.





Comentarios

Entradas más populares de este blog

El crimen casi perfecto, de Roberto Arlt, Ilustrado por Decur

“Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, por Ricardo Piglia

"El libro", un cuento breve de Sylvia Iparraguirre