Saer en la ruta del adiós a su geografía literaria
En el aniversrio de la muerte de Juan José Saer Libro de arena reproduce una crónica en la que se entrevista al escritor de El limonero real. Los fragmentos inéditos corresponden a una charla habida durante el último viaje de Saer a su tierra natal y al recorrido por los paisajes de Santa Fe, que fue publicada el 29 de mayo en Ñ
Por
Fernando Garcia
El 11 de junio de 2005 Juan
Jose Saer murió en París, donde residía desde 1968 cuando emigró para ocupar
una cátedra en la Universidad de Rennes. Con su muerte, quedó inconclusa una
novela llamada La Grande, que fue editada así, inconclusa, a fines de ese mismo
año por el sello Seix Barral. En noviembre de 2003 Saer había viajado a la
Argentina: un viaje periódico en el que hacía escala en un apart hotel de la
calle Arenales (hotel que también frecuentaba Héctor Tizón); visitaba las
oficinas de editorial Planeta en Montserrat y seguía a Santa Fe, donde se ponía
al corriente con su hermana y con el escenario de toda su narrativa. Con muy
pocas excepciones, la obra literaria de Saer anclaba en la ciudad de Santa Fe y
ese paisaje, mezcla de pampa gringa y litoral frondoso, de sus alrededores. La
gran paradoja era que todo ese material se desentendía de su lugar de
producción, París, para refundar una y otra vez el tiempo y el espacio y
liberarlos en esa zona, una zona sobre todo mental. Saer usaba la región como
soporte de cuadros más abstractos que “regionalistas”. ¿Hay algo escrito en
París menos parisino que la novela El
limonero real? Y al mismo tiempo: ¿Hasta qué punto es intrínsecamente
argentino El limonero real? Una breve
charla con un Saer afectado visiblemente por el jet lag desembocó en un
proyecto. Hacer contacto con él en Santa Fe dos días después y traerlo de
regreso a Buenos Aires (con el fotógrafo David Fernández, un chofer experto y
pelirrojo y yo) luego de recorrer su atlas literario: Santa Fe city , como la
llamaba, Rincón, Colastiné, Serodino, el punto en el mapa donde había nacido en
1937. Viajamos de noche en medio de una tormenta dantesca que la mañana
posterior se nos reveló tornado, con un saldo de trece muertos en las afueras
de Rosario. Encontré a Saer en la confitería Las Delicias tal como lo había
dejado en Buenos Aires. Saco azul, camisa a cuadros, pantalones de vestir
amarronados, como barrosos. El recorrido que siguió al desayuno fue descripto
como “safari Saer” en la crónica que abría la revista Ñ en diciembre de 2003. Pasado
el mediodía, dejamos Santa Fe city rumbo a Serodino y luego la ruta franca
hacia Buenos Aires. En el camino Saer resignificaba todo lo que veíamos en
clave del work in progress de su libro La Grande . Un oleaje módico en un punto
inexacto del río Colastiné fue señalado por él como el lugar físico del
comienzo del libro; un shopping en construcción visto desde la altura de un
puente devino ante nosotros “El Coloso del Pantano”. Cosas así. Santa Fe, con
Saer, era tierra literaria, liberada a su obra. Caminábamos guiados por su
precisa mirada mental a través de un libro gigantesco, abierto 360 grados con
el vértigo horizontal de la pampa. Ni él ni nosotros ni nadie sabía que esta
iba a ser la última recorrida de Saer por los escenarios de su obra; su última
visita a Serodino (y la primera desde su partida); su último regreso a Buenos
Aires para pasar la noche en el apart de Arenales y volver, también por última
vez, a París. Hablábamos. En la oficina de Buenos Aires, en Las Delicias,
recorriendo Santa Fe en auto, en la ruta a 180 kilómetros por hora y el aire
acondicionado a tope. Hablábamos mucho, en situación de entrevista y no. El
diálogo fue fragmentario, caótico, revelador y, con el paso del tiempo,
testimonial. Lo que sigue es Juan José Saer puro e inédito, reencontrado en las
desgrabaciones de aquel, el último viaje.
(Avanzando por el boulevard
Gálvez, saliendo de la ciudad de Santa Fe, mediodía.)
–Cuando hablamos en Buenos
Aires la vez pasada usted citaba a Fourier, “la civilización es la última etapa
de la barbarie”. Ahora usted es un producto de la cultura. ¿Donde se manifiesta
la barbarie en su literatura?
–Bueno, lo arcaico está siempre
evocado en mis escritos. Lo arcaico puede aparecer en dos o tres líneas que se
cruzan en mi literatura. Una es lo cósmico. Lo más arcaico es el cosmos. Lo
otro, es lo pulsional, lo subconsciente. Y lo biológico, que se expresa a
través de la sexualidad, mucho. A través de la repetición. Las especies. Eso
aparece mucho en mis libros, la repetición demente de lo mismo. Ese es el
background de lo arcaico en mis libros. Luego aparece lo arcaico en lo
biográfico. En este sentido: nuestra infancia, nuestra vida empírica y
consciente, tienen fases arcaicas a las cuales a veces no tenemos acceso porque
el olvido nos las quitó. Y de pronto aparecen. Esos son los vectores de lo
arcaico en mis libros.
–¿Y lo cósmico?
–Hay una presencia constante.
Cuando se habla de lo ígneo, lo gaseoso. La referencia a la materia dispersa
del universo que dio lugar al sistema solar.
–Y está Rosario, recién en el
desayuno me decía que es la ciudad más linda del mundo. ¿Por qué?
–Exageraba… Rosario es la
primera ciudad que conocí de niño, cuando vivía en el pueblo. Imagínese que ahí
vi mi primer kiosco de caramelos, era como la cueva de Alí Babá para mí. Y ahí
estudié, viví, pasé muchos momentos de mi juventud, en la facultad de
Filosofía. Tengo muy buenos recuerdos pero de ahí a que sea la mejor ciudad del
mundo... Muchos amigos que tengo dicen que es la más fea del mundo. Entonces
quiero ir en contra de eso.
–¿En Lo imborrable se refiere a
Santa Fe o de Rosario?
–De Santa Fe. Ahí aparece el
hotel Conquistador. Y también el Iguazú. El Conquistador aparece por la
impresión que le causa a Tomatis esa figura de neón, un monstruo plano sin espalda
y es lo primero que ve luego de estar encerrado mucho tiempo (…)
–Todo esto usted lo escribió en
Francia. ¿Por qué se le aparecía la imagen de ese hotel?
–Se me apareció cuando estuve
acá en el 76, ya era la dictadura y ese cartel era una figura siniestra.
–Y el encierro de Tomatis se
lee como una metáfora de la dictadura…
–Bueno, el encierro es para mí
una clave de la dictadura. La gente vivía encerrada. Tenía miedo de salir a la
calle. De todos modos, la mayoría de mis libros transcurren fuera de la calle.
También es una metáfora de la depresión. Lo imborrable está comunicado con
Glosa, con el final, donde ya se vislumbra lo que viene. Todos mis libros están
comunicados; la comunicación viene más por los contrastes formales que por las
intrigas. Mis novelas no constituyen una saga sino un ciclo. Una serie de
cambios de situaciones sobre un fondo en el que hay cierta inmovilidad. (…) Por
ejemplo, hace algunos años tuve que releer un cuento de En la zona , “Tango del
viudo”. Lo increíble es que esa relectura me inspiró toda la novela que estoy
escribiendo ahora. Entonces vuelve a aparecer ese personaje Gutiérrez que había
quedado perdido.
(Entrada a Serodino, hora de la
siesta. Saer observa conmovido la entrada al pueblo que no ha vuelto a ver
desde 1968. Habla de su familia pero el panorama lo saca del recuerdo.)
–El campo en primavera es
maravilloso. Tengo la impresión de que había un poco de sequía, porque
reverdeció mucho desde el sábado pasado. Todavía está un poquito amarillo. Esta
planitud es genial; yo me sentí muy orgulloso cuando leí que Charles Darwin
decía que a 40 kilómetros de Rosario es la tierra más chata que encontró en su
vida. Ahora donde también es chato es entre Santa Fe y Córdoba. Ahí también, la
llanura se manifiesta en toda su magnificencia. O sea, en toda su chatura.
(Cruzando el puente a
Colastiné, mediodía. Saer recuerda su vida cotidiana en el pueblo donde vivía
antes de radicarse en París.)
–Colastiné era un paraje. Había
unas casitas, ya estaban éstas en aquella época.
–¿Y usted se fue de acá a
París, directamente?
–Sí. De acá a París...
–Llegó a Francia en 1968. ¿Cómo
encontró la Universidad francesa en ese año tan particular?
–Cuando yo llegué, encontré
mucha efervescencia de lo que había pasado dos meses antes. Los años que
siguieron marcaron el retroceso de ese espíritu. Una involución muy tensa y
mortífera, ¿no? Que yo veía continuamente. Una retirada constante, día tras
día, año tras año. Yo lo veía en la Universidad, donde todas las medidas que se
disponían iban contradiciendo el espíritu de mayo del 68 y, más, iban trayendo
de regreso el régimen anterior. Dándole nombres rimbombantes y modernosos a las
cosas, pero volviendo todo para atrás. Una vez tuve una discusión con unos
estudiantes, hará siete años. Ellos pedían más exámenes. Yo les dije: “Ustedes
saben que cuando yo entré acá, en 1969, la consigna era no más exámenes”.
Quiere decir que hoy en París los estudiantes están pidiendo exactamente lo
contrario de lo que se pidió en el 68. Y la enseñanza pragmática que se les da
a los alumnos en un clima de desempleo ha hecho bajar el nivel de los estudios.
Por lo tanto, los nuevos profesores que salgan de ahí tendrán muy poco nivel.
Yo le aseguro que un estudiante de Letras de la UBA es mucho más culto que uno
de La Sorbona, aún con las dificultades.
(Cerca de Ramallo, atardecer,
en la radio del auto suena “La hija del carioca” de Patricio Rey y sus
Redonditos de Ricota. Cantamos todos, excepto Saer, que pide que le cuente
sobre los “famosos redonditos”.)
–¿Qué le pasa con los fenómenos
masivos? ¿Trata de aprehenderlos o los niega sólo porque se hacen visibles
desde el mercado? ¿Qué le sugiere este retorno de la saga en el cine, por
ejemplo?
–Usted habla de La Guerra de las Galaxias , Matrix ,
esas cosas. Bueno eso es una lógica comercial (…), los procedimientos de La Guerra de las Galaxias son
procedimientos anacrónicos y previsibles, están estudiados de acuerdo a los
cuentos medievales. No hay ningún tipo de sorpresa. Es distinto lo que hizo
Andrej Tarkovsky al tomar la ciencia ficción, con Solaris , del polaco
Stanislaw Lem. Desmonta el género y no fetichiza sus formas cristalizadas. (…)
La cultura se revela cuando es capaz de transformar la época, el estilo de
vida, por su propia pertinencia. Por su propio peso. Por ejemplo, Macedonio
Fernández. O el tango, cuando aparece es una verdadera creación original.
Después evoluciona hacia una fetichización que a mí no me gusta nada. Le
quieren dar al tango funciones totalizantes. El principal de ellos es
Piazzolla. Quiere hacer del tango música barroca, romántica. Así llegamos a un
efecto seudototalizador. Ya en los años 30 Macedonio hablaba de esto cuando
decía: “Mis argumentos no han de ser verdaderos porque no figuran en ninguna
letra de tango”. Con la novela pasa lo mismo, se ha transformado en una
mercancía. Por eso creo que el trabajo del novelista hoy es no escribir
novelas. La novela está fetichizada, yo trato de que mis libros no parezcan
novelas. La invención de Morel, por
ejemplo, trabaja la novela sin fetichizar el procedimiento. Es una creación
cultural pura, los otros siguen en ese proceso fetichizador sobre la forma de
la novela.
(A la altura de Zárate, puesta
del sol)
–Usted ha dicho públicamente
que está contento con la llegada de Kirchner al gobierno. ¿Cuál es su relación
vital y política con el peronismo?
–El problema con el peronismo
para mí, es que es (…) una bolsa de gatos donde entran muchas cosas muy
diferentes (...) y ha producido grandes desgarramientos en la sociedad
argentina. Declararse peronista para mí es imposible, yo por supuesto no lo
soy. Pero tengo simpatía por ciertos sectores del peronismo que han tenido o no
la posibilidad de tener poder. En el caso de Kirchner, inmediatamente vi la
posibilidad de una superación de esas contradicciones del peronismo y también
de las contradicciones del radicalismo y la centroizquierda. Todo eso me hace
este gobierno muy atractivo e interesante. Al mismo tiempo era imprescindible
tomar toda una serie de medidas para demostrar su legitimidad numérica frente a
la calumnia de Menem.
–Pero usted también se
entusiasmó con la Alianza en su momento...
–Sí. Yo creo que esto es una
reedición, restablece lo que la Alianza debió haber hecho y lleva un germen de
superación de las contradicciones del peronismo. Puede salir un nuevo
movimiento político. Me parece que detrás de todo esto aparece una generación
que está tomando las responsabilidades institucionales que en los 70 intentó
tomar por otro camino. (…) –¿Usted se siente parte de esa generación?
–Yo siento que formo parte
aunque sea un poco más viejo. Beatriz Sarlo dice en su nuevo libro ( La pasión
y la excepción ) que se alegró cuando mataron a Aramburu. Es un acto muy
valiente de Beatriz decir eso y explicar un estado de ánimo de aquella época.
Ahora bien, yo no me alegré del asesinato de Aramburu. Yo abominé
inmediatamente de Montoneros. El comunicado del asesinato de Aramburu me
pareció infame. Si querían asesinar a alguien, Aramburu era el más conciliador;
fue un acto de gangsterismo. La ideología que exponía ese comunicado era
absolutamente repugnante. No tenía nada que envidiarle a la derecha más
violenta y criminal.
–¿Usted se enteró en Francia?
–Sí. Pero era muy amigo de Paco
Urondo por ejemplo. Lo quería mucho a Paco, pero nunca entendí su evolución, su
muerte me dolió muchísmo. La muerte de (Angel, el personaje de Glosa) Leto está
un poco inspirada en la de Urondo. Yo me entendía muy bien, en una de sus
últimas declaraciones que hizo habló generosamente de mí. Pero bueno, yo no
entendía su elección. La respetaba porque era la elección de un amigo, si no la
hubiera considerado canallesca.
–Hay toda una tendencia a
trabajar la tensión entre Borges y Perón como un espejo de la sociedad
argentina del siglo XX. ¿Lo ve así?
–Ah, bueno. Eso es absurdo, me
hace pensar en el ranking de notoriedad, el aplausómetro del Colón. Es una
confrontación de personalidades. Porque no ponemos a Gardel y Maradona,
también.
(Buenos Aires noche, Avenida
del Libertador, casi llegando al apart hotel. Hablamos de best-séllers y modas.)
–Hace treinta años, los
críticos elogiaban a Puig, que a mí mucho no me gusta. Reconozco que hay una
cosa novedosa ahí, pero no muy disciplinada ni rigurosa.
–En Puig tal vez haya una
captación de la cultura de masas, de la que usted reniega largamente…
–Sí, pero sin una vuelta de
tuerca o mirada interesante. Entonces es para más de lo mismo. El beso de la
mujer araña es un libro demagógico, absolutamente. Ese encuentro entre un
homosexual y un guerrillero es pura demagogia.
(Frente al apart hotel de la
calle Arenales. Antes de despedirnos, Saer me recuerda el desayuno en la
confitería Las Delicias.)
–¡Y acuérdese que “Mil hojas”
no; es el célebre alfajor santafesino! Esos son nombres porteños para quitarnos
la propiedad intelectual.
Comentarios
Publicar un comentario